jueves, 27 de marzo de 2014

CASTROCHAVISMO


Señor Oscar Collazos.
Yo  leo sus columnas. La verdad debe ser porque me gusta su manera de construir las frases o el ritmo que le da, algo debe haber en su literatura, que me gusta, pues por algo las leo.
Leo a otros columnistas de diferentes corrientes. No necesariamente a los que coinciden con mías ideas políticas, económicas o sociales.
Les reconozco a los columnistas – tal vez ilusamente- que su responsabilidad al ver que tienen un espacio en la gran prensa, los hace reflexionar mucho lo que escriben, al saber que son leídos – tal vez por mucha gente- y que quién los lee, tomará algo de lo que lee para formar sus propios conceptos.
Me ha parecido desde joven, que los columnistas, deben ser gente ponderada, ecuánime y responsable. Que saben que las palabras son como las flechas, que una vez lanzadas por el arco, ya el arquero no gobierna el rumbo que ellas tomen.
Les reconozco, o más bien creo que cumplen- aunque no se lo propongan- una labor pedagógica frente a sus lectores y a través de ellos, con los contertulios de ellos.
Pero cuando leo columnas como la suya hoy: Castrochavismo, me da un desaliento…, al constatar la ligereza, la aparente ingenuidad. – Porque creo que sólo es aparente ingenuidad la suya- al decirnos que el castrochavismo es tan sólo un muñeco de papel que se inventó el Señor Uribe, un espantapájaros, o mejor un espanta bobos.- pues eso es lo que leo entre líneas, al releer su columna.
No nos da usted, sus razones para afirmar que el socialismo del siglo XXI, no es el chiquero al que quieren entrar los Chavistas y de donde se quieren salir los cubanos. No usted no da argumentos, solo da frases ingeniosas y por qué no decirlo: frases chistosas, pura y escueta literatura.
Es usted capaz de una gran simplicidad, y le viene  bien a su composición con tono de sainete, al afirmar que entre Santos y Uribe lo que ha habido es una rabieta de novia engañada.
No señor Collazos, lo que los Colombianos vimos fue a alguien durante un largo período actuando como leal ejecutor de unas políticas de seguridad, fungió de defensor de posturas y de políticas en materia de relaciones internacionales y de defensa de la soberanía, se hizo elegir como adalid de esas posturas, de esas políticas y cuando logró el cargo que quería, destapó sus cartas y ocultó las que utilizó para engañar a todos sus electores. Eso fue lo que vimos
Sueño como usted, con que:
Las fuerzas políticas de derecha democrática, centro e izquierda; los empresarios y países que dan su apoyo a las conversaciones de La Habana; las bancadas parlamentarias que legislarán del 2014 al 2018 no son ni serán el colchón donde reposará el castrochavismo, sino los actores de un modelo de país y sociedad que buscará paz y justicia sin guerrillas.
Pero temo, que cuando no se habla de pedir perdón (todos los que nos han victimizado) de entregar todas las armas (los que constitucionalmente no han recibido el encargo de portarlas para defendernos) de que no es lícito que sigan delincuentes legislando y que ahora vengan otros delincuentes a legislar y gobernarnos, cuando sólo se habla de cómo hacer para que el pueblo se trague otro embuchado incierto, temo que lo que estamos dando es un salto al vacío o iniciando quizás una nueva masacre.
Si llegó hasta esta parte de mi mensaje, le agradezco. Lo seguiré leyendo pues me gustan los cuentos, la poesía, las novelas, la ficción, los ensayos y aprendí que la historia hay que leerla con cuidado, pues lleva mucho del alma del que la escribe y poco de objetividad. Y los columnistas a más de entretenernos a veces nos provocan y nos hacen pensar, nos retan y nos fuerzan a escribir lo que pensamos.
Cordial saludo.
León Montoya Naranjo.


miércoles, 26 de marzo de 2014

EL PERSONAJE

EL PERSONAJE.
I
Mi vida cambió. Y fue precisamente en el momento en que menos lo pensé, lo esperé o en el que  menos debía haber ocurrido.
Estaba empezando mi retiro, gozando de una cómoda jubilación- Miento-, una pensión que se va achicando cada mes por cuenta de la inflación, que aunque sea poca en las estadísticas, se siente grande en el supermercado, es muy incómoda.
Lo que de verdad gozaba era hacer lo que a mí me diera la gana. No tenía horarios, no sentía  la presión de: tengo que madrugar, tengo que ir a pagar, tengo que llevar, tengo que conseguir… Los tengos se me habían acabado.
Pero una mañana, al asomarme al balcón y estirar los bazos para desperezarme, o para saludar al sol, como disque hacían los indios, lo vi allí. Estaba parado en la esquina y mirándome.
Nuestras miradas se cruzaron y esa fue mi perdición. Entré nuevamente a la alcoba en silencio y cavilando. Tomé una ducha larga, como lo hago ahora desde que me jubilé. Mientas disfrutaba sintir cómo rueda el agua por mi espalda, cómo un chorrito de ella me cae de la nariz al bigote y sigue por el mentón, el pecho y el ombligo… lo encontré. Si tenía que ser él. Era el personaje.
Ese hombre flaco y alto, de sombrero blanco de alas anchas. Blanco igual que su pantalón y su camisa. De carriel de piel de tigrillo y riata negra. Con una mano entre el bolsillo del pantalón de dril, con cuatro pliegues al frente y en la otra sosteniendo un cigarrillo sin filtro. Que me miró por debajo del ala de su sombrero como quien se asoma a mirar hacia arriba debajo de un alero: No era nadie conocido hasta entonces en el barrio.
 Él era el personaje de un cuento que aun no se ha contado.
Fue quien en silencio se enamoró de la monja recién llegada al convento de su pueblo. Que desde que la vio bajarse del bus en que llegaba junto con otra compañera, lo miró, esquivó la mirada, y luego volteó a mirar hacia atrás, como buscándolo, antes de entrar por el zaguán que conducía al clausura del convento.
Esas miradas se quedaron como brazos colgados de sus mutuos cuellos, como abrazos que trepan en busca de una fuente para apagar la sed que comenzó a quemarlos desde entonces.
Madrugó desde aquel sábado y siguió haciéndolo todos los días, a la misa de cinco. Supo de la piedad con que las monjas rezan el Magníficat y de la devoción y las distintas melodías con que cantan el Gloria y el Tedeum. No escuchó una sola epístola, ni un evangelio, ni menos aun las homilías. Sus ojos le ardían de mirar tan detenidamente los mantos negros que cubren las cabezas de las monjas. Buscaba entre ellas la mirada que se le quedó clavada como una cruz sin redención y sin domingo de resurrección.
Se supo que una noche de tempestad, oyeron el llanto de un niño en el convento y dicen que muy de madrugada un auto negro y de motor silencioso, recogió una pasajera junto al zaguán que comunica con la clausura del convento. Sin hacer ruido cruzó las calles de aquel pueblo y antes de que amaneciera se perdió entre la neblina.
Al salir de la ducha, mientras me ponía bermudas y calzaba mis albarcas…, de sopetón me llegó el: Tengo que escribir ese cuento. Y aquí me tienen enganchado.
II
El lunes, después de mi baño sin apuros y de mi desayuno lento y masticado, me visto, no con bermudas, pues tengo que salir. Tengo que encontrar datos biográficos del hombre de vestido blanco y de la monja de manto negro.
Tomé rumbo a la terminal de transportes a averiguar por dónde salen los buses para ese pueblo dónde ocurren tempestades, que tiene convento, donde una mañana entró una hermanita y meses después salió una madre muy de madrugada. De ese pueblo que aun hoy desconozco.
El bus en que iba, se detuvo una cuadra antes de la terminal, frente a la luz roja de un semáforo. Y enfrente a mí, por lo que llaman cebra, veo que cruza un hombre ya entrado en años y de sombrero de fieltro no tan viejo. Le sigue la que debe ser su mujer, dos niños y una niña. Cada uno carga un costal o una talega. Como migrantes traen a cuestas su equipaje.
El hombre extiende el brazo, como una gallina extendería sus alas protegiendo su camada. Mira hacia el bus, pues teme que se les venga encima  y al mirar, se encuentran con mis ojos que lo miran y aprovecha ese instante y me suelta de sopetón, de un solo golpe toda su historia para que yo la escriba.
Me habló de gente rara, de forasteros que tarde en la noche o de madrugada cruzan los caminos. Que hablan en voz recia pero en tono bajo, como dando órdenes, como insultando.
Me contó que en varias ocasiones, yendo en su yegua mora rumbo al pueblo; al doblar algún recodo del camino y a punto de que apuntara el sol tras la cuchilla, se encontró tirado en la cuneta del camino con el cadáver ensangrentado de algún compadre, de algún vecino y también el de algún desconocido.
Me relató su perplejidad, su desconcierto, su incredulidad ente la indiferencia del vecindario, del corregidor, del alcalde y de la policía. Me narró todo el silencio aterrado y lacrimoso de las viudas y el silencio de los huérfanos, que es como un sollozo espasmódico y de ojos que miran como interrogando. El silencio de las guacharacas posadas en los árboles altos que dan sombrío al cafetal, abajo en la quebrada, que también se escucha claritico y silenciosa.
Despacio y entre lágrimas que seca con su poncho, me dice que no pudo saber:
Por qué..,
Cuándo…,
Dónde…
Y cómo...
Y que mucho menos pudo saber quién.
Y me preguntó dónde podría meterse con su familia, al menos esta noche.
La luz roja dio paso a la verde y el bus siguió hasta el paradero. Yo me bajé, y con la mirada busqué en las cuatro esquinas anteriores, al personaje de esa historia de terror que había escuchado.
No lo encontré.
Me quedé en el andén sin saber a dónde dirigirme: si tras el pueblo que sin duda tiene nombre o tras la familia que sin duda, hoy no encontrará cobijo.
III
Necesitaba un café para aclarar mis pensamientos. Entré en la terminal. Fui en busca de la cafetería y ordené un tinto negro bien cargado y doble. Mientras lo degustaba, lentamente, como ahora me gusta hacer todas las cosas, saqué de mi mochila, el cuaderno de notas y garrapateé unos apuntes para ésta nueva historia.
Al terminar, pedí la cuenta. Saque mi billetera listo para pagar el importe del café y al entregar el dinero a la mesera, a la niña, a la señorita, a la copera, a la salonera, a la mujer que me atendió; sus ojos se cruzaron con los míos y mientras me entregaba las devueltas y yo las recibía… así de improviso, y sin que yo la interrogara me narró:
La verdad es que era mujer, salonera, mesera, copera, niña, pero no señorita aunque quisiera.
Quiso ser secretaría, enfermera o maestra. Y como en su pueblo decían que: enfermera, secretaria o maestra, la que no lo da, lo presta… ocurrió lo que no debía haber ocurrido. Lo que no tiene por qué seguir ocurriendo, lo que jamás debe ocurrir.
Ama a casi todos sus parientes, a los paisanos,  a los compañeros del colegio.
Sueña que logrará su meta de una profesión digna y el futuro dorado que entre nubes color pastel dibuja cada noche.
Reza por que se cumplan las promesas a pesar de los pesares y del peso que debe soportar a solas.
No deja de cantar y cuando no puede cantar lo tararea quedo. Y danza también sola y cuando está a solas, siente que le abraza y bailan pegaditos y se acuesta sola.
Que al principio fue duro, y que ahora, aunque duro, ya no lo es tanto. Y que el tiempo, que lo cura todo, va curando las heridas. Y espera que sólo queden cicatrices en el alma, donde no es preciso taparlas con maquillaje, pues el alma no se deja maquillar.
Y sale a trabajar, o del trabajo sale y canta y cuando no puede cantar lo tararea.
Me va a contar los detalles, pero la llaman de la mesa vecina para que sirva dos cervezas.
Va, atiende a los parroquianos y regresa.
Ya me aclaró cómo fue la despedida.
Me dice que, qué pena, que enseguida vuelve.
Limpia la mesa de los de las cervezas, recibe la paga y la entrega al cajero y tararea.
El año entrante, cuando junte lo de la matrícula, estudiará en la nocturna. Espera que el patrón le arregle el horario y que le cuadren los turnos, para tener tiempo de hacer todas las tareas.
Y me sigue contando y tararea y baila mientras se acerca nuevos clientes y, ella los atiende.
Le digo que no la molesto más por hoy, que otro día vuelvo, cuando esté más desocupada y ella se ríe de mi chiste.
Limpia la mesa en que estábamos, me despide y se aleja y tararea y baila.
IV
Con la certeza de no haber postergado algo importante, compré un pasaje para el primer pueblo que me dijeron tiene convento, un buen hotel y en él caen tempestades.
Pasamos por barrios de invasión con tugurios construidos al pie de grande vallas publicitarias que relumbran y detrás de vallados de piedras o cercas de latas y madera vieja de demoliciones. Barrios de callejuelas intrincadas, sin pavimento, erizadas de escombros, donde grupos de niños descalzos y mocosos juegan a la pelota o tiran al viento papeles amarrados a pedazos de hilos, y corren para que los papeles se eleven cual cometas.
Luego aparecen potreros con algunas vacas. Más tarde casas campesinas y sembrados. Y al final de una larga cuesta por donde sube zigzagueando la polvorienta carretera, y nuestro bus rueda encima de ella, llegamos al pueblo prometido.
Tiene todo lo que se necesita para que le llamen pueblo: Plaza, iglesia, escuela, tiendas y estación de policía. Espero que también tenga, bobo del pueblo, cura, maestro, tendero y policía. Y hay que decir: espero, pues que los tenga en verdad, no es en estos tiempos, una garantía.
Encontré el hotel y en él me indicaron por dónde llegar hasta el convento. Y llegué, pero de convento no quedaba casi nada, ya lo han convertido en ancianato y la monjita que lo regenta sufre de alzhéimer y otras de sus compañeras cuidan con esmero, a otros ancianos que también padecen desvaríos.
A todos pregunté por la hermanitas que una noche de tempestad  ascendió al pedestal de madre. Nadie me supo dar razón de ella, o no era razonable lo que me decían. Las más entendidas de las monjas, las que menos incoherentes se mostraron, me trataron con cariño e indulgencia.
No pude regresar al hotel, pues una tempestad se presentó y oscurecía.
Mi dije: ahora lo que tengo, es que esperar a que la tempestad amaine, Entonces me senté en un taburete, recostada a la pared a ejercitar  mi nueva adquisición que es la paciencia, mientras el cielo terminaba de caer sobre los entejados y sobre los solares.
No sé si fue mi impresión, pero creo que allí recostado a la pared, en aquel viejo taburete, pasé toda la noche, pues cuando desperté me sirvieron chocolate caliente con arepa, lo que para mí era un desayuno.
Me invitaron a bañarme en una tina caliente, lo cual agradecí, pues después del viaje y aquella mala noche, todo el cuerpo me dolía.
Se me saltaron las lágrimas cuando entre dos de ellas y un hombre joven, un poco tonto, me cambiaron mis ropas sucias por unas ropas nuevas. Estaban olorosas y frescas y eran del mismo color de las de todos los demás viejitos.
Luego vino el cura del pueblo y celebró una misa. Lego de ella, a todos nos sirvieron un refresco y de la mano de una de las monjas conocí el jardín y los aposentos. En la tarde después de un suculento almuerzo, dormimos la siesta en unas sillas mecedoras.
Cuando por fin desperté, nuevamente me estaban invitando  a otro almuerzo. Yo insistí en que ya estaba bien, que yo ya había almorzado y la monjita repetía: A usted ya se le olvidó cuando fue que llegó y quién lo trajo y pronto habrá que darle a las malas la comida, pues siempre insiste en decir que ya comió y que aun no tiene hambre.
León M.N. Marzo de 2014.










lunes, 24 de marzo de 2014

MEDITACIÓN

MEDITACIONES.

Hoy un destacado pensador me ofreció nuevas perspectivas para considerar cuestiones como la política y el poder, el consumo, la seguridad y la libertad, en definitiva, la búsqueda la felicidad.
El polaco Zygmunt Bauman un influyente sociólogo de 89 años y el premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales.
Luego de leer una entrevista que le hicieran…
No me digan más qué tanto ha crecido económicamente el país y ni cómo vamos en el concurso de los países emergentes.
Díganme cómo se distribuye esa riqueza entre la población y sobre todo entre los que trabajan, pero también entre los que no encuentran empleo, ni donde cultivar la tierra.
No creo que sea posible termina con la desigualdad, ni que sea un buen objetivo luchar para que ello ocurra. La diferencia es estimulante y bella. Pero que la desigualdad económica y de oportunidades en el saber, en el disfrutar, y en las posibilidades de sobrevivir, sea cada vez más grande, es una catástrofe para la humanidad.
No me exhiban el cuadro de barras que muestra el crecimiento del PIB a través de tiempo. Muéstrenme cómo decrece día a día el número de los que tienen mucho, casi todo, y como cada instante aumenta el número de pobres, hambrientos e indigentes.
No publiquen más las estadísticas de todos los graduados de bachillerato, de carreras técnicas, tecnológicas, de profesionales universitarios, de posgrado, especializaciones, maestrías, doctorados y postdoctorados. Díganme por favor, cuántos de ellos han conseguido empleo, empleo digno y empleo para desarrollar lo que estudiaron.
Díganme anualmente, cuántos de los graduados como bachilleres, pasaron a la universidad y cuántos de ellos continúan estudiando cada semestre.
Recuérdenme frecuentemente las estadísticas de los trabajadores, y profesionales que han tenido que migrar en busca de trabajo y cuántos de los que regresan con las manos vacías, encuentran en su Madre Patria una acogida generosa.
Hagan una estadística que refleje el porcentaje de los graduados entre 25 y 30 años que no han podido independizarse económicamente de sus padres. En cuantos hogares viven los hijos mayores y ya casados, porque su salario o ingresos no les son suficientes para vivir independientemente y tienen que usufructuar la pensión de sus padres o los ingresos de negocios de familiares o de los abuelos. En cuántos de ellos la abuela, que trabajó por levantar a la familia, no puede descansar porque ahora le toca ser la niñera de los nietos, la cocinera de una familia extensa, la enfermera de una prole grande, la cuidadora de los enfermos en la casa en la que todos viven hacinados.
Todas las sociedades han tenido:
Clase alta, los ricos los que tienen mucho y entre ellos, algunos generan empleos.
La clase media: Amplia, grande, robusta, trabajadora, dinámica y emprendedora. Y entre ellos algunos zánganos ociosos.
Clase baja: los pobres, que alguna vez fueron pocos, que casi nada tenían y en muchos casos les faltó estudio, oportunidades, salud, inteligencia o suerte. Y entre ellos algunos que graduamos de mendigos pordioseros.
La clase alta no ha crecido.
La clase media ha crecido en número. Las estadísticas reflejan ese dato como MOVILIDAD entre los estratos sociales.
Con la utilización de algunos indicativos muy, muy discutibles entre ellos:
Poseer algunos electrodomésticos.
Tener casa de interés social y regalada con la palanca de un político.
Tener acceso al Sisben, por ser colombiano o residente en Colombia.
Porque los hijos van al colegio, o
Porque el papá tiene carnet como vendedor de chicles en la vía pública.
Alguna de estas circunstancias o alguna de las muchas que se puede esgrimir harían que alguien que logra llevar a su rancho, el equivalente a  5 dólares diarios, sea considerado que salió de la pobreza y ya ascendió a la clase media.
La persona antes descrita y alguien que de hecho y derecho pertenezca a la clase media, comparten hoy las siguientes características:
La precariedad,
La inseguridad,
El miedo,
La imposibilidad de tener confianza en el futuro,
El gran riesgo de desmejorar su nivel de vida y
La propensión a la depresión profunda.
Los pocos de clase alta, los ricos, no tiene necesidad de ejercer la democracia por medio del voto, sólo aportan para que se elija a los que les conviene y vigilan para que así suceda.
Los pobres, los ignorantes votan, no por el futuro, cuando votan, casi todos votan por un almuerzo, por una promesa y luego de que no se cumpla, aceptarán la disculpa de que fue que así lo quiso dios.
La clase media, el sostén de la democracia, ya no vota, o vota menos cada vez. La desilusión de ellos y sus jóvenes que con talento, disciplina y esfuerzo; con logros académicos, artísticos o deportivos, soñaban que lograrían el éxito, el reconocimiento, mantener siquiera el nivel de vida actual de su familia, se han convencido de que todo es una trampa en la cual han caído ingenuamente.
De nada ha valido: pasión, compromiso, participación, confianza, tenacidad y sacrificio en perseguir sus sueños.
La política que es la capacidad de decidir lo que se quiere y de elegirlo; es un fenómeno local, burlesco, es un sainete.
Y el poder, la capacidad de hacer, es un hecho real globalizado.
Política y poder van por senderos diferentes, viven en diferentes dimensiones. No se juntan.
Los gobiernos que se imponen o los que son elegidos tienen: políticas, discursos, ideologías; pero no tienen poder para realizar los que promete.
Y aquellos que detentan el poder no son sujeto de control político. Y esto es la mayor amenaza de la democracia.
La soberanía económica, el verdadero poder determinante de lo que se puede o no se puede hacer, se ha convertido en una falacia. Globalizada como está, no se detiene, apresa o se defiende con fronteras. Vive como dije antes, en otra dimensión del existir.
Haría falta para controlarla, una suerte de entidad global administrativa, elegida globalmente y lejos estamos de pensar en ello, aun frente a los tímidos esfuerzos europeos, los berrinches de UNASUR, los abusos del agonizante Parlamento Andino, la inutilidad de la OEA y la vista gorda de la ONU.
Sólo en este desierto escucho de Carl Sagan su poema: Ese pálido punto azul, que nos recuerda lo pequeños que somos en la inmensidad del cosmos, en la inmensidad de nuestra arrogancia, en la inmensidad de nuestra ignorancia y en nuestra inmensa incapacidad de ser creativos.
Cooperar como lo harían los viajeros conscientes de que van en la misma nave a la deriva. Cooperar y no competir como lo hacen las ratas cuando el barco amenaza irse a pique. Cooperar será lo único que salve nuestra especie del gran fracaso que se avecina, para nosotros, que en el azar de la evolución alguna vez creímos ser un afortunado acierto.
Nos han vendido que el éxito, el verdadero crecimiento, es el que se logra a través del consumo y éste es acicateado por la competencia y sólo así, se elevan las cifras del PIB. Pero al elevarse este la pobreza no desciende.
Y de ésta manera la felicidad que se logra, la certeza del éxito, será constatar que los otros, los demás, los pobres, han logrado menos que nosotros.
Qué triste panorama de éxito y la felicidad, el que me llega al comprobar que soy de los pocos que tienen, y que cada vez los otros tendrán menos, pues los recursos de esta parcela en que vivimos, son limitados.
Y si los ricos logran migrar a otro planeta, como ya lo están intentando, ¿será que su felicidad y su éxito continuarán al no contar con los pobres para contrastarse?
Soy feliz porque soy rico y soy rico porque tengo más que los otros. Y ¿si no hay pobres, no podré sentirme rico, ni feliz?
Para mí (leyendo a Zigmunt Bauman)  la paradoja se resuelve en el compartir, en dejar de medir el crecimiento económico y de privilegiar el consumir.
Medir el la producción y de ella el índice de redistribución y la mengua de la desigualdad.
Sería una manera de utilizar la riqueza del planeta y la que somos capaces de crear, de una manera más sabia y más ética, diferente a utilizarla, para acumular y presumir.
Me niego a creer que muchos hombres de industria, inventores, pioneros, emprendedores, son tontos porque aun frente a su riqueza obtenida. Frente al paso avasallante de los años, siguen al pie de sus negocios, por el sólo placer de trabajar, por el placer del alago y del reconocimiento, propio y ajeno de su trabajo bien hecho.
Me niego a pensar que son y fueron tontos de remate, tantos sabios, médicos, misioneros, investigadores, cooperantes, que dejando sus familias, carreras y comodidades, viajaron por selvas, pantanos, y desiertos en busca de otros seres humanos, de otras especies de vida para protegerles.
Me atrevo a pensar que un buen  número de ricos, millonarios y multimillonarios, que lograron entre otros, el éxito económico, y que luego de lograrlo, han comenzado a deshacerse de él, donando grandes sumas, a causas científicas, benéficas, sociales y culturales, no es que estén locos.
Tan sencillo: de sus variados logros, sólo del económico se pueden desprender. Del logro del placer de servir, del placer de cooperar, de su auto reconocimiento por un trabajo bien hecho, del placer de su vida en familia y de sentirse miembros de una sociedad que los acoge y respeta, de eso no se pueden desprender aunque quisieran.
Y aquellos muchos que no buscaron la riqueza, que vagaron a pie, con la imaginación o en coche, persiguiendo la belleza; y que la hallaron en los versos, las historias reales o inventadas. Aquellos que no descubrieron nuevos mundos, ni nuevos materiales, pero que descubrieron mil colores y en lienzos los plasmaron, Aquellos que pulen la piedra y los metales, que tallan la madera y dan lustre a los cristales. Ellos nos llenan de placer estético. Inundan el paisaje de grandes melodías y canciones. Para ellos también la vida cómoda en un alar vecino, y la seguridad y los cuidados y el respeto.

Quiero concluir mi meditación sobre las ideas que escuché de Zygmunt Bauman, aceptando que  hay dos valores que dignifican la vida humana: Seguridad y Libertad.
Seguridad sin libertad es esclavitud, y libertad sin seguridad es el caos. Dijo él.
Todo ser viviente necesitase seguridad y para nosotros los humanos esa seguridad se expresa en:
Un suelo donde no nos llamen extranjero.
Un techo digno que nos cobije en familia.
Una cuota suficiente de aquello que nos constituye en gran medida que es el agua.
Un trabajo digno que es el que se hace por vocación, por libre decisión, sin esclavismo.
Una comunidad a la cual pertenecer que nos eduque para participar y crecer con ella.
Acceso a los logros espirituales, culturales, científicos y económicos de nuestra sociedad.
Y que aquella porción de bienes materiales, que nuestro trabajo y el derecho que juntos formulamos, nos asigne, sean respetados o hechos respetar por nuestros elegidos.

Qué pobre objetivo el de llegar a ser uno de los pocos ricos que alguna vez poblara este planeta, que visto desde una de las estrellas más cercana a nosotros, es apenas un grano azul pálido, en una playa formada de millones de constelaciones.

León M.N. marzo de 2014.
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miércoles, 12 de marzo de 2014

LA NOCHE
Me despierta un silencio hueco, una lejana profundidad, una oquedad me envuelve.
El vacío se adhirió como cosa pegajosa a mi cerebro.
Con  filamentos imantados me atrapó y me trajo hasta esta cueva.
Es denso como la oscuridad que me rodea.
No preciso la orientación de la cabecera de mi cama, mi estera, o lo que sea dónde reposo desde una noche que inicié no sé ya cuándo.
Vacío no provocado por ausencias, más bien es de entidades impalpables, aleladas o expectantes, que me escrutan.
Y de repente un rumor.
Un silbido que se acerca, crece y  multiplica.
Y se vuelve estertor como de máquinas no lubricadas.
Chirrido de rieles por los que resbalan sin obedecer al freno, ruedas de metal de las que brotan chispas.
Tronar de rocas rodando por un despeñadero, caen a la profundidad  de donde surge un vapor asfixiante de mina de carbón.
Un polvo arenoso que haría cerrar los ojos como ante una luz que destellara.
Y pasa ese chirrido y escucho acercase un redoble de tambores desacompasados.
Lo acompaña el pisar de cascos y de botas con puntas de metal, y lanzas y gritos de guerra y tronar de cañones.
Huyen los vencidos con sus gritos de terror y muchos caen y lloran.
Se retuercen en el fangal de sus lamentos los que no velaban de pié junto a las trincheras o tras el almenar de las garitas.
Se fueron los tambores y su redoblar mortuorio.
Llegaron altavoces emitiendo órdenes en lenguajes extraños y arrean en la oscuridad una luctuosa caravana:
Mujeres envueltas en pañolones, esconden  sus rostros cruzados de cicatrices clandestinas, retratos de desesperanza y llanto silenciado.
Arrastran de su mano a chiquillos de ojos desmesurados que reflejan el miedo.
No saben si quienes les guían son sus madres, sus abuelas o una madre que perdió a su verdadero hijo.
Un anciano se apoya  en un bastón  y otro en el hombro de un joven que tose  y calla y mira en derredor y siente que ese no es su lugar.
Se agacha, maldice y avanza obedeciendo el arreo de esas voces que cruzan como rasguños en el  viento.
Un grupo de niños de enjuto pecho y de abdomen abultado se apiñan buscando agua en  el cuerno del continente negro.
Y en el cuenco que forman unas caldeadas dunas, mujeres que visten mantos, sostienen bajo el brazo canastos con hambre de mijo para amasar el pan y sobre la cabeza cantaros sedientos.
Esperan a sus hombres que partieron tras  las arengas de un nuevo salvador llegado en carro blindado, oculto por vidrios ahumados. Y son miradas por los ojos de ametralladoras que les temen.
Desde las rocas de Afganistán me llega olor a dinamita, un estallido de bazuca, una oración repetida a lo largo de esta noche vestida de turbante polvoriento.
Pugnantes tribus.
Hordas de traficantes de armas.
Los adoradores del petróleo cargados de promesas de prosperidad, no ven el rio de lágrimas que brota de ojos escondidos tras la burka y resbala por los relieves de las mejillas quemadas por el odio y el desprecio.
Me chilla el silbar de las balas que desde la selva atacan la casucha cuartel de policía. Retumban las granadas y en derredor quedan tiradas: tejas de cinc, unos taburetes y el azul uniforme de los alumnos de la escuela.
El estallido de un cilindro bomba siembra el silencio desde el campanario, y los audaces vencedores se pierden en la selva llevando a rastras: un joven policía, dos niñas vírgenes y cinco  jóvenes reclutas.
En la estrecha explanada tres niños juegan al futbol con pelota de trapo, y el que hace de portero se apoya en una muleta hecha con la horqueta de un palo de guayabas.
Sin que él entienda por qué, le falta la pierna izquierda desde  que se desvió del camino de la escuela. 
Arrecia el ventarrón que escucho como letanía.
Una salmodia mendicante de perdón por culpas inventadas.
Las profiere un coro de encapuchados que en fila preceden el de las togadas monjas.
Y todo su pesado ropaje que el ventarrón arremolina, se diluye en la noche.
Se pierde en la colina donde brilla la pizarra.
Por entre gruesas lajas a modo de lápidas de las sepulturas.
Aquí, en esa posición que toman los cuerpos liberados de la gravedad, y a oscuras, siento el aletear de multitud de seres que convergen.
Escucho el griterío de voces agresivas e indolentes que pugnan por un lugar desde dónde contemplarme.
Intuyo la presencia de cóndores, águilas, buitres, halcones, búhos, lechuzas, y  toda especie de carroñeras y rapaces.
Sin duda pugnan por colgar de perchas, los murciélagos.
Y mariposas negras se camuflan posándose sobre los troncos de árboles fosilizados.
Y llega el llanto de las madres de los niños que en las esquinas de las urbes, juegan: unos a contar los autos azules que pasan, y otros a contar los rojos.
Presente está el rencor en los pechos de las esposas de los obreros despedidos, de los peones desplazados, de los campesinos despojados y de tantos y tantos que hacen filas de la madrugada a la noche al pie de la puerta de los burócratas, y de los políticos y también en las de los empresarios que no encuentran, cómo generar más empleo sin que las ganancias mengüen.
Y los más viejos y los más enfermos se apostan en los atrios de diferentes templos, de los diferentes dioses, a la espera de una moneda de los que entran y salen, o a la espera de un milagro del que reina dentro.
Y el huracán prosigue como estampida de rinocerontes o galope de potros en la estepa. Escucho sus relinchos y el rugir de fieras que los acosan y un demonio como bola de fuego, que cabalga con ojos chispeantes, los fustiga llevándolos hasta el desfiladero por donde inconscientes y aterrados saltan y les llega el vacío y en mí, queda el silencio.  

León M.N.
Abril de 2012.

Playa Coronado Panamá.

DEFINITIVAMENTE NOS GUSTAN LOS DICTADORES

DEFINITIVAMENTE NOS GUSTAN LOS DICTADORES.
En las elecciones nuevamente ganó el sometido que llevamos dentro.
48 millones de habitantes, tiene nuestro país.
33 millones de potenciales electores.
El 56% se sometió, no votó.  Claramente 18´480.000 de ciudadanos adultos dejaron que otros decidan por ellos.
990.000 votantes, llegaron a votar, no supieron cómo hacerlo y entregaron el tarjetón sin haber marcado nada.
1´650.000 votantes, tampoco sabían cómo hacerlo o les pareció un chiste, hicieron un mamarracho, entregaron sus tarjetones y claro, fueron anulados.
990.000 ciudadanos votaron en blanco.
Los votantes efectivos fueron 10´890.000, quiere decir que el 22% de los Colombianos decidió como y beneficiando a quién se harán las leyes que los próximos cuatro años, afectarán a 48 millones de personas.
Es lógico suponer que un buen porcentaje de los 10´890.000 que votaron lo hicieron porque les pagaron, les prometieron un puesto de trabajo, o un contrato en obras públicas, los invitaron a almorzar,  les dieron con que comprar un corrientazo, o un bulto de cemento para arreglar la casa, unas tejas para tapar una gotera, o un cupo en una universidad de garaje, etc. Acepto, unos cuantos no votaron por estar de acuerdo con las ideas de alguien, si no por estar en contra de alguien.
Esto hace que el número de los que votamos consciente y libremente, es todavía menor.
Sumados los departamentos de Atlántico, Córdoba y Sucre, tienen el 9% de la población Colombiana. Y allí se eligió la cuarta parte de los Senadores Colombianos, 26 legisladores. No me puedo imaginar que eso ocurra porque allí son más conscientes de la importancia de votar, más sabios para elegir y libres pare decidir. Tengo que sospechar que allí la compra de votos le ganó a la pereza cívica, a la indolencia ciudadana, a la ignorancia y fueron capaces de darle si “sí, acepto” al cacique que más chicha les dio, o por lo menos al que más chicha prometió.
Que me perdonen los inventores de la chicha, pero hago la alusión, recordando que ellos fueron los primeros que cambiaron su libertad por espejitos.
Recordando algunos cuados de la historia patria y sin detenerme mucho en los métodos que los conquistadores utilizaron para hacerse dueños de la libertad de nuestros aborígenes y del oro, de las esmeraldas, las pieles, las plumas, la sal y mil riquezas más que había y hay en estas tierra, tengo que recordar los espejitos, los collares de pepitas de vidrio y las lentejuelas, mejor dicho lo que hoy están llamado mermelada.
Debo recordar a la Maliche que en contra de su pueblo, se fue detrás de Hernán Cortés y de alguna manera, de la prole que ella parió, venimos todos. Esto quiere decir en el correcto sentido de las palabras, que somos Hijos de Mala Madre, Hijos de la Chigada, claramente: Mal paridos.
Demos en las historia unas cuantas zancadas y aparezcamos de sopetón en los albores de la independencia. Disque “albores de la independencia” vaya uno a creer en güe…
Los protagonistas de esas gestas exigían al Rey de España, que no les mandara más virreyes, no más segundones. Que viniera él mismo hasta aquí a gobernarlos y si no lo hacía, entonces no lo querían más de rey y ellos nombrarían el suyo.
Los mexicanos tuvieron su emperador Maximiliano y los brasileros también encontraron el suyo: Don Pedro I. Nosotros menos hábiles en artes cortesanas tuvimos que contentarnos con las peleas entre Bolívar y Santander y apoyar otras ideas que un señor Nariño se encontró a su paso por Paris: eso de derrocar a los reyes e implantar la república.
Y lo bueno fue que la implantamos.
No sabíamos muy bien, ni aun lo sabemos, qué es eso del gobierno del pueblo y para el pueblo, pero lo implantamos.
Qué diferencia puede haber entre ser gobernados y sometidos a un rey, cuyo derecho a gobernar le viene de dios y se transmite por linajes de sangre azul, producto de preñeces y cruces que se hacen entre razas de Habsburgo, Borbón, Borgia u otras  orgías, unas más o menos lecheras o de doble propósito, con la de ser gobernados por alguien que disque el pueblo elije para que mande. Y como dice el dicho: Que mande el que manda aun que mande mal, y sino pa´que es el poder, sino para poder. Y sí no pa´que estudiamos pues marica…
De esa pragmática filosofía viene el devenir triste y desesperanzado que hoy podemos constatar en los periódicos como resultado de la “Fiesta de la democracia”.
Cuál fiesta, sí nosotros no sabemos Festejar. El colombiano no festeja, se enrumba, se va de juerga, se emborracha.
Pero salgámonos de la cantina y volvamos a la historia.
Veníamos ya en mil ochocientos treinta y pico exactamente.
Aquella época en que a punta de tiros de escopeta, de machetazo ventiao, de garrotazos, puñaladas traperas, cortes de franela, de incendios de casas, haciendas y poblados; unos caciques se imponían a otros y para diferenciarse, y no ir a matar a uno de su cuadrilla, decidieron distinguirse: unos con un trapo rojo y los otros con un trapo azul.
De esa manera ganaba el que le tocaba ganar, que era el más verraco.
Gobernaba como le viniera en gana por el tiempo que le viniera en gana, hasta que los otros, los del trapo de color distinto se enverracaban, lo tumbaban y casi siempre lo mataban.
Eso de matarlo era muy conveniente, pues además de quitarse de encima un enemigo, encaramaban en “el altar de la patria” a otro héroe. Y otro héroe significa un día más de fiesta, un puente más y una razón más para una nueva manifestación y en ella, otros supuestos héroes más, muertos, y más razones para celebrar. Qué digo celebrar. Para enrumbarnos, para emborracharnos y que siga y prosiga la fiesta de la democracia.
He releído lo que he escrito hasta aquí, sobre todo la segunda parte después de los datos estadístico. Parece que fuera un chiste, un guión para un sainete.
Pero no, perdónenme, yo no estoy para chistes. Estoy triste, desesperanzado y creo que he entrado en depresión profunda.
Los paridos de izquierda con sus “nosotros y nosotras, sus millones y millonas, sus polos, que ya no se sabe si son polo sur o polo norte, sus Angelinos que no se sabe si son angelinos o Diablinos Santos.
Los de la oposición con sus Alianzas descoloridas, no sé si son verde claras, verde botella o verde boñiga.
Los de la U tan enmelocotados, que olvidaron sus ancestros, aunque algunos griten que son Centro demócratas. Y junto a ellos los del trapo rojo y unos de trapo azul, piden leche para pasar tanta mermelada.
Los del centro democrático, esperanzados en que como somos adictos al autoritarismo  iban  a salir electos, se olvidaron que 18´480.000 ciudadanos apáticos no votan. Esperan que otros elijan por ellos. Ellos, los abstemios, sólo están para criticar y despotricar de cualquiera que quede electo y también de los que no queden elegidos.
Y ¿qué decir de la Santa profetiza Piraquive?. Ella representa a los que creen que el cielo está en lo alto, en el más allá, después de muertos. Y que ese cielo se gana pagándoles a la familia Piraquive y al partido Mira sus diezmos y primicias.
Yo también me la voy a dar de profeta, ¿por qué no?.
Profetizo que sólo dentro de 16 años, lo que quiere decir que luego de que pasen cuatro períodos electorales, y sólo si nos aplicamos a enseñar a los niños y a los jóvenes: qué es la democracia, qué es la libertad, qué es el respeto y tolerancia, Sólo después de que inculquemos en ellos carácter, autoestima y amor al estudio y a la crítica profunda y constructiva, sólo hasta entonces podremos celebrar una verdadera fiesta democrática.
Y para que vean cómo es de jodido el diablo, terminé yo como la Piraquive, ofreciéndoles el cielo, a sabiendas de que el cielo no existe.

León Montoya Naranjo
Marzo 12 de 2014.