SOBRE
DOLOR, ENFERMEDAD, VEJEZ Y MUERTE.
Para mejor decirlo: es cavilar sobre la vida.
Iniciaba yo la pequeña colina de este
trasegar entusiasmante, esa que se llama
edad de uso de razón, cuando oía comentarios como éste:
El pobre
está muy viejo ya, no creo que se pare de la cama.
Tiene un poco
más de cincuenta años.
Y quienes las proferían agachaban la cabeza
con miradas lastimeras.
Por cuenta de: El infierno, el tercer día de
los ejercicios espirituales, las predicas de los curas y el día de la Virgen
del Carmen, se le tenía mucho miedo a la muerte.
La medicina estaba en ciernes, en agüitas
decían las señoras.
La gente se moría de soponcio, síncope,
delirium tremens, o de repente.
Repente era para mí una enfermedad castigo de
dios por haber sido malo.
Mi mamá nos enseñó a rezar: Líbrame Señor de la muerte repentina. Lo que más temo yo es una muerte de repente,
pues no se tiene tiempo para el arrepentimiento y menos para confesarse y luego
de muerto se baja derechito a los
infiernos, decía.
Más tarde cuando fungía de estudiante
i-responsable, comencé a darme cuenta de qué pasaba. La medicina era tan
insipiente y los medios de diagnostico tan precarios que la gente se moría de
enfermedades que la costumbre había identificado, sin que los médicos hubieran
alcanzado aún a darles sus verdaderos y enredados nombres.
Luego la medicina progresó un poco más y ya
se sabía, como ahora, de qué se muere uno científicamente. Eso del soponcio y
el repente fueron cambiados, por infartos, ictus, paros cardio-respiratorios y
otros males con nombres elegantes.
Ya en mi edad adulta, a la cual llegué
después de superar: la varicela, el sarampión, las paperas, muchos cólicos y
daños de estomago, churrias o diarreas, y después de haberme vacunado para
eludir el polio y la viruela, me seguí enterando del progreso de las ciencias
médicas.
Se acabó eso de ir donde el sobandero para
que nos arreglara: las descomposturas, las levantadas de cuerdas, las
torceduras y los descoyuntamientos. No, nada de eso en la edad moderna. Ahora
había rayos X, entablilladas, enyesadas y fisioterapia. No faltaba quien
después de tres meses con el brazo entre un yeso duro, quedaba
irremediablemente manco de por vida, pero la verdad era que muchos recobraban
la movilidad y podían volver a enlazar terneros en la finca.
A los heridos en peleas por novias o por
partidos políticos, les podían salvar la vida con transfusiones de sangre. Esto
era un procedimiento delicado, pues si a un liberal le ponían sangre goda, era
fijo que estiraba la pata luego de terribles convulsiones.
Pero la medicina no paró de progresar y fue
hasta que supieron catalogar bien la filiación política de la sangre, pues
antes no se sabía sino de sangre azul, sangre de indio y sangre de negro, que
es como más gruesa y coagulante.
Se dejó de pensar que la lepra era obra del
demonio y contagiosa. Que a la tisis se le debía llamar tuberculosis y que era
curable. Que la fiebre no era una enfermedad sino un síntoma, y muchas cosas
más.
Se acabaron los sobanderos, las parteras y
los yerbateros.
Los Sobanderos fueron reemplazados por
ortopedistas y fisiatras, lo cual no es garantía de que haya menos cojos y
mancos, pues para eso las Farc se inventaron las minas quiebrapatas.
Las parteras fueron prohibidas en los pueblos
y veredas, para que desde allá tengan que venir las parturientas a las ciudades
a buscar sus reemplazos que son los ginecólogos y obstetras.
Y a los yerbateros les quitaron el oficio las
empresas farmacéuticas que tramitan patentes y derechos de autor, hasta para el
agua de panela con limón que es tan buena para la gripa.
Tengo para mí que los practicantes de las
ciencias médicas se partieron en dos bandos:
Unos se dedicaron a escribir enredado, a
hablar en una jerigonza que sólo ellos entienden. Abren centros de diagnostico, laboratorios
para análisis de fluidos y de imágenes de todo lo que el ser humano tiene por
dentro.
Ellos fueron los que promovieron la ley 100 y
crearon la EPS, IPS, ARP y muchas siglas más. Y cómo decía mi papá: disque se
taparon de plata. Tanta que ya no saben ni qué hacer con ella y se dedicaron a
construir hoteles, condominios con canchas de golf y a invertir en bolsa. Y de
paso esclavizan a otros colegas no tan listos.
Otros, pobrecitos. Eran como los más
apendejaditos de la clase. Siguen haciendo consulta y escuchando los males de
toda la familia. Siguen despachando formulas baratas y aconsejando a los
enfermos como si fueran curas. Lo mismo atienden a las señoras en los partos,
que la gonorrea del hijo mayor que se mantiene visitando putas. Tiene una mano
vendita para la cura de las amebas, la bronquitis y los dolores reumáticos.
Muchos de ellos ya decepcionados del negocio de la medicina se quieren
especializar en eso que llaman terapias alternativas.
Ellos nos enseñaron a lavarnos las manos
antes de comer y sobre todo después de haber ido al escusado. Nos enseñaron a
ser disciplinados con todas la vacunas y a amamantar a los niños a pesar de que
la esbeltez de busto no atraiga las miradas coquetonas. Nos enseñaron a
quitarle harinas al sancocho o sea hidratos de carbono y a no usar tanta
manteca. Ellos le hacen propaganda a la aguadulce aunque RCN y CARACOL se la
hagan a al cocacola. Ellos siguen hablando de las grandes ventajas de la huerta
casera y de la vaca lechera y sobre todo de salir a caminar al aire libre.
Y saben lo que oigo ahora, contrario a lo que
se decía cuando no me habían alargado el pantalón:
Se murió
fulanito de setenta y cinco años. Y exclama el contertulio: No puede ser. ¿Tan joven?
Y es que tanto esfuerzo de los verdaderos
médicos y de algunos maestros y unos cuantos gobernantes, ha hecho que ya no
muramos viejitos de cincuenta años sino muy jóvenes de setenta y cinco y pico.
Ayer escuché en televisión, un programa de
salud en el que hablaron tres señoras Chilenas y un Médico Francés. Fue para mí
tan importante y revelador lo que les aprendí que quiero compartirlo con
ustedes.
Estaban hablando de Demencia Senil, esa
loquera de viejitos que también llaman mal de Alzheimer.
Decían ellas, que de eso saben mucho, que la
enfermedad de Alzheimer en América
Latina ha aumentado un 70% y en Europa hasta un 40%. Y explicaban que es por
causa de que ya no nos morimos jóvenes. Con las buenas costumbres higiénicas,
con mejores servicios médicos, más ejercicio, una jornada laboral más corta y
mejores dietas alimenticias, la longevidad ha aumentado.
Lo que no ha aumentado en igual medida que
las expectativas de vida, es la atención y el cuidado de las personas mayores.
Una de ellas, que disque fue ministra de
Salud ,dijo que en el currículo de medicina sólo dedicaban seis horas a
estudiar el Alzheimer y con tan poco estudio, cómo se puede esperar que los
médicos sepan algo de éste mal.
Ella misma comentó que cuando llevaba a una
tía suya, que tiene la enfermedad, al médico, se daba cuenta que ella sabía más
de demencia senil, que el médico que atendía a su tía.
Otra de las entrevistadas habló de algo que
me tiene pensativo y disgustado: Los gobiernos dedican muy poco, casi nada de los
recursos que apropian para la salud, al cuidado de los viejos.
Quiere decir esto para mí, que nos está
importando un bledo, la suerte, la salud y la calidad de vida de quienes se
esforzaron por criarnos, por enviarnos a la escuela y cuidad de nuestro bienestar
por tantos años. Ahora que ellos no son productivos los dejamos para que se los
coma el tigre de la indiferencia y el olvido.
Se quejaban ellas, de que con gran indolencia
se hablaba en foros internacionales, del”problema” de los viejos. ¿Cuál problema?
Sï está demostrado que atender a los mayores es una nueva oportunidad de negocio, de ingresos, de
profesionalización y capacitación en diferentes campos de la salud. Cada día se
abren centros geriátricos y gerontológicos, centros de recreo especializados en
mayores. Los viejos no son un problema, son una nueva oportunidad. En los
países que han entrado en crisis económica, el sector de la atención de adultos
es de los que menos puestos de trabajo han perdido.
Algo que me conmovió fue lo que dijo una de
las chilenas de la entrevista.
Dijo que atendiendo a los mayores con
Alzheimer, ella había aprendido a amar a personas sin historia. Porque eso es
una persona que ha olvidado casi todo. Que ha olvidado nombres, anécdotas,
parentescos, hechos y lugares. Y amores y ofensas. No tiene sueños, ni planes
ni deberes. Le cuesta encontrar las palabras para expresar necesidades. Sí la
dejamos sola se desorienta y puede perderse en el jardín sin encontrar el
camino de regreso hasta la sala.
Sólo sabemos amar a quien nos da, nos provee,
nos habla, nos invita, nos declama o nos canta. A quien nos deleita con sus
guisos, lava nuestra ropa, embellece la
casa y trae el pan, la cuenta de los servicios públicos cancelada, nos
representa y defiende.
No amamos de veras con gratitud o por la
simple dignidad que tenemos todas las personas. Amamos gratuitamente a las
mascotas y es bello. Pero no sabemos expresar el amor a seres humanos, tal vez
nuestros padres, amigos o parientes, que aunque están físicamente entre
nosotros, ya se han ido.
Hay en este asunto del cuidado de mayores y
en especial en el del cuidado de personas con Demencia Senil, una gran falta de
solidaridad y de equidad de género. Si observamos con atención nos percataremos
que son en un noventa y nueve por ciento las mujeres, quienes tradicionalmente
se encargan de estos roles.
Ellas que en su gran mayoría fueron madres y
dedicaron parte de sus vidas a cuidarnos cuando niños y también cuando jóvenes
y a muchos aun en la edad adulta; cuando
llegan a la edad de un merecido descanso, tienen que sacrificar ese derecho,
abandonar sus trabajos profesionales o actividades culturales, sociales o
artísticas; por que deben cuidar a quienes son aun más mayores que ellas.
Es estimulante escuchar discursos políticos
hablando de los derechos de los niños. Que ellos son el futuro de la nación.
Hablan de planes de nutrición, de albergues, de educación y de inmunización. De
protección frente a todo tipo de abusos que contra ellos suelen cometerse. Pero
es triste el gran silencio que frente a los derechos de los ancianos y de las
mujeres que los cuidan aun a pesar de no saber cuidarlos verdaderamente.
Cuando hay niños en la familia, todos nos
congregamos entorno a ellos, los cargamos, acariciamos y besamos. Les enseñamos
a caminar y los llevamos de la mano y sostenemos sus triciclos y bicicletas.
Les lanzamos la pelota y los acompañamos a mirar la tele.
Creo que calculadora e interesadamente
pensamos que este bebé tendrá un futuro y recordará quienes fueron los que lo
quisieron tanto.
Pero un viejo con Alzheimer, no tiene ningún
futuro y menos recordará quién es el que lo quiere, lo cuida o lo acompaña.
La investigación, la medicina nos prolongó la
vida pero:
Quién a los 45 o 50 años ha conseguido
empleo.
Tenemos más vida para pasarla aburridos al
sol en la banca de un parque atestado de ladrones y palomas.
¿Dónde están los verdaderos y gratificantes
clubes de mayores? Ellos sólo son invitados a los casinos y eso los que tienen
pensión, para que allí la gasten.
Seremos verdaderamente humanos, cuando
aprendamos a respetar y cuidar tanto a los niños como a los ancianos.
Que bello será el día en que acompañemos y
protejamos a los viejos, aun que éstos no nos puedan hablar, o no nos puedan
mirar, o aunque ellos no recuerden quiénes somos.
Nosotros se debemos saber y recordar
permanentemente:
Que tras esos ojos que se pierden en la
distancia sin mirar a nada ni a nadie, hubo una vez una mirada de cariño
por nosotros, una m irada de asombro
frente a nuestros pequeños logros escolares,
una lagrima de compasión por nuestras penas.
León M.N. Abril 2014.