DURMIENDO CON EL ENEMIGO
La gran
verdad de este libro es que la bondad puede ser un lastre y que es preciso
aprender a renunciar a ella cuando nuestra supervivencia está en peligro. De lo
contrario, nos hacemos cómplices de quienes quieren destruirnos.
La
anterior es una afirmación del escritor Gustavo Arango, columnista del periódico:
VIVIR EN EL POBLADO, al referirse al Libro, El Príncipe, de Maquiavelo.
Me
impactó pues se parece a una frase muy común entre las Señoras de mi pueblo,
Armenia Mantequilla, que decían: Una cosa es ser bueno y otra muy distinta es
ser pendejo.
No puedes
pelearte con tus amiguitos. Era el consejo que siempre me
daba mi mamá, cuando me besaba al despedirme rumbo hacia la escuela. Y claro,
en la tarde al saludarme de regreso, yo estaba con la boca reventada,
chorreando sangre o con un ojo amoratado por los puñetazos de mis amiguitos.
Y mi
papá me increpaba: Usted es que es bobo, pues si le van a pegar defiéndase…
Y al
día siguiente intentaba esta nueva estrategia. Cuando se acercaron los
brabucones en el recreo, ya estaba yo preparado y como: el que pega primero, pega dos
veces, fueron otros los que resultaron con el ojo colombino.
Pero al
reiniciar las clases se amotinaron contra mí: La defensoría del pueblo, las
ONG, la comisión de los derechos humanos, la corte penal internacional, los
vecinos y muchos otros incluido el papa, y me acusaron y condenaron por abusivo,
por haber golpeado en un descuido al
contrincante, por tener más fuerza o estar mejor alimentado y no se por cuantas
ventajas más que disque yo tenía.
No te
juntes con malas compañías, fue la admonición con que se
lavaron las manos mi papá y mi mamá cuando llegué a casa, suspendido de las
clases, por una semana y con la orden de no regresar a la escuela si no me
acompañaban ellos a pedirles perdón a mis verdugos delante de todos los alumnos
del plantel formados en el patio en acto solemne y con izada de bandera y todo.
Dime
con quién andas y te diré quién eres. Ese fue la siguiente máxima
hogareña que aprendí como parte de mi preparación para la vida adulta.
Siendo
cuidadoso en dar estricto cumplimiento a la prédica, me convertí en el Huraño,
El Solitario (pero sin caballo, ni antifaz) en el Cusumbo Solo, el engreído que
no se junta con nadie y casi que me convierto en el novio del muchachito
afeminado y rechazado por los demás. Por mi nueva actitud de no querer untarme
de pueblo, de esconderme de los que hacían trampas en los exámenes y en los
juegos de trompo y de canicas, de los que tenían navajas y caucheras, de los
que apretujaban a las amiguitas contra las tapias paro robarles besos, de los
que apostaban las moneditas al pares y nones, de los que decían malas palabras
cuando los molestaban, de los que no iban a misa todos los días y le decían
mentiritas a los papás y los maestros, todo eso me convirtió en serio candidato
para irme de cura y como entrenamiento, el párroco me nombró monaguillo.
Todo
esto que viene a mi memoria por la alusión que hizo hoy el escritor Gustavo
Arango de El Príncipe de Maquiavelo, lo escribo como un cariñoso regalito para
el Señor Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, al Dr. Humberto de la
Calle, al General Oscar Naranjo y todos sus compañeros; que duermen con el
enemigo en los Hoteles de la Habana.
Recuerden:
que
la bondad puede ser un lastre y que es preciso aprender a renunciar a ella
cuando nuestra supervivencia está en peligro. De lo contrario, nos hacemos
cómplices de quienes quieren destruirnos.
Y a los
congresistas que les dio por viajar de vacaciones a Cuba, les digo lo que me
decía mi mamá: No te juntes con malas compañías, porque, Dime con quién andas y te diré
quién eres.
Quiero,
como todos los colombianos, LA PAZ, pero una cosa es ser bueno y generoso y otra muy
distinta es ser pendejo.
León
Montoya Naranjo. Oct.4-2013.