martes, 18 de diciembre de 2012

AMO EL SILENCIO


AMO EL SILENCIO.

Hoy  a media mañana aun alta la luna mengua ya su disco blanco.
Y en el trópico una luz ártica con visos boreales y sombra azul.
Amo el silencio.

Calle la radio y los parlantes de música estridente.
Silencio a los discursos de paces concertadas por ladrones
Que ladran y con el rabo entre las patas mostrando los colmillos.

Escuchen, el viento canta entre maizales secos.
Calle ya el fanatismo predicado. Encierren a los fans engrilletados
Sólo el tambor del azadón cuando abre el surco.

Desde el satélite no  existen las fronteras.
Todos entendemos el idioma de los besos, el abrazo y el silencio.
La luz del sol por los cristales y también a los patios en tierra.

Paso a los niños que llegan al recreo.
Cállense los que rezan, lo que legislan, los que informan.
Amordazados escuchen en silencio las rondas infantiles.

Que corra el agua limpia desde el páramo lejano
Y mueran de sed los que profanan a la madre tierra.
Al horno los que buscan oro y lo lavan con mercurio.

Se construirá una torre sin ventanas ni respiraderos
Allí  los que cagan en los parques y orinan en la vía.
Los que no reciclen sus basuras.

En un enorme tambor de piel de hienas
Encerraremos a los que tiran pólvora y lo enseñan a los niños.
Golpearemos el tambor hasta que sangren  sus oídos.

Que le corten las lenguas a los que prometen bienestar
Y lo quieren trocar por adhesión y votos.
Que los parques se vuelvan huertos y talleres las iglesias.

Las madres maldecirán en el parque a los políticos corruptos,
A los empresarios injustos y a los funcionarios incapaces.
Y con el culo al viento les darán cien correazos.

Un grupo de enfermeras con delantales blancos
Castrarán a todos los pedófilos y azotarán de madrugada
A los que comercian  la inocencia.

A los sacerdotes de cuanto dios se han inventado
Con el hacha de piedra les arrancaremos sus tonsuras.
Y en una cueva condenada cantarán eternamente sus salmodias.

Cuando amanezca nuevamente el sol y canten las aves
Y bramen los becerros y ladren los perros en el monte
Proscribiremos el podrido patriotismo y los nacionalismos.

Viviremos la libertad de ser hermanos, vecinos, coterráneos.
Aplaudiremos la diferencia, daremos la bienvenida a lo extraño
Y aprenderemos a decir te quiero en todos los idiomas.

Hoy no quiero ser paisano, ni patriota, ni copartidario.
Ni ser de aquí, ni ser de allá y más allá de eso
Sólo quiero ser humano y existir como existen otros animales.

León M.N. Dic. 2012.

jueves, 13 de diciembre de 2012

LAS COSAS QUE ME PASAN III


Capítulo III

Había pasado mucho tiempo, ya era el año 1973. Salí a las seis de la tarde en el tren que de Bogotá va Santa Marta, con la esperanza de bajarme en la estación de Chiriguaná al sur del Cesar y de allí seguir en Chiva hasta Valledupar. Si todo salía bien estaría llegando a Valledupar como a las 10 de la mañana, con tiempo para coger una jeep que me llevara a Atanquez y de allí seguir en  mula para Donachuí, el pueblo de Indios Arhuacos donde yo era maestro rural.

Todo salió casi como lo había pensado. La única demora que tuve fue pasar de la estación de Chiriguaná, que queda en un sitio llamado Rincón Hondo, por el calor tan verraco que hace allí, hasta la carretera por donde pasan los carros que van de Bucaramanga para Valledupar. Allí en medio del calor y del polvero que levantan los carros cuando pasan, esperé hasta que pasó una chiva en la que se leía Valledupar y un muchacho con un trapo rojo y colgando del lado de la chiva, gritaba: Pa´l Valle, suban los que van pa´l Valle.

De ahí en adelante todo fue muy bien: el polvero que entraba cada vez que la chiva se detenía a recoger o dejar pasajeros, el radio del chofer con parlantes a todo lo largo del vehículo, gritando los últimos discos con canciones de Alejo Durán, los pasajeros que pedían bolsas al fogonero, porque iban mareados y ya iban a vomitar y la llegada a la Cinco Esquinas en el centro de Valledupar, al lado de la Galería donde cuadran los jeeps que van para Atanquez.
Tuve suerte, pude comprar el primer tiquete y me acomodé con mi morral en la ventanilla del puesto de adelante que es el más fresco. Le compré una paleta a un vendedor ambulante y una bolsita con carimañolas para calmar el hambre que traía. En pocos minutos se ocuparon los otros puestos con viajeros y sus abultados equipajes y tomamos rumbo a la Sierra por la carretera que va como para Pozo Hurtado. En quince minutos ya íbamos dando votes por la carretera destapado y un poco más adelante se perdía la carretera y ya íbamos sobre una trocha llena de piedras, canalones, cruzada por ríos y quebradas. Allí todo se nos sacudía, mejor que en el tren. Hasta la conciencia se me removió.

Luego de unas tres horas de zangoloteo, llegamos a las calles de Atenquez, saludé a Olguita Mindiola, le pagué a un muchacho para que me trajera y ensillara la mula que mis compañeros de Donachuí me habían enviado y cogí loma arriba apurando al pobre animal, pues ya se me estaba haciendo tarde para llegar a Donachuí y era probable que me cogiera la noche.

Cada vez ascendía más en aquellas montañas y la temperatura bajaba, al punto que tuve que sacar del morral mi ruana y arropado en ella continué resignado al paso de la mula, que por más que la taloneaba, no se daba por enterada y seguía a su mismo paso: despacio o más despacio.

Montado en la mula yo no tenía problema, ella conocía mejor que yo el camino y cuando me entumía de estar allí encaramado me bajaba y caminaba un poco.

Como a las seis de la tarde había logrado coronar el cerro de Yosagaka y aun me faltaban unas dos horas para llegar a Donachuí. El cielo estaba claro y con colores de arrebol, y de pronto un viento seco extraño me envolvió. Como cargado de electricidad. Como zumbándome algo en los oídos. Se me pararon los pelos de la cabeza y de los brazos. Me puse arrozudo como con piel de gallina y el corazón se me quería salir del pecho. Estaba asustado, espantado, es la palabra precisa para lo que yo sin querer y sin saber por qué, estaba sintiendo. Al mismo tiempo sentí que ese viento era como una fuerza que me quería alzar con mula y todo. Aquella sensación duró sólo unos segundos que a mí me parecieron una eternidad y, pasó, se fue como si corriera  delante de mí en el camino y se alejó.

Lo más extraño fue que yo quedé tranquilo, sin miedo, como si nada me hubiera pasado. Continuamos mi mula y yo paso entre paso, ya bajando hacía el Río Donachuí y hasta canté algunas canciones de las que por esa época de los 70s estaban de moda, sin duda que también grité a pecho herido algunos tangos, hasta que sentí hambre, busqué en el morral las carimañolas que había guardado como fiambre y me las comí.

Me estaba limpiando la manteca que me quedó en la boca con las mangas de la camisa, cuando nuevamente siento por detrás de mí ese viento seco, esa corriente eléctrica, ese zumbido en los oídos, la piel de gallina y los pelos parados. Y sin poder evitarlo ese tirón hacia arriba que me alzó con  mula y todo. Yo pegué un grito que se debió escuchar hasta en la Nevada y en Valledupar, y la mula, fresca, como si nada estuviera sucediendo. Seguía paso entrepaso, pero en el aire.

Yo me agarré fuerte al cacho de la montura para no irme a caer, pues si me caía seguro me mataba pues ya estábamos muy altos sobre el cañón del Río Donachuí. Cuando alcancé a ver el pueblo empujé a la mula hacia abajo y la taloneé para que descendiera y me dejara frente a la casa, pero ella ni corta, ni perezosa, comenzó a galopar como nunca lo había hecha, con rumbo a Sogrome que es un pueblo queda más arriba. 

Esa sensación de viento seco en el que viajábamos mi mula y yo, no se detenía y nos llevaba culebreando como cometa al viento por las faldas de los cerros, llevando el mismo rumbo del río pero corriente arriba.

Oscureció del todo y ya estábamos sobre Mamankana. Brillaban en lo alto las estrellas y la mula seguía galopando alegremente sin necesidad de que lo la apurara. A lo lejos pude ver los picos nevados que brillaban como si fueran de plata, pues los alumbraba la luna que pronto iba a aparecer detrás de ellos. Vi las lagunas sagradas de la Sierra, la más bella de ellas que es: Ati Navova. Desde arriba se veía como un cielo pequeño, pues en ella se reflejaban los picos nevados y también las estrellas.

A mí me fue pasando el susto y me dediqué a contemplar aquel paisaje tan hermoso. Desde arriba pude ver el mar y la bahía de Taganga. A la derecha se extendía la Guajira como una manta de oro sobre un mar azul oscuro. Vi el nacimiento del Guatapurí más arriba de Maruamake, bordeando el cerro Sarachuí. Lo vi descender por Guatapurí y Chemezquemena, pasar por un lado de Atanquez y llegar a Valledupar y coger por la sabana rumbo a encontrar el Magdalena. A la izquierda vi platear con la luna los platanales de la zona bananera. Vi a Macondo y la casa de la Mama Grande, pasé sobre Ciénaga y Fundación. Y después de sobre cabalgar a Santa Marta, llegué de nuevo a las playas de Taganga. Sin quererlo y volando a lomo de mula le dí la vuelta a la Tierra de los Arhuacos, los Kogi, los Wiwa y los Kankuamos, siguiendo la Línea Negra que desde antiguo trazó Serankua, Como territorio para que vivieran nuestros Hemanitos Mayores.

La mula, sin que nadie le dijera, me dejó en la playa al lado de la carretera que va para Santa Marta y se alejó rumbo a Ciudad Perdida. Yo me quedé allí esperando que amaneciera, le puse la mano al primer bus que pasó y al llegar a la cuidad fui a la estación y compré un tiquete de regresó a Bogotá y no quise regresar a la Sierra, pues por allí siempre me pasan cosas muy rara.

León M.N. Dic. 2012.








LAS COSAS QUE ME PASAN.


Capítulo II

Era el año de 1968 y una tarde luego de un medio día caluroso y húmedo, me encontraba sentado en el recibidor de mi casita. Era como una salita sin paredes y rodeado de una chambrana de maderos que formaban a lo largo figuras como de equis. Mi casita era un bello palafito. Esto quiere decir que como estaba muy cerca al río San Juan y muy cerca de la desembocadura de éste en el océano Pacífico, las casas había que construirlas sobre pilotes, pues las mareas eran fuertes, represaban el río y éste inundaba los terrenos planos.

Yo sin pensar en nada estaba simplemente, haciendo pereza. Una pereza que me estaba quedando muy bien hecha y viendo pasar el río, que parecía tener más pereza que yo. Hacía varios días, dos o tal vez tres, que no llovía y por eso el río iba limpio hacia el mar. Me distraía mirando las sombras y las luces que forma el sol sobre las ondas del río y las nubes que en ellas se reflejan. A veces también pasaban garzas reflejadas y al otro lado del río la selva también se reflejaba y parecía una selva doble: una en el aire y otra sumergida y en medio de ellas a veces pasaban canoas que también se repetían reflejadas en el agua.

Muy cerca de la orilla junto a mi casa comencé a ver una sombra alargada que subía en contracorriente. Serpenteaba y vibraba de manera diferente a las otras sombras que estaba observando. Parecía que tenía vida propia. Pasaba y pasaba y no terminaba de pasar, era como una enorme serpiente, muy larga y muy gruesa. Cuando pensé que podía ser una serpiente gigantesca me asusté. Superando el temor que me causaba lo que estaba viendo, me levanté de mi silla y caminé hasta la orilla para poder mirar mejor. Mientras caminaba hacia la orilla del río recordé las leyendas del Bufeo que había escuchado varias veces en bocas de los vecinos de las orillas del San Juan.

Me acerqué con mucha precaución, me subí en el muellecito de madera donde atracaba mi potrillo y mi lancha y desde allí pude ver mejor. Era algo raro y enorme, de más de un metro de diámetro y de muchísimos metros de longitud, que remontaba el río como una enorme boa. Pero no parecía tener una consistencia sólida, al moverse parecía que fuera transparente. Pasaba sin inmutarse debajo de mi canoa, de la lancha de aluminio y del muelle y seguía río arriba.

Pensé que en realidad era el bufeo que había salido en búsqueda de señoritas que a esa hora estuvieran solas lavando ropa a la orilla del río a bañándose en algún remanso de los que se forman cuando el río da una vuelta. Pero me había dicho que el bufeo era como un enorme delfín de agua dulce y lo que yo estaba viendo se parecía más a una boa colosal y no a un delfín. También a ese mítico ser lo llaman Madre de Agua y gusta de las niñas que ya se están haciendo mujercitas. Las agarra y se las lleva hacia el fondo del río y allí convive con ellas y nadie vuelve a saber de ellas. Sólo en las noches de luna llena se les escucha cantar muy bello pero cantan canciones muy tristes.

Estuve allí mirando pasar esa enrome cosa que no acababa de pasar y como no le vi nada amenazante me subí a mi potrillo, cogí mi remo que era de los largos y adornados en la puta de arriba que en el San Juan los llaman cayapas, y comencé a remar agua arriba tratando de alcanzar la cabeza de ese animal para poderme cerciorar de qué animal era.

Por mucho que remara no podía alcanzar la punta del animal pues ya hacía mucho tiempo que había pasado frente a mi casa y me había cogida mucha ventaja. Entonces decidí que seguiría remando hasta llegar a la casa del Negro Marcelino y con él comentar ese acontecimiento. Él sin duda me sacaría de las dudas sobre la verdad de aquel extraño fenómeno.

Cuando logré ver la casa de Marcelino, vi que toda la familia estaba fuera y muchos metidos dentro del agua, que allí en la orilla no los tapaba. Mi susto fue grande, pensé que estaban peleando con el monstruo que sin duda había agarrado a una de sus hijas y luchaba para llevarla al fondo del río. Remé con todas mis fuerzas para llegar a tiempo de ayudarles a defender a la niña.

Al acercarme pide ver que no tenían ni palos ni machetes para atacar al monstruo. Cada uno de los que estaban en el río, tenía un canasto medianito, lo metían en el agua y lo pasaban a los que estaban en la orilla. Estos vaciaban algo en grandes ollas y lo devolvían a los del río.

Qué forma tan extraña de luchar por la niña, pensé yo y remé y remé fuerte para acercarme.
Al llegar cerca les grité: ¿Qué es lo que hacen?

Hombre León, aquí aprovechando la subienda de viuditas para conseguir comida.

Yo no terminaba de asombrarme, les estaba pasando un monstruo entre las piernas y ellos no se habían dado cuenta del peligro.

Al tocar tierra y estar en la orilla un poco por encima del agua pude ver bien lo que hasta ese momento me había parecido una enorme boa. Era en realidad una migración de pequeños pececitos que todas las gentes de las orillas del río se apresuraban a pescar, entre canastos de ojos menuditos, que impiden que se escapen. Ayudé a recibir algunos canastos y las vacié en la olla más cercana y luego fui invitado a degustar la cena.

Son tan pequeñas las viuditas y migran rio arriba en cardumen tan compacto que parecen un solo cuerpo. De esa forma se camuflan para que no los ataquen otros peces mayores pero no pudieron escaparse de los canastos de mis amigos.

Aquella noche la aproveché para refrescar la leyenda de la Madre de Agua y otras nuevas y para degustar la viudita azada en sartén de barro, con sal, ají y patacón frito en aceite de Táparo.

Las cosas que me pasan a mí.                           

León M.N. Dic.2012
  


LAS COSAS QUE ME PASAN A MÍ



ESAS COSAS QUE A MI ME PASAN.




Capítulo I

A pesar de ser una persona no extraordinaria, y no por eso: ordinaria; en la vida me han ocurrido cosas extraordinarias. Una vez, por ejemplo, siendo muy niño, estaba solo jugando bolas en la calle en frente de mi casa. Era un día muy claro, yo estaba de cuclillas practicando un golpe a las canicas, que se tiene que dar, asegurando la bola de cristal entre el dedo pulgar y la uña del índice de la mano derecha y se sostiene con el índice de la mano izquierda para que no se caiga. La uña del índice flexionado, al estirarse lanza la canica con mucha fuerza y buena dirección. Durante muchos días practiqué, pero siempre algo me distraía y nunca pude perfeccionar la técnica.

En esta ocasión que les comento, lo que me distrajo fue ver en el suelo una gran cantidad de pequeñas sombras que pasaban como aleteando y cada vez eran más densas, al punto que el día se ensombreció. No podía ser una nube pues las sombras eran pequeñas y aleteaban. Un poco sorprendido por el fenómeno y por el silencio que en ese momento también era extraño, alcé la vista para ver lo que pasaba volando y proyectaba esas titilantes sombras en la calle.

Me quedé boquiabierto al ver nubes y nubes de mariposas que en bandada iban volando en la misma dirección. Eran tantas y sin duda venían de tan lejos, que unas se chocaban con otras, y muchas caían al suelo, en los árboles y en los techos. Corrí a coger algunas pues para mí las mariposas siempre han sido fascinantes.



Levanté la más grande de las que vi y que aun estaba chapaleando. La agarré por las paticas para no ir a dañarle las alas y así poder observarla mejor. Sencillamente era hermosa y desconocida para mí. No es que yo fuera un conocedor de las mariposas, pero por aquella época ya había empezado mi colección.

Tenía muchas de esas rojitas y cafés que abundan en los jardines de los pueblos. A las que uno puede ver muy fácilmente cuando despliegan su espiritrompa para chupar el néctar de las flores. Tenía también unas de esas grandes con alas azules tornasoles que dicen que es la más grande de América.

Tenía a la Monarca y una colección de transparentes de distintos colores. Me gustaba mucho la colección que tenía de la mariposa Ochenta y ocho, aunque era muy común. Conocía muy bien a esas de alas blancas y amarillo claro, que se pasan revoloteando entre las matas de coles y que debajo de las hojas ponen sus huevecitos muy bien filaditos y después de que revientan los huevos sale una gran cantidad de gusanitos a comerse las coles y a cagar bollitos verdes. Y es una dicha ver a los gusanitos de mariposas comer coles y a los pajaritos comer maripositas y a las gallinas comerse las hojas de col con huevos y gusanos y también comerse las mariposas.



Pero las que ese día estaban volando por mi pueblo, Armenia Mantequilla, era diferentes a todas las que había visto antes. Eran de alas muy estilizadas con rayas verdes y negras. De un verde brillante como de papel metalizado. Tenían como todas, dos grandes ojos uno a cada lado de su cabeza, unas largas antenas con pequeños pelitos como peines y sus patas eran muy delicadas, con el menor movimiento se les rompían.

Llevando mi nueva mariposa entre las manos y tratando de no ir a estropearla demasiado, subí hasta la parte más alta de la calle para poder ver mejor hacia dónde se dirigía esa enorme bandada de mariposas verdes y negras que no acababan de pasar. Vi que la nube era más ancha que todo el pueblo y que se extendía en ambas direcciones hasta perderse de vista sin que yo pudiera ver dónde terminaba.

Extrañado constaté que a la única persona que le estaba interesando ese fenómeno, era a mí. Las gentes del pueblo, los vecinos, seguían en sus oficios sin prestar atención, a aquello tan maravilloso que estaba sucediendo. Hasta me dio un poco de rabia ver que mis paisanos eran tan desinteresados que ni la belleza de las mariposas les llamaba la atención.

Estaba cavilando en esto, cuando vi que de la gran nube de mariposas viajeras, se desprendía una columna que se devolvió derechito hacia mí.

No tuve tiempo de reaccionar, en un momento me vi envuelto en un mariposerío que volaba dando círculos en torno mío. De pronto  la mariposa que parecía ser como la jefe de aquel batallón se posó a mi lado, me saludó con sus antenas, me acercó una de sus patas cubiertas de pelitos como de terciopelo negro, yo me agarré a ella y en lo que espabila un zapo ya estaba yo montado y cabalgando en al abullonado tórax de esa mariposa.

O la mariposa era tan grande que yo podía volar montado sobre ella, o yo me había vuelto tan pequeño en un santiamén, que podía ir sobre ella sin causarle el menor daño. La verdad no supe cual de las dos cosas había sucedido, lo cierto es que nos encumbramos por el aire. Iba yo en mi mariposa que aleteaba con sus enormes alas como abanicos, presidiendo la columna que me recogió de la Calle de los Tramposos en Armenia y rápidamente nos incorporamos al grueso de la columna que seguía volando rumbo al cañón del rio Cauca.




La altura a la que volábamos era tal, que no tenía como cerciorarme de mi real tamaño, pues desde allí todo: Las casas, los árboles, los caminos, las quebradas, el mismo río Cauca, se veía pequeñito. A veces el viento soplaba tan fuerte que las mariposas tenían que aletear más fuerte y se iban de lado como si se fueran a caer. Yo me agarraba fuerte a los pelitos del lomo de la que me llevaba y recordé que a las mariposas de mi colección, con solo rosarlas se les caían los pelitos de sus cuerpos, en cambio a los de ésta, me podía agarrar y sostenerme fuerte sin causarle ningún daño.

Desde esa altura pude ver todas las veredas y caminos de mi pueblo: El Guaico, Palo Blanco con sus fincas empinadas como sembradas a tiros de escopeta. Cartagüeño y Mojones con su monte lleno de helechos y tierra de capote. Con algunos potreritos salpicados de mortiños, helechos para chamuscar marranos y matas de lulumoco. La Horcona, sus llanos de La Montoya y el pozo represado donde nos bañamos los escueleros en días de paseo. Travesías y la improvisada cancha de futbol y la eterna tienda donde tomamos carta roja con pan de queso y marialuisa, La Quiebra, la Molienda y árboles de ciruelas y entre el rastrojo maticas de Mora de Zapo. El Ensenillal y los potreros de La Loma con palos de guayaba común, guayaba agria y guayaba de leche.  Murrapillal rodeado de palos de aguacate y cercado de matas de piñuelas, Sabaletas y su agua fría donde se pescan corronchos debajo de las piedras sumergidas. La Volcana con su laguna, sus juncales, donde chillan los paticos laguneros. La Herradura, sus cantinas, sus tiendas. Casas con solares con mangos, naranjas mandarinas. La Cagada y el camino empedrado que sube hasta el pueblo. La Estancia y palos de mamoncillos, cafetales sombreados con piñones grandes y con palos de guamas que al florear desde esta altura se ven todos blanquitos. El Diamante que con sus casas de agregados es como un pesebre en miniatura, La Tuerta, La Ciega, El Convento y Santa Rita: Tierra caliente que bordea el cauca con oasis de palmas de corozos, cercos de matarratón y vacadas que braman con la pereza que produce el sol del medio día y hasta la Barca de Cangrejo atravesando el Cauca con gente que va para Altamira. Y detrás de un matorralito, en una playita Blacina bañándose en pelota.

Cruzamos muy por encima del Cauca y Altamira y luego enrumbamos hacia Concordia que se veía llenito de cafetales. Llegamos sobre Betulia y luego apareció el Penderisco y Urrao. Allí fue donde a mi me fue cogiendo como miedito y le hacía señas a la mariposa para que nos devolviéramos, pues ya se estaba haciendo tarde y si me demoraba mucho en el paseo mi mamá se iba a preocupar y mi papá me iba a dar una cueriza, pues él, no me iba a creer que me habían secuestrado unas mariposas.

La Mariposa volteaba la cabeza a mirarme como extrañada y yo le gritaba que me llevara para la casa que yo tenía miedo. Al fin ella como que entendió, dio vuelta y nos devolvimos como por encima de Titiribí, pasamos como planeando en una ráfaga de viento por encima del Sillón, donde alcancé a ver que en una molienda ya estaban cocinando el guarapo para hacer panela. Y fue en un momentico que pude ver la plaza, la torre de la iglesia y la terraza de mi casa, y allí me dejó mi mariposa, para que nadie se diera cuenta del paseo.

Voltee la mirada a mi mano y pude ver que mi mariposa ya ni chapaleaba, se me había muerto entre mis manos.

Muy agradecido por el paseo que me había dado, la llevé hasta mi escaparate, saque el portalibros y de él: la Cartilla: Alegría de Leer y entre sus páginas la dejé sepultada para que me acompañara cuando yo hiciera las tareas.  

 León. Dic. 2012.

lunes, 26 de noviembre de 2012

TARJETA DE NAVIDAD PARA LAS FARC.


TEJADOS ROJOS

Cuando el camino da vuelta al cerro
Y se oculta el campanario y los tejados rojos
Un griterío de despreocupados periquitos,
Las gualas calentando oscuras vestimentas
Y peinando sus plumas con el pico.
Las palomas arrullan escondidas en el bosque
Un arriero y sus mulas, y delante
Niños retrasados, apurados a la escuela.

Suenas el bombazo, el estertor de muerte
Un hongo de humo detrás del cerro
Donde estuvieron los tejados rojos.
Asustados los pericos se escondieron
Buscaron refugio junto a las palomas
Se encabritó la recua
Los niños tirados por el suelo,
Tirados la talega, el portalibros, los colores.

Siguiendo el serpentear de la quebrada
Que como arado orada estas vertientes
Se fue ese trueno y repetidos ecos
Coreando el himno de la muerte.
Las gualas se encumbraron con el viento
En danza circular sobre la derribada torre
Vieron un perro flaco husmear
Y escucharon el llanto entre tejados rotos.


León M.N. Nov. 2012

El 21_ XII Del 2012


HOY VAMOS A ACABAR EL MUNDO.

Hoy es treinta de noviembre
Y en Medallo vamos a acabar el mundo.
En México lo van a hace el 21 de diciembre
Aquí como siempre nos les adelantamos.

Que traigan los globos, la pólvora y el guaro
Que traigan los últimos 14 cañonazos
Que traigan las últimas tovas de Guarne
Que son las más bacanas.

Que empiecen con la matada del marrano
Para que esté a tiempo la rellena
Que alcen ya el agua pa´el sancocho
Que pelen el revuelto y la marmaja.

No admitimos colaos.
El que no case pa´la vaca que se joda.
Y no se olviden de envenenar el caldo
Tres botellas de guaro y una rama de yerba.

Que así queda ni una chimba
Cargadito, espeso y calientico.
Y que la Cucha se estrene
La pinta que le compré en el Ésito.

En el Ésito del Poblado
En el de las trasversales que es el más Play.
No vayan a creer que yo a la Cucha…
Lo que pida güebón, lo que pida.

Que se vengan las grillas sin calzones
Que la orden hoy es repartirlo a todos
Que borren las fronteras invisibles
En la comuna hoy disque manda el Putas.

En media noche acabamos el mundo
Que  a media noche empieza la alborada.
Que truenen los fierros y changones
Que suenen los tacos y las paleletas.

Que suenen en Manrique y Sabaneta.
En Itagüí y en Bello
Y que no se arrimen los bellacos
Que les vamos a encender el culo a plomo.

Que eleven globos y que no haya incendios.
Que quemen pólvora y no a los niños
Cuidado con eso malparidos.
 Que no quemen los ranchos, Hijueputas.

Que vayan sirviendo ya el sancocho
Que primero le sirvan a la Cucha.
Que roten la botella de guaro.
Que si hace falta manden por más.

Qué viva la alborada.
Que se acaba el mundo ya
Aunque la muerte y la vida
Sigan vivas.                    

León M. N. Nov. 2012.

sábado, 24 de noviembre de 2012

CONFESIONES


CONFESIÓN.

Nunca estuve enamorado.
De verdad: lo siento.
Yo nunca en madrugada
Grité en tu ventana mis canciones.
Tímidamente las cantaba a solas.
Las entregaba al viento.
Iluso yo pensaba que si
Así lo hacía, en tu sueño
Las escucharías.

Yo nunca estuve enamorado
Con alma, vida y sobrero, como dicen.
Yo nunca me corté las venas
Cuando pasabas y no me sonreías.
Y no me emborraché por ti.
No me quedé dormido
Sobre las mesas de cantina
Llorando mí despecho.
A todas estas ni sé qué es el despecho.

Tampoco supe qué es estar enamorado
Como en las novelas, en el cine,
Como en las canciones.
Y nunca te escribí poemas.
Cuando lo intenté, no supe qué hacer
Con: La miel de tus labios,
Las perlas de tu boca,
Los risos de tu frente,
Con tus pálidas manos…

Todo eso cursimente se enredaba
Y yo enmelocotado sólo atiné
A dibujar una nube, un cachito de luna
La hoja de una palmera
Una línea como horizonte
Y me dormía cantando muy pasito
¿Adónde irá veloz y fatigada
La golondrina que de aquí se va?
 Definitivamente nunca me enamoré.



Nunca me gasté una fortuna en joyas.
Nunca encontré mi fortuna.
Si es que hubo.
Cuando te compré unos aretes.
Agradecida me los recibiste
Y los guardaste muy discreta
Nunca te los pusiste
Y te cedo razón
Se parecían a los de las abuelas.

Y después de pasar contigo tantos años
Después de todos los íres y veníres de la vida
De tres hermosos hijos
De reír y llorar sobre la misma almohada
Después de esperar y de desesperar
Que la fortuna entrara y no saliera.
Tengo que confesarte francamente
Que he vivido contigo felizmente
Aunque nunca entendí
Qué es estar enamorado.

Será verdad que  jamás me enamoré.

  
 León M.N. Nov.2012.