lunes, 10 de marzo de 2014

LA MOLIENDA

LA MOLIENDA
Recuerdo de un paseo por las veredas
de Jardín Antioquia, en compañía de
Alain y Lisette Benard.

Las faldas que visten las laderas de los montes, se exhiben al sol y dejan ver pliegues y repliegues sembrados de vellosidades verde claro.
El mismo color que dicen, tiene la esperanza.
Y entre el verde hay ocre tostado y cruje al paso de las mulas o cuando lo pisan las albarcas del arriero.
De tanto en tanto, las cañas levantan sus penachos.
Hacen que el cañadulzal parezca un batallón de infantería en pie de guerra.
Las mulas con blanduras de guascas como enjalmas, portan angarillas y de ellas cuelgan las sogas de cuero retorcido que fijarán las cargas.
Mulera al hombro, paruma de lona reforzada con ribetes de cuero en las costuras.
Sombrero alón, machete al cinto, bigote recortado, manchado por el tabaco que danza entre los labios movido por ellos y la lengua.
Y debajo del sombrero, en el cerebro; sueña que subirá el precio de la panela y con él subirá el jornal y se acabarán las penas.
Donde inicia la tonga, quedan las mulas ejercitando lo que mejor saben, pastar, espantar moscas con la cola y aguardar con paciencia.
La paciencia parece agotarse entre los campesinos.
Sin temor a la pelusa, ni a cortarse con la sierra de las hojas, la mano izquierda del arriero segador expone los cañutos que encapsulan el jugo de caña, al filo del machete, que la derecha lanza y troza.
Y el perfume de la miel se expresa en gotas que se mezclan con las del sudor que la faena causa.
Con ese machetazo cortó de tajo sus malos pensamientos libertarios y se entregó al trabajo de cortador de caña.
En torno al varón de la fatiga, al cosechero de esperanzas, al promesero del jugo freso, del guarapo, de la miel, el vinillo, el tapetusa o aguardiente. Del blanqueado, las velitas, las melcochas, el subido, el caramelo y la panela; zumban los abejorros, las abejas angelitas, las avispas y las abejas colmeneras.
Él entrega su trabajo que es miel, es golosina y energía. Sueña que recibirá algún día la justa paga, la seguridad que ansía, y zumba su mente como colmena enardecida.
Caña a caña van formándose los arrumes que integrarán los tercios de cada viaje que cargarán las mulas.
Y cana a cana va blanqueando su cabeza igual que se blanquean los copos de los guamos cuando se florean.
Las cañas por delante y hacia atrás las hojas verdes que susurran al paso lento de la recua y al viento que las peina.
Forman un Hojarasquín que parece danzar al rítmico paso de las mulas.
Llagados al trapiche el ajetreo inicia:
Fogonero y atizador ayudados por horquetas, embuten por la boca del horno, bagazo seco junto con algunos leños que nutrirá  la hoguera, y el calor se crece.
Igual se crece la desilusión y el miedo a un futuro incierto.
Descargadas las mulas de su dulce peso, van  a la pesebrera a ver retribuido su esfuerzo con hojas de cañas que el pica cuido convirtió en fresca ensalada.
El domingo en la plaza del pueblo, los peones se encontrarán con el patrón, y ellos esperan que traiga el jornal a tiempo, completo y a lo mejor algo más en reconocimiento por su esfuerzo.
Un joven peón acerca al trapichero manojos de tres o cuatro cañas y el trapiche  las aprieta, las exprime y el jugo rueda hasta el tonel, y el trapichero lo mira correr, igual que corre por su frente el sudo y en su cabeza ruedan ideas, ilusiones, pensamientos…
Un peón más, se encarga de despejar el entorno del bagazo.
Lo lleva dentro de un enorme canasto de bejucos que descolgó su madre de viejos árboles de la cañada, y tejió en las horas de respiro que la desyerba le dejó algunas tardes. 
Bajo los altos techos de la molienda y arrumado en filas, va secándose el oloroso bagazo, ayudado por el calor del horno.
En derredor las gallinas pugnan por probar tozos de bagazo dulce, mientras los perros duermen la siesta bajo las mesas donde esperan las palanganas, los moldes, los mecedores y las llanas.
Toneles de jugo son vertidos en la primera paila ya caliente y un vapor dulzón invade a todos los presentes y se pega a ellos el sabor azucarado que en la noche lamerán sus hembras.
Un viejo que es sabio en estos menesteres, macera en un pilón cascaras de  balso, y cuando han soltado su babosa savia, las sumerge en el jugo que ya hierve en la primera paila.
Por arte de ésta ancestral alquimia, todas las impurezas se separa y flotan en un espumero dulce que forma la cachaza.
El descachazador provisto de una ponchera de aluminio agujereada y sujeta a una larga vara, va retirando de encima del jugo hirviente, la sucia cachaza, depositándola en canecas que para el efecto tiene cerca.
Dónde encontrar el balso que separe en nuestra sociedad, los sucios de los limpios.
Dónde arrojarlos y con qué hacerlo lejos, como para que no retorne, la corrupción que hierve encima de los pueblos.
Nada se pierde aquí me dijo el viejo. Con esto ayudaremos a engordar los cerdos y volviéndola a hervir para así purificarla, sacaremos melaza que es buena como alimento del ganado.
Medito yo que tal parecen ser, los campesinos, los pobres, los obreros, la cachaza que engorda aquí la barriga de corruptos.
Concluida la descachazada, se vierte el jugo limpio en la segunda paila para que siga concentrándose.
Ayudado por una gran totuma sujeta a una vara, un segundo peón hace esta faena y será él, el encargado de vigilar que el jugo lentamente se vaya convirtiendo en miel de color ámbar.
Sumerge su gran cucharón en el dorado jugo. Con maestría lo alza y desde lo más alto lo arroja esparcido con gran precisión nuevamente hacia la paila.
Esta hábil acrobacia le permite ver en contra luz el color de la miel que es la clave para saber que va dando su punto. Y cuando esto acurre, con el cucharón lo pasa a la siguiente paila donde debe concentrarse más y espesar para cambiar nuevamente de paila y de allí a las palanganas de madera, donde debe reposar un poco.
Pido yo para esta sociedad que es como el jugo de la caña, que al calentarse se convierta en alimento, en forma de agua de panela y no que al fermentarse se vuelva chirrinche que sólo presagia una estruendosa borrachera.
Un peón en cada extremo de la palangana, coge las asas y juntos la llevan a la mesa de moldeado. Las espátulas de reluciente madera mecen la panela que ahora es espesa, consistente y de un dorado bruñido y maleable.
Provistos cada uno de un hemisferio de cascaras de coco, recogen la cantidad de mermelada de panela que cabe en ellos, la cual debe pesar lo mismo que una libra. La vacían en la concavidad de moldes ya previstos. Para ayudar a que quede con buena forma al secarse, le dan un golpe con lo convexo de la cascara de coco, y allí espera enfriarse para seguir su camino hasta el sitio de empacado.
Llegó hasta nuestras tierras esta dulce planta desde el sudeste asiático, llevada hasta España por los musulmanes y de allí hasta acá traída por quienes colonizaron estos lares.
El ingenio de nuestros abuelos ha hecho que el jugo se convierta en golosina y en alimento que da energía legendaria a los deportistas de mi tierra.
Hoy estoy feliz por haber presenciado nuevamente el alegre y coreográfico trajín de la molienda y para celebrarlo me bebí una totuma de guarapo fresco mezclado con el jugo de naranjas agrias. Pues no puedo evitar en mis historias un poco de sabor amargo.

León M.N. Marzo 2 de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario