martes, 12 de marzo de 2013

LOS ESPANTOS DE ARMENIA MANTEQUILLA

En esta entrada he puesto un enlace con mi publicación:
LOS ESPANTOS DE ARMENIA MANTEQULILLA
Para leerla sólo tienes que hacer clic sobre el enlace., que está debajo de este párrafo..

Los Espantos de Armenia Mantequilla 

AÑO DE 1900 Y PICO


AÑO DE 1900 Y PICO.

Se inician en Armenia Mantequilla, las preliminares al interior de ocho partidos políticos, con el fin de escoger sus candidatos para la próxima elección de alcalde.
Crece la efervescencia partidista, el entusiasmo y el delirio electoral.
De todas las ventanas cuelgan los trapos de los diferentes paridos. Perdón por lo de trapos, corrijo: se enarbolan las banderas.
En mi partido todos queremos participar. Para asistir a la convención nos pusimos ropa dominguera y los más pudientes hasta estrenaron camisa y calzoncillos. Muy precavidos pues a la hora de las reuniones políticas uno nunca sabe dónde y delante de quién le va a tocar bajarse los calzones. Y que a uno lo vean con calzones abajo es una cosa, pero otra muy distinta, es con calzoncillos rotos.
No había quién recibiera la invitación a un tinto, todos queríamos pagar y de esa manera incentivar cada quien su candidatura.
Lo mismo ocurría en las toldas de los otro siete paridos de la oposición.
Las calles estaban vacías pues en las sedes partidistas estaban reunidos los ochocientos trece electores y sus hijos.
Solo estaban abiertos al público los tres cafés del pueblo, cada uno vigilado por un policía para que se respetara la ley seca.
Por las calles desérticas subía y bajaba el bobo del pueblo con bandejas de pocillos para tinto y termos, gritando: Por qué más bien no se juntan y así los puedo atender más fácil.
Era el único que predicaba la unión. Todos los demás electores creían a pié juntillas que le ganarían a sus contrincantes.
Por la emisora del pueblo se escucha el Himno Nacional, el de Antioquia, el de Armenia Mantequilla, el de la Herradura. El de la Loma y el de Paloblanco. El locutor interrumpe de vez en cuando para pasar unas pautas publicitarias de Cootrasana y de la Tienda del Pobre Evelio, y entre himno e himno, grita: ¡Viva la democracia!
A las cuatro de la tarde, como por arte de magia, quedan empapelados todas las paredes, todos los postes de la luz y las tapias que rodean los solares, con las pancartas de los ocho candidatos a la alcaldía.
No se asusten, eso es obra de la tecnología. Una vez terminado el escrutinio en cada partido; vía e.mail se trasmitió a la capital la orden de imprimir los carteles, volantes, pasacalles, botones y demás artículos de propaganda, con la foto de cada candidato. De esa manera los pudieron enviar en el bus de las doce y llegaron  a las tres y media a envolver el pueblo en el más colorido carnaval de democracia.
Salieron los ciento y pico electores de cada partido con su arsenal de papelitos para tratar de convencer a sus vecinos de olvidarse de su candidato y que votaran por el de ellos:
Que el candidato de nosotros va dar mercados cada ocho días durante todo su mandato, a los que vote por él.
Que el de nosotros va a traer una sucursal de la Universidad de Antioquia con 19 carreras, 5 especializaciones y 3 doctorados, para que estudien lo que quieran los 25 bachilleres del pueblo. Ah y eso no es todo… Gratis. ¿Cómo le quedó el ojo?
El candidato del partido Verdeazul, ya tiene listo y financiado por el Reino de Madagascar del Sur, una escalera eléctrica para subir a Mojones. No es si no que se posesiones nuestro candidato para que empiecen las obras.
Eso no es nada, el candidato del partido Moradito, ya tiene la plata para el Teleférico hasta Cangrejo y está en conversas, con los alcaldes de ahí pa´bajo hasta Barranquilla, y entre todos van a pavimentar el Río Cauca y así poder llegar en carro hasta la costa, sin pasar por Medellín.
Y dice un paisano recién llegado de la capital con su grado de Administrador de Empresas: Nosotros gobernaremos a Armenia La Más Educada y por eso le vamos a regalar un Campero último modelo a cada estudiante que se matricules, para que pueda llegar tranquilo a clase. El parqueadero para todos los carros va a quedar detrás de la Casa de la Cultura y lo va a administrar, mi´apá.
Los del partido Amarillo Pollito, que no hay que confundirlo con el Polo, tiene la propuesta de establecer relaciones imperecederas, irrefutables e indeclinables con la República de Petrozuela y construirá un oleoducto de aquí a Paracas, para que de esa forma nos llegue directico el combustible y poder exportarlo a: Amagá, Angelópolis, Titiribí, Concordia, Betulia, Ansá, y todo el Suroeste. Con las utilidades de ese negocio se hará el aeropuerto de la Volcana, para sacar todos los días tempranito, en avión, la leche que se le va a vender a Colanta.
Y así siguieron los 10 mese de campaña electoral. Se agotaron las gallinas en los solares de tanto sancocho electorero. No se encontraba un solo marrano ni para un remedio, de tantas marranadas a las que fuimos invitados los de aquí, los de allí y los de más allá.
Las sirvientas de las casas renunciaron, pues ya no daban a vasto de tanto hacer tinto para las reuniones de los copartidarios.
A la iglesia no volvieron sino los candidatos a hacer la novena a la Patrona de los Imposibles, los demás parroquianos, dizque estaban en correrías, en comisiones, en brigadas o pegando carteles.

Por fin al día siguiente de las elecciones, cuando ya quedó elegido el que ganó, la vida volvió a su curso normal. Los finqueros a seguir mandando los piones para las fincas y pagando el vale los domingos. Los trabajadores a seguir buscando trabajo. Los comerciantes a escondérsele a los vendedores viajeros de cacharros. Los vagos a seguir vagando. El párroco a hacerle propaganda al Altar de San Isidro y yo a tomarme mis guaros en el  Café de la Esquina, pues por fin se acabó la Ley Seca.

León M.N. Marzo de 2013.

jueves, 7 de marzo de 2013



LA CASA DE AL LADO DE LA IGLESIA.

Esta casa, que antes fueron dos casas, una en el primer piso en la parte de atrás, tan encerrada, que sólo se podía mirar hacia la pared izquierda de la iglesia  y otra en el segundo piso, con balcón que miraba a la plaza. El primer piso en el frente era un largo local donde por muchos años mi papá, Don Horacio Montoya, tuvo su almacén.

El segundo piso hospedó en los años 50s a la familia del Doctor Jesús Castaño. El primer medico oriundo de este pueblo. Muy acertado en  sus diagnósticos y tratamientos y también buen chupador de aguardiente. A sus estudios médicos en la Universidad de Antioquia, contribuyó el pueblo, por ordenanza municipal, que ordenó se le pagará la matricula, cosa que él retribuyó en gran medida y con gran generosidad, por largos años.

Allí También vivió ya en los 60s, el telegrafista de Armenia, de apellido Gallo, con su esposa Doña Ernestina y su hijo José Aldemar, que fue amigo y compañero de los Mantequillos que hoy estamos entre los sesenta y setenta años. A los paisanos de hoy debe enseñárseles, qué es ser Telegrafista, qué era el telégrafo y qué es la calve Morse.

Allí vivieron luego: Roberto e Ignacio Ruiz cuando eran solteros, con su papá, su mamá y muchos hermanos. Recuerdo con mucho cariño a Hernán que una vez, a causa de un accidente,se quebró un brazo. Luego de que le quitaron el yeso y dejó de cargar el brazo en cabestrillo, en una ocasión le pregunté: Hernán cómo sigues del brazo? A lo que él me respondió: Todavía me duele mucho pa´miar.

Pero esta casa tiene historias terribles, grabadas en la piel que tienen los recuerdos de Armenia. Porque los recuerdos tiene piel.

Contaba Horacio Montoya, quien fue su dueño por más de cincuenta años, que esa casa o algunas de sus paredes son más antiguas que la Iglesia del pueblo. Antes de que se iniciara la construcción de la Iglesia, durante una tempestad eléctrica, cayó un rayo y quemó la casa. Años más tarde mi papá compró las ruinas y la reconstruyó. Terminada la iglesia y por mucho tiempo, Horacio, le insistió a los párrocos que pusieran un pararrayos en la cúpula, si no querían que la iglesia corriera la misma suerte que la casa antigua, junto a la nave izquierda.

Por fin alguno de los curas le paró bolas a al cantaleta de Horacio y él mismo, con la ayuda de Alberto Acevedo, instalaron el moderno equipo pararrayos.

La cosa no paró allí. Los dioses del Averno, los espantos, las brujas, los truenos, los relámpagos y las centellas, le cogieron una rabiecita a Horacio, y éste, por más que madrugaba siempre a misa de cinco, no se los podía quitar de encima.

Rayo que caía era atrapado por el pararrayos y sepultado muchos metros bajo tierra. Por más que dispararan tempestades, nunca en el pueblo se volvió a saber de incendios de casas por cuenta de los rayos.

Sólo una vez, Gustavo Giraldo y Antonio Vélez que subían, montando una mula y un macho muy bonitos, porque eso sí, ellos montaban animales muy bonitos, subían  de la finca de La Unión. Para escampar un aguacerito de esos espanta flojos, se metieron debajo de un palo de mangos que había en el primer potrero. Y de buenas a primeras, cayó tremendo rayo en la copa del mango. A ellos, como aun estaban sentados en sus cabalgaduras, sólo los alcanzó a pringar y los mandó al Centro de Salud de Armenia, pues en ese entonces no había Hospital o no había médico, ya ni me acuerdo que era lo que no había.

Furiosos los demonios de los rayos, se dedicaron a hacerle males al pobre Horacio. Primero fue un robo continuado, de telas, zapatos, cortes de paño, peinillas, machetes, mantas, cobijas, ruanas… Todo se desaparecía del almacén del pobre Horacio, y él, más caviloso, preocupado y cada vez más empobrecido, se decidió por pedir a los inquilinos, las casas pegadas al almacén, unirlas y llevar a toda la familia para que viviéramos allí y de paso cuidáramos el chuso.

No fue sino que llegáramos con el trasteo y que los espantos, los fantasmas, las brujas y todos los demonios, armaran la fiesta cada noche. Nosotros bien juiciosos ayudando a armar catres y a tender camas y los espantos y las brujas a destenderlas. Nosotros y las sirvientas barriendo y ellos pasaban sin ser vistos y regaban nuevamente la basura. Mis hermanas trapeando, secando y brillando la baldosa de los pisos y ellos para arriba y para abajo del corredor con las pesuñas empantanadas.
Y por la noche, ni se diga: Uno con harto frío, y ellos jalándonos las cobijas. Y como éramos tantos los hermanos, unos pensábamos que eran los otros y se armaban las peleas entre nosotros y las quejas a mi papá y a mi mamá. Y luego las pelas, los correazos y los castigos paternales. Hasta que nos dimos cuenta que no éramos nosotros. Que eran nuevamente los espantos, los duendes, los fantasmas o los demonios que vivían con nosotros en esa casa. Y cómo no les volvimos a hacer caso, se cansaron del jueguito y no volvieron a molestar con las cobijas.
Pero se inventaron las lloradas. Esto ocurría como a las diez u once de la noche cuando ya nos estábamos durmiendo. Comenzaban a oírse llanto de niños, que venía como desde el bautisterio de la iglesia, que da contra el patio de la casa. Al principio pensamos que eran amoríos de gatos que cuando están en celo ñarrean perecido al llanto de los recién nacidos. Pero no eran gatos, eran los espantos imitando el llanto de todos los niños que lloraban en el bautisterio, cuando el cura les echaba el agua bendita para bautizarlos.
También nos acostumbramos a oír llorar muchachitos, o mejor dicho como fuimos tantos hermanos, no nos molestaba dormir escuchando llorar a un culicagado.
Cómo no podían asustarnos se inventaron meterse en la cocina a jugar con los pocillos de la vajilla. Cuando por quedarnos hasta tarde de la noche, conversando con los amigos en las cantinas o billares del pueblo, entrabamos a la cocina a tomar algo antes de acostarnos, se oía clarito como si descargaran un pocillo sobre el poyo y éste quedara dando vueltas y vueltas antes de asentarse bien.
Cuando en alguna oportunidad nos acompañaba mi mamá, ella decía: Vámonos a acostar ya, que llegó éste espanto cansón a pedir tinto, apagábamos la luz y encerrábamos al pobre espanto hasta el otro día, en la cocina.
León M.N. Marzo de 2013.

miércoles, 6 de marzo de 2013

LLANTO LECHOSO


LLANTO LECHOSO.
Vengo sobre un camino largo, antiguo.
Desde un país del que ya nadie tiene historia.
Partió de las ondulaciones que sobre la mar trazó  una balsa,
Y navegó por entre la neblina.
Luego se dibujó con huellas en la arena,
Delineándose en las hendiduras cavadas por el agua entre las rocas.
Por los intersticios líquidos que unen los juncales
Trepó por cárcavas por las que descienden la lluvia arañando la desnuda tierra.

Traigo entre el vientre, en el centro del sentir:
Dolor de patria.
No te alarmes.
Solo de la patria mía, la intima,
La que yo construí  como un collage de retazos de historias familiares,
De fragmentos de lecciones escolares.
Con recuerdos de paisajes míos, pero en tierra ajena.
Construida con propósitos, enmiendas, contrición y penitencias bien cumplidas.
Me duele una patria de anhelos no encontrados,
De notas musicales que lloran entre cañas de guaduales quejumbrosos
A ritmo de corazones sincopados.

Y sangro una hemorragia blanca como leche diluida,
Que gotea y quema las piedras del camino.
Voy dejando marcado un sendero corroído del que brota un humillo blanco y seco.
Sangro savia de flores albinas que le temen al sol por que las quema.
Es sangre de la patria mía,
No te alarmes.
Sólo de la mía,
La internamente mía,
La patria que construí como un soneto viejo.
Con metáforas prestadas,
Con rimas flojas,
Con asonancias y discordancias que se fueron convirtiendo en mi cacofonía.

León M.N. Marzo de 2013.

martes, 5 de marzo de 2013

CUENTOS POR CONTAR


CUENTOS POR CONTAR.

1.    HACIENDO LA TAREA
De regreso a la casa, luego de haber comprado un  cuaderno nuevo y un nuevo lapicero, se dijo:
Seguiré escribiendo y escribiendo, hasta que aprenda a hacerlo bien. Una vez aprenda a hacerlo con buen estilo, originalidad, de manera clara y bella, cambiaré de oficio.

2.    SE FUE A RECORRER
Metió en una mochila una muda de ropa y su cepillo de dientes. También guardó sus acuarelas, unos pinceles, un estuche con lápices de colores y muchas hojas de papel en blanco. Se fue por el camino que bordea el río y prometió no regresar, hasta no haber pintado todos los paisajes, todos los colores que da el sol de la tarde y el del amanecer.

3.    EL SIBARITA.
Salió a la huerta. Lucila vio, por entre las cañas que forman el cercado, cómo se inclinaba sobre los surcos. Con el sol aun cerca al horizonte, probó las hojas de las coles, los repollos, las lechugas, las de rabanitos y las de remolacha.
Fascinado por esa colección de sabores y texturas salió al potrero  y se mezcló con las vacas, algunas cabras que empinadas, alcanzaban las hojas tiernas de un guayabo y con la yeguada que pastaba. Probó de los brotes del pasto dulce y entre él, saboreó unas hojas jugosas de cilantro de sabana.
Lucila lo siguió desde la ventana, aferrada a los barrotes. Pudo verlo camuflándose entre las sombras y el claroscuro de la umbría cuando entrón en el bosque. El sol ya estaba en el cenit.  Lo imaginó llevándose a la boca puñados de moras negras de lo maduras que estarían. Atiborrándose de mortiños jugosos y del mucilago dulce que recubre las semillas en los frutos rojos.
El sol se deslizó detrás de las colinas que una luna llena pintó de un resplandor cremoso, como el que rebosa en la totuma postrera del ordeño.
Una silueta de mujer aferrada a los barrotes, pasea sus tristes ojos, por la frontera que separa el bosque del potrero.

4.    MITO DE ORÍGENES
Estaba en un lugar de oscuridad.
Dicen los que lo imaginaron al principio, pues nadie habitó allí para  luego venir a relatarlo.
Siegue una ruta circular tan grande, tan enorme, que no logra apreciarse curvatura. Va él monstruosamente grande y solo.
No se le llamó: Resplandeciente, ni hermoso, ni inmensamente reluciente, pues nadie hubo entonces para nombrarlo.
Imaginan que su ruta es en espiral.
Y destellaba pero no reflejaba, ni alumbraba, porque en su camino, su luz, al no tropezar con forma alguna, nada develaba.
Y en la inconmensurable distancia se adivinan sombras densas.
¿Creadas acaso por él en su girar?
¿En su afán de no vagar eternamente solo?
¿Tal vez con la necesidad de ser nombrado, creado, conocido o tal vez reconocido…?
No se sabe…
Pero esas sombras densas detuvieron unos haces de su luz y así supimos creadas las formas, los colores, las texturas.
Y  se abrió el espacio entre el aquí y el allá y el más allá. 
Se supone que de esa manera hubo velocidad, y movimiento en el espacio.
Y su vagar rompió un celaje y causó un silbido y nació el eco cuando tropezó con los objetos densos.
Y emergieron entonces de la nada: la música y la danza.
Y pasaron giros y giros y más giros, y al final mis ojos  que celebran el vagar de sombras, textura, colores, silbos y la danza.
Y la palabra que nombra todo esto y mi capacidad de recreo que cada día veo en aumento.

5.    EL ENCARCELADOR DE CANTOS.
No le rendía la tonga. Los demás peones le cogían ventaja y él, tranquilo se quedaba como alelado, oteando el viento como un perro cazador.
Hasta parecía que movía las orejas buscando ruidos, murmullos, voces lejanas, cantos de pájaros…
Los sábados no se bañaba temprano como los demás.
Ni subía al pueblo vestido de blanco, con el sombreo nuevo y el poncho doblado sobre el hombro.
Se colgaba a la cintura y enfundado en una vaina de cuero, un cuchillito filoso y en la mochila llevaba una cabuya.
Se iba por las cañadas cerca a la quebrada donde crecen silvestres las Caña Bravas.
Agobiándolas cuidadosamente para no quebrarla, les robaba las espigas a las ya florecidas.
Les raspaba sus florecitas que como pelusas formaban los penachos.
Haciendo un haz con las livianas lanzas, las amarraba con la cabuya y así regresaba al corredor de la casa.
Allí era: el tomar medidas, cortar canutos largos, medianos y pequeños.
Y ayudado con una lezna, una rueda de alambre dulce y su filoso cuchillito, iba dando forma a un pequeño palacio con torres, y garitas. Con puerta amplia y de ajustada cerradura. Con techo levadizo que una vez abierto y sostenido con secreto artilugio, el leve vuelo de una mariposa lo haría cerrar apresando a algún intruso.
Terminada la jaulita, probaba su eficiencia cómo trampa.
Aseguraba dentro de ella un pedazo de plátano hartón, el más maduro y perfumado y salía a buscar en el cafetal sombreados de guamos, naranjos y bananos, el sitio ideal para colgar su trampa.
Se sentaba en la fresca sombra a pistiar, toches, turpiales y sinsontes.
Los llamaba imitando sus silbos.
Y acostado sobre las hierbas que crecen y florecen en los surcos de los cafetales, con el sombrero cubriéndole la cara, se dormía soñando con Graciela.
Cuarenta y siete años después y luego de regresar del cementerio, Graciela abrió las puertas de las cinco jaulas que en el corredor colgaban de las vigas y les dio la liberta a dos sinsontes, un turpial, cinco periquitos y más de diez canarios.
Luego guardó en una petaca tejida de bejucos, toda su ropa de color, para tenerla lista para regalársela a los pobres de la vereda y se sentó en la banqueta del corredor a silbar imitando el canto de los pájaros.
No la vieron llorar.

6.    LA NOVIA
Sentada en un  altico en la cabecera del potrero, desde donde podía pistiar el camino y darse cuenta: quién subía y quién bajaba, apretando entre los dientes una verriondera que sentía, finge remendar una camisa.
Y yo que soy tan boba, se decía. – no es sino que me silbe y salgo como pepa de guama a recibirle la visita y le creo todos sus embustes.
Dizque hoy venía a la casa a pedirles permiso a mis papás para hacerme formalmente la visita… y mírenlo. Las horas que son y sin llegar. Ahora dirá que lo cogió la noche en el trabajo.
Dejó a un lado la camisa rota, la aguja y el dedal y comenzó a deshacer sus trenzas. Por si es que llega, no vaya a pensar que estaba engandujada esperándolo. Y si quiere conversar conmigo, va tener que esperar que me vuelva a peinar y a ponerme pispa y sino que se vaya pa´la quita porra.
Que no se  enteren las vecinas que me dejó plantada. Cómo son de trisconas, no les va aguantar nadie sus burlas…
Y si no me quiere volver a arrimar, que se vaya a freír moscas, tampoco me voy a morir por eso ni me voy a quedar para vestir santos.
Mejor dicho: si hoy no baja, y el domingo quiere conversarme en la plaza…Ahí´ manece y no lo güele. Que todo el mundo lo vea arrastrándome el ala, y yo, muy sí señora, como si no fuera conmigo.
Cogía nuevamente la camisa y la aguja para remendarla, pero no daba ni una puntada. Se le iba el tiempo en pistiar y pistiar el camino y hasta se le llorosiaban  los ojos de la rabia que sentía. 
Apretando los puños y los dientes, para no explotar en llanto, desvió la mirada hasta el cerro tras del cual se oculta el pueblo. Estaba tapado por enormes y negros nubarrones.
Qué pesar…, yo tan mal pensada. Miren el aguacero que se desgajó en el pueblo. ¿Será que lo habrá alcanzado en el camino y bajará por ahí: agua dios misericordia…?
Ya mismo me voy a la cocina alzar una ollita de agua para tenerle un tinto calientico.

7.    DOMINGO DEL JUBILADO
Eran las diez y veinte de la mañana cuando abrió la puerta de su casa y entró. Llevaba puesta la ropa que usaba para ir al gimnasio.
Traía en bolsas plásticas frutas y verdura que compró en el mercado campesino que cada domingo se realiza en el parque.
Hoy es domingo, no hará aseo en el apartamento. Sólo tenderá la cama, pues de lo contrario se le daña el programa del lunes.
Sus ropas y el periódico daban cuenta de que la llovizna lo sorprendió en el camino. Recordó que estaba invitado por su nuera a almorzar, así que en la tarde habría salida al parque con los nietos y luego tomaría unas cervezas con su hijo mientras miraban en la tele el partido.
Insistiría en no tomar más de dos y en que lo trajeran temprano para alcanzar a leer los correos antes de dormirse.
El periódico lo leería durante la semana.


8.    TEMPESTAD DE MADRUGADA.
Me despertó un estruendo de locomotora loca que recorría todo por lo alto.
No había amanecido aun y parecía que no iba a amanecer. El mundo como que se iba a acabar antes de que el sol saliera.
Rayos, centellas, batacazos, truenos y bombazos retumbaban.
Era muy extraña una tempestad de estas, en la madrugada. Para mí que era una guerra de los dioses: Afrodita, Urano, Saturno, Eros y Cupido, contra: Apolo, Zeus, Marte, y Artemisa. Minerva o Atenea sin saber qué camino coger. Baco, en media rasca con Vulcano. Mercurio y Poseidón haciendo de las suyas, Y los humanos aquí abajo, sin podernos levantar muertos de miedo.
Sólo atiné a desconectar la tele, el equipo de sonido y el televisor, para que no me fueran a hacer un daño grande, esa manada de locos griegos y romanos que se estaban cascando de lo lindo.
Nada raro que anoche se hayan ido de rumba, y el oráculo se haya puesto a chismosear y banderiar romances clandestinos, incestos y orgías, que son tan comunices entre ellos, y se haya armado el bonche.
Ya van a ser las ocho de la mañana y nada que se calma esa garrotera. Y Sin a quién llamar. Qué caso le van hacer ellos a la policía del cuadrante de la comuna nuestra. Y nuestros dioses Chibchas que se la pasan enseñando a tejer, haciendo cascadas para futuras hidroeléctricas, amasando barro para hacer guacas y rodillos para estampar sus mantas. Ah… Que chimba…
Nada raro que Mercurio haya ido a zapiar a los transportadores, y ahora que pueda salir, me encuentre con que también hay paro de buses y taxista.
Y qué excusa voy a dar en el trabajo. Me van a creer que los dioses amanecieron de juerga y no me dejaron salir temprano. El jefe va a creer que fue Eros que se me metió en la cama con Venus y que fui yo el que empezó la guerra y también el que la perdí pues seguro me descontarán el día.



domingo, 3 de marzo de 2013

A POTROS Y POTRILLOS


A POTROS Y POTRILLOS
                               A la prole de los Montoya Naranjo
No se detenga el galopar de los caballos.
Resuenen como tambores redoblantes,
Sus cascos sobre la llanura.
A horcajadas los muchachos sobre los lustrosos lomos.
Las crines y el cabello al viento.
Las frentes y las testas hendiendo el aire.
Despidan los pechos gritos de alegría.
Músculo, cantos, arrojo y brío.
Emulen liderazgo y competencia.
Cedan el paso al que en alto lleva la bandera
Y confiados sigan el paso al de frente limpia y ancha,
Al de brazo fuerte, al de mano abierta y tendida.
En pastos tiernos la yeguada vieja y los potros de ayer.
Relinchen de gozo los potrillos
Y corra la chiquillada en calzoncillos
A bañarse en charcos de las quebradas limpias.

León M.N. febrero de 2013.

viernes, 1 de marzo de 2013

LA MUERTE DE JUAN LOLO


LA MUERTE DE JUAN LOLO.
A Margarita Arredondo, ese lunes, no la despertaron los cantos de los gallos, ni el cacarear de las gallinas, ni el ladrido de los perros, ni los llamados de las campanas para misa de cinco.  La despertó el silencio. Era un silencio raro, como pesado, quieto, detenido.
-          Qué escozor tan raro siento. Algo extraño está pasando, se dijo. Malaya haberse muerto Lola, mi mama, que era tan buena para adivinar, interpretar y leer los acontecimientos y presagios.
Trabajosamente se sentó en la cama, donde la artritis, las neuralgias y goma de las coyunturas, la tenía  postrada. Apoyada en su caminador, fue a la cocina, y preparó café.
Con el pocillo humeante trabajosamente sostenido entre sus torcidos dedos, abrió la puerta y salió al patio. A través del pequeño solar que separaba las casas, vio a Rosita Sánchez, la hija mayor del difunto Elías, el viejo sastre, que estaba regando las matas de su jardín.
-          Tan juiciosa vos regando las flores tan temprano.
-          Miráme a mí, y sin alzar ni la aguapanela para el desayuno.
-          No le hace mi´ja, qué afán. Miná p´acá te tomás un tito.
-          Quedate vos ahí sentadita que yo misma me lo sirvo.
Y con la confianza de una vecindad de años entró a la cocina de Margarita y se sirvió un pocillo de café y salió al patio a conversar con la vecina.
-          ¿Vos no sentís este día como extraño?
-          Sí, hay como un silencio…, una quietud…, una soledad…
-          Mirá para la Casa de Juan Lolo, Está cerrada, como embrujada, ni se ven en el solar las gallinas, ni los pollos, ni las palomas. Esto está muy raro.
Las dos amigas con ademanes de preocupación y alarma, y caminando con dificultad, cruzaron el patio y la estrecha calle. Abrieron el portillo que da a la propiedad de Juan y se acercaron la puerta de la casa.
Todo estaba en silencio, la puerta y las ventanas cerradas y no se escuchaba como de costumbre, el radio en el que  oía las noticias.
Llamaron: Juan…, Juaaan. Primero en voz baja y luego más fuerte y más intensamente.
Y para eso que ni Yiyo, mi hijo, ni la Plasta de mi marido están, para que de una patada tumben esa puerta, pues yo estoy segura que algo malo le pasó a ese hombre ahí viviendo solo. A ellos les salió un trabajito en la Herradura y se quedaron a dormir allá.
Risita se acercó a la puerta y la empujó con timidez. La puerta se abrió de par en par dejando entrar un chorro de luz que iluminó el rincón derecho de la única habitación que conformaba la vivienda.
-          Margarita, vení que la puerta está abierta.
Las dos amigas, cogidas de la mano entraron, se agachaban un poco para adelantar la cabeza y tratar de ver más claro en la penumbra de la casa.
Con la mano que les quedaba libre a ambas, se taparon la boca y mirándose con ojos desorbitados se dijeron:
-          ¿qué está pasando aquí?
Había pollos, gallinas y palomas en toda la habitación. Silenciosos los animales las miraban desde la cómoda, el escaparate, los taburetes, el fogón y las repisas. La viga paralela al caballete estaba llena de palomas y unos pollos piscuizos. El espaldar de la cama y los pilares que sostuvieron un antiguo baldaquín, eran ahora las perchas donde se acomodaban otras aves. Y en la cama que quedó huérfana luego de la muerte de la otra Lola, la mamá de Juan, anidaban unas diez gallinas y rondaban curucuteando las palomas.
En el catre del rincón, acostado, como durmiendo plácidamente, con un brazo detrás de la cabeza y el otro sobre el estómago, estaba Juan Lolo. Tenía una sonrisa como si estuviera soñando algo muy bueno.
El catre, las cobijas y el mismo Juan estaban limpios, libres de rila de gallinas o palomas.
-          Juan… Juaan, Oiga mijo, despierte.
-          Juan…, a vos que te está pasando, despertate.
Lo llamaban, lo empujaban, pero nada…
-          Margarita: … Juan está muerto… Juan se murió aquí solito…, llamemos al Padre.
-          Llamemos al Dotor.
-          También hay que avisarle a la policía.
Las mujeres caminaban de un lado a otro de la habitación, abrieron las ventanas, entraban y salían, y las palomas, los pollos, las gallinas, silenciosas, apenas se movían para que en el trajín las mujeres no las fueran a pisar.
Por fin lograron ordenar sus pensamientos, cerraron nuevamente la puerta y las ventanas y fueron a avisar lo ocurrido a las autoridades.
Llegó el párroco con monaguillos, agua bendita, hisopo y los santos oleos. El Cabo de la policía y un sargento, el inspector de higiene, pues no había médico ese día en el pueblo.
Lo único que pudieron hacer fueron: unos rezos del cura que contestaron el monaguillo, las vecinas y la policía. Un acta que redactó el comandante y firmaron como testigos las vecinas y el cura. Y el inspector de higiene fue a la alcaldía a solicitar un ataúd pues la falta de familiares directos hacía necesaria la contribución del fisco o la de la Congregación de San Vicente de Paul.
La Noticia se regó como verdolaga en playa. Llegaron beatas rezanderas, plañideras espontáneas, amigos, curiosos, las monjas del colegio, una delegación de los estudiantes y unos empleados de la alcaldía llevando el ataúd donado.
El sacristán preparó el cadáver y le puso el hábito de San Francisco de Asís: El difunto quedó como un santico.
Mientras todo esto ocurría, los gallos, los pollos, las gallinas, las palomas, no salieron de la casa, no se asustaban con el gentío, sólo se corrían para los lados para no estorbar o para que no atropellaran.
Pero lo  verdadero milagroso fue cuando sacaron el catafalco y se formó la procesión rumbo a la Iglesia y luego al cementerio. Todas las aves se fueron detrás y en silencio como los parroquianos. En la iglesia se quedaron atrás y de vez en cuando alguna gallina cacareaba y las palomas currucuteaban.
Terminada la ceremonia, cuando el sacerdote acompañó al difunto hasta el atrio de la Iglesia, de ahí en adelante, nadie volvió a ver a ninguna de las aves. Ni gallos, ni pollos, ni gallinas, ni palomas. Dicen en el pueblo y muchos lo creen, que las aves eran los ángeles de la guarda y las almas del purgatorio que se llevaron a Juan Lolo en cuerpo y alma para el cielo.

León M.N. febrero de 2013.