DERIVA.
Van brotando de mí, de él y de los otros y de la sociedad
y en todas direcciones:
apéndices, púas, tentáculos y extremidades.
Impulsos, fuerzas, energías, gravedades.
Y logran movernos para acá,
para allá, para éste lado y para el otro.
Hacen que avance, me frene, me retraiga.
Me impulsan a rodar por la cuesta o al vacío.
No es extraño que algunos de estos brotes que en ocasiones fueran
frenos,
intenten exitosamente pasos o
zancadas
o simplemente repten y simulen que avanzamos.
Pero en esta oscuridad de la inconsciencia,
que a otros se les presenta como ciencia,
no es posible, si bien lo meditamos,
aseverar a ciencia cierta que avanzamos.
Sólo en el vértigo que produce el movimiento,
que en veces es como flotar a la deriva
o ser absorbidos por ventosas,
o impelidos a atravesar
profundidades y distancias
al ser disparados por imanes que repelen a los cuerpos,
solo de esa manera
tenemos la sensación de que ha habido un cambio de lugar,
pero sin tener la seguridad de a cuál dirección nos dirigimos.
Y por centurias de centurias ha ocurrido y lo hemos llamado
evolución.
Y satisfechos sonreímos y llegamos a convencernos
de que hubo algún avance
Tenemos la sensación de evolución.
Teniendo de ella la opinión de ser algo positivo.
Ingenuos le asignamos dirección,
la imaginamos con voluntad de crecimiento
e incapaz de decrecer y de tornar a hacernos
humus, lodo, caldo primigenio.
Y eso que tan pomposa y pretenciosamente hemos nominado
no llega más allá que a ser producto de la dirección
y de la fuerza con que sopla el viento.
Carece de propósito, de dirección y de gobierno.
La creencia de que la sociedad evoluciona
es solamente una sensación
y está siendo puesta a prueba.
El insospechado, torpe y egoísta actuar de lideres
y el impulso soterrado, vengativo, reaccionario y resentido
que les dan sus adeptos y sus enemigos,
es la fuerza autora de lo que hemos llamado evolución,
cuando simple y llanamente es andar a la deriva.
León M.N. Nov. 15 de 2014
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