MEDITACIONES.
Hoy
un destacado pensador me ofreció nuevas perspectivas para considerar cuestiones
como la política y el poder, el consumo, la seguridad y la libertad, en
definitiva, la búsqueda la felicidad.
El polaco Zygmunt
Bauman un influyente sociólogo de 89 años y el
premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales.
Luego de leer una
entrevista que le hicieran…
No me digan más qué
tanto ha crecido económicamente el país y ni cómo vamos en el concurso de los
países emergentes.
Díganme
cómo se distribuye esa riqueza entre la población y sobre todo entre los que
trabajan, pero también entre los que no encuentran empleo, ni donde cultivar la
tierra.
No
creo que sea posible termina con la desigualdad, ni que sea un buen objetivo luchar
para que ello ocurra. La diferencia es estimulante y bella. Pero que la
desigualdad económica y de oportunidades en el saber, en el disfrutar, y en las
posibilidades de sobrevivir, sea cada vez más grande, es una catástrofe para la
humanidad.
No
me exhiban el cuadro de barras que muestra el crecimiento del PIB a través de
tiempo. Muéstrenme cómo decrece día a día el número de los que tienen mucho,
casi todo, y como cada instante aumenta el número de pobres, hambrientos e
indigentes.
No
publiquen más las estadísticas de todos los graduados de bachillerato, de
carreras técnicas, tecnológicas, de profesionales universitarios, de posgrado,
especializaciones, maestrías, doctorados y postdoctorados. Díganme por favor,
cuántos de ellos han conseguido empleo, empleo digno y empleo para desarrollar
lo que estudiaron.
Díganme
anualmente, cuántos de los graduados como bachilleres, pasaron a la universidad
y cuántos de ellos continúan estudiando cada semestre.
Recuérdenme
frecuentemente las estadísticas de los trabajadores, y profesionales que han
tenido que migrar en busca de trabajo y cuántos de los que regresan con las
manos vacías, encuentran en su Madre Patria una acogida generosa.
Hagan
una estadística que refleje el porcentaje de los graduados entre 25 y 30 años
que no han podido independizarse económicamente de sus padres. En cuantos
hogares viven los hijos mayores y ya casados, porque su salario o ingresos no
les son suficientes para vivir independientemente y tienen que usufructuar la
pensión de sus padres o los ingresos de negocios de familiares o de los abuelos.
En cuántos de ellos la abuela, que trabajó por levantar a la familia, no puede
descansar porque ahora le toca ser la niñera de los nietos, la cocinera de una
familia extensa, la enfermera de una prole grande, la cuidadora de los enfermos
en la casa en la que todos viven hacinados.
Todas
las sociedades han tenido:
Clase
alta, los ricos los que tienen mucho y entre ellos, algunos generan empleos.
La
clase media: Amplia, grande, robusta, trabajadora, dinámica y emprendedora. Y
entre ellos algunos zánganos ociosos.
Clase
baja: los pobres, que alguna vez fueron pocos, que casi nada tenían y en muchos
casos les faltó estudio, oportunidades, salud, inteligencia o suerte. Y entre
ellos algunos que graduamos de mendigos pordioseros.
La
clase alta no ha crecido.
La
clase media ha crecido en número. Las estadísticas reflejan ese dato como
MOVILIDAD entre los estratos sociales.
Con
la utilización de algunos indicativos muy, muy discutibles entre ellos:
Poseer algunos electrodomésticos.
Tener
casa de interés social y regalada con la palanca de un político.
Tener
acceso al Sisben, por ser colombiano o residente en Colombia.
Porque los hijos van
al colegio, o
Porque el papá tiene
carnet como vendedor de chicles en la vía pública.
Alguna de estas
circunstancias o alguna de las muchas que se puede esgrimir harían que alguien
que logra llevar a su rancho, el equivalente a
5 dólares diarios, sea considerado que salió de la pobreza y ya ascendió
a la clase media.
La persona antes
descrita y alguien que de hecho y derecho pertenezca a la clase media,
comparten hoy las siguientes características:
La
precariedad,
La
inseguridad,
El
miedo,
La
imposibilidad de tener confianza en el futuro,
El
gran riesgo de desmejorar su nivel de vida y
La
propensión a la depresión profunda.
Los
pocos de clase alta, los ricos, no tiene necesidad de ejercer la democracia por
medio del voto, sólo aportan para que se elija a los que les conviene y vigilan
para que así suceda.
Los
pobres, los ignorantes votan, no por el futuro, cuando votan, casi todos votan
por un almuerzo, por una promesa y luego de que no se cumpla, aceptarán la
disculpa de que fue que así lo quiso dios.
La
clase media, el sostén de la democracia, ya no vota, o vota menos cada vez. La
desilusión de ellos y sus jóvenes que con talento, disciplina y esfuerzo; con
logros académicos, artísticos o deportivos, soñaban que lograrían el éxito, el
reconocimiento, mantener siquiera el nivel de vida actual de su familia, se han
convencido de que todo es una trampa en la cual han caído ingenuamente.
De
nada ha valido: pasión, compromiso, participación, confianza, tenacidad y
sacrificio en perseguir sus sueños.
La
política que es la capacidad de decidir lo que se quiere y de elegirlo; es un
fenómeno local, burlesco, es un sainete.
Y
el poder, la capacidad de hacer, es un hecho real globalizado.
Política
y poder van por senderos diferentes, viven en diferentes dimensiones. No se
juntan.
Los
gobiernos que se imponen o los que son elegidos tienen: políticas, discursos,
ideologías; pero no tienen poder para realizar los que promete.
Y
aquellos que detentan el poder no son sujeto de control político. Y esto es la
mayor amenaza de la democracia.
La
soberanía económica, el verdadero poder determinante de lo que se puede o no se
puede hacer, se ha convertido en una falacia. Globalizada como está, no se detiene,
apresa o se defiende con fronteras. Vive como dije antes, en otra dimensión del
existir.
Haría
falta para controlarla, una suerte de entidad global administrativa, elegida
globalmente y lejos estamos de pensar en ello, aun frente a los tímidos esfuerzos
europeos, los berrinches de UNASUR, los abusos del agonizante Parlamento
Andino, la inutilidad de la OEA y la vista gorda de la ONU.
Sólo
en este desierto escucho de Carl Sagan su poema: Ese pálido punto azul, que
nos recuerda lo pequeños que somos en la inmensidad del cosmos, en la
inmensidad de nuestra arrogancia, en la inmensidad de nuestra ignorancia y en
nuestra inmensa incapacidad de ser creativos.
Cooperar
como lo harían los viajeros conscientes de que van en la misma nave a la
deriva. Cooperar y no competir como lo hacen las ratas cuando el barco amenaza
irse a pique. Cooperar será lo único que salve nuestra especie del gran fracaso
que se avecina, para nosotros, que en el azar de la evolución alguna vez
creímos ser un afortunado acierto.
Nos
han vendido que el éxito, el verdadero crecimiento, es el que se logra a través
del consumo y éste es acicateado por la competencia y sólo así, se elevan las
cifras del PIB. Pero al elevarse este la pobreza no desciende.
Y
de ésta manera la felicidad que se logra, la certeza del éxito, será constatar
que los otros, los demás, los pobres, han logrado menos que nosotros.
Qué
triste panorama de éxito y la felicidad, el que me llega al comprobar que soy
de los pocos que tienen, y que cada vez los otros tendrán menos, pues los
recursos de esta parcela en que vivimos, son limitados.
Y
si los ricos logran migrar a otro planeta, como ya lo están intentando, ¿será
que su felicidad y su éxito continuarán al no contar con los pobres para
contrastarse?
Soy
feliz porque soy rico y soy rico porque tengo más que los otros. Y ¿si no hay
pobres, no podré sentirme rico, ni feliz?
Para
mí (leyendo a Zigmunt Bauman) la
paradoja se resuelve en el compartir, en dejar de medir el crecimiento
económico y de privilegiar el consumir.
Medir
el la producción y de ella el índice de redistribución y la mengua de la
desigualdad.
Sería
una manera de utilizar la riqueza del planeta y la que somos capaces de crear,
de una manera más sabia y más ética, diferente a utilizarla, para acumular y
presumir.
Me
niego a creer que muchos hombres de industria, inventores, pioneros,
emprendedores, son tontos porque aun frente a su riqueza obtenida. Frente al
paso avasallante de los años, siguen al pie de sus negocios, por el sólo placer
de trabajar, por el placer del alago y del reconocimiento, propio y ajeno de su
trabajo bien hecho.
Me
niego a pensar que son y fueron tontos de remate, tantos sabios, médicos,
misioneros, investigadores, cooperantes, que dejando sus familias, carreras y
comodidades, viajaron por selvas, pantanos, y desiertos en busca de otros seres
humanos, de otras especies de vida para protegerles.
Me
atrevo a pensar que un buen número de ricos,
millonarios y multimillonarios, que lograron entre otros, el éxito económico, y
que luego de lograrlo, han comenzado a deshacerse de él, donando grandes sumas,
a causas científicas, benéficas, sociales y culturales, no es que estén locos.
Tan
sencillo: de sus variados logros, sólo del económico se pueden desprender. Del
logro del placer de servir, del placer de cooperar, de su auto reconocimiento
por un trabajo bien hecho, del placer de su vida en familia y de sentirse
miembros de una sociedad que los acoge y respeta, de eso no se pueden
desprender aunque quisieran.
Y
aquellos muchos que no buscaron la riqueza, que vagaron a pie, con la
imaginación o en coche, persiguiendo la belleza; y que la hallaron en los
versos, las historias reales o inventadas. Aquellos que no descubrieron nuevos
mundos, ni nuevos materiales, pero que descubrieron mil colores y en lienzos
los plasmaron, Aquellos que pulen la piedra y los metales, que tallan la madera
y dan lustre a los cristales. Ellos nos llenan de placer estético. Inundan el
paisaje de grandes melodías y canciones. Para ellos también la vida cómoda en
un alar vecino, y la seguridad y los cuidados y el respeto.
Quiero
concluir mi meditación sobre las ideas que escuché de Zygmunt Bauman, aceptando que
hay dos valores que dignifican la vida humana: Seguridad y Libertad.
Seguridad
sin libertad es esclavitud, y libertad sin seguridad es el caos. Dijo
él.
Todo
ser viviente necesitase seguridad y para nosotros los humanos esa seguridad se
expresa en:
Un
suelo donde no nos llamen extranjero.
Un
techo digno que nos cobije en familia.
Una
cuota suficiente de aquello que nos constituye en gran medida que es el agua.
Un
trabajo digno que es el que se hace por vocación, por libre decisión, sin
esclavismo.
Una
comunidad a la cual pertenecer que nos eduque para participar y crecer con
ella.
Acceso
a los logros espirituales, culturales, científicos y económicos de nuestra
sociedad.
Y
que aquella porción de bienes materiales, que nuestro trabajo y el derecho que
juntos formulamos, nos asigne, sean respetados o hechos respetar por nuestros
elegidos.
Qué
pobre objetivo el de llegar a ser uno de los pocos ricos que alguna vez poblara
este planeta, que visto desde una de las estrellas más cercana a nosotros, es
apenas un grano azul pálido, en una playa formada de millones de
constelaciones.
León
M.N. marzo de 2014.
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