Ternera Derrotada.
La noche anterior me habían puesto los Santos Oleos, pues disque me
habían notado muy decaído y a veces como que entraba en agonía. Aquella madrugada me fue invadiendo la
nostalgia por mi pueblo, así que cerré los ojos y cogí mi carriel, fui la
Terminal del Sur y en el bus de siete llegué a deshacer los pasos a Armenia
Mantequilla.
Al llegar a la plaza había una algarabía tal, que creí haber llegado
en día de feria. Como es costumbre, al bajar del bus fui a la primera cafetería
que vi, pedí que me despacharan una gaseosa con empanada y me senté a observar
por si veía alguna cara conocida. Así me pude dar cuenta que la algarabía era
por una ternera negra que andaba persiguiendo a un tipo flaco, alto de gafas,
que a primera vista se me pareció a Chamizo. Toda la gente gritaba asustada y
con ruanas, ponchos y sombreros, trataban de distraer a la ternera para que
dejara tranquilo al pobre Chamizo que ya está muy viejo. Pero nada, el animal
seguía detrás del pobre hombre que no hallaba donde esconderse.
Cuando el mesero de la cafetería me sirvió mi refrigerio le pregunté:
- ¿Y que es lo qué pasa, es que están en fiesta? – No Señor, me respondió. – Lo
que sucede es que desde hace como tres meses apareció en el pueblo ese animal.
Aquí lo llamamos: La Ternera Derrotada. Cuando usted menos piensa siente que
viene detrás de usted el bendito animal y si no corre rápido a buscar burladero,
lo ensarta en los cachos y le da una revolcada que lo deja de hospital y luego
desaparece, sin saberse para dónde coge. Ese demonio de animal, de día es negra
y si le sale de noche es banca, pero es la misma. Se le conoce por que es tunca
o tunga como decimos por aquí.
¿- Cómo es la cosa, es que cambia de color la condenada? Es que no le
he explicado. Esa no es una ternera de verdad. Es un espanto que sale los
lunes, por que antiguamente, cuando de aquí salía ganado para la feria de
Medellín, lo embarcaban en un embarcadero que había en La Cumbre, a la salida
del pueblo. El embarcadero se acabó hace muchos años, pero la vaquilla esa se
quedó como perdida a apareció hace poco, para divertir a los muchachos del
pueblo que gozan viendo correr a la gente, perseguida por el ganado derrotado.
Ahora sí que no le entiendo nada. Es un espanto, pero no asusta,
divierte a los muchachos. Pero al pobre Chamizo lo hizo correr y casi que lo
embiste.
Permiso me siento y le cuento toda la historia:
Hace muchos años, por allá en los años 60s y 70s, aquí en el pueblo no
había ni cine, ni televisión, ni discotecas, ni futbol, ni basquetbol, ningún
deporte y ninguna diversión para los muchachos escueleros y menos para los que
ya habían terminado la escuela.
Los muchachos nos divertíamos labrando horquetas de caucheras para ir
al monte a cazar pájaros y arditas. Con tablitas delgaditas como de veinte
centímetros de largo, amarradas a una cabuya, hacíamos zumba zumbas. Hacíamos
yo yos con botones grandes y aplanchábamos las tapas de gaseosas y con ellas
construíamos juguetes.
También coleccionábamos cajetillas de cigarrillos, las que doblábamos
muy buen, así como se doblan los billetes para guardarlos en los bolcillos. Las
cajetillas más comunes eran las de Pielrroja y esas tenían el valor de un peso,
Las de cigarrillos President, valían cinco pesos y las de cigarrillos finos
como el Camel, el Biseroy, y otras marcas, tenían un valor de 10 pesos.
Jugábamos con bolas así: Por una cuarta tenías que pagar un peso, un jeme
pagaba 5 y un pipo pagaba 10 pesos. Si a uno lo pelaban en el juego no tenía
sin que ir al basurero o a las cantinas a buscar cajetillas para poder volver a
entrar al juego.
Bueno, pero usted me está enredando la pita. ¿Qué tiene que ver eso
con la Ternera Derrotada?
Muy sencillo, los lunes la diversión cambiaba. Nos íbamos a pistiar a
los caminos a la entrada del pueblo a esperar que llegaran los vaqueros de las
fincas arriando el ganado para llevarlo al embarcadero. Cuando el ganado ya
estaba en las entradas del pueblo, comenzábamos a correr detrás de él y a
gritar para que se derrotara por todo el pueblo y de esa manera la gente corría
a esconderse y a encaramarse en las ventanas de barrotes para evitar que las
vacas los atropellaran. Eso era una delicia.
Volviendo a la vida en aquellos tiempos en el Armenia, los muchachos
sin nada qué hacer, Comprábamos bolas de cristal en el almacén de Doña Cruz
Ana, donde don Jorge o donde Don Horacio Montoya. A mí personalmente no me
gustaba comprar donde Don Horacio, aunque eran más baratas, porque ese Señor
era muy bravo y tiro por lapo, salía uno regañado. Cuando no teníamos plata nos
íbamos al monte a coger chumbimbas, que son unas semillas redonditas, negras y
duras o a coger chochos al Tambor y con eso jugábamos, al Perseguido, al palmo,
al Arroyuelo, a los pares y nones y muchos juegos que los muchachos más grandes
nos enseñaban en la escuela.
Pero hombre por dios, ¿Qué pasó con la Ternera Derrotada?
Es que recordando esas
jugarretas se me va el hilo de la conversa. Cuando el ganado se desparramaba
por todo el pueblo, los vaqueros se demoraban mucho para reunirlo nuevamente y
hasta la policía tenía que ayudar teniendo quietos a los muchachos para que
dejaran de molestar.
Cuando el ganado llegaba al pueblo en horas de clase, nos perdíamos
las Corridas de San Fermin en Armenia Mantequilla, pero nos desquitábamos, pues
nos escapábamos de la escuela y nos encaramábamos en las guaduas de los
corrales del embarcadero y desde allí hacíamos escándalo tratando de que las
vacas se asustaran más y no entraran al embudo y en vez de entrar al camión
saltaran a la calle y ahí sí era la fiesta corriendo detrás de ella y viendo a
las viejas y a los señores correr a esconderse.
Con decirle que una vez que hicimos derrotar un toro grande, bajaba de
la plaza un viejito que era bizco, de esos que tienen los ojos tan torcidos que
en vez de ver una persona, ven dos. El toro iba calle abajo y él venía en
contravía. Del susto y la bizquera que tenía vio dos toros que se le venían
encima y también vio dos ventanas, entonces se subió a la ventana que no era y
lo agarró el toro que sí era. ¡ Qué revolcada tan verraca la que le pegó ese
toro.
Los sábados que no había que ir a la escuela nos poníamos a jugar con
tiratacos hechos con los frasquitos de anestesia que botaba el dentista del
pueblo que era don Raúl Velásquez. También jugábamos guerra con bodoqueras y a
los bodoques que hacíamos con hojas de cuadernos viejos, les poníamos espinas
de naranjo en la punta para chuzarle las nalgas a los de ejército contrario
cuando les disparábamos. Era común que jugáramos a los Policías y Ladrones, a
la Pelota Envenenada, Guerra Libertada y nos íbamos a los potreros cercanos a
torear los terneros grandes.
Hombre por dios y a propósito de torear, ¿qué pasa con la Ternera
Derrotada?
Qué pena con usted, siempre me desvío de lo que le estaba contando,
por recordar esas épocas en las que aquí en el pueblo no había nada qué hacer.
Le cuento que el padre Gonzalo
Rivera, quien es el Párroco de acá. Ya conjuró a la tal Ternera Derrotada, para
que se vaya de estos lados y deje de asustar a la gente, pero nada que se va.
– Hombre ¿qué es eso de conjurar? – es como un exorcismo para animales, que reza
el padre, después de los bautismos de las once y antes de empezar la misa de
doce.
Toño Verriondo, que es un señor muy
bravo del pueblo y que es el verraco
para enlazar ganado; una noche que subía de la casa de él que queda allí abajito,
vio la ternera blanquita que resoplaba y escarbaba la tierra queriendo
envestirlo. Se devolvió a la casa y sacó una soga de cuero que tenía en un
garabato en la pesebrera. Le abrió bien
el ojo de enlazar y se la tiró enchipada a los cachos del animal y la
agarró. Tan pronto se dio cuenta el animal que lo tenía enlazado, dio media
vuelta y empezó acorrer calle arriba. Toño Verriondo no soltaba la soga y a
veces arrastrado, otras corriendo o rastrillando contra el empedrado del suelo
iba detrás de la ternera. Pasó par la cumbre como Alma que lleva el Diablo. En
la boca calle de la María siguió rumbo al Encenillal y Toño pegado de la soga
no la soltaba, ni la podía detener. Pasó como una exhalación por enfrente de la
Escuela de la Loma y por la portada de la entrada para la Finca de la Unión.
Por el camino en frente de la casa de Bacina, pasó dando tumbos de barranco en
barranco y Toño no la soltaba. La verraca ternera pasó por el Lobo y esos
potreros faldudos y no se detuvo hasta que no llegó a la orilla del Cauca. Allí
dio un resoplido y como ya estaba amaneciendo el martes, se desapareció y quedó
Toño, más Verriondo, que su apodo.
Yo no sabía ya si creer o no
creer las historias de La Ternera Derrotada, y como ya se acercaba el medio
día, le pregunte al mesero, dónde quedaba el hotel del pueblo y me fui a
almorzar. Luego de que hice la siesta en una silla perezosa que había en el
corredor de atrás junto a la cocina del hotel de Doña Dévora, salí nuevamente a
la plaza. Allí seguía el jolgorio con la ternera que no dejaba salir de una
cantina, al pobre Chamizo, porque si salía tenía que correr mucho para que no
lo revolcara.
El espectáculo siguió toda la tarde,
pero yo me regresé en el bus de cuatro, llegué a mi casa y como ya había deshecho mis pasos,
me acosté y me morí tranquilo.