DEFINITIVAMENTE NOS
GUSTAN LOS DICTADORES.
En las elecciones nuevamente ganó
el sometido que llevamos dentro.
48 millones de habitantes, tiene
nuestro país.
33 millones de potenciales electores.
El 56% se sometió, no votó. Claramente 18´480.000 de ciudadanos adultos dejaron
que otros decidan por ellos.
990.000 votantes, llegaron a
votar, no supieron cómo hacerlo y entregaron el tarjetón sin haber marcado
nada.
1´650.000 votantes, tampoco sabían
cómo hacerlo o les pareció un chiste, hicieron un mamarracho, entregaron sus
tarjetones y claro, fueron anulados.
990.000 ciudadanos votaron en
blanco.
Los votantes efectivos fueron
10´890.000, quiere decir que el 22% de los Colombianos decidió como y
beneficiando a quién se harán las leyes que los próximos cuatro años, afectarán
a 48 millones de personas.
Es lógico suponer que un buen
porcentaje de los 10´890.000 que votaron lo hicieron porque les pagaron, les
prometieron un puesto de trabajo, o un contrato en obras públicas, los
invitaron a almorzar, les dieron con que
comprar un corrientazo, o un bulto de cemento para arreglar la casa, unas tejas
para tapar una gotera, o un cupo en una universidad de garaje, etc. Acepto,
unos cuantos no votaron por estar de acuerdo con las ideas de alguien, si no
por estar en contra de alguien.
Esto hace que el número de los que
votamos consciente y libremente, es todavía menor.
Sumados los departamentos de
Atlántico, Córdoba y Sucre, tienen el 9% de la población Colombiana. Y allí se
eligió la cuarta parte de los Senadores Colombianos, 26 legisladores. No me
puedo imaginar que eso ocurra porque allí son más conscientes de la importancia
de votar, más sabios para elegir y libres pare decidir. Tengo que sospechar que
allí la compra de votos le ganó a la pereza cívica, a la indolencia ciudadana,
a la ignorancia y fueron capaces de darle si “sí, acepto” al cacique que más
chicha les dio, o por lo menos al que más chicha prometió.
Que me perdonen los inventores de
la chicha, pero hago la alusión, recordando que ellos fueron los primeros que
cambiaron su libertad por espejitos.
Recordando algunos cuados de la
historia patria y sin detenerme mucho en los métodos que los conquistadores
utilizaron para hacerse dueños de la libertad de nuestros aborígenes y del oro,
de las esmeraldas, las pieles, las plumas, la sal y mil riquezas más que había
y hay en estas tierra, tengo que recordar los espejitos, los collares de
pepitas de vidrio y las lentejuelas, mejor dicho lo que hoy están llamado
mermelada.
Debo recordar a la Maliche que en
contra de su pueblo, se fue detrás de Hernán Cortés y de alguna manera, de la prole
que ella parió, venimos todos. Esto quiere decir en el correcto sentido de las
palabras, que somos Hijos de Mala Madre, Hijos de la Chigada, claramente: Mal
paridos.
Demos en las historia unas cuantas
zancadas y aparezcamos de sopetón en los albores de la independencia. Disque
“albores de la independencia” vaya uno a creer en güe…
Los protagonistas de esas gestas
exigían al Rey de España, que no les mandara más virreyes, no más segundones. Que
viniera él mismo hasta aquí a gobernarlos y si no lo hacía, entonces no lo
querían más de rey y ellos nombrarían el suyo.
Los mexicanos tuvieron su
emperador Maximiliano y los brasileros también encontraron el suyo: Don Pedro I.
Nosotros menos hábiles en artes cortesanas tuvimos que contentarnos con las
peleas entre Bolívar y Santander y apoyar otras ideas que un señor Nariño se
encontró a su paso por Paris: eso de derrocar a los reyes e implantar la
república.
Y lo bueno fue que la implantamos.
No sabíamos muy bien, ni aun lo
sabemos, qué es eso del gobierno del pueblo y para el pueblo, pero lo
implantamos.
Qué diferencia puede haber entre
ser gobernados y sometidos a un rey, cuyo derecho a gobernar le viene de dios y
se transmite por linajes de sangre azul, producto de preñeces y cruces que se
hacen entre razas de Habsburgo, Borbón, Borgia u otras orgías, unas más o menos lecheras o de doble
propósito, con la de ser gobernados por alguien que disque el pueblo elije para
que mande. Y como dice el dicho: Que mande el que manda aun que mande mal, y
sino pa´que es el poder, sino para poder. Y sí no pa´que estudiamos pues
marica…
De esa pragmática filosofía viene
el devenir triste y desesperanzado que hoy podemos constatar en los periódicos
como resultado de la “Fiesta de la democracia”.
Cuál fiesta, sí nosotros no
sabemos Festejar. El colombiano no festeja, se enrumba, se va de juerga, se
emborracha.
Pero salgámonos de la cantina y
volvamos a la historia.
Veníamos ya en mil ochocientos
treinta y pico exactamente.
Aquella época en que a punta de
tiros de escopeta, de machetazo ventiao, de garrotazos, puñaladas traperas,
cortes de franela, de incendios de casas, haciendas y poblados; unos caciques
se imponían a otros y para diferenciarse, y no ir a matar a uno de su
cuadrilla, decidieron distinguirse: unos con un trapo rojo y los otros con un
trapo azul.
De esa manera ganaba el que le
tocaba ganar, que era el más verraco.
Gobernaba como le viniera en gana
por el tiempo que le viniera en gana, hasta que los otros, los del trapo de
color distinto se enverracaban, lo tumbaban y casi siempre lo mataban.
Eso de matarlo era muy
conveniente, pues además de quitarse de encima un enemigo, encaramaban en “el altar de la patria” a otro héroe. Y
otro héroe significa un día más de fiesta, un puente más y una razón más para
una nueva manifestación y en ella, otros supuestos héroes más, muertos, y más
razones para celebrar. Qué digo celebrar. Para enrumbarnos, para emborracharnos
y que siga y prosiga la fiesta de la democracia.
He releído lo que he escrito hasta
aquí, sobre todo la segunda parte después de los datos estadístico. Parece que
fuera un chiste, un guión para un sainete.
Pero no, perdónenme, yo no estoy
para chistes. Estoy triste, desesperanzado y creo que he entrado en depresión
profunda.
Los paridos de izquierda con sus “nosotros y nosotras, sus millones y
millonas, sus polos, que ya no se sabe si son polo sur o polo norte, sus
Angelinos que no se sabe si son angelinos o Diablinos Santos.
Los de la oposición con sus
Alianzas descoloridas, no sé si son verde claras, verde botella o verde boñiga.
Los de la U tan enmelocotados, que
olvidaron sus ancestros, aunque algunos griten que son Centro demócratas. Y
junto a ellos los del trapo rojo y unos de trapo azul, piden leche para pasar
tanta mermelada.
Los del centro democrático,
esperanzados en que como somos adictos al autoritarismo iban a salir
electos, se olvidaron que 18´480.000 ciudadanos apáticos no votan. Esperan que
otros elijan por ellos. Ellos, los abstemios, sólo están para criticar y
despotricar de cualquiera que quede electo y también de los que no queden
elegidos.
Y ¿qué decir de la Santa profetiza
Piraquive?. Ella representa a los que creen que el cielo está en lo alto, en el
más allá, después de muertos. Y que ese cielo se gana pagándoles a la familia
Piraquive y al partido Mira sus diezmos y primicias.
Yo también me la voy a dar de
profeta, ¿por qué no?.
Profetizo que sólo dentro de 16
años, lo que quiere decir que luego de que pasen cuatro períodos electorales, y
sólo si nos aplicamos a enseñar a los niños y a los jóvenes: qué es la
democracia, qué es la libertad, qué es el respeto y tolerancia, Sólo después de
que inculquemos en ellos carácter, autoestima y amor al estudio y a la crítica
profunda y constructiva, sólo hasta entonces podremos celebrar una verdadera
fiesta democrática.
Y para que vean cómo es de jodido
el diablo, terminé yo como la Piraquive, ofreciéndoles el cielo, a sabiendas de
que el cielo no existe.
León Montoya Naranjo
Marzo 12 de 2014.
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