viernes, 4 de octubre de 2013

DURMIENDO CON EL ENEMIGO

DURMIENDO CON EL ENEMIGO
La gran verdad de este libro es que la bondad puede ser un lastre y que es preciso aprender a renunciar a ella cuando nuestra supervivencia está en peligro. De lo contrario, nos hacemos cómplices de quienes quieren destruirnos.
La anterior es una afirmación del escritor Gustavo Arango, columnista del periódico: VIVIR EN EL POBLADO, al referirse al Libro, El Príncipe, de Maquiavelo.
Me impactó pues se parece a una frase muy común entre las Señoras de mi pueblo, Armenia Mantequilla, que decían: Una cosa es ser bueno y otra muy distinta es ser pendejo.
No puedes pelearte con tus amiguitos. Era el consejo que siempre me daba mi mamá, cuando me besaba al despedirme rumbo hacia la escuela. Y claro, en la tarde al saludarme de regreso, yo estaba con la boca reventada, chorreando sangre o con un ojo amoratado por los puñetazos de mis amiguitos.
Y mi papá me increpaba: Usted es que es bobo, pues si le van a pegar defiéndase…
Y al día siguiente intentaba esta nueva estrategia. Cuando se acercaron los brabucones en el recreo, ya estaba yo preparado y como: el que pega primero, pega dos veces, fueron otros los que resultaron con el ojo colombino.
Pero al reiniciar las clases se amotinaron contra mí: La defensoría del pueblo, las ONG, la comisión de los derechos humanos, la corte penal internacional, los vecinos y muchos otros incluido el papa, y me acusaron y condenaron por abusivo, por haber golpeado en  un descuido al contrincante, por tener más fuerza o estar mejor alimentado y no se por cuantas ventajas más que disque yo tenía.
No te juntes con malas compañías, fue la admonición con que se lavaron las manos mi papá y mi mamá cuando llegué a casa, suspendido de las clases, por una semana y con la orden de no regresar a la escuela si no me acompañaban ellos a pedirles perdón a mis verdugos delante de todos los alumnos del plantel formados en el patio en acto solemne y con izada de bandera y todo.
Dime con quién andas y te diré quién eres. Ese fue la siguiente máxima hogareña que aprendí como parte de mi preparación para la vida adulta.
Siendo cuidadoso en dar estricto cumplimiento a la prédica, me convertí en el Huraño, El Solitario (pero sin caballo, ni antifaz) en el Cusumbo Solo, el engreído que no se junta con nadie y casi que me convierto en el novio del muchachito afeminado y rechazado por los demás. Por mi nueva actitud de no querer untarme de pueblo, de esconderme de los que hacían trampas en los exámenes y en los juegos de trompo y de canicas, de los que tenían navajas y caucheras, de los que apretujaban a las amiguitas contra las tapias paro robarles besos, de los que apostaban las moneditas al pares y nones, de los que decían malas palabras cuando los molestaban, de los que no iban a misa todos los días y le decían mentiritas a los papás y los maestros, todo eso me convirtió en serio candidato para irme de cura y como entrenamiento, el párroco me nombró monaguillo.
Todo esto que viene a mi memoria por la alusión que hizo hoy el escritor Gustavo Arango de El Príncipe de Maquiavelo, lo escribo como un cariñoso regalito para el Señor Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, al Dr. Humberto de la Calle, al General Oscar Naranjo y todos sus compañeros; que duermen con el enemigo en los Hoteles de la Habana.
Recuerden: que la bondad puede ser un lastre y que es preciso aprender a renunciar a ella cuando nuestra supervivencia está en peligro. De lo contrario, nos hacemos cómplices de quienes quieren destruirnos.
Y a los congresistas que les dio por viajar de vacaciones a Cuba, les digo lo que me decía mi mamá: No te juntes con malas compañías, porque, Dime con quién andas y te diré quién eres.
Quiero, como todos los colombianos, LA PAZ, pero una cosa es ser bueno y generoso y otra muy distinta es ser pendejo.
León Montoya Naranjo. Oct.4-2013.