REPUGNANCIAS.
Hay exquisitos objetos que para mí
son repugnantes, y no me refiero a aquello que los decora y engalana, y menos
aún a lo que representan o al lugar donde se exponen, y ni tampoco estoy
pensando en los materiales con los que fueron fabricados.
Pueden representar escenas de
entrañable ternura, madres que amamantan a hijos de ojos felices, dioses que
dejan caer lluvias de bondad sobre sus fieles. Otros recuerdan gloriosas
batallas libradas contra la guerra y la peste, en la que sus personajes
terminaron victoriosos. Bucólicos escenas donde se recuerda a la familia y sus
diarias tareas y placeres. El amor en clímax de exaltado misticismo. El
heroísmo, la bondad, la generosidad, la donosura.
Esos asquerosos objetos a lo que me
refiero se encuentran en iglesias, en palacios, en plazas y en museos. Cuelgan
del cuello de algunas grandes damas o pueden
refulgir en el pecho de varones, difícilmente en los de caballeros. Son
muchos a los que les han ordenado falsas copias de oropel para mantener a buen recaudo, los originales en las bóvedas
de seguridad que para el propósito hay en los bancos.
De tarde en tarde y a nivel
internacional o meramente local, por la prensa, la radio, o conveniente y
discretamente con invitación privada, convocan a exposiciones en las grandes
galerías, donde es posible admirar o pujar por enormes y valiosos colecciones
de esas vergüenzas de la especie humana.
Es que estoy hablando de algo que se
ve entre líneas, entre los pliegues, escondido en los matices y en el variar de
los destellos que refulgen.
Me refiero el método, a la condición,
al usufructo. A la época, el lugar y al empresario que lo ordenó o a su primer,
y a veces a la dinastía de sus dueños. A la técnica y sus consecuencias para el
autor, o los autores y todos sus hermanos.
En muchos casos también me refiero a
su objetivo, a su destinación y al desempeño.
Cuando actúas como debe ser ante
estos objetos a los que me refiero y aguzas tu mirada frente a ellos. Podrás
ver la evidencia y pertinencia de mis calificativos hacia ellos. La propiedad
de mi desprecio hacia lo que por horas o por siglos los ha rodeado como
séquito.
Es difícil ocultarlo a quien observa
atento que son producto de la escoria de las almas de sus ordenadores.
Fabricados a pesar del hambre y de la muerte segura del artista que en locas y
desesperanzadas horas de dolor los concibió, o primorosamente elaboró.
Son el fehaciente testimonio de la
esclavitud que reinó y que hoy también campea camuflada escondiéndose entre
marcas, grandes nombres y renombres; aplausos a innovadores y nuevos
emperadores que conquistan, ya no murallas y blasones, pero sí gobiernos,
mercados, dinero y muchos corazones.
Sí miras bien te enterarás, que tanto
quienes hoy los fabrican y quienes ante ellos
codiciosos se hincan; quienes son sus fans, su club de admiradores y consumidores,
anestesiados de sofisticación, de originalidad y diferencia, van cayendo como burros
frente a los nuevos emperadores, como esclavos. Cuando no como moscas
envenenados por las consecuencias de los materiales con que fueron fabricados.
León M.N. Octubre 13 de 2015