viernes, 23 de diciembre de 2011

DESDE EL ALTO DEL YARUMO





EN EL ALTO DEL YARUMO
lEON mONTOyA NARANJO
2010


ÍNDICE

LAS CONFESIONES DE BLASINA

EN EL ALTO DE LOS YARUMOS

PRIMERA EPISTOLA

LA MALDICION DEL PUEBLO  



LAS CONFESIONES DE BLASINA




Se escuchaban turpiales, sinsontes, cucaracheros y desde hacía muchas horas estaban cantando los gallos. Más que madrugadores perecían trasnochadores o amanecidos, pues no han dejado de desafiarse de solar en solar, de loma en loma, de gallinero en gallinero. Uno canta, y el otro le responde a lo lejos y de esa manera han formado un coro de machos encabritados durante toda la noche.

Por entre los agujeros del zinc que forma el techo de la casa, por entre las rendijas de la puerta y algunos puntos desvencijados del bahareque de las paredes, se cuela una claridad de luna que parece esperar la salida del sol para hacerle algún coqueteo sideral.

Resuena en el camino el animoso paso de las mulas y caballos que suben rumbo al pueblo y se adivina el olor a frutas, a plátanos y a aguacates de sus cargas. En la alegre conversación de los montañeros se refleja la esperanza de un buen mercado y de un día de diversión en la bulliciosa plaza pueblerina.

Blasina se estira cuan larga es sobre su cama, da un ruidoso bostezo y con su voz fuerte y alegre dice, dirigiéndose a Horacio quien duerme en la habitación contigua, separados apenas por un tabique de barro y una cortina de cretona floreada:

-          Apá`…, quiere que le prepare los tragos ya...?

-          Ajaaa, contesta el viejo haciéndose el dormido, aun que, como ella, llevaba horas esperando que amaneciera Lo invadía la ansiedad de subir al pueblo, vender unos racimos y unos quesitos, cobrar unos jornales y tomarse unos tragos con los amigos escuchando música parrandera. Ya ha empezado la navidad y es hora de cambiar el ambiente rutinario de jornalero, por el ambiente festivo. Adiós noviembre mes de los muertos que:

“llegó diciembre con su alegría, mes de parranda y animación…”

La negra, sentada en la cama, se peina con las manos, teniendo los dedos a guisa de peine y sostiene su ensortijada melena con dos grandes ganchos que abre utilizando los dientes. Descuelga un viejo suéter del garabato de guayabo que a modo de perchero pende de una de las vigas que sostienen el techo, se lo pone sobre los hombros y trata de meter sus brazos en él, mientras sale al corredor rumbo a la cocina a prender candela.



Al abrir la pesada puerta que da al corredor detrás  la casa, siente en su rostro la refrescante briza, que al igual que los campesinos sube del Cauca por la cañada de Murrapillal y desde  los potreros del Lobo, buscando en el Alto de la Mantequilla, las fiestas que se inauguran hoy 8 de diciembre con el día de las Hijas de María.

En el fogón  separa las cenizas que esconden el rescoldo que quedó de la comida del sábado. Junta unas chamicitas y astillas encima de los carbones enrojecidos y sopla atizándolos suavemente y, como si fuera una maga, hace brotar la candela que lujuriosa se prende a las chamizas y luego a los leños más gruesos que fue acercándole.

-          ¿Qué pasó con el café?, gritó el viejo Horacio, mientras se enfundaba unos calzones sobre sus flacas piernas, sin ponerse aun los calzoncillos ya que es domingo y le toca baño en la quebrada cercana.

-          Ya voy, esperáte, no acosés, que ya junté candela y en un momentico está el tintico caliente, pa` que  te despabilés  y vas a coger la yegua mora y el macho rucio. Los necesitamos pa` subir al pueblo; porque lo que soy yo, me voy di`acaballo; no quiero que por el camino se me empantane el estrén que tengo pa` hoy.

Coló el tinto en dos pocillitos de peltre y se sentó a tomarlo con el viejo Horacio en la banca del corredor miraba al Cauca. Majestuoso río que en la lejanía avanza cual serpiente mítica. Con el pocillo cerca de su boca, sintiendo el vapor caliente y aromático que despide, sopla despacio para enfriarlo mientras sostiene la mirada perdida en la lejanía, donde el paisaje va despejándose. La neblina va subiendo cual telón y van quedando al descubierto todas las tonalidades del verde. Más que mirar, imaginaba cómo ira a ser aquel día de Hijas de María en el pueblo..., ¿Qué no le dirían a ella, soltera, puta y con 37 años que la hacen ver más mayor de lo que ella quisiera, en el mismo día de María Inmaculada?

El viejo, una vez terminado su café, tiró el último sorbo  con la borra sobre el piso de tierra, dejó el pocillo sobre la troje que sostiene la máquina de moler el maíz de las arepas, cogió dos cabezales que estaban colgados del garabato prendido a uno de los pilares del corredor, se enfundó los pies en unas botas viejas y salió en busca de las bestias al potrero.

Blasina se remanga animándose a iniciar la preparación del desayuno. Hurgó en los nidos de gallinas, debajo del pollo de la cocina y al levantar las primeras ponedoras descontentas, encontró tres huevos, suficientes para hacer una tortilla. Con hojitas de cebolla, que con sus uñas cortó de una mata sembrada en un tarro de galletas recostado a uno de los pilares del alero del patio, y con tomate picado, arrancado a la tomatera que allí mismo sostenía enredada en un chamizo, preparó la tortilla que acompañaría con una tela de arepa y con un chocolate endulzado con panela.

Armó la máquina de moler mientras tarareaba:

“Hoy enredé en tu balcón un lazo verde esperanza, con la esperanza de verlo prendido a tu pelo mañana en la plaza……”


Mecía rítmicamente su cuerpo, al mover la mano del molino en un sensual meneo que no dejaba de presagiar el que esperaba se diera en las cantinas del pueblo, ya en la tarde.

El maíz cocinado desde la noche anterior, se dejó exprimir, moler y amasar fácilmente. Comenzó a armar las arepas, primero haciendo una bola con movimientos circulares, luego la aplanó como aplaudiendo al son de un pasodoble y luego con rápidos movimientos de la palma de una mano  y las puntas de los dedos de la otra, le daba forma, redondeando allí donde estaba deforme y adelgazando las partes más gruesas.

Mientras en la mano izquierda sostenía la arepa de maíz blanco sancochado, con la otra y ayudada con la parrilla de alambre esparcía las bazas y tizones haciendo el lecho donde azar el sabroso pan montañero.

Ya estaba dándole la segunda batida al chocolate con el molinillo de horqueta de café, cuando sintió que llegaba el viejo Horacio con las cabalgaduras y, asomándose a la puerta de la cocinita le gritó:

-          Apá` alístese que ya le voy a servir el desayuno, antes de que se ponga a ensillar.

Regresó a la cocina, volteó una de las arepas para que no se quemara y a la otra le hizo bailar la raspadora, fabricada con una lata de sardinas, para quitarle el exceso de carbón, mientras cantaba:

♪“Ay, Ay, Ay, Ay…dónde andarán, aquellos ojitos negros que me hicieron suspirar, ay, ay, ay, ay...

El viejo se sentó a horcajadas sobre una banqueta que arrimó a la mesa que a modo de comedor había en el corredor. Sintió el aroma de los huevos revueltos y la arepa recién azada. Sorbió ruidosamente la espuma de colores del chocolate recién batido y preguntó:

-          Mi`ja, no hay por ahí sobraditos de anoche pa` acompañar esto tan bueno con un calentaito...
-          Dejate a ver yo miro.... aquí hay un unta`o de frisoles y unas tajadas maduras, yo ni`an sé si tarán vinagres. Esperáte a ver yo les doy una calentadita.

Fue en un momento que trajo en un plato de loza floreada el calenta`o. Se sentó en la otra banqueta a saborear su desayuno y a extasiar su mirada en la lejanía mientras pensaba: cómo  arreglarse,peinarse y maquillarse para no parecer la más vieja de las solteras del pueblo que hoy celebraban su día de Hijas de María.

Terminado el desayuno se levantó rápidamente, recogió los trastos, los llevó al lavadero y mientras los estregaba y enjabonaba ayudada con un estropajo decía en voz alta pero para ella misma:

-          Lo que es la casa se queda así, pues yo no me voy a poner hoy a arreglar casa, con las horas que son. Ya me cogió el día, para arreglarme y subir al pueblo. No voy ni a alcanzar misa de doce.

Lo de misa de doce, era un decir, pues ella no entraba a la iglesia, pues sabía que su entrada a la iglesia despertaba más chismes que su entrada a las cantinas o al hotelucho del pueblo seguida de algún ocasional galán.

Entró como una tromba en su pieza, descolgó su toalla, del clavo  que la sostenía, sacó del baúl de al lado de su cama el jabón de olor para el cuerpo, el jabón negro para el cabello, la brillantina palmolive para peinarse, el talco yodora para empolvarse el cuerpo una vez se secara, el peine para espulgarse el pelo, no fuera a tener piojos y para sacarse la posible caspa. Sacó también un frasco de glostora para perfumarse, el desodorante rollon y dejó encima de la cama, el pintalabios, los polvos para la cara, el lápiz negro para las cejas y el barniz para las uñas.

Mientras sostenía toda aquella parafernalia de afeites y perfumes, envueltos en la toalla, contra el regazo, caminó o más bien corrió, por el caminito zigzagueante rumbo al escondite en la quebrada que le servía de baño.

Una vez allí, dejó caer la bata y el suéter que era su único vestido, se tendió en el pequeño charco que la hizo estremecer de frío y segura de que nadie rondaba a aquellas horas por allí comenzó a jabonarse mientras cantaba:

♪“El puente roto, le llamó yo a tu cariño que se rompió…”

Cual princesa negra en el jardín mágico, soltó su larga cabellera, la frotó con el jabón negro que la dejaría limpia y brillante. Utilizando el peine de dientecitos juntos y largos, peinó repetidamente su cabello tratando de que enredados en él, salieran los posibles parásitos a los que no había que dar tregua.

Luego de enjuagarlo muy bien para que los residuos de jabón no le produjeran caspa que la hiciera avergonzar con sus amigos, procedió a frotar todos su cuerpo con el jabón perfumado que la hacía sentir bella, irresistible. Masajeó todos sus músculos y fustigó sus codos, rodillas y jarretes, que eran los encargados de delatar el mal aseo o el descuido de una dama.

Mirando el azul del cielo, salió del charco como una Venus primitiva, con la piel erizada por el frío, lentamente fue secando su cuerpo palmo a palmo, permitiendo que el sol de la mañana la ayudara. Inclinó graciosamente su cabeza para que el agua que estilaban sus cabellos no le mojaran nuevamente su espalda y sosteniendo con ambas manos la toalla frotó su pelo y masajeó su cabeza para quitarle todo exceso de agua y reanimar su circulación después de aquel baño frío.

Se envolvió en la toalla, recogió todos sus elementos de aseo y subió corriendo hasta su cuarto donde procedió a espolvorearse en talco, ponerse el desodorante y a untar su cabellera de brillantina, Se puso su ropa interior de encaje blanco y continuó desenredando su largo pelo, empezando por las puntas y avanzando poco a poco, cadejo por cadejo, pero con gran maestría y rapidez. Lo extendió sobre su espalda todo lo que pudo para que terminara de secarse y procedió a delinear sus cejas con el lápiz negro, mirándose en el pequeño espejo que a su altura, colgaba de la pared al lado de la ventana. Pasó repetidamente la polvera por su cara, haciendo énfasis en la frente brillosa y en la nariz; pintó sus labios de un rojo intenso y los frotaba uno contra el otro para que el color quedara bien esparcido, parejo y con el brillo húmedo que deseaba. Abrió con dificultad el pequeño frasco de barniz, esparció una delgada capa sobre sus uñas, cosa que hacía soplando luego sobre ellas para acelerar su secado y aleteando con sus manos para reforzar el secado fue hasta el armario recostado en la pared. Sacó de allí unas enaguas de tul almidonadas que semejaban un vestido  de primera comunión; las miró y dijo:

-     Estas son para el veinticuatro, hoy me estreno la falda estrecha blanca, pa` que sufra todo el que me mire las nalgas y se mueran de envidia las gordinflonas Hijas de María.

-      Como voy montada, me tengo que poner los "esláss pescadores" y cuando llegue a La Cumbre en La Callearriba me cambio.

Buscó la ropa para el viaje a caballo y en una bolsa guardó los zapatos y muy bien doblada la ropa nueva que luciría al entrar a la plaza del pueblo.

- Apá, yo ya estoy lista, gritó desde su cuarto y el viejo que regresaba de la quebrado recién bañado y de blanco riguroso, le dijo.


- Esperáte me calzo, cojo el sombrero alón y nos vamos pues el macho ya está cargado y la yegua ensillada. No es sino cerrar la casa y que te encaramés en ese reque de yegua y nos fuimos.

Blasina le puso el freno a la yegua, aseguró la barbada, revisó que la cincha estuviera apretada, que los estribos estuviera a su altura, colgó de la cabeza de la montura la bolsa con su vestido, la billetera y otras cosas; puso sobre la silla un pellón rojo y con la agilidad de un vaquero se montó a la yegua y agarró camino arriba.

El viejo Horacio la siguió con el macho cargado y mentalmente entonó:


♪“Sale loco de contento con su cargamento para la ciudad, para la ciudad. Lleva en su pensamiento…”

Al entrar en el montecito que cruza el camino antes de llegar a la Loma, parecía que todos los pájaros hubieran salido a darles la despedida. Se escuchaban turpiales, azulejos, ciriríes, sinzontes, afrecheros, palomitas, carraquíes, chupaflores, loras y muchos más.

Aquel concierto le trajo a Blasina una alegría mezclada con melancolía y no pudo dejar de tararear:

♪“En una jaula de oro pendiente de un balcón, de hallaba una calandria, cantando su dolor..."

Al pasar por las casas que dan frente al camino, saludaban con un adiooos... y los perros ladraban  entre las patas de la yegua y el macho rucio.

El viejo Horacio venia atrás arreando el macho y saltando cuidadosamente entre los charcos y pantaneros para evitar ensuciar su pantalón y su camisa blancos; de tanto en tanto se quitaba el sombrero y se secaba el sudor con la punta de su poncho blanco de rayitas azules, que doblado, colgaba de su hombro.

Desde el camino que cruza la vereda de La Loma se alcanzaba a divisar el pueblo como una hilera larga de casitas montadas como en sancos, aferradas a las faldas y en la mitad de aquella larga fila, se alzaba majestuosa como pocas, la iglesia del pueblo con su alta torre cónica.

Blasina, se preguntaba al mirar el pueblo puesto en aquella estrecha, alta y fría cuchilla:

-          A quien se le ocurriría hacer ese cagadero en ese filo... y se puso a cantar:





♪“Ya vamos llegando a Péeeenjamo…, ya brillan allá sus cúuuupulas… y esa muchacha que mira y se agacha….

Pasaron por el Encenillal  donde ya lo empinado del camino les impedía ver el pueblo cercano, pero escuchaba  los llamados de las campanas para misa, y dijo el viejo:

-          Ya están dando primero para la misa de diez.

-          Nos rindió el camino dijo Blasina, mejor porque voy a tener lugar de planchar mi ropa que debe ir muy arrugada en esta bolsa, mercar y  hacer unas compritas que necesito.

Al llegar a una de las primeras casas del pueblo, donde el camino polvoriento deja de serlo y se convierte en calle empedrada, Blasina se apea, suelta el cabestro que asegura amarrándolo  a uno de los pilares del corredor de la casa de sus amigos, quita el freno al animal, descuelga su equipaje del cacho de la montura y le dice a su papá que lleve las bestias a la pesebrera de Mario Vélez y que más tarde se encuentran en la plaza pues ella va a pedir permiso en esa casa para cambiarse y así  poder salir al pueblo.




-          Buenas, Misiaaaá.
-          Buenos días, le contestan, bien pueda sígase pa` dentro.
-          Qué pena, yo por aquí como siempre a molestar a ver si me prestan el baño pa` cambiarme esta ropa y sacudirme un poquito y poder asomarme a la plaza.
-          Bien pueda mi`ja, sígase que usted sabe que esta es su casa.

Blasina entró al baño como una campesina más y salió de allí transformada en una diosa lujuriosa y perfumada.

Había soltado sus trenzas y su cabellera como una cascada de ondas negras y brillantes le cubría la espalda.  El amplio escote de una blusa blanca de latines, cintas y moñitos dejaba sus hombros descubiertos. Aquella esplendorosa melena apenas era atrapada por una cinta roja a  modo de diadema. Metió la mano por entre el corpiño, acomodó sus senos para que florecieran como era debido. La estrecha falda blanca de un brillante satín que sostenía con una correa color sangre de toro, apretada en su cintura, dibujaba sus muslos y caderas y a la altura de la rodilla se abría en vuelos que siseaban a cada paso que daba con sus altos tacones también rojos.

Retocó su maquillaje en el espejo del aguamanil situado a la entrada del comedor. Se perfumó nuevamente, recogió su billetera roja y un pañuelo blanco que apretó en su mano izquierda contra su estómago y adoptando un caminado de gran dama, dio las gracias, se despidió y salió, taconeando fuerte por el zaguán de la casa, luego sobre la acera y ya con más dificultad en el empedrado de La Callearriba.  Al caminar, cantaba en voz queda, la canción de moda:

♪“Ya vine de donde andaba, se me concedió volver…y a mí se me afiguraba, que no te volvería a ver…”

No había dado veinte pasos sobre aquella pasarela empedrada, cuando comenzaron a escucharse los piropos de los hombres y a suponerse las maledicencias y comentarios cáusticos de las mujeres detrás de los postigos y las puertas:

-          Dónde irá a caer este globo... dijo un entusiasmado muchacho, al ver tan elegante a la reconocida Blasina.

-          Cuál globo, replicó otro, no ves pues que es una palomita toda blanquita y de piquito rojo; - ponga mucho cuidado mi`jita que por ahí hay mucho gavilán y de pronto se la comen.

-          Y a eso no fue que subió pues... a que se la comieran. Dijo una muchacha mientras entraba a su casa evitando escuchar la respuesta de la negra.

 Blasina impávida, como si no hubiera escuchado nada, siguió su camino diciendo entre dientes:

-          A un bagazo poco caso... y menos a vos que no te come ni el oxido.

Más adelante la alcanzó un chalán montado en un caballo de paso fino, se le puso al corte y le dijo:

-          Es que mire usted, están cayendo Hijas de María y angelitos, como arroz, no será que a mí me toca hoy uno.


Blasina complacida con el piropo le replicó sin que nadie más oyera:

-          Qué cuento de angelitos, mejor más tarde me recoge en ese potro tan hermoso y nos vamos los dos a hace diabluras, no le parece...

-          Con vos y este caballo yo voy hasta los infiernos y vuelvo, siquerés.

-          Cuales infiernos, callá la boca que hoy es día de la virgen y te va a llevar el patas.

-          Con vos que me lleve hasta el putas, que yo estaré feliz.

-          Andate pa` tu casa que te va a ver tu mujer andando conmigo y te va a sobrar mierda pa`empañetar.

-          Hasta luego negrita, más tarde nos vemos en la cantina y nos tomamos algo junticos. Estas muy linda.

-          Adiós pues…



El día no empezaba nada mal, ese muchacho estaba muy lindo. pensó la negra.


-          Qué lindo, lo que está es muy bueno y lo que más me gusta es que no es tímido, pensaba Blasina mientras empezaba a subir la pendiente de la calle, que la llevaría derechito a la plaza del pueblo.

Al pasar por enfrente de la estación de policía, se reunió toda la guardia en el andén a verla pasar y el cabo que era el más lanzado le dijo:

-          Ojo vivo mi muñeca, no me alebreste mucho a todos estos solterones que ya están bebiendo en las cantinas, que se ponen a darse machete por vos y nos ponen oficio a nosotros y al médico del centro de salud.


-   Tranquilo mi cabo que si Blasina se pone muy Carmentea, nos la traemos pacá pal comando a cantar La María de los Guardias.

-          Nada más le pide el cuerpo Sargento, preguntó Blasina, mientras seguía su camino pisando como yegua fina en pista de resonancia.

-          Dios me ampare y me favorezca, dijo Blasina al pasar frente a la puerta de la sacristía y encontrarse a boca de jarro con al Padre Pacho, que salía de la misa de 10.

-          Buenos días Padrecito, fue lo único que alcanzó a decir mientras agachaba la cabeza para pasar desapercibida.

-          Buenos días hija le dijo el Padre tendiéndole la mano en señal de saludo.

Blasina sintió que le temblaban las piernas, las manos y la voz. Sintió como un vértigo y creyó que se iba a caer del susto. No supo si sostener la mano regordeta del Padre Pacho o  besársela como al Señor Obispo, así que rápidamente se la soltó e intentó seguir su camino hasta las cantinas; pero el Cura dijo:



-          Hija mía sabrás que hoy es el día de la Virgen, de todas las solteras, las señoritas..


Blasina en su confusión no sabía que responder y solo alcanzó a decir:


-          Siiii, el día de las Señoritas..., no Padre, ya..., yo..., ya...


El Padre no se dejó vencer por esta natural repulsa de la más famosa puta del pueblo y sintió que había llegado la hora de volver al rebaño a la oveja descarriada.


-          No te vi asistir a los ejercicios espirituales, ni mucho menos en la fila del confesionario y estoy seguro que tenés muchos pecados de qué arrepentirte. Hoy día de María Inmaculada, tu alma debe quedar tan  blanca como este vestido que estás estrenando. Entrá aquí a la sacristía que en un momentico te confieso y así podes comulgar en misa de doce.

-          Padre, cómo se le ocurre que yo me entre con usted a la sacristía, mire con disimulo para atrás y verá a todas las blanquitas del pueblo, a todas las Madres Católicas de esta cuadra, que están pendientes de usted y yo, y hasta están adivinando lo que usted me está diciendo y seguro que  están pensando que no es usted el que me quiere convencer a mí, sino yo, la que lo quiero convencer a usted... no Padre yo con usted no entro allá dejemos la cosa así que yo ya me voy a condenar y san`siacabó.

El Padre Pacho volteó la mirada y en el mismo instante, como quemadas por un rayo seis viejas y unas no tan viejas se hicieron las disimuladas. Unas hicieron como si estuvieran barriendo la calle, otras saludaban a los que en ese momento pasaban, otras miraron para el reloj de la iglesia, diciendo
:
-          Como está de tarde mi`ja y yo sin alzar almuerzo Y todas salieron despavoridas para sus casas, como si hubieran visto al mismo diablo.

-          No ve Padre, cuando yo le diga, es que aquí en Armenia, esas biatas y brujas chismosas son más peligrosas que el mismo diablo.

-          No haga caso hijita, que para Dios no hay nada imposible, aquí mismo en medio de la calle y sin que nadie se entere, la voy a confesar para que Dios se acuerde de vos hoy día de su Madre Santísima.


Blasina abrió descomunalmente los ojos y dijo.

-          Cómo padre..... uste está loco, yo no me voy a arrodillar aquí delante de todo el mundo, ni loca que fuera.

-          No necesitamos que te arrodilles, pide mentalmente perdón a Dios por tus pecados.

-          Blasina cerró los ojos un instante y dijo:

-          Listo, ya le pedí perdón.
-          Cuánto hace que te confesaste la última vez.

-          Padre, yo que me voy a recordar de eso... eso fue... hace mucho tiempo.

-          Bueno dime tus pecados.

-          Ay, Padre usted pa`que quiere que yo le diga lo que usted ya sabe.

-          No es a mí al que se los vas a decir, es a Dios mismo.

-          Pior por ahí, no pues que El todo lo sabe, y todo lo ve... Vea pues por lo que le dio a usted, padre, por confesarme en media calle.

-          Dime tus pecados, insistió el Padre Pacho.

-          Me acuso Padre que yo soy muy puta, que me he acostado con la mayoría de los hombres de este pueblo, que he desvirgado a casi todos los muchachos de aquí y algunos que han venido de otras partes. Me acuso de que me gusta la cerveza, el ron y el aguardiente y que me emborracho cada que puedo. Me acuso de que soy muy boquisucia, digo malas palabras y soy capaz de insultar a cualquiera de estas viejas hipócritas que no hacen sino criticarme a mí, pero no saben tener contentos a sus maridos en la cama. Me acuso de que soy muy peliadora o mejor dicho no me dejo joder de nadie y el que me busca me encuentra porque con un machete en la mano me hago respetar hasta del mismito Sangre Negra o Tirofijo y ya le he rayado la cara y la espalda a más de un malparido que se me ha querido volar sin pagarme las cuentas en mi cantina de la Loma.

-          Me acuso de que yo no entro a la iglesia ni voy a misa ni nada de eso, pues es peor; cuando yo entraba, la gente ni rezaba por voltiarme a ver, y se la pasaban no más mirándome, haciéndose señas y cuchicheando quien sabe que barbaridades delante de mi Dios.

-          Pero eso si Padre, yo no le he robado nada a nadie, yo siempre le ayudo a los pobres, yo a mi`apá nunca lo he desamparado, siempre rezo por mi`amá aunque no la conozco y no sé quién es y ni la juzgo porque yo no sé cómo fueron las cosas y porque me abandonó o se murió cuando yo estaba chiquita.

-          Alguna otra falta que quieras confesar...

-          Yo no me acuerdo más, pero por lo que se me haya olvidado, apúnteme ahí, todo lo que hacemos las mujeres de la vida alegre, que de eso sabe usted más que yo; y perdone Padre no es porque usted lo haga, sino porque a usted se lo cuentan en el confesionario.

-          Hijita reza tres padres nuestros y tres credos y hazle una visita al Santísimo, que tus pecados ya fueron perdonados.

-          Ya estuvo, eso fue todo…

-          Si ya, andate en paz y no pequés más.

-          Muchas gracias Padrecito.

Blasina quedó asustada, temerosa, confundida y preocupada. Qué iba a hacer ahora que estaba limpiecita de pecados, entraba a comulgar a la iglesia o se iba a pasar el susto con un aguardiente en la cantina de abajo.

Pasó despacio por el frente de la Cantina del Tío y ni escuchó que estaba sonando la canción que dice:

♪“Señor, mientras tus plantas Nazarenas, suben a hacia la cumbre del calvario....”

Siguió plaza abajo, entró al almacén de Doña Cruzana, compró unas telas para mandarse a hacer unas baticas para la casa y un vestido para salir el veinticuatro y  el treintaiuno. Compró pasta de dientes,  una camisa de manga larga y un corte para unos pantalones para su papá.

Saliendo de allí se encontró con unos amigos que la saludaron y la invitaron a tomarse algo y ella les dijo que más tarde se encontraban, pues iba para la tienda de los Parras a mercar, pues si lo dejaba para más tarde se envolataba y se quedaba sin nada.

Entró a la tienda, donde todos los hombres le admiraron mucho lo pispa que estaba, le declararon su amor y le ofrecieron el Oro y el Moro.

Ella pidió le despacharan: cuatro libras de arroz marfil, un capacho  de sal de Guaca, unas papeletas de cominos, clavos, azafrán, tres cajitas de triguisar, dos libras de manteca de cerdo, una pucha de frisoles cargamanto, una almud de maíz trillado, media arroba de papas, dos paquetes de pastas para sopa, dos pares de panela de la de los Suarez, una libra de chocolate Cruz, una libra de café Bastilla, un frasco de veterina, una talegada de salvado para las bestias, media docena de cigarrillos Pielroja, seis cajitas de fósforos, una papeletica de astillitas de canela y una cajita de maicena para la natilla de Noche Buena.

-          Mi`hace el favor me empaca todo eso en un costalito y me lo guarda por ahí, que voy a comprar la carnita y ya vengo a pagarle y por la tarde cuando vaya a coger camino vengo con mi`apá a cargar el macho.

-          Listo mi Negra, usted sabe que yo siempre le tengo aquí guardado su mercao, y si no lo tenemos listo, yo en un momentico se lo empaco.

-          Tan triscón el boqui suelto éste, quien lo ve… Dijo entre risas y salió contoneándose por media plaza rumbo a las carnicerías.

Luego de hacer las compras, entró a la Cantina de Gelo, pidió un aguardiente doble y que le mostraran la libreta donde le tenían apuntadas sus deudas. Hizo la suma que revisó el tendero y pagó el contado que le faltaba, pidiendo que le sumaran allí mismo el trago que se estaba tomando.





-          Y por qué está tan de afán, mi amor, no se va a tomar el otro pues…

-          Ay no, esto aquí está muy triste, ustedes escuchando Los Cuyos, que a mí siempre me han es dado ganas de llorar, yo mejor me voy por allí a escuchar rancheras y ahorita vuelvo a despedirme.

-          No se pierda pues, que a uste la queremos mucho por aquí.

Y mientras sonaba en la victrola:

♪“Grato es llorar, cuando afligida el alma no encuentra alivio en su dolor profundo…”

 Salió a la acera, miró el reloj de la iglesia que ya iba a dar las doce y se encaminó a la farmacia a comprar unos sulfatiasoles para el reumatis del viejo, unos  sobre de mejoral para su dolor de cabeza, para esos hiju`emadres cólicos mensuales un cartoncito de buscapinas y unos alkaselseres para el posible guayabo.

De una de las mesas de la cantina del pié de la plaza le hacían señas un grupo de hombres enruanaos y entró meciéndose al son de:

♪“La víspera de año nuevo estando la noche serena…”

Se sentó en medio de ellos y los enruanaos le pidieron al mesero que se acercó a limpiar la mesa y a recoger embaces vacíos, que le sirviera a Blacina un aguardiente doble con una Bretaña como pasante.




Blasina, agradeció los piropos que sus contertulios y de otras mesas le lanzaban, se tomó el aguardiente de un solo golpe, echando exageradamente la cabeza para atrás y haciendo un gesto de repugnancia, bebió un largo trago de Bretaña para pasar el supuesto mal sabor, llamó nuevamente al mesero pidiéndole una cajita de chicles y menuda para el piano.

Una vez recibió su pedido fue hasta el traganíquel y mientras revisaba el menú de canciones que ofrecía, iba introduciendo monedas y apretando las teclas que señalaban sus canciones preferidas.

Volvió a la mesa de sus amigos y abrazando al primero de ellos, gritó:

-          Sírvanme otro que el primero me bajo como un gato en reversa y aquí a los amigos, lo que cada uno esté tomando.
-          Tranquila Negrita que el primero es con agua, el segundo sin agua y el tercero como agua.

Todos se rieron de viejo chiste y apuraron sus vasos, ofrecieron cigarrillos y entonaron el disco que empezó a sonar, el cual era uno de los elegidos por Blasina.

♪“Alegre playita mía, porque eres mía te vengo a ver, te contaré playa mía lo que quería ya se me fue…”

-          Y a todas estas… dónde andará mi`apá…
-          Yo lo vi bebiendo allí donde Polvorita; esta muy tranquilo con unos amigos.
-          A bueno, ojalá siga así y ahorita voy a buscarlo pa` que se coma un almuercito en el hotel; pobre viejo, que desayunó tan temprano, ya debe tener hambre.

Sonó: Muchacha de Risa Loca, de Lucho Ramírez; Juan Charrasquiado de Miguel Aceves Mejía; La Ventera, del Dueto de Antaño; El Burro Mocho, de Noel Petro; Navidad Negra, de los Corraleros del Majagual: La Pollera Colorá y muchos discos más en una revoltura entre romántica, parrandera y arrabalera, y cada una de ellas fue saludada con un brindis que rápidamente fue haciendo su efecto en el equilibrio, la cordura y la timidez de los campesinos que festejaban.

Ya algunos de ellos, entre prendidos y copetones, disimulando entre la ruana, le hacían señas comprometedoras a la Negra, que alegre se hacía la desentendida. Otras veces se hacía la sorprendida por la audacia de lo que le decían al oído y en otras ocasiones respondía con enigmáticas miradas antes de aceptar la invitación a salir a bailar alguna pieza parrandera.

Disimulaba muy bien al bailar su ya perdido equilibrio y hacía creer que era su pareja que se zangoloteaba de manera extravagante y la estrujaba más de lo debido.

Bailó con todo aquel que se lo solicitó, para que nadie se quedara agraviado y más teniendo en cuenta, que solo ella, Angelina Clava y sus hijas, eran las únicas que se atrevían a bailar con hombres en las cantinas del pueblo. También bailaba, pero sola una viejita limosnerita muy simpática que todos llamábamos La Niña.

En medio de:

♪“La Cumbia Cienaguera, la que alegra a las viejas casadas y solteras…”

La sorprendió la preocupación por su papá, la necesidad de orinar y las ganas de almorzar, y así evitar que los tragos se le subieran más a la cabeza y de pronto hiciera algo que le hiciera perder la confesión con el Padre Pacho.



Pidió su cuenta, se arregló un poco el peinado, se retocó los labios con el pintalabios y  mirándose en un espejito que tenía en la billetera, se desarrugó su falda y le dio una palmada a su vecino que estaba ayudándole a bajarse un poco la falda que se le había encaramado mucho por detrás, se rió a carcajadas con todos y salió fingiendo que aun caminaba tan esbelta como en la mañana.




Encontró a su papá bebiendo parado en el mostrador de la tienda de Polvorita, rechazó por impropio el trago que él le quiso ofrecer, preguntó sí el viejo debía algo, lo tomo del brazo diciéndole:

-          Mine Pá, vamos a almorzar que uste debe tar que agoniza de hambre.

Horacio se dejó llevar por su hija, mientras acompañaba la canción que sonaba diciendo:

♪“y borracho y cantinero seguían pidiendo y pidiendo, mariachis y cancioneros, los estaban divirtiendo…”

Pasaron por el frente de Guasquilandia por Guallaquilito, rumbo al Hotel de Doña Débora, donde les sirvieron una sopa de plátano verde y un sudao de gallina que levantaba muertos.

Una vez almorzaron y se disponían a salir nuevamente al jolgorio de la plaza, uno de los comensales le dijo a Blasina:

-          Oiga mi amorcito, no vaya pa` la plaza así sin reposar el almuerzo que le hace daño, más bien venga pa` la pieza y nos echamos una siestita.
-          Una siestita…, no será más bien que lo que quiere echarse usted es un polvito, pero lo que fue esta vez conmigo tacó burro mi Don.
-          Bueno mi`jita, pues será otra vez, yo no pierdo las esperanzas.
-          Atenete y no corrás dijo la Negra y salió abrazando al viejo que se hacía el que nada oía.

Se sentaron en el café de la esquina a tomarse un tintico, dizque pa` asentar el almuerzo y antes de terminar el viejo dijo:

-          Oíste Blasi…, a mí como que me cayó mal ese almuerzo, estoy sintiendo unos retortijones que mi` dios bendito…
-          Pedí una Bretaña con limón y una alkasetzer, que eso se te pasa, y yo ahorita vuelvo, voy a dar una vueltica por allí a ver que veo y ya nos vemos.

Salió ya más compuesta y animosa a tratar de encontrar a algunas personas que le debían plata, o favores y a tratar de cobrarles antes de que llegara la hora de salir para la casa y antes de que todos se gastarán el jornalito sin acordarse de ella.

A lo lejos, por allá en el Salón Social se escuchaban Los Panchos cantando
:
♪“Una copa más, te brindo al despedirnos, una copa más, que nos hará olvidar…”

Ella se fue tarareándola y se acercó hasta el lugar de donde procedía aquel bolero.

-          Eh avemaría pues, quién pidió pollo…, que te trae por acá mi amor, dijo el cantinero al verla entrar.
-          Este disco tan hermoso que está sonando, que ah plata que me debe, ha rascas que me he pegado yo con él…
-          Por qué tan despechada, eso no es bueno y menos ahora que comienza Noche Buena.
-          Entonces ponéte ahí algo más alegre pues y servíme uno doble pa` matar esta tusa de una vez por todas.
-          Eso si es bonito, así es que se habla mi Negra.

No había terminado de tomarse el traga ni había empezado a sonar:

♪“La víspera de Año Nuevo estando la noche serena….”

Cuando fueron cayendo como gallinazos los pipiolos del pueblo, a ver qué podían conseguir.
-          Negra, tomate un trago de cuenta mía…
-          Gracias mi`jo ya estoy tomándome uno.
-          ¿Amircito bailamos esta piecita, pero bien amacizaitos?
-          Vos qué estás pensando, como está de temprano… y además aquí no dejan bailar, no ves que aquí no entran sino las Hijas de María y las Madres Católicas…, y pa` ellas bailar es peca`o.
-          Peca`o es dejarte ir a vos pa` La Loma sin darte una apretadita.
-          Y es que a vos te da miedo bajar a la Loma a hacerme la visita y a ayudarme a coger café.
-          ¿Y vos si sabes atender bien a las visitas y si pagás buen jornal?
-          Averígüelo Vargas, el que no arriesga un huevo, no saca un pollo…
-          Tan jodida que es esta Negra, ella es capaz de hacerme espantar una noche de estas en la subida del Encenillal.
-          Arriesgáte que no perdés.
-          Trato hecho, pero tomate uno de cuenta mía, y diciendo esto, hizo señas al cantinero que sirviera lo mismo a la dama de cuenta de él.

Estaba es esas charlas, Blasina, cuando llegó uno de sus anteriores compañeros de tragos, se arrimó al iodo y le dijo:

Vení allí, que tú papa está como enfermoso.
Ella se levantó rápidamente, verificó que la cuenta si hubiera sido pagada por el galán de turno y salió apurada por la noticia que le acababan de dar.

Encontró al viejo Horacio con la cabeza entre los brazos, recostado solo en una mesa al fondo de la cantina junto al orinal.

-          ¿Qué le pasó Ap`á?, preguntó.

El viejo no levantó la cabeza y el cantinero vino a explicarle.

-          El hombre pidió una Bretaña con limón y alkasetzer, se la tomó y al momentico lo vi desesperado buscando un sanitario, pero como aquí no hay, no alcanzó a salir para otra parte y se cagó en los calzones. Pobre viejo, yo sin saber qué hacer y con esta hedentina tan verrionda la mandé a llamar pa`que usted le ayude y se lo lleve pa` la casa.

Blasina dijo interiormente: estos son los castigos que me manda mi Dios por ponerme a beber después de confesarme; y ahora qué camino voy a coger yo con este viejo todo churriento y pa` apostar, con esa ropa blanca que no disimula nadita lo que le pasó.

-          En curvas más oscuras me ha cogido a mí la noche, dijo, mientras tomaba a su papá del brazo, lo levantaba y le decía:

-          Venga vámonos para el Hotel de Cesarfina y se baña y le lavo esa ropa toda cagada, porque así no podemos pegar pa’ la casa.


-          Se debe algo mi Don, pregunto al cantinero, - Tranquila negrita, atienda a su papá que después arreglamos.





Tomando al viejo de gancho, y mientras se escuchaba:

♪“Este es el corrido del caballo blanco que en un día domingo feliz arrancara, iba con las miras de llegar al norte…”

Salió a la plaza, a esa hora repleta de gente que hacía compras, vendía frutas, verduras, carne, granos, chorizos, rellena, plátanos, yucas, paletas, y mil mercancías más. Se irguió cuanto pudo sobre sus tacones tratando de dar los pasos más seguros y de que sus tobillos no delataran lo copetona que estaba, ni de ir a tropezarse en el empedrado. Sus piernas dejaron marcar todos sus músculos de mujer acostumbrada al trabajo duro, sus redondas y duras caderas hicieron brillar el satín de su vestido. Levantó la cabeza cual bailarina de flamenco, puso su barbilla sobre el pecho, como yegua recogida para iniciar su debut, y comenzó a avanzar en medio de la plaza por la calle de honor que la concurrencia expectante, asombrada y hasta temerosa de su reacción le estaba haciendo.

Era un desfile digno, que nadie se atrevió a interrumpir, a comentar y menos a criticar. Su porte erguido era tan impactante, que los presentes solo atinaban a hacerse a un lado para permitirles el paso y luego de una mirada de reojo, se hacían los desentendidos sin aventurar ningún comentario.

El viejo con la entrepierna humedecida por un líquido amarillento y nauseabundo, caminaba del brazo de su hija, fingiéndose más borracho de lo que en realidad estaba, con el fin de ocultar tras ese indicio, la vergüenza que su condición le estaba ocasionando.

Un perro callejero olfateó al viejo por la horqueta y batiendo la cola los siguió, hasta que un transeúnte le dio un punta pié, gritándole: -  Ssshiite, perro.

El sarnoso se escabullo chillando de dolor, mientras Blasina continuaba su obligatorio desfile de medio día dando muestras de la mayor entereza y desprecio al mundanal ruido.

Pasó entre toldos y tendidos de mercancías, por enfrente del kiosco situado en mitad de la plaza, donde antes estuvo el busto de Bolívar y el de Laureano Gómez. Allí escuchó un pedazo le la canción de Gardel que decía:

♪“…Ahora, cuesta bajo en mi rodada las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar…”

Desde el café, La Estrella, sin verlos, supo que todos la estaban mirando y a ella le provocaba gritar: - Trágame tierra, pero siguió haciendo acopio de toda su fuerza, más aun cuando escuchó lo que del traga níquel de aquella cantina salía:

♪“Desde un tétrico hospital donde se hallaba internado, todo agónico y rodeado de un silencio sepulcral…”

Imaginó a su padre como en presunto ocupante de la “Cama Vacía, de Olimpo Cárdenas” y sintió que le brotaban las lágrimas. Solo reaccionó viendo que pronto llegaría al atrio de la Iglesia y mentalmente pidió a María Auxiliadora que no fuera a permitir que se topara nuevamente con el Padre Pacho y menos llevando a su papá más cagado que la vara del gallinero y ella más copetona que puta en feria.

Los borrachos, clientes de la Cantina del Tío, escuchaban de Gardel:

♪“La cumparsa de miserias sin fin desfila, en torno aquel ser en enfermo, que pronto va a morir de pena…”

Sintió terror de lo premonitorio que podía ser aquel tango cantado a tan mala hora y apuró el paso queriendo llegar por fin a la privacidad del Hotel donde poder atender al viejo.

Esquivó pisar el atrio de la iglesia y siguió por media calle hasta pasar enfrente de la puerta de la sacristía por donde no salió el cura, sino las notas de lo que las Hijas de María cantaban en su interior:

♪“Reina de Colombia Por siempre serás, es prenda tu nombre de júbilo y paz, ave, ave, ave. María, ave, ave, ave María…”

Pasó aun más digna y esbelta delante de las infaltables viejas chismosas que paradas en las puertas, instaladas cual policías de tránsito en las aceras y apoltronadas en las ventanas, fisgoneaban todo lo que ocurría y criticaban a todo el que pasaba. Les dirigió a cada una su fulminante mirada, que las fue derribando una a una. La primera quedó petrificada con la boca abierta como la estatua de sal de la mujer de Lot. Otra no alcanzó a dejar escapar el grito por el terror que sintió y se desmayó engarrotada queriéndose tapar la boca con la mano derecha. Una regordeta, recién parida, solo atinó a acurrucarse en la acera, pues del susto que le dio la terrible mirada de Blasina se orinó en los cucos sin alcanzar a ir al escusado. Otra quedó inmóvil como la estatua de Juana de Arco: con una mano en lo alto sosteniendo la infaltable escoba, con la otra sosteniéndose el delantal arrollado contra la barriga y con la bocona abierta como gritando: Huida…, sálvese quien pueda…

Ganada estas dos batallas, las del posible encontrón con el Cura y la de las chismosas del pueblo, siguió su camino calle arriba. Antes de llegar nuevamente al puesto de policía se encontró de sopetón con el chalán de la mañana, quien muy galante, se detuvo a saludarla, haciéndose el que no se percataba de la cagada del viejo.

-          Qué pasó pues con vos…, no me ibas a esperar en la plaza pues …

-          No ves pues lo que le pasó a mi`apá. Yo no sé qué fue lo que le cayó mal, si un calentao que le di esta mañana con chocolate caliente o un sudao de gallina que nos sirvieron donde Misiá Débora, pero mirá, no alcanzó a llegar ni al escusao con esas churrias que le dieron se cagó en los calzones nuevecitos y ahí lo llevo a bañar allí donde Cesarfina que será la única que me preste una ducha o un patio; porque lo que es a éste lo voy a tener que empelotar en el patio y bañarlo con agua tirada o con manguera.


-          Ay, que envidia la que me da a mí, cuándo será pues que me das vos a mí un bañito, pero que quede bien estregadito.

-          Dejate y verés que un día de estos por ahí te cojo mal parado y te doy tu estregada so`muérgano del diablo, que no andás sino pensando en cochinadas.

Los dos se carcajearon de las ocurrencias y se despidieron porque ya el olor del viejo estaba arremolinando a los curiosos.

-          Adiós pues…
-          Será hasta otro día.

Mientras emprendía la última etapa de su desfile hasta encontrar la salvación de un baño, Blasina se quedó recordando esa canción moderna que dice:

♪“Mío, ese Hombre es mío, mío, mío…”

También rememoró el joropo Llanero que dice:

♪“Con lo mío, mío, mío; con lo mío no se meta…”

Dio un largo suspiro y regresó a la triste realidad, acomodó a su papá que seguía haciéndose el pesado y le dijo:

-          Ayudáte pues hombre que ya vamos a llegar…

Al pasar nuevamente enfrente del comando de la policía, algunos de ellos, desocupados a causa de la festividad religiosa, decidieron bromear con la negra.

-          Se le enfermó el cucho…, no ve, lo que yo le dije; que si vos no le ponés oficio a la policía se lo ponés al hospital…

Todos los policías de rieron de lo que decía el compañero y por eso no escucharon el madrazo que les remachó Blasina.

Sin voltear a mirarlos siquiera, continuó su camino, poniendo más cuidado al caminar, ya que allí la calle descendía en una pendiente pronunciada y sus tacones y los aguardientes que llevaba entre pecho y espalda le podrían jugar una trastada.

Llegó por fin al Hotel de Cesarfina y como este era abierto al público en general y la dueña permanecía en el corredor de atrás; entró derechito hasta el patio trasero advirtiendo su presencia desde que cruzó la puerta del zaguán:

-          Cesarfina…, mujer…, por piedad de Dios… ayudáme que tengo que bañar a este viejo que está muy enfermo.

La dueña del hospedaje salió alarmada por los gritos que escuchaba y más alarmada quedó al ver el cuadro de la puta cabresteando al viejo, borracho y más chorreado que sanitario de escuela.

Ya estaban en el patio trasero de su casa, así que no pudo resistirse a su presencia y lo que debía hacer era colaborarle a la nagra lo más rápidamente antes de que le espantara a los demás huéspedes con la mortecina que le acababa de llegar.

-          Mi`ja corra pal patio con el viejo, empelótalo allá tras la poceta y sacá de allí mismo agua y tírale totumadas a ver si le podes arrimar.

Blasina hizo lo que le sugirió la vieja Cesarfina, dejó al viejo viringo en medio patio y comenzó a arrojarle agua con una totuma, mientras le decía, estrégate bien la horqueta, ayudate vos mismo que yo me tengo que poner a sacarle en mugre a tus calzones y a los calzoncillos y fijáte si la camisa quedó pringada también.

El viejo temblaba, no se sabe si de frío, de vergüenza, de la borrachera o de la enfermedad.

Cesarfina le acercó una pasta de jabón barato y le dijo:

-          Estrégate bien con ese jabón perfumado, que como estás no te arriman ni los gallinazos, y esperáte voy por una toalla pa` que te envolvás, mientras esta muchacha acaba de  de lavarte la ropa y se pone a secarla, será con la plancha.

Regreso con la toalla y también trajo unos pantalones de driles viejos y manchaos, se los entregó diciéndole:

-          Ponéte esos pantalones que dejó por aquí mi cuñado Mariano, que él ni se acordará donde se los quitó y vos así envuelto en esa toalla parecés un faquir hindú y lo que dás es risa.

Horacio se secó  con la toalla y se puso los pantalones prestados, los cuales le daban como dos vueltas por que el dueño anterior era más gordito, buscó su correa y se los sostuvo como pudo. Del viejo elegante, vestido de blanco de la mañana ya no quedaba ni la sombra, pero ya se sentía menos mareado, no se puede asegurar, si por el baño y el jabón de olor o por que con tanto frío se le fue hasta la rasca y quedó como pasmado.

-          Mi Dios te page, dijo  Blasina, vos sos un ángel.

-          No mi`jita…, pagáme mejor vos, que es que mi Dios no viene mucho por aquí; son cinco mil pesitos y eso que no te voy a cobrar ni el jabón, ni la lavada de la toalla que quedó de echar a la basura.

-          Y es que vos creíste que me iba a ir sin pagar…, no mi señora yo seré pobre pero honrada.

-          No te me alebrestés tampoco, que lo tuyo es pedir favores y lo mío es cobrarlos y eso es lo que estoy haciendo.

Blasina se cercioró que el viejo tuviera la fuerza y lucidez necesarias para ir a buscar las bestias a la pesebrera de Mario Vélez y a cargar el mercado en la tienda de Los Parras, para ella quedarse allí esperándolo, pues no se sentía capaz de volver a dar la cara  por la plaza.

Mientras el viejo hacía la anterior tarea, Blasina pidió que le sirvieran una cerveza y se recostó en una de las sillas perezosas del corredor de atrás, haciéndose la dormida, para no tener que responder las curiosidades de los inoportunos e indiscretos huéspedes y la hotelera.

Todas las imágenes y acontecimientos del día, todas las canciones que escuchó, la confesión, los galanteos y los desaires, se le mezclaban en su cabeza en un torbellino, como una pesadilla que quisiera borrar o retroceder la película y volver a empezar, para que los hechos sucedieran tan alegres, tan festivos, tan decembrinos como los había imaginado en la mañana sentada en la banca del corredor de su casa mientras se tomaba los tragos de café.

Pero no, no podía permitir que todo esto  la abatiera, se levantó como picada por las hormigas, fue hasta el lavamanos situada a la entrada del comedor, abrió la llave del agua y se bañó la cara como queriendo borrar una pesadilla y espantar los malos tragos que había tomado; soltó la diadema de cinta roja de su pelo y volvió a peinarlo con pacer y sensualidad, acomodó nuevamente su diadema que la hacía sentir como una reina, retocó el rojo de los labios haciendo gestos frente al espejo, arregló su falda tratando de mirar en el espejo y por encima de su hombro qué tal le quedaba en las caderas, puso las manos en la cintura, Metió nuevamente las manos entre el brasier, acomodó su senos y arregló la blusa entre la falda y la correa; quedó satisfecha con lo que vio al darse una última mirada en el espejo y guardando su peinilla y su pintalabios en la billetera, salió taconeando como era su costumbre, como yegua fina en busca de Cesarfina para pagarle la cuenta.

-          Y es que ya te vas querida, le dijo la hotelera, mientras le recibía el pago del baño y la cerveza.
-          Si mi`ja, ya me voy, porque yo vivo muy lejos y aquí ya no me van a dar más…
-          Pues no te darán más porque vos no querás, pero lo que es aquí hay muchos que están dispuestos a darte por el….
-          Qué es lo que estás diciendo vos…
-          Nada que vos no sepás, deja de hacete la boba y más bien andate a ver qué conseguís por ahí.
-          Si mi`apá vuelve por aquí decíle que voy a estar esperándolo en la bocacalle del camino para La Loma; y muchas gracias por todo.

Salió caminando lo mejor que pudo, pues sabía que a su paso se habrían clandestinamente todos los postigos de las ventanas para verla pasar y quedarse rajando de ella.

Al pasar  frente a la flota de buses, ya estaba estacionado el que salía a las cuatro para Medellín y desde allí alguien le gritó.

-          Blasina, miná negrita vámonos pa`Medello que aquí te tengo el puesto o mejor te llevo cargada.
Y como mandado a hacer, comenzó a sonar en la cantina de al lado:

♪“Qué dices prenda querida, vámonos para otras tierra, aquí traigo dos pasajes o me sigues o te quedas…”

Blasina, sin poner atención a los que le gritaban, siguió su camino y entró a la tienda El Pobre Evelio, se sentó en una mesa junto al mostrador y pidió una cerveza fría.

-          Le traigo vaso o así no más, le preguntó el tendero…

-          Así no más que yo me la bogo a pico de botella que estoy de afán.

-          Dejá esos afanes que de eso no queda sino el cansancio, le dijeron desde la mesa del lado.

-          Qui`hay pues, no los había visto a ustedes muchachos, saludo la negra.

-          Vos como ya pasás tan jullera y ya ni mirás a los pobres, pero de todas maneras gracias por lo de muchachos y oiste vos cantinero, servirle otra de cuenta mía pa`agradecerle el piropo.

-          Claro que si muchachos, ustedes están todavía muy pipiolos.

-          Sí vos lo decís mamacita, quién te va a contradecir…

-          Corre ese taburete pa`ca pues y contános por qué te estás llendo tan temprano pa` la casa.

Blasina cogió su cerveza en una mano y con la otra el espaldar de su silla y se acercó a la mesa  de quienes le conversaban, diciendo:

-          No mi`jos, es que ya está muy tarde para bajar hasta donde tengo que bajar yo, parece que va a llover y no me puedo dejar coger de la noche…
-          Ay, quién fuera noche, pa`cojete en uno de esos canalones del camino de La Loma, dijo uno de los contertulios y todos se rieron a gusto de las ocurrencias del borracho.

El tendero, conocedor de su oficio y viendo que la tarde se le podía componer sí Blasina animaba a su clientela que estaba pidiendo pero muy despacio; tomó del cajón de la plata unas monedas y fue hasta el piano y puso por su cuenta música fiestera, rancheras y de despecho, seguro de que con alguna daba en el blanco del sentimiento de alguno que se animara a solicitar más servicios a las mesas.

Una vez sonó la primera pieza, hubo un grito de unánime de alegría.

♪“Ay al sonar los tambores esta negra se amaña y sabor de la caña van sonando los tambores…”
Se armó la fiesta.

El cantinero satisfecho se arrimó a organizar botellas vacías, a limpiar las mesas y a recibir nuevos pedidos.

-          No, vea pues, como me quieren hacer quedar aquí, y yo con lo lejos que estoy de mi casa.
-          Por casa no se preocupe Negrita, venga nos bailamos esta antes de que otro de estos avivatos le eche mano y me dejen viendo un chispero y diciendo esto, se echó la ruana para atrás y agarró a Blasina de la mano, más que invitándola, arrastrando la hasta el fondo de la cantina, junto al traga níquel.


Mientras bailaba o mejor, mientras tropezaba con los pies de su edecán aprendiz de bailarín, Blasina sintió que el recinto se oscurecía y al salir vio que todas las puertas de la cantina estaban colmadas por una turba de muchachos piernipeludos que se empujaban unos a otros, por mirar y fisgonear, sin atreverse a entrar.

Uno decía:
-          Cuál desnuda, vos es que sos bobo, ella no está desnuda.
-          A pues a mí me dijeron que ella estaba bailando en pelota y que se dejaba ver las tetas sin taparse.
-          Vos si sos muy chismoso.
-          Qué es lo que dicen estos mucharejos, preguntó Blasina.
-          Que vos disque te vas a empelotar pa` bailar con ellos.
Pues si pa` eso vinieron que se vayan yendo por donde mismo vinieron, que pa` verme en pelota tienen que pagar, uno por uno y no aquí sino en mi casa, y…
-          Largo de aquí culicagados que voy a llamar a la policía para que les enseñe a lavar sanitarios en la cárcel.

El tumulto de muchachos se dispersó, Blasina perdió el poco de alegría que había recuperado, se despidió de sus amigos y continuó su caminata hasta La Cumbre en busca de su ropa de viaje y a esperar al viejo Horacio que no tardaría en llegar con el mercado y de esa manera emprender juntos el regreso al rancho.

Una vez hubo cambiado de ropa y agradecido la hospitalidad de sus amigos, padre e hija emprendieron el camino llevando las bestias de cabresto, pues ambos temían caer de sus cabalgaduras, por aquel empinado camino.

El frío de la tarde y la caminata fueron disipando rápidamente los efectos de los malos tragos del viejo y la borrachera de la hija. Iba cada uno acompañado solo de sus pensamientos y recuerdos. El viejo cavilaba sobre las causas de su diarrea y la mala suerte de no haber podido cobrar las deudas y Blasina hacía mentalmente una historia en la que ella llegaba a una hermosa casa, con huerta, corral y potrero, acompañada del galán de los piropos lindos con quien no pudo ni tomarse un trago, y olvidando los malos ratos entonó mirando los arreboles de la tarde:

♪“No te apures cara blanca, que no hay nadie quien te espere, nadie extraña tu retardo para ti siempre es temprano para volver…”





EN EL ALTO DE LOS YARUMOS  

El Armenia que no puedo olvidar,  tenía las calles y la plaza empedradas.
A algún alcalde  muy modernista, le dio por tirar cemento encima de las hermosas piedras que tapizaban sus calles y eso trajo consecuencias:

Ya no suenan tan bonito los cascos de las mulas, cuando pasan  en la madrugada  con  diferentes rumbos trayendo o llevando cargas de naranjas, plátanos, yucas, arena, caña o café. Es que además la agricultura en mi pueblo se acabó. 

Con las calles cementadas se volvió muy fácil para las mujeres caminar en tacón alto. Antes con su forma de caminar entaconadas, poniendo las manos a la altura de la cintura, una palma contra la otra, mirando de reojo el piso, con un gesto muy coqueto; me parecieran más hermosas que María Félix.

Ya en las ferias, los chalanes borrachos o exhibicionistas tienen más oportunidad de dañar las yeguas, mulas y caballos en una caída. Era más fácil que frenaran cuando las rayaban, apoyando los cascos en las hendiduras entre piedra y piedra. Ahora los resbalones hacen caer a caballo y jinete y casi siempre los equinos son los que llevan la peor parte, pues a los borrachitos los cuida dio decía mi mamá.

Ya hay menos mano de obra. Arreglar el empedrado era cosa que se hacía permanentemente con uno o dos jornales. Ahora, con las calles cementadas, hay que esperar grandes apropiaciones presupuestales y como no las hay, las calles viven dañadas y los dirigentes se la pasan sobándoles el saco a los políticos de la capital, y haciendo promesas difíciles de cumplir a sus electores. Por consiguiente hay menos trabajo, más hambre y menos belleza.

A algún otro alcalde, de esos que no sabían para qué era que se había creado su puesto, acabó con la plaza y construyó un disque hermoso y moderno kiosco, pero antes derribó los bustos del Libertador y el de Laureano Gómez. 


Más tarde otro tumbó el kiosco  y construyó un parque. Luego otro desbarató ese parque  y fabricó otro y así sucesivamente hasta nuestros días y si no hacemos algo, así seguirá por los siglos de los siglos, amen. A la mayoría de los alcaldes de mi pueblo, el erario público solo les sirve para comprar cemento.

A propósito alguno de ustedes sabe qué pasó con el busto de Don Laureano Gómez, algunos dicen que se derritió y otros que se esfumó. Para mí que algún vivo lo fundió. Pero casi estoy seguro que le pasó lo que a la “Custodia de Badillo” que un ratero honrado se la llevó.

No hay que olvidar que un alcalde prometió construir en el antiguo lote del teatro llamado “El Coliseo”, disque otro más bello y más grande. Y claro que no consiguió con qué construirlo. Bajo el gobierno de otro alcalde, empezaron a construir un hospital y el dinero solo les alcanzó para las bases y de ellas, muchos años después,  yo ayudé a arrancar una gruesa varilla de hierro para hacer un carro de rodillos. Que yo sepa, del viejo Coliseo solo queda la puerta del almacén de Jorge Montoya, que fueron compradas luego de su demolición tras el incendio que lo destruyó.

Me he enterado que por sabia decisión de la administración en 2011, en el lote del antiguo coliseo que servía de depósito de materiales, chatarra, herramientas y parqueadero de la volqueta del municipio, se ha construido la nueva Casa de la Cultura. El dato que me llega sin confirmar dice que se construyó con un auxilio Japonés. Eso está muy bien. Pero se sigue con la costumbre de tumbar una cosa para construir otra. Armenia ya tenía Casa de la Cultura y sin conocer mucho su funcionamiento y sus problemas, me atrevo a pensar que era buena y suficiente para el escaso movimiento cultural de mi querido pueblo. Pero a la hora de mostrar obras, hay que gastarse la plata en cemento. Debo anotar que la anterior Casa de la Cultura, funcionaba en lo que fue el primer colegio, cuyas bases se construyeron en la década del 50, y si siguen en pie es porque fueron bien construidas. Espero que no resulte otro embajador que nos quiera regalar otra Casa de la Cultura, pues sin lugar a dudas que se la aceptamos aunque después no se tenga presupuesto ni para pagar los vigilantes.

El antiguo Salón de San José, lo tumbaron; menos mal que hicieron otro, no tan bello como el anterior, pero por lo menos lo reemplazaron y le dan buen uso.

A la escuela de niñas le derribaron la hermosa fachada con su escudo de Colombia en alto relieve y construyeron unos galpones, de una pobreza arquitectónica que da lástima. Será que las construcciones de bajo costo están condenadas a ser feas. Los pobres como que no podemos tener nada bonito.


Representación teatral en el antiguo Salón de San José. Foto de Jorge Montoya Betancur.


Cuentan que la actual alcaldesa está proponiendo  al Concejo Municipal un proyecto de mantenimiento del colegio, el cual incluye la reconstrucción de la fachada, tal como era en un principio. Ese gasto, que aparentemente es un lujo, yo lo considero un lujo que Armenia se merece, la bella arquitectura alimenta el espíritu. Claro que hay opiniones respetables que van en contra de la mía y de la alcaldesa.


El primer colegio lo abandonaron para hacer otro, menos mal en el antiguo pusieron la Casa de la Cultura. Estamos en mora de construir detrás de la Casa de la Cultura, el más hermoso mirador de Armenia. Cuando nos convenceremos que la mayor riqueza de nuestro pueblo es el paisaje y que una obra importante será hacerla visible para los que llegan ?

Habrá que averiguar con las personas mayores de 60 años cómo fue que se construyó  el edificio del primer colegio, donde hoy funciona la Casa de la cultura. Yo recuerdo una anécdota. En aquella época no se había concluido la construcción de la carretera a Medellín, así que las mercancías que llegaban y salían, lo hacían a lomo de mula. Horacio Montoya, hizo un convenio con los arrieros de la época, por medio del cual los arrieros cuando venían sin carga desde Medellín, cargaban sus mulas en pueblito de una arena caliza que hay en Pueblito y él les pagaba los viajes. Esta arena sirvió para  la construcción del colegio. Ese fue parte de su aporte ya que en el momento tenía un número considerable de posibles alumnos para el deseado colegio.

Armenia tuvo el Parque Lleras, enseguida de donde hoy es la flota, ese también lo tumbaron y se quedaron los niños sin dónde aprender a patinar y los noviecitos sin dónde aprender a besar.

El monumento a la Inmaculada de la cumbre, tuvo un hermoso encierro en cemento modelado, que también se perdió; ahora se ve aprisionado por las casas vecinas, pero menos mal sigue en pie, prueba de que lo que se construye en piedra, es duradero.

El cementerio que estuvo tan descuidado, ahora se ve remozado y hasta dan ganas de ir a visitar a los paisanos muertos.

La Iglesia tuvo un hermoso comulgatorio y un pulpito, verdaderas obras maestras del trabajo en madera y en hierro forjado, que algún párroco posconciliar destruyó.

El deporte preferido de los mandatarios locales es tumbar una cosa disque para hacer otra mejor y vaya uno a ver si lo logran.

¡Qué! Vicio tan pendejo tienen nuestro lideres de andar tumbando lo que hay, sin tener con qué construir o reemplazar.

El Armenia de mis recuerdos, tenía una plaza que era plaza y no aparcadero de buses, chiveros y carros de visitantes y de algunos dueños de carros que no tienen garaje.


Plaza antigua de Armenia en los años 50s. Notese el empedrado y la antigua alcaldía, donde funcionaba la cárcel y la Telegrafía.

 ¿Dónde está el respeto al espacio público? Devuélvanos; la plaza y hagan un parqueadero donde los dueños de carros y Cotrasana paguen parqueadero y  así tendrá el municipio, la iglesia o un particular, entradas económicas y los vecinos tendrán más espacia para deambular y socializar.

En mis recuerdos, suenan aun con ese hermoso timbre que se escuchaba a leguas de distancia, las campanas de la iglesia.

Para llamar a misa “daban primero, segundo y dejando”.

Durante las procesiones y en los recorridos con el Santísimo repicaban las campanas. Si por alguna casualidad a cualquier hora del día y de la noche, las campanas repicaban, era que algo extraordinario había ocurrido y debíamos reunirnos en la plaza para saber la noticia.

Cuando alguien moría las campanas “doblaban”

A medio día y a las seis de la tarde el sacristán tocaba “El Ave María”.

Con esas campanas de tañido tan hermoso, ¿pasó lo que con “La Custodia de Badillo”? Valdría la pena hacer algo por volver a tener unas campanas que suenen hermoso y quitar esos tarros que hay ahora y suenas tan feo.

Alberto Acevedo, que tienen por qué saberlo dice que esa campana se deterioró y a eso se debe su actual y feo sonido.

En la iglesia había corista y algunos párrocos entusiastas organizaban coros que cantaban las misas solemnes, el Viacrucis en Semana Santa  y la Novena de Navidad.

Improvisemos un Factor X y busquemos voces que nos deleiten. A San Antonio, la Virgen del Carmen y al Nazareno aun les gusta la buena música y a los paisanos no nos cae mal un poco de cultura musical.

Cuando alguien moría, los vecinos le hacíamos coronas con pinos y flores de los jardines caseros y todos acudíamos a acompañar a los duelos en la noche del velorio. Durante los velorios se tomaba mucho tinto, algo de aguardiente, se contaban chistes y se les rezaba a las Almas del Purgatorio. Los Muertos no se enterraban con vestidos sino con el hábito de San Francisco; eso los hacía aparecer más miedosos y los preparaba para deshacer los pasos y asustar a los vecinos.

En el Armenia que me gustaba, desde el dieciséis de diciembre se jugaban aguinaldos al “hablar y no contestar”’ a la “Pajita en boca”, “dar y no recibir” y otras modalidades. Recuerdo que la forma más deliciosa de jugar a aguinaldos era ”al beso robado”

Las señoras en todas las casas hacían natilla y buñuelos y compartían con todos los vecinos. A los niños nos tocaba llevarle a los vecinos los plata’os de natilla y buñuelos tapados con una servilleta bordada a manos y decirles:

 - Misiá Fulana, que ahí le manda mi’amá, que es una bobadita, que perdone pues no le quedó muy buena, pero que es con mucho cariño y que Feliz Navidad y que esta noche los espera en la casa para cantar la novena.

Para cantar los villancicos, fabricábamos panderetas y sonajeros con tapas de gaseosa que estirábamos o aplanábamos, perforábamos con un clavo y las ensartábamos en un alambre y… ♪Vamos pastores Vamos….♪ Exixtían por aquel entonces unos pitos en forma de pajaritos los cuales se llenaban de agua y al soplarlos imitaban muy bien el trinar de algunos pájaros.

Las tapas de gaseosas también eran la base para fabricar jugueticos: sillitas, mesitas camas, cómodas y muchas otras cosas fruto del ingenio de quienes no conocíamos la industria moderna de la juguetería.

El Armenia de mis recuerdos tenía plaza con unos cuantos hermosos y grandes árboles, al pie de ellos, unas bancas de cemento, donde los viejos se sentaban a calentar el reuma, a fumar tabaco y a admirar el caminado de las hermosas mujeres que con ese mirar cabeciagachado y de medio lado meneaban esas suculentas caderas pecaminosas.

Esa plaza desde el sábado en la tarde se llenaba de toldos: grandes mesas a las que se les adosaba un techo de lonas blancas. Esas mesas, los domingos, desde la madrugada se llenaban de carne de cerdo, de res, de granos, verduras, golosinas, parva y mil delicias más.

El espacio que no ocupaban los toldos se llenaba con vendedores de  naranjas, aguacates, plátano, banano, panela, maíz... No puedo olvidar y dejar de desear que aun se utilizara ese delantal café, como de monje antiguo, que usaba ese Señor que vendía la panela.

Las muleras, las parumas de los arrieros, los delantales de los carniceros, el delantal de vendedor de panela, la camisa del paletero, los ponchos, los carrieles, los antiguos gorros de los policías y hasta el dulce abrigo rojo de los bulteadores, amarrado a la cabeza, son prendas masculinas que recuerdo entrañablemente.

Tengo en mi memoria la forma como las señoras recogían su delantal enrollado en la cintura, cuando tenían que salir a la puerta de la calle, para que no les vieran los chorreados causados por los oficios hogareños. Las jovencitas entraban a misa con boinas o pañoletas y las señoras, con mantos, pañolones o cachirulas.

Al frente del atrio se ubicaban los comerciantes venidos de Medellín que traían, cortes de tela, juguetearía, cachivaches y juegos de azar permitido en los pueblos, como aquel de los periquitos que adivinaban la suerte por 15 centavos; el de ensartar argollas metálicas en picos de botellas y el del tiro al blanco con escopetas de aire.

Bajo el eucalipto, al frente de la iglesia, siempre estaba el vendedor de conos y paletas; los cuales servía con una cuchara de sopa y mantenía su crema sin que se descongelara por medio de hielo seco mantenido entre cascarilla de arroz y bolsas de papel muy grueso. Yo y algunos de mis amigos estábamos listos, para recoger los pedazos de hielo que desechaba el paletero al terminar su tarea. Ese hielo metido en la boca sin dejar que se nos pegara a la lengua, nos permitía jugar simulando que fumábamos, pues dejaba escapar mientras se desvanecía sin derretirse, un humo misterioso. Esto era antes de que el Padre Pacho montara su fábrica de paletas, (anilina de diversos colores, esencias de vainilla, banaba, azúcar y agua); todo esto congelado, hacía las delicias de todos los muchachos.

Cerca de allí también bajo el enorme eucalipto, se hacía el vendedor de mamoncillos, no sé por qué éste no de ubicaba con los demás vendedores de frutas...

El viejo Santicos, vendía eso: santicos enmarcados entre un cartón y un vidrio adheridos por una cinta de papel pegante. Santicos vivía con Joaquinita al frente de donde hoy es el Hospital, eso fue por los tiempos en que La Petata era una pipiola que estrenaba el día de las Hijas de María. Santicos vendía también espejitos pequeños que enmarcaba adhiriéndoles una laminita bonita en su parte trasera. Casi todos los muchachos llevábamos en el bolsillo trasero del pantalón: un pañuelo, un espejito y una peinilla, para mantenernos bien presentados ante las posibles novias.

Alguien venido de Medellín, de tarde en tarde, traía a vender recortes (retales de fabricas de galletas y dulces, empacados en bolsitas de papel) y muchos de ellos venían con “cheque”. El cheque podía ser una frase célebre o un refrán escrito en un papelito, pero casi siempre entre una piedra o una basura incomible, venía en aquel envoltorio de galletas quebradas y dulces partidos, un pequeño juguete o un dulce entero, como un “Chicle Globo”.

Inesita, ha sido la más añorada por mí, pues vendía el coco con balitas que era mi golosina preferida. También vendían, caballitos de azúcar rellenos de almíbar.

Este era mi lugar favorito para gastar las monedas que mi papá nos daba a todos los domingos después de que salíamos de misa de 8. Íbamos en fila y le decíamos:

-          Papá, ¿me das plata para comprar cositas...?

La cantidad de monedas subía con la edad; cuando nos daba más que a otros, eso quería decir que ya éramos grandes. Más tarde desaparecía la costumbre de pedir para  comprar cositas, pues ésta nos la teníamos que ganar haciendo algún trabajo, como: cargar el mercado, desyerbar el solar o ayudando a vender en el almacén.

Todos los escueleros íbamos a misa de 8 en comunidad; esto es en filas desde la escuela y guardando distancia correctamente, para mostrar lo bien educados que éramos.

Bajo un árbol que había al frente del actual Bramadero, donde queda la gallera, se sentaban las vendedoras de frutas; casi todas de la Herradura y de Cauca. Allí encontrábamos, mangos, mandarinas, naranjas, guamas, algarrobas, ciruelas, según la cosecha. Al lado de ellas se sentaban las que vendían  y ollas de barro, ellas eran del sur. Que oficio más noble y entrañable que no debió haberse perdido. Hoy quisiera tener una olla de barro o una cayana para azar arepas.

Al pie del árbol del lado, o sea el gualanday que queda al frente  se encontraban las   señoras con delantal que vendían rellena, chorizos,  y otras vísceras como hígados, corazones de cerdo y de res  y bofe cocinado.

A unos pasos de ellas, en unos dos o tres toldos se improvisaba un restaurante, Allí vendían almuerzos para algunos campesinos que se daban ese lujo de almorzar en el pueblo. Al pasar por allí se me hacía agua la boca por el olor y el color amarillo intenso de esas yucas sudadas.

Por todas partes estábamos los niños, los muchachos y los ya no tan muchachos, haciendo cada uno lo suyo. Unos comprando cositas de la mano de las hermanas mayores, los otros jodiendo con caucheras, tiratacos, resorteras, bodoqueras, bolas, trompos, tapas de gaseosa, cajetillas de cigarrillos, laminitas de chocolatinas jet y otros cromos de colección. Los menos pudientes jugaban con chochos y  los piernipeludos, buscaban novia de lejitos, se tomaban al escondido su cerveza o su aguardiente y se iban a estrujar muchachas en las bocacalles o en los solares, cuando no estaban amarrándole un tarro de avena con una cuerda, de la cola de un perro para verlo correr desesperado entre la multitud.



En mi Armenia inolvidable había alquiladero de bicicletas y de revistas. Alberto Acevedo, quien fue un innovador nato, tenía en su taller una buena cantidad de bicicletas que nos alquilaba para ir a la Quiebra, a Cuatro Esquinas y más tarde a la Herradura. Allí organizamos las primeras competencias ciclísticas que en las épocas de vacaciones tenían mucho auge. Claro, eso era fácil porque en aquellos días no era tan popular la marihuana. “El Pinche” y “El Mocho”, David Montoya y Manuel Villa también tuvieron alquiladero de bicicletas.

Leíamos y coleccionábamos revistas de Tarzán, El Llanero Solitario, El Enmascarado de Plata, El Charrito de Oro y Hasta de viejas en pelota.

El Menso, poeta, nos enseñaba magia blanca pues decía que la negra también la sabía pero esa era para mayores y en esos días nosotros estábamos muy chiquitos.

Esa familia de los Barrera, merece toda una enciclopedia, unas obras completas que alguien las debe escribir. Yo hoy me pregunto: qué era lo que no sabían o no hacían los Barrera? y eso a pesar de que los llamábamos “Mensos” que de Mensos no tenían nada. Hacían globos, cometas, caucheras, trompos, pólvora, carros de rodillos; arreglaban zapatos, planchas y radios. Se inventaban motores y hacían pesebres con aparatos electicos que movían diferentes cosas. Claro que en esto último, competían con Alberto Acevedo cuyo pesebre era toda una obra de ingeniería toda una población en movimiento y con cuidad de hierro y aviones y demás figuras que se movían misteriosamente.

Uno de los “Mensos” escribió una novela sobre la violencia y una de sus hermanas era declamadora y su mamá, cuentan que escribía cartas de amor, por encargo. Otro de ellos fue el que llevó la radio a Armenia. Que yo sepa, él fundó la primera emisora que hubo en el Alto de los Yarumos.

En el Armenia de mis recuerdos había banda de Música que daba retretas en las vísperas de todas las festividades fueran religiosas o patrias. A los muchachos nos gustaba ir a los ensayos y a las retretas, pero chupando limón y así hacer babear a los “chupacobres” y no dejarlos ensayar tranquilos.

La banda estaba presente en las procesiones y al inicio de los juegos de pólvora que siempre había en las vísperas de las festividades. De sus destacados músicos, recuerdo a Mauro Laverde y a uno de los Mensos.

En mi Armenia inolvidable, la noche antes de cada matrimonio, había vísperas; era una fiesta en la casa de la novia donde siempre íbamos de colados y nadie se molestaba por eso.

Don Eduardo Quiceno, quien tenía un Café a quien alguien le puso el nombre del “Asilo”. Todo porque era el preferido de los buenos tomadores de Tinto que casi siembre eran los viejos. El nos toleraba unos tintos largos, es decir, pedíamos un tinto y nos quedábamos allí echando chachara sin gastar un centavo más.

A Don Eduardo, yo lo llamaría “El Cronista de Armenia”. Siempre tuvo la inquietud de escribir, acerca de los eventos y personajes más importantes de Armenia. Ahora que después de su muerte leí su obra, me da lástima, pues fueron más las crónicas que nos relató a quienes lo apreciábamos y lo escuchábamos, que las que logró escribir con su puño y letra en un viejo libro de contabilidad.

Este es otro de los personajes de Armenia que merece recordación y que no debe tardar el día en que le hagamos un justo homenaje.

Allí en “El Asilo” era fácil encontrar a Felicito Barrera, el médico empírico, el curandero, el yerbatero, el que curaba las dolencias de todos mesclando el sentido común, con la imaginación, más una pizca de sabiduría popular y un cocido de misericordia y compasión por los que sufren; brebaje que debía tomarse todas las mañanas en ayunas y antes de bañarse y bien arropado para poder sudar el mal que se tenía regado por todo el cuerpo. De no ser así podía desencadenar un “Colerín calambroso”, un “Delirium tremis”, un “Soponcio” o sobrevenirle la “Muerte repentina” que eso no lo cura sino la Virgen del Carmen.

Salvia, Cola de Caballo, Casco de Vaca, Yerba de Sapo, Apio, Hinojo, Ortiga, Lengue’vaca, Llantén, Hiedra, Sauco, Heliotropo, Cidrón, Yerbabuena, Canela, Clavos, Limonaria, Ague’panela Caliente, con retoños de naranjo, brotes de aguacate y mil especies más del herbario montañero conformaban la maravillosa farmacopea de este médico de antaño.

En mi  Armenia inolvidable, hacían “cantarillas”, estas eran rifas para recoger dinero para cualquier obra o beneficio; uno pagaba el importe de la apuntada, anotaban en un cuaderno su nombre y esto era suficiente  garantía para que le entregaran el premio si salía favorecido en la rifa que se hacía sacando números de un talego, en presencia de cualquiera que sirviera de testigo.

Para recoger fondos para la escuela o la iglesia; unas niñas lindas, salían a poner insignias. Llevaban en una bandeja prestada por alguna señora, una buena cantidad de cinticas de tela cogidas en forma de moñitos con un alfiler. Colocaban esas “Insignias” en pecho de los señores y ellos no tenían otra oportunidad que meterse la mano al bolcillo y entregar su contribución.

Otra manera de conseguir dinero para obras religiosas o benéficas eran “Las Dedicatorias”. Por medio de un tocadiscos y un altavoz que dominaba  todo el pueblo uno, pagando una pequeña suma de dinero, podía hacer sonar un disco dedicado a alguna muchacha que le gustaba o a la novia o a la mamá. El locutor anunciaba por el altavoz de la siguiente manera:
-          “Atención, Atención para la señorita Fulana de Tal, con mucho cariño departe de Peraniro que la quiere mucho, la Canción que lleva por título: No Siás Ingrata”

En ese Armenia entrañable, existía el Mutuo Auxilio. Era una congregación que recogía dinero para auxiliar a los necesitados especialmente para pagar el ataúd, la bóveda y las exequias de los pobres a la hora de su muerte.

También existían las Madres Católicas, las Hijas de María, la Sociedad de San Vicente de Paul, la Cruzada Eucarística, el Catecismo los sábados y una gran cantidad de grupos, cofradías y asociaciones que mantenían al pueblo ocupado y pensando en ayudar a los demás y al progreso del pueblo.

El Párroco organizaba, Velaciones del Santísimo, Cuarenta Horas, Ejercicios Espirituales para Mujeres, Hombres, y Niños; Rogativas, Romerías y Peregrinaciones, Horas Santas, etc.  La Semana Santa era con Sentencia escenificada desde el balcón del almacén al lado de la Iglesia, casi siempre con Jorge Montoya que era Herodes y Baldomero Mejía quien era Pilatos y tenía su palacio en el balcón del almacén de Jorge. En el salón de San José se organizaban Veladas con la participación de los pichones de artistas que no faltaron nunca en el pueblo.
El Viernes Santo en la ceremonia de las siete palabras, cuando el cura decía la última palabra: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, parecía que el mundo se fuera a acabar: Todo temblaba, sonaba música de ultratumba y reventaban tacos de pólvora, apagaban y prendían las luces simulando rayos y centellas, que nos recordaban la muerte de Cristo.

En el Armenia de mis nostalgias, había feria de ganado cada mes. Eso era una delicia. La plaza, el coliseo y las calles se llenaban de ganado traído de todas las fincas. Llegaban compradores de todos los pueblos vecinos y los muchachos se dedicaban a chalanear los caballos y a enamorar las muchachas, tomando de tienda en tienda sin bajarse de las bestias.

Los muchachos menores no podíamos estar fuera de las casas pasadas las siete de la Noche. Cecilio Rodríguez, queriendo elidir un mandado que su papá Don Félix le pedía, le dijo que no podía salir porque ya iban a dar las siete y si la policía lo cogía fuera de la casa, lo metían a la cárcel. Don Félix, ni corto, ni perezoso le entregó un papelito en el que escribió muy legible: “Va por clavos”, y sin permitir más disculpas lo mandó a comprarle los clavos.

En  Armenia, había Talabartería. El talabartero era el Señor Mejía papá de Doña Andrea Mejía esposa de Don Eduardo Díaz que fue dueño de la Finca La Umbría. Hace pocos días conocí al nuevo talabartero de Armenia y le deseé muchos éxitos en esa empresa tan bonita y necesaria.

Don Arcecio tenía una Fragua. El fabricaba, herraduras, barras y barretones, aldabas para portones y mil maravillas más que sacaba del hierro al rojo vivo logrado con el carbón coque y un fuelle que soplaba rítmicamente y que en algunas ocasiones me dejaba accionar.

Desde tempranas horas de la madrugada se escuchaba el golpeteo del mazo sobre el yunque forjando gambias, calabozos y otras herramientas de hierro.

Armenia, tuvo fábrica de velas de sebo. De una gran rueda como en carrusel en feria, colgaban unas tablas con grapas y de cada grapa colgaba una tirita de algodón en forma de cordón, pero que se llamaban pabilos. Por medio del carrusel,  cada tabla que tenía muchos pabilos, giraba hasta llegar a una gran caneca que tenía sebo derretido con los demás elementos necesarios para ir formando las velas. El operario sumergía un momento los pabilos en la mezcla hirviente, los sacaba y colocaba nuevamente en el carrusel. Cada vez que hacía esta operación, más sebo se adhería al pabilo y la vela iba engrosando hasta alcanzar el tamaño deseado.  Allí también en alguna ocasión me entrené como fabricante de velas.

Había también Fabrica de Jabón, alguna vez la conocí pues me invitó Alita, un personaje que los de mi generación recordamos con cariño. Allí si no me gustó practicar el arte de jabonero, pues los sebos hirvientes, la potasa y los demás elementos despedían un olor muy fuerte para mí.

En el Armenia sin videojuegos, los muchachos fabricábamos carros de rodillos:
Fórmese un triangulo con tres palos gruesos 5x5. En uno de los vértices haga un orificio ancho por donde pueda pasar un perno, un clavo grande o una varilla de hierro de unos 15 a 20 centímetros. Por medio del perno una  un nuevo palo 5x5 a este vértice y en los extremos de ese palo coloque las ruedas de balineras o dos rodillos de madera a modo de ruedas, y así sucesivamente seguía la instrucción para fabricar este ingenioso juguete que todos queríamos tener. En Armenia había pocos calles por las que se podía montar en los carritos de balineras o rodillos, pero para hacer mandados eran muy útiles.

Las que si eran muy apreciadas para echarnos a rodar en un costal, en un pedazo de caja de cartón o en una tabla, eran casi todas las mangas cercanas al pueblo. Fueron muchas las cuerizas que nos ganábamos por llegar con le fundillo roto o los calzones manchados por estar arrastrándonos en los potreros.

En el Armenia de la fe del carbonero, los párrocos inducían a los escueleritos mayorcitos a que entráramos a formar parte del grupo de los acólitos. Moisés Estrada fue el acólito mayor en mi época, luego lo reemplazó su hermano el actual Cura Cafetero, Padre Víctor Estrada. Y de allí salieron muchos curas, confesores y santas vírgenes. Mi mamá también soñó con tener su curita, pero solo logró entre seis seminaristas, un hermano lego.

Ser acolito era un trabajo provisto de cierto toque de aventura. Había que aprender a contestarle al padre las oraciones que él rezaba en Latín, pues la misa no se decía en castellano como ahora, no, era en Latín y el cura siempre le daba la espalda a los feligreses y solo se volteaba de vez en cuando para decir:

-          Dominus voviscum.

Y los acólitos contestábamos.

-          Ecum Spitritu tuo.

Y la gente solo entendía cuando el cura decía abriendo y serrándolas manos:
-          Ite misa est. Lo que traducía: Váyanse que esto se acabó.

Los acólitos o monaguillos, podíamos subir muy libremente a la torre de la Iglesia donde guardaban desnudas las imágenes de Semana Santa. Llegar hasta dónde se encuentra el extraño mecanismo del reloj y mirar desde allí ese inigualable paisaje de Armenia era algo maravilloso. Los más guapos de nuestros compañeros y aquellos que tenían más sangre fría se atrevían a salir a la parte de afuera y dar la vuelta completa. Alberto Acevedo y algunos de sus hijos se atrevían a subir hasta la cruz, yo siempre dije que esa era una aventura superior a mis nervios.

Lo que si me gustaba era coleccionar los sobraditos de vino que quedaban en las vinajeras. Estos cunchitos de vino los íbamos guardando en una botella escondida y cuando lográbamos juntar una buena cantidad, nos invitábamos a brindar con vino de consagrar y fingíamos que nos habíamos emborrachado con aquellas delicias celestiales.

En ese Armenia creyente, los domingos después de los bautismos de las 11 de la mañana, el cura hacía los Conjuros. (Fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea.) Esta era una ceremonia como de exorcismos, algo como medioeval o de la iglesia antigua.

El cura conjuraba a las chuchas que se comían los huevos, a las comadrejas que se comían las gallinas, a los perros que mataban conejos, o terneros. En fin era como sacarle el demonio a los animales que disque le hacían mal a los animales que el hombre tenía para comérselos él. Yo no sé porque no conjuraban a las señoras que cuando tenían hijos, se comían cuarenta gallinas durante los cuarenta días que duraba la dieta.

En el Armenia que antes de ser municipio, era parroquia, celebraban el Rosario de Aurora. Casi siempre en el mes de mayo o antes de una de tantas fiestas de la Virgen, el padre anunciaba que al día siguiente a las cuatro de la mañana iba a haber Rosario de Aurora.

A mí me gustaba ese rosario se llamaba como mi mamá: Aurora, porque era como un paseo por todas las calles del pueblo cantando duro y despertando a todos los perezosos que no se levantaban como nosotros. Luego había misa y después de la misa mi mamá nos daba un desayuno muy especial, por haber sido tan juiciosos de levantarnos a rezarle a la virgen.

En el Armenia con nacimientos de agua por todas partes, el agua faltaba con mucha frecuencia pues la planta de la luz se dañaba o la bomba que la subía hasta el tanque de Mojones perdía capacidad o le hacía falta mantenimiento o repuestos. Cuando eso sucedía era una tragedia para los mayores y una fiesta para los menores. El baño era en las quebradas, en las fincas o con agua tirada en los patios de las casas. Todos salíamos en barra provistos de ollas y tarros a traer agua del Tambor o de la poceta cercana al barrio Pio XII. Los mandaderos y los desocupados conseguían trabajo cargando agua a las familias pudientes del pueblo y lo mejor era cuando el alcalde pedía ayuda al Cuerpo de Bomberos de Medellín. Llegaba ese carro rojo tan grande tan bonito y con tantos aditamentos. Los muchachos nos peleábamos por subirnos y ayudar o estorbar viajando repetidamente del pueblo hasta las quebradas cercanas a la quiebra a traer agua para repartirle a toda la gente que se aglomeraba con ollas tarros y canecas.

Mi papá contrataba a Las Camándulas, para que nos ayudaran a cargar agua y ellas sin abandonar sus enormes y olorosos tabacos, se colocaban sobre la cabeza unos rolletes de guasca de plátano y se dedicaban al trabajo encomendado. Claro que cuando llegaban a la casa cada una con su olor característico, mi mamá decía: Horacio que es bobo, pagarles a estas viejas para que traigan un agua que no queda sirviendo ni para trapear.

Ese Armenia de agricultores, celebraba las fiestas de San Isidro. Esta fiesta era movible; el cura sabía cuando los campesinos habían recogido sus cosechas de tal manera que pudieran compartir con el Santo Labrador el producto de sus fincas. Los campesinos y finqueros eran muy generosos.

El atrio de la Iglesia se llenaba de gallinas, conejos, repollos, coles, sidras, yucas, bultos de mazorcas frescas, maíz, matas de frijol verde, vitorias, ahuyamas, racimos de plátano dominico, hartón, guineos, bananos y murrapos. Bultos de naranjas, mandarinas, toronjas y guamas. Canastados de quesitos y bolas de mantequilla. Vacas, terneros novillos y novillonas, potros y mulas.

Y a eso de la una de la tarde, después de misa de doce, se subía Jorge Montoya, a una tarima que en el atrio se armaba y daba comienzo al remate de todo aquello al mejor postor.

 – Observen ustedes este hermoso racimo de plátanos dominicos pintones que tengo aquí, gritaba el subastador.
-          ¿Cuánto me ofrecen por él?
-          Cien pesos, gritaba el primer interesado.
-          Quién da más, respondía Jorge Montoya.
-          Doscientos contestaba otro enruanado.
-          Recuerden que es para San Isidro, quiero una oferta más generosa, añadía el subastador.

Y así se iba animando la tarde y ablandando el bolsillo de los paisanos quienes en esa oportunidad le entregaban al párroco una buena cantidad de sus ahorros y primicias, que los curitas sabían administrar, destinándolas para el ornato de la iglesia, la compra de pintura, el arreglo del cementerio y financiar la venida del Señor Obispo a confirmar la muchachada.

Por los caminos de La Armenia después del 9 de abril, se encontraban calvarios. Estos eran cruces clavadas a la vera de los caminos, que casi iban quedando enterradas por  las piedras que los transeúntes les arrojábamos en sus bases, cada vez que por allí pasábamos. La costumbre era rezar un padrenuestro a las ánimas del purgatorio y arrojar una piedra a la base de la cruz que señalaba el lugar donde alguna persona hubiera caído muerta.

En las épocas de la violencia desatada luego del asesinato de Gaitán, muchos paisanos se mataron a machetazos o eran “paviados” por sus enemigos desde las barrancas, y en ese lugar sus duelos ponían una cruz y así se seguiría llamando “el calvario de Fulano de tal”

Los accidentes en la carretera, también contribuyeron a la edificación de algunos calvarios y la modernidad cambió los calvarios por gruticas, urnitas y altarcitos a la virgen, adornados con farolas viejas de los carros accidentados.

El calvario más famoso fue el de la Cruz de la Misión, que terminó por darle nombre a ese lugar. Creo que allí debería construirse una hermosa cruz con material más perenne y de manera artística, ahí les dejo la idea: Hacer un concurso del diseño más hermoso para hacer allí un monumento.

Armenia que creía en brujas, había espantos, entierros y guacas. Los Jueves Santos eran los días especiales para ir en las noches a buscarlos. Después de la Procesión de Prendimiento, que era la procesión de hombres y después de visitar al Santísimo, nos íbamos al campo, a los solares, a las casas viejas donde se decía que había “Entierros” a pistiar a ver si veíamos luces que indicaran la ubicación de las Guacas.

Cuentan en el pueblo que muchos paisanos se enguacaron y sacaron ollas de barro con morrocotas y con tesoros de indios, pero como el bulto sabe a quién le sale, a mí nunca me salieron a pesar que le perdí varios Jueves Santos, por Mojones, La Quiebrita, El Ensenillal y el camino del Tambor.

Ni siquiera el espanto que teníamos en mi casa al lado de la iglesia nos quiso mostrar dónde estaba el entierro. Desde que llegamos a esa casa de tapias viejas, comenzamos a escuchar ruidos, pasos, llantos de niños y ruidos de pocillos que rodaban. Las tapias de la casa ya estaban todas picadas y ahuecadas, por la búsqueda de los anteriores inquilinos que tuvo mi papá.

De tanto escuchar ruidos raros nos hicimos amigos de los espantos y ya no lograban asustarnos. En las noches cuando regresábamos de las charlas con los amigos en la plaza, íbamos hasta la cocina con mi mamá a tomar tinto antes de coger la cama; y estando allí casi siempre escuchábamos ahí mismo, el ruido de un pocillo de loza que daba vueltas sin caerse hasta que logra quedar quieto; en ese momento mi mamá decía: -  Vámonos a acostar ya que llegó el espanto a parar oreja a ver que es tanto lo que conversamos, y sin más comentarios apagábamos el foco y cada quien salía para su cuarto. El pobre espanto se quedó sin a quien asustar, pues a nosotros no logró darnos miedo y eso lo hacíamos por venganza ya que no quiso entregarnos el entierro.

Los que si la pasaron muy mal fueron los nuevos dueños a los que les vendimos la casa después de que murió mi papá. Cuentan que en la primera noche cuando estaban celebrando la inauguración de su vivienda, los primeros inquilinos, salió la Señora con una bandeja llena de tintos para ofrecer a sus invitados y de pronto sintió que una mano invisible le golpeó la charola por debajo y le hizo tirar y derramar todos los tintos que llevaba.

Como esa casa queda al lado de la iglesia, precisamente detrás del bautisterio; allí en algunas noches se escuchaba llorar un niño.  El comentario nuestro, cuando lo escuchábamos era: - ¿Por qué será que el Cura sin cabeza insiste en bautizar a los espanticos con agua fría?

En el Armenia de patos, vagos y charlatanes, casi toda la gente tenía apodo y lo más especial era que los apodos se heredaban y se generalizaban a toda la familia. Existían las Pañeras; que eran las Hijas del Mono Pañero. ¡Qué lindas esas niñas y qué bien que se conservan pues hace poco volví a saludarlas en Medellín.

Estaba la familia de los Mensos, que de mensos nunca tuvieron nada. Los Frisoles, Los Bombillos, Los Buñuelos, Las Camándulas, Los Ñatos, Los Clavos que se dividen en dos ramas: los de acero y los otros, los hijos de la querida Angelina,

De las Petatas, ya no queda sino una, Bernarda. Quedan muchos de los Pinches y de los Mochos, los Compré creo que todos viven en Medellín y el único que no heredó el apodo fue el Padre Fernando y eso por respeto; ¡qué! Tal decirle el Reverendo Compré. Las Chanas dejaron de cantas, de los Ovejos no queda sino las trenzas de la Mona, aun que perdieron ese rojo que la hacía inconfundible. De La Paloma qué habría?

También se murió Amargo, Quemoreja, Puñaleta. Estos eran apodos no heredables pues designaban a la persona aunque podían volverse dinastías. Carreto, Pichón, Chicha, Chó,

Nosotros, creo que no tuvimos apodo, simplemente éramos los Montoya y solo nos preguntaban:
- Aloiste vos… y bustedes son de cuáles Montoyas.
A lo que contestábamos:
- Pues de los de Prado.
- A entonces tu papá es Baboso, Pradeño.
- No, somos Caratejos, de los de Armenia.

Como los apellidos se repetían, era necesario preguntar:
-          ¿De cuales Romeros sos vos? ¿De los de Robertico o de los de Ramón Emilio?


En Armenia uno pierde el nombre propio y simplemente para distinguirlo decimos:
- ¿Que quién es ese?
- Ese es de los Betancures, de los Mejías, de los Romeros, de los Giles, de los Rodríguez, de los Vélez, de los Garcés, de los Quiroces, de los Agudelos; aunque muchas veces uno se confunde y dice que ese es de los Aguledo.

Creo que esto de resolver el problema de recordar el nombre y distinguirnos con el genérico del apellido, se debe a que siendo familias tan numerosas, era muy difícil recordar los nombres; Cipriano, Rómulo, Argemiro, Baldomero, Nicefora, Felícitas, Felicito, Filomena, Edelmira, Eugenia, Eumelia, Eufrasia, Froilán, Baudilio, Baudilia, Tristán, Nicomedes, Bernardina, Heliodoro, Domingo, Benedicto y muchos otros sonoros, raros, antiguos e inventados quién sabe por quién.

Había apodos que se agregaban al nombre propio para formar un nombre compuesto como: Miguel Cagarias, Toño Verriondo, Juan Lolo, Lola Yanqui, y Lola la de Jelo. Julio Ficho, Julio Tripa. Tino Gómez.

Otros reducían en nombre para acortar el problema, como. Tino, Tina, Mingo, Benedo, Tista , Toño, Chilo, Chila, Susa, Nina, Colís y Ñito.

Había otros que hacían mención a características personales: Macho Rucio, Alma Negra, Polvos Tristes, Las Ñatas, Pate’gambia, El rucio. Juan Largo, La Chinga, La Niña, Tabaco, El Pato.

A mucha gente en Armenia, como en cualquier parte del mundo le da rabia que lo llamen por el apodo; pero era mejor no mostrar la rabia pues si uno la mostraba, con más ganas le decían.

¿Quién será el que se ponga en el trabajo de recordarnos todos los apodos y clasificarlos?

En  Armenia o Alto de los Yarumos, el clima era muy especial. No había comenzado a hablarse de cambio climático, ni de fenómenos del niño, ni de la niña.

Fundado en lo alto de una montaña, más que pueblo perece un divisadero, un balcón. En vez de llamarse Armenia lo debían haber puesto, “Filo Frío” “Ventiadero” “La Atalaya” “El Neblinal”, pero en fin, lo pusieron Armenia Mantequilla, aunque yo voto por cambiarle el nombre por “El alto del Yarumo” pero antes hay que volver a sembrar Yarumos blancos, que los acabaron como acaban con casi todo en Armenia.

En Armenia casi todos teníamos ruana de lana y poncho de algodón.

Es que Armenia unos días es tierra caliente y hay que salir de poncho o uno corre el riesgo de asarse de calor metido debajo de una ruana.

Otros días, cuando uno menos piensa, comienza a subir una neblina bajita, pesada, densa. Como decía mi mamá: “una neblina tan espesa, que da tajada”. De veinte grados centígrados se baja en menos de una hora a 8 o 10 grados, y entonces hay que buscar la ruana, enruanarse mejor dicho, y meter las manos entre las verijas para poderse calentar.

Esa neblina era muy católica, llegaba, se apoderaba de todo el pueblo, se colaba al trisagio en la iglesia, se mezclaba con el incienso y con el humo de las veladoras de sebo y el de la lámpara de aceite de higuerilla del Santísimo y subía hasta el presbiterio y la sacristía y volvía a salir a la plaza después de comulgar.

La neblina era como los telones en el salón de San José cuando presentaban Veladas. Se abría el telón y empezaba un acto de la velada, se cerraba el telón y empezaba otro.

Uno sentado en una tienda, mirando a cualquier parte podría pasarse el día mirando la función: Se abre el telón y aparece un carnicero caminando lentamente detrás de un marrano gordo que trae amarrado con un lazo desde El Ensenillal. No lo apura aunque tiene afán de llegar al matadero, pues el marranito de 60 kilos se le puede asfixiar y morir de paro cardíaco. Se cierra el telón.

Se abre el telón y aparece  Abrahán Gil con una recua de mulas, camino de la herradura a traer café, leña o un viaje de maíz. Se cierra el telón.

Se abre el telón y se ven dos viejas de pañolón negro que entran a la iglesia a visitar al Santísimo. Se cierra el telón.

Muchas veces el telón no se abre sino por el contrario se cierra más y más, hasta que uno queda como perdido en un neblinero y no ve a más de dos metros de distancia.

Uno se pone la ruana y busca un rinconcito en el café o la cantina, pide un tinto, Coge una punta de la ruana y se la tira para la espalda pero tratando de que al pasar para atrás, le tape la boca y la nariz, se agacha el sombrero de fieltro y se embruja lo más que puede pues en esos momentos, se le enfrían hasta las tibias.

Cuando le sirven el tintico, lo deja cerquita de la nariz para que el vapor caliente le caliente las ñatas y desde esa distancia comienza a sorberlo poco a poco para no ir a quemarse pero tampoco ir a dejarlo enfriar.

Pero de pronto, como por arte de magia llega una brisa del cauca y se lleva esa neblina y queda un cielo azul despejado y un solazo que pica en la calva que da gusto; afuera ruanas y salgase para las banquitas de la plaza a calentarse.

Y en los atardeceres, ese sol de los venados que pinta de todos colores las paredes blanqueadas de las casitas del pueblo y la torre de la iglesia; y esas noches estrelladas, tan propicias para enamorar y salir a llevar serenatas, así sea a las novias de otro.

Pero hay otros días en que desde las tres de la mañana comienza a caer una lluviecita cansona como una cantaleta de suegra o de mamá regañona, que no escampa en todo el día. Uno mira por las ventanas y no ve sino unos cuantos perros con la cola entre las patas, todos enteleridos y tristes. El sol no se levanta ni porque le paguen, se queda entre las cobijas todo el día y así si no hay con que calentar el pueblo. Pasa hasta una semana sin verle la cara al sol.

Hay días como son los de marzo  o abril, que llegaban unas lluvias alegres, contentas. Ellas sabían que los campesinos habían rosado, quemado y sembrado el maíz y el frisol, y era hora que ellas llegaran a regar las rosas y las huertas.

Esas lluvias eran las que nos hacían decir: - “Lloviendo y haciendo sol son las gracias del Señor”

Los muchachos rezábamos para que al salir de la escuela estuviera lloviendo y así tener oportunidad de jugar en los charcos de la calle, en los pantaneros de los caminos. Bañarnos en los chorros donde desaguan las canoas de los aleros y llegar a la casa bien ensopados para que nos dieran chocolate o aguapanela caliente con arepa migada y quesito.

Pero en Mayo parecía que el cielo se iba a caer, truenos, centellas, tempestades. Eso sonaba como si en el cielo estuvieran corriendo mesas y taburetes y el ruido  y los estallidos de rayos eran aterradores. Era exactamente como la “hora de llegada”; yo nunca supe qué era la “Hora de llegada” pero mi mamá siempre dijo así.

Que borrascas, que derrumbes por esos caminos y por la carretera. Llegaban los arrieros con sus recuas estilando agua por todas partes y las mulas encabritadas.

Mi mamá nos mandaba a cerrar las ventanas, a buscar el Ramo Bendito guardado desde Semana Santa para quemarlo y entonaba el Trisagio, diciendo:
- “Aplaca Señor tu ira tu justicia y tu terror”
Y nosotros contestábamos:
- “Piedad de nosotros por tu misericordia Señor”

Pero luego de todos esos días de tempestades llegaba el verano. ¡Que! Polvero tan hije’madre, y más si a uno le tocaba viajar a Medellín en camión de escalera, o en Chiva como dicen ahora. Llegaba uno más mono que un gringo.

En el verano salíamos de paseo, con fiambre, pelota, cachucha, olla y transistor; todavía no había llegado el Ipod.

Pero de pronto unos ventarrones d’iagua, unos aguaceros de verano, que según las mamás son los que hacen daño. Esos vientos de agua lluvia, son los que dan gripa, tosferina, tisis, bronquitis y hasta reumatis. Uno se tiene que tapar nariz  y boca con lo que pueda, pues por ahí es que se le entra la enfermedad. Hay que cerrar puertas y ventanas y proteger mucho a los niños que son los más delicados.

Eso era lo que más rabia me daba pues era el mejor momento para elevar cometas o verles los calzones a las muchachas pues el viento también les elevaba las faldas.

En Armenia que hacía rogativas, Las rogativas se hacían cuando el verano era muy fuerte y eran procesiones con San Antonio, patrono de Armenia, para que aflojara los grifos del cielo y le ordenara a San Pedro que dejara caer el agua, pues ya hacía mucho rato que las semillas de maíz y frijol se habían sembrado y si no llovía se iban a secar. Los agricultores mandaban las rogativas, esto es le pagaban al cura para que sacara a pasear a San Antonio y lo acosara para que diera la orden de llover. Esto se fue acabando desde que en la televisión se inventaron eso de las noticias meteorológicas y los satélites de observación del clima.

En esa época se vendía el tomate chiquito, el de aliño que ya no se encuentra; envuelto en hojas de higuerilla y amarrados con una guasca. Ahora se ha puesto nuevamente de moda ese tomate y creo que sería una oportunidad para los que les gusta la agricultura. También está de moda y carísimo el tomate seco o deshidratado y la técnica es facilísima y barata.

La panela venía en pares, envueltos en hojas secas de plátano y en costales de tejido flojo y abierto. La panela llegaba de Samaria, de la molienda de los Suarez, del Sillón, del Troquel y de muchos trapiches. Ya casi no quedan trapiches, se acabaron. Y se acabaron por dos razones: Porque Armenia no le gusta cambiar para mejorar lo que tiene y porque llegaron Señores a comprar las fincas agrícolas que daban trabajo, por fincas ganaderas que disque dan plata. Otra razón más verídica son las exigencias sanitarias para poder tener licencia de comercialización. ¿Será que no se puede competir con eso? Ustedes lo que viven del negocio sabrán.

La Sal de guaca se vendía en un puesto cerca del antiguo busto de Bolívar, y venía envuelto en capachos hechos de hojas de caña brava. ¡Qué artesanía tan bella eran los capachos de sal! Apuesto a que encontramos quien sea capaz de hacer un capacho; lo que sería una bella artesanía.

La sal que venía de Medellín traída de la costa o de Zipaquirá la vendían por libras y la envolvían en hojas de Bijao. Se decía que la mejor era la sal yodada porque prevenía el coto y en Armenia hubo varios cotudos y a los avispados y abusadores se les decía:”Tras de cotudos con paperas”

Los huevos los llevaban los campesinos en collares hechos de guasca de plátano y amarrados uno a uno con cabuya. Las señoras los compraban en canastas hechas de bejucos. Como no había neveras, se guardaban en tarros de galletas envueltos en papel.

Ya los campesinos de Armenia no tienen gallinas ponedoras, ni hachan culecadas, Compran bandejas de huevos, de cartón o icopor y para el sancocho compran pollos congelados traídos de Medellín. Creo que los culpables no son solo los muchachos que andaban por los solares robando gallinas para hacer sancochos a la orilla de los caminos en las noches de luna llena.

Los quesitos se envolvían en hojas de yarumo y la mantequilla en hojas de Plátano.

Ahora disque los quesitos son más finos porque son de Colanta y la mantequilla se acabó porque disque da colesterol, disque es mejor la margarina de palma que esa si tiene más colesterol.

Los tenderos para sacar los granos de los bultos y venderlos al menudeo, utilizaban cucharones hechos de cacho de vaca.  Ya hasta se acabó el arte de hacer cosas de cacho, ¿no ve pues que hasta el matadero se acabó?

Los granos y se vendían por “puchas, cuartillos, almudes” y quintales, también por medias porciones de éstas.

La leche también se vendía por puchas, luego por  botellas, hasta que la modernidad trajo el litro y la ”bolsa”. No quiero hablar de la crisis de los vendedores de leche. Parece que a estos también los mató las leyes sanitarias. ¿Será que no es viable hacer quesos y quesitos?

Había una medida para los aliños y los polvos (medicinales, no los otros, me refiero a los de la cara y la pecueca, no sean mal pesados), se vendían por “papeletas”.  - Mijo vaya a la tienda y me compra una papeleta de bicarbonato y otra de Polvo Rojo. El bicarbonato destaqueaba el intestino y el Polvo Rojo destaqueaba las cañería; cuidado con confundir los usos.

El azúcar y la manteca, en las tiendas nos la vendían envuelta en papel limpio blanco, las demás cosas del mercado nos la vendían envuelta en papel periódico.

La carne no nos la envolvían, nos la entregaban amarrada con una cabuya  y el mismo carnicero le hacía al amarradijo, una vueltica para poderla llevar colgando, pues como era salada desde el viernes en la noche, iba estilando agua sangre. La abundancia de sal era producto de la escasez de congeladores.

Los plátanos y los bananos se compraban por racimos por gajos o “Manos” o al menudeo. – A dos por cinco mijo…

Los fiambres se envolvían en hojas de platáneo desvenadas y quebrantadas al fuego de la leña para que tomara ese olor a humo tan importante en un buen fiambre.

Con guasca de plátano se hacían esteras y rolletes para cargar ollas a la cabeza.

Con iraca se hacían escobas y sopladores para el fogón.

Con helecho se hacían colchones y se chamuscaban los marranos en el matadero. Los potreros con mucho helecho denotaban la acidez del terreno y la necesidad de corregir con abonos o químicos.

Con tronco de plátano se alimentaban las vacas y se manchaba la ropa de los muchachos que jugábamos por los solares.

Con higuerilla se hacía aceite para las lámparas de la iglesia y para alumbrar santos en las casas. La modernidad ha sacado la higuerilla del olvido debido a la alta calidad de su aceite. Ahora en muchas partes de Colombia se promueve su cultivo.

Con guadua se hacía de todo, desde alcancías y carrascas, hasta acueductos y varas de premio para los niños. La vara para subir a gallinero era de una guadua delgadita o de caña brava. Y esa si era una vara bien cagada.

Con bejucos se hacían canastos para coger café. Esta artesanía aunque acababa con los bosques era hermosa. Sembrar bejucos finos se volvió negocio en otras latitudes, lo que pasa es que a nosotros nos gusta es hacer embejucar la gente y los canastos los compramos de plástico,

Con el sebo del ganado se hacían velas y con legía y sebo se hacía jabón negro tan bueno para dejar el pelo brillante y libre de piojos y liendras.

Con llantas viejas de carros se hacían ruedas para jugar los niños y albarcas para rascar las niguas.

Con tarros y palos de escoba se hacían zancos. Con los palos de escoba se hacían caballitos y con horquetas de guayabo no se debe hacer caucheras.

Con los popos de higuerilla se hacían tiratacos y bodoqueras.

¡Qué! tiempos aquellos donde la inventiva y la creatividad no habían sido castradas por la publicidad y el mercadeo de cachivaches de plástico.

En el Armenia de muchachos de pantalón cortico y cargaderas, en los meses de agosto y septiembre llegaba la época de las cometas. Los muchachos gastábamos nuestras mesadas, en comprar papel de seda y tambores de  hilaza; íbamos a los cañadulzales y cañaverales a buscar baritas para hacer cometas. Unos las hacían con la flecha de la caña brava y otros con la vena de las hojas. Le pedíamos a la mamá que nos hiciera engrudo con almidón de yuca y apostábamos al que hiciera la cometa más bonita, más bien combinada, más adornada y al que la elevara más alta.

En las colas de las comentas que las hacíamos con tiras de retazos de tela, les poníamos cuchillas de afeitar para cortarle el hilo a las cometas de nuestros contrincantes, y por la hilaza con que las elevábamos enviábamos carticas al cielo, las cuales se levaban llevando allí escritos nuestros sueños de niños.

Pasado el mes de los vientos, los alambres de la luz y los árboles, quedaban adornados con los esqueletos de las cometas que allí quedaban enredadas.

Así como las cometas llegaban en una época determinada, los globos llegaban en diciembre, que iniciaban el siete de diciembre con la noche de los alumbrados y noche de las velitas. Las bolas en otro mes, los corozos, las chumbimbas en otro, los juegos de trompo y de tapas de gaseosa en otro, los montones de billetes simulados con cajetillas de cigarrillo dobladas especialmente, nos enriquecían en otras épocas. Las caucheras, los tiratacos, las bodoqueras, los juegos a los novillos, a los policías y ladrones y hasta las mamacitas en los solares y a escondidas también tenían sus días en el calendario de esa niñez añorada.

Jugábamos chochos y chumbimbas al  pares y nones. Apostábamos a hacer figuras como el ocho, el plato y la taza, la pata de gallina, la escalera, la telaraña, todo eso con una cuerda de pita enredada en  los dedos de las  manos.

Con los trompos jugábamos calles, a la raya, al arroyuelo y todos teníamos el trompo de poner y el trompo miletero, armado con un enorme errón hecho de un potente y afilado clavo para despedazar los trompos de los demás. Había trompos seditas, serenitos y sangarretos. Bolas corintas y cochas, con las que jugábamos, al perseguido, la vuelta a Colombia y al palmo; a escondidas de la policía apostábamos plata y en las bocacalles jugábamos pelota envenenada contra una pared, donde fusilábamos al primero que se ahogara cinco veces.

Los más grandecitos jugaban tute y ventiuna, más tarde pocar, cacho, guayabita, lulo, billar, billar pool y dado. Todos esos juegos los íbamos aprendiendo y entrenando según íbamos creciendo. Con las niñas jugábamos, a las muñecas, mamacitas y mandaditos, saltábamos la cuerda, mecido y pique, hasta que ellas se iban volviendo “mamacitas” y ya lo que nos gustaba jugar era escondidijos, con las mamacitas, pero con los calzones en la mano.

En el Armenia que me gustaba, los muchachos usábamos pantalones corticos con cargaderas o resorteras. Solo cuando ya los pelos nos estaban cubriendo las pantorrillas era que la mamá y el papá decían: A este mucharejo va’ver que alargarle los calzones. Nos mandaban donde el sastre para que nos tomara las medidas para nuestro primer pantalón largo, ya usábamos correa y hasta relojera aunque no tuviéramos nada que guardar allí.

El Armenia solidario tenía acción comunal, pero más importante que la acción comunal, con la que acabaron los politiqueros y los auxilios, eran los Convites.

Cada que había que reconstruir la casa de un vecino, arreglar un camino, construir una escuela o sacar un derrumbe, alguno de los líderes naturales, que eran muchos, convocaba a todo el pueblo y todos ayudábamos en el trabajo.

Un convite era una fiesta de la solidaridad y era un desborde de alegría. Ahora los politiqueros cambiaron los Convites, por la pedidera de auxilios y limosnas a cambio de votos, como si los Mantequillos no fuéramos capaces de hacer las cosas por nuestra cuenta sin tener que arrodillarnos tanto.


En el Armenia de buenos vecinos, se hacían Topes.
Era el paseo que se organizaba con todas las de la ley: caballos, músicos, fiambre, aguardiente... para ir a esperar a un visitante especial que llegaba al pueblo o a un nuevo vecino que venía de la capital con su mujer a radicarse en el pueblo. Recuerdo mucho los topes que siempre le hacíamos al Señor Obispo cuando llegaba a confirmar toda la muchachada acumulada de varios años.

En el Armenia fiestero se hacían Romerías
Esas fiestas religiosas y paganas que organizaba el cura en las diferentes veredas. Allí rezábamos comíamos y pecábamos de lo lindo. Aprendíamos a bailar y a declararnos a la novia. Allí se organizaban noviazgos y matrimonios futuros, el cura conseguía plata para él, para arreglar la iglesia y para ayudarles a los pobres, Sobre todo a los llamados Pobres vergonzantes.

Esos eran los pobres que a pesar de su pobreza sentían vergüenza de pedir limosna y se esforzaban por salir adelante. Qué bueno que se acabaran todos los pobres y que todos alcanzáramos a vivir de nuestro trabajo.

Convites, Romerías, Topes, Fiambres, Mulas, Paseos, Fiestas Patronales, son todos recuerdos gratos y acontecimientos que debiéramos rescatar.

En ese Armenia exigente, los alumnos presentaban los exámenes finales con la presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, con jurado y padres de familia presentes. Estos exámenes eran orales o escritos pero en el tablero. Estudiar era un privilegio por el que había que responderle al pueblo.

Comparativamente se extraña el respeto que en aquel entonces profesábamos a las autoridades: El Cura, el Alcalde, los Policías, el Juez, los Maestros y en general a toda persona mayor.

Había policía escolar que por las calles, las bocacalles y los solares buscaban a los niños indisciplinados que no llegaban a la escuela.

Los niños pudientes tenían portalibros de cuero y los niños pobres llevaban los cuadernos en unas talegueras hermosas hechas por sus mamás en liencillo o lona comprada en el almacén de Don Horacio, Don Jorge o en el de Misiá Cruzana.

No existían las “loncheras” el refrigerio escolar se llevaba en jíqueras de cabuya que durante toda la clase olían a fiambre y aguapanela envasada en botella de gaseosa y tapada con un corcho o una tusa de maíz.

El Armenia generoso tenia padrinos que se acordaban por lo menos una vez en cada año de ayudar a sus ahijados, con una mudita de ropa, con un marranito para engordar, con un ternerito, con la matricula, el uniforme y los útiles para el colegio. Se reconocían en la calle y se saludaban respetuosamente: - Buenos días padrino....

En  Armenia  no había halloween, había “Día del Niño”, que se celebraba con disfraces, vara de premios engrasada, matada de marrano en la escuela y hechura del sancocho en el patio de recreo.

En el Armenia que me gustaba, había, fincas con agregados, cosecheros y aparceros, no viciados con ideas mezquinas de perjudicar a los patrones, posesionándose de la tierra y exigiendo de malas maneras, merecidos  subsidios y prebendas imposibles de cumplir. No tenía familias con razón o sin ella, invadiendo los caminos o las fincas ajenas.

Al recorrer hoy las calles del pueblo, que más que calles son caminos que se fueron llenando de casitas a lado y lado, se me ocurre que muchas de esas casas han sido construidas en ese espacio que los caminos deben dejar para futuras ampliaciones y que el dueño de la finca no reclama y el municipio tiene que tolerar que sea ocupado por familias que han ido quedando desplazadas de las fincas al terminarse la costumbre de los “Agregados”

En ese Armenia socialista  construyeron el Barrio Pio XII, un programa  de la iglesia, para darle techo a los que carecían de él. Lástima que la izquierda Colombiana prometió el techo por otros medios y eso tampoco lo cumplió. Bienvenidos programas similares que el gobierno se encuentra adelantando, ojalá se revivieran los Convites.

El Armenia de mis recuerdos tenía, hijas de María, que esas si eran bien bonitas y el ocho de diciembre desfilaban por todas partes estrenando y presumiendo a sus posibles futuros maridos.

Que reinado de Cartagena ni que ocho cuartos. El día de las Hijas de María era la ocasión para alargarse las medias; esto es, dejar de usar calcetines o medias tobilleras, para utilizar medias de seda, largas, liguero y tacón alto, Ese día el vestido preferido era la falda estrecha para poder mostrar las curvas de esas virginales y provocativas caderas.

El Armenia que me gustaba, los novios hacíamos las vistas a las novias en las ventanas y de siete a ocho de la noche. Cuando el novio estaba muy ranchado para despedirse, comenzaba el suegro a toser y la suegra a pasar repetidamente y si la cosa no se resolvía con esas señas había que decir en vos fuerte: “Se casa, se casa o se retira amigo”

En el Armenia de campanarios, hacíamos los primeros viernes y por hacerlos nos librábamos del purgatorio. Los hombres que no eran muy piadosos se confesaban una vez al año y la fecha límite era el día de la Virgen del Carmen en julio. Durante esos días el cura tenía que conseguir en Medellín otros curas que le ayudaban a confesar a tanto feligrés arrepentido.

En el Armenia montañero y sencillo, la mayoría de la gente solo estrenaba vestido con ocasión de las festividades religiosas: Semana Santa, Corpus Cristi, Virgen del Carmen y Navidad. Existía el oficio de modista y de sastre, quienes confeccionaban la ropa de las mujeres y de los hombres pues la ropa ya confeccionada era muy poca.

En el Armenia que me gustaba, había gente que se moría de repente. Yo no entendía bien la cosa y  hasta creía que eso era cosa del diablo y por eso era bueno hacer los primeros viernes. Luego entendí que como la medicina no había evolucionado mucho, no se sabía de qué era que había muerto el cristiano, se decía simplemente:

- Murió de repente.

Mi mamá le rezaba a Dios pidiéndole que nos librara de una muerte repentina. Yo sigo con la duda de lo que será mejor: Una muerte repentina o una muerte anunciada.

 El Armenia que yo no olvido tenía feria todos los primeros lunes. Que ferias aquellas, que ganado, que gallinas, piscos, conejos, curíes, palomos, marranos.

Y que caballos y que gallos de pelea y que borracheras tan buenas escuchando al Dueto de Antaño, a Ortiz Tirado, Tito Schipa, Carlos Gardel, Agustín Magaldy, los Romanceros, Lucho Ramírez, los Panchos...

Que recochas tan buenas las que armábamos los muchachos con los novillos derrotados por todas las calles del pueblo y la gente buscando zaguanes para esconderse o ventanas para encaramarse a hacerle el quite al toro.

Y ahora me pregunto: Por qué me parece tan feíto, tan frío y tan faldudo mi pueblito, tan pobre, tan triste, tan desamparado, tan aburridor, tan sin entusiasmo. Y lo peor; a pesar de verlo así lo sigo queriendo tanto...


En ese Armenia que quedó en el recuerdo de algunos que ya se fueron, fabricaban aceite de higuerilla.

Esa rudimentaria industria la practicaron ente otros, Eduvina Gil que vivía en La Pradera y una viejita a quien llamaban Urpianita.

En las tiendas vendían los granos secos de la higuerilla, por puchas y los tenderos “las echaban pa’Medellín”.

Algunas personas no la vendían en grano sino que se dedicaban a extraer el aceite de la siguiente forma:
Machacaban un poco las almendras, luego de haberlas pelado muy bien. Las ponían al fuego en un caldero con un poco de agua. Al calentarse el agua, la almendra va soltando su aceite se sobreagua en forma de ojos viscosos, los cuales se van sacando con una cuchara y por medio de un embudo se embasan en una frasco.
El aceite de higuerilla tiene poderes medicinales, especialmente para sobos, se usaba en las iglesias para alumbrar los Santos y propiciar incendios y en los tiempos modernos se está estimulando el cultivo de la higuerilla disque porque es uno de los aceiten mejores para la lubricación de motores.

En los tiempos de Urpianita y Eduvina, la higuerilla solo la apreciaban los yerbateros, los sobanderos, los curas y los pobres y era sinónimo de abandono. Donde se caía una tapia de una casa vieja, crecían las higuerillas, por eso fue que el Padre Bernal maldijo a Armenia, diciendo que Armenia terminaría convertida en Higuerillales.

La culpa de esa maldición la tienen los que fundaron El Chispero; entre ellos Mercedes Montoya hija de Nacianceno Montoya que era más puta que… y tenía tres hijas también putas, un hijo cacorro y otro matón.

Luego que el Padre Bernal furioso por las parrandas que hacían allá en el Barrio del sur, personajes como Isidoro Benjumea, Isidorito, Ángel y Vicente Benjumea, Félix Laverde, Evelio Saldarriaga y otros que no me quisieron contar; un tal le echó candela a todos esos ranchos de juergas.
Cuando rehicieron los ranchos el Padre Jiménez le cambió el nombre del Chispero por el del Socorro.

En ese Armenia que está en la memoria de aquellos que hoy tienen más de ochenta años, también sacaban aceite de corozo.

Cuentan que ese aceite de corozo tenía un color amarillo como la yema de los huevos de campo, pues era hecho de la carne de los corozos caucanos, de esos que cuando los ruñíamos nos dejaba los dientes llenos de pelos y los brazos chorreados del jugo de su pulpa que era tan bueno lamerla revuelta con el sudor y el mugre. Ya cuando éramos más grandecitos y nos daba pena que nos vieran chupando mugre, nos los comíamos cortando pedacitos de la pulpa con una cuchilla de afeitar.

A la última que se le vio sacando aceite de Corozo fue a Luz Molina, La corista. Ella quedaba con la ropita toda salpicada de amarillo pues el procedimiento exigía pelar los corozos, quebrándoles su cascara, luego había que machacarlos en una piedra de mano y allí era donde volaba chisguetes de pulpa por todas parte,; luego se ponían a hervir y con una cuchara se iba sacando a embotellar el amarillo aceite.

De esa operación quedaban los cuescos durísimos, que si se echaban a la brazas un buen tiempo, se ablandaban y dejaban quebrar más fácilmente para sacarles una rica nuez blanca, que nos comíamos como si fueran pedazos de coco. En la plaza Inesita vendía unas colaciones que venían rellenas con estas nueces o con nueces de corozo chiquito.

En el Armenia que existía cuando el Diablo estaba chiquito y también en el de hoy, había una industria muy especial; la practica Moncho Gómez y es la de hacer colchones de paja. La paja y el helecho sirvieron para hacer la cama del pobre y para hacer enjalmas oficio que dignamente también ejerce Gustavo Palacio y que cuando quedan bien mullidas lo agradecen las mulas y los arrieros.

Yo me pregunto: ¿por qué tanto afán en hacer carreteras por todas partes? ¿Será que van a  licenciar las mulas?

¿Será que los arrieros se van a convertir en choferes de Jeeps?

¿Será que arreglar una carretera es más fácil que arreglar un camino?

¿Será que los que hacen enjalmas ahora van a tapizar carros? Que viva el progreso y la generación de empleo.

En ese Armenia tan querido de los viejos de historias raras, sembraban en las huertas Achiras y sagú. Y sacaban la harina del sagú para hacer panes y en especial, Don Julio Franco en su panadería hacía el hasta hoy famoso Bizcochuelo de Sagú.
Arrancar las matas que eran más matojitas que la de achira, lavarlos tubérculos y pelarlos bien, rayarlos; colar muy bien con agua en un cedazo hasta que el afrecho ya no de tinte blanco. Dejar asentar e ir botando el agua hasta que quede solo el almidón, que debe secarse muy bien antes de guardarse para el consumo, era la forma de esta deliciosa industria casera. Los tenderos compraban la harina, también los panaderos y si sobraba, se hecha para Medellín.

Allí en el Armenia de mis recuerdos, vivían Susa Gómez, Luzmila Sánchez y María Cano la del Sillón, ellas eran las olleras; hacían ollas, jarros, y callanas de barro. Las hacían por encargo o para la venta los domingos en la plaza. ¿Será que alguna familia se da el gusto todavía de comerse una arepa delgadita azada en cayana? Me muero de la envidia sí es que alguien todavía tiene esos placeres y yo no.

Juvenal Osorio, que sus canastos no desaparezcan, pero que se cuiden los bejucos y el monte que tantos productos daba.  ¿Cual Monte? sí con todos los montes se acabó; disque porque eso es progreso y riqueza. Pobres los ricos con tanta tierra y sin montes, pobre el ganado con tantas faldas y sin agua. Pobres las quebradas con tanta piedra..!Que piedra tan verraca! Mal Halla otra vida pa’corregir errores.

En Armenia, la realidad se confunde con la leyenda. Por los lados de Cauca vivían Tino  y José Gómez. El primero fue famoso por la elefantiasis que lo atormento en una de sus piernas y su característico problema, se utilizó para  subrayar las acostumbradas exageraciones. Como el pobre hombre caminaba con dificultad, cuando alguien quería resaltar la demora de algo, decía: “Eso lo mandaron en la avioneta de Tino Gómez”

Lo que nunca se comprobó, sí se trataba de exageraciones o realidades, fue el número de las mujeres de José Gómez. Unos decían que tenía veintiuna, otros que eran 78. Que todas vivían con él en los ranchos que hacía en sus maizales de “El Pulpito”, que así se llamaba el terreno alquilado donde sembraba maíz y sacaba más de cien cargas del grano. Unas las subía a lomo de mula al mercado de Armenia. Llegaba con un buen número de sus mujeres a escandalizar por el tamaño de su harem, no por el alarde que hiciera, pues era más bien discreto, aunque no faltaba quien envidiara sus imaginarias noches de placer. El resto de su cosecha lo sacaba en el ferrocarril que de Anzá iba a Bolombolo, Amagá y Medellín.

Aprovechaba su viaje al pueblo para vender la cosecha y comprar ajuar y estrén a todas sus mujeres. En el almacén de Don Horacio lo recibíamos muy bien pues ya sabíamos que la compra sería grande.

Lo único cierto y claro es que a José Gómez no le gustaba contratar hombres como piones, él prefería a las mujeres y parece que tenía “el palito” para hacer que permanecieran hacendosas, juiciosas y trabajadoras, sin pelearse por chismes o por envidias. ¡Ah la sabiduría campesina!

Muy presente entre las imágenes que conservo de Armenia está un hombre de mediana contextura, con ojos de un color extraño grisáceo, tiene unos zapatos cafés de sula gruesa, no muy bien amarrados. Se cubre la cabeza con una gorra verde oliva desteñida del mismo modelo de las que usaba la policía en su uniforme de fatiga y bajo ella se ve un cabello amonado lacio y escaso. En algún momento llegó, para quedarse, de San Antonio de Prado y tiene bajo su brazo izquierdo un pequeño banquito y con esa misma mano sostiene una caja de embolar.

Se llama Benedicto pero todos terminamos diciéndole Benedo, para acortar las cosas y hacerlo más familiar.

Con ese oficio de lustrabotas, lo vimos ganarse la vida por un buen tiempo. Vivía en mojones, creo y a las ocho de la mañana ya recorría cafés, cantinas, bares, billares, tiendas, oficinas y almacenes, ofreciendo a una escasa clientela sus servicios.

No sé si mi memoria me engaña, pero Benedo tocaba guitarra y cantaba. Ejercía de cantante por las épocas decembrinas.

Se casó con una morena buena moza y con un tesón, no muy común en el pueblito, cambió su caja de embetunar por la venta de verduras y legumbres traídas de Medellín, las cuales vendía en la plaza los domingos.

En ese oficio prosperó rápidamente al punto que abrió un local en la Calle Arriba, el cual funcionaba todos los días.

Mescló las verduras y legumbres, con el revuelto y los artículos de tienda, y allí contó con la ayuda de su esposa.

Tantos viajes a Medellín, para surtir su revueltería lo hicieron enamorar de los carros. Y un buen día propuso negocio por un camión de escalera.
De buenas a primeras lo vimos colgado del camión aprendiendo a pasar de banca en banca, colgado como un mico, cosa común entre los ayudantes o fogoneros de los carros de escalera, cuando cobraban a cada pasajero el importe del pasaje.

Contrató chofer, mientras aprendía a manejar, cosa que creo nunca aprendió, pues en asuntos de pericias automovilísticas le pasó lo mismo que a mí, que “loro viejo no aprende a Hablar”, y en algún mal día tuvo un accidente que lo dejó cojo.

Los años pasaron y creo que le pasó lo mismo que a mí, se volvió viejo y su familia lo llevó nuevamente a vivir en San Antonio de Preado donde yo espero que viva feliz luego de haber sido un personaje querido y admirable en mi pueblo.

Por las calles empedradas del Armenia Mantequilla de antaño, veo venir a paso lento, apoyando un hombro en una tosca muleta y el brazo contrario en el débil brazo de Risita, a Doña Julieta de Betancur.

Ella es la poetisa del pueblo. Es flaca, alta y tiene una blanca y larga cabellera que oculta con dificultad bajo un pañolón negro. No sé cómo ni cuándo se fracturo su pierna, pero ya todos nos acostumbramos a que Doña Julieta siempre vaya apoyada en Rosita Garcés por un lado y por el otro en una muleta.

Viven juntas tal vez desde que Rosita, muy joven, después de la ceremonia de su matrimonio, se metió debajo de la cama y no quiso salir de allí sino al cavo de varios días, cuando estuvo segura de que su desafortunado esposo ya se había ido casado y repudiado el mismo día y cansado de hacerle halagos para convencerla de que saliera de allí, que él no le iba a hacer nada malo.

Doña Julieta a pesar de su cojera, no quiso quedarse encerrada en las cuatro paredes de su casa de la Calle Arriba. Iba diariamente a misa, asistía a los trisagios, a las cuarenta horas, a las funciones de Semana Santa y a las de las fiestas Patronales. Hacía periódicamente visitas a las señoras principales del pueblo, pues esa era una costumbre muy arraigada en la cortesía pueblerina. Recuerdo que era una queja que las señoras se hacían cuando se encontraban en la calle: “Usté como no ha vuelto por mi casa a hacerme la visita, como si le hubiéramos quemao cacho”

Risita a duras penas levantaba del suelo tal vez un metro con veinte, era chiquitica, con una prominente nariz que parecía más grande por ser desdentada. Hablaba cariñosamente a los niños y siempre nos invitaba a rezar. Al hablar sacaba su lengüita para evitar que se le escurrieran las babas por la falta de los dientes.

Al igual que los niños iba por las calles recogiendo todos los papelitos brillantes, las envolturas de dulces y las cajetillas de cigarrillos, con los cuales hacía bolitas que ensartaba en hilos y con aquellos largos collares, confeccionaba cortinas para las puertas interiores de su casa.
A Doña Julieta, la poetisa, todo la inspiraba, especialmente el nacimiento de los niños. Cada que la cigüeña visitaba a alguna familia, la poetisa y su eterna compañera, llegaban a saluda y a entregar un papelito, curiosamente doblado, que contenía los tiernos versos con que la viejita daba la bienvenida a un nuevo habitante del Alto de la Mantequilla. Mi mamá coleccionó una buena cantidad de poemas, que no olvidaremos mientras estemos vivos, como si olvidamos otros regales, tal vez lujosos u ostentosos con que sin duda otras personas obsequiaron a mi madre.

Julieta fue la esposa de otro personaje inolvidable por su oficio y por su longevidad.
El Señor Betancur quien vivió más de 120 años, fue el responsable de la planta de la Horcona. Oriundo de de Angelópolis, sacrificó toda su vida y todos sus días a cumplir con su deber al servicio de los habitantes de Armenia. Este señor debe estar en la lista de los mejores ciudadanos de Armenia.













PRIMERA EPÍSTOLA

Me preguntas ¿cómo era la vida en un pueblo con un índice de analfabetismo superior al 50 %? Te cuento que en este pueblo en particular había comunicación compartíamos una cultura y formábamos desde diferentes aspectos, una comunidad y agregaría que llevábamos una vida alegre. Nada me hizo pensar, que tuviéramos una carencia derivada de la estadística que mencionas. Ni nada me hace pensar hoy que la reducción de éste índice haya aumentado la felicidad de mis paisanos. Pero pensando en ello, encuentro algunas cosas que te resultarán simpáticas:

La familia de don Jesús Emilio Barrera, más conocida como los Mensos, era una familia singular y nada tenían de mensos. Su esposa Doña Libia  regentaba su casa restaurante de una manera simple, como un hogar al que llegaban no solo sus familiares sino también los campesinos que buscaban el servicio evidente de su comedor y sus habilidades de escritora especializada en traducir los sentimientos de sus paisanos en palabras escritas, cargadas de melodía, a veces de requiebros, amables reproches y otras de amargas despedidas.

Entre los clientes de su mesa había unos tímidos a la espera de que Misiá Libia se desocupara de sus quehaceres en la cocina. Si los hubieras visto; se le acercaban ruborizados ellos  y sonrientes ellas y le decían invariablemente esta fórmula: Misiá Libia, que pena venir a molestarla, pero es que yo no sé escrebir, aduras penas me enseñaron a echar la jirma y necesito que me haga el favor y me saque una carta.

Qué clase de carta necesitás vos, les decía la Señora Libia, acercandose a la mesa del comedor que en aquella hora dejaba de serlo, para convertirse en mesa de escribiente. Qué vergüenza con vusté; es una carta de amor, pues a yo me han dicho que vusté las saca muy bonitas.

¿Y para quién es? Pues para la hija de Don Froilán y Misiá Gertrudis; la Rosalbina, esa coloradita de trenzas y vusté ve siempre pistiando en la ventana.

Con ademanes que ya se hubieran querido los escribanos de la corte y los escribientes de los juzgados, Doña Libia sacaba un cofre donde guardaba esquelas y papeles de diferentes colores, unos rayados otros no; sobres de diferentes tamaños, sus encabadores, plumas y frascos de tinta con ruanitas para limpiar las plumas y evitar el goteo. Todos sus instrumentos envueltos en una tela perfumada, lo cual era ya el primer mensaje de la carta.

Habiendo dispuesto lo necesario sobre la mesa, lo segundo era indagar el meollo del mensaje: ¿Qué es lo querés decirle a tu novia? Preguntaba la doctora corazón. Cuál novia, ojalá fuera mi novia, eso es precisamente de lo que se trata la carta, de pedirle que me deje arrimarle a la ventana para que conversemos y poderle decir sinceramente lo que quiero.

Habrás de saber que en el pueblo y en aquella época, las visitas de los enamorados tenían lugar en la ventana de sus casas. La Novia se sentaba tras la ventana, que eran suficientemente amplias para permitirlo y una vez el enamorado la veía allí, dispuesta a recibir su visita, se acercaba respetuosa y tímidamente. La conversación se hacía tras los barrotes de los ventanales y muchas veces en la presencia de una tía solterona u otra de las hermanas que mientras bordaban o simulaban leer, escuchaban la conversación de los enamorados e impedía que algo impropio pudiera suceder.

Doña Libia leía de su repertorio unas cuantas formulas de saludo, que ya tenía redactadas para diferentes ocasiones y pedía al interesado que eligiese la que más le agradaba.

Una de las más usadas por aquellos días decía así:

Armenia, 8 de septiembre de 1948.

Señorita
Rosalbina Montoya N.
E. S. N.

Gentil damita.
            Sea lo primero presentarle mi atento y respetuoso saludo, el cual quiero hacer extensivo a sus señores progenitores y toda su respetada familia.

Luego de este corto pero sentido saludo paso al tema que es el motivo de mi misiva.

…Y la carta continuaba desarrollándose floridamente, sin tener en cuenta la discordancia de su lenguaje almibaradamente poético y el que en la vida diaria o con ocasión de las visitas autorizadas pudiera utilizar el Romeo. La escritora se preocupaba por la caligrafía que debía contener Mayúsculas alargadas con ganchillos y perfiles que las plumas permitían dar según se tomara y, claro está en la medida de la dest5trezade la mano que la guiaba.

La falta de una cultura letrada también se evidenciaba en las tiendas y los almacenes. Allí llegaban los campesinos los días domingo con boleticas, en las que traían anotados los encargos de sus patrones o vecinos, las cuales podían rezar de la siguiente manera:

Sr. Don Robertico.
Que haga el favor de despachar por mi cuenta a la portadora de la presente los siguientes artículos
Tres papeletas de sal vigua.
Un frasco de quinopodio.
Una botellita de agua de Murrai y tilo.
Una pucha de polvo de piedra lumbre.
Un manojito de cascaras cúralo todo.
Unas dos onzas de alcohol perfumado.
Una pasta de jabón de olor.
Que muchas gracias que mi Dios le pague y anote todo en mi cuenta que con la cosecha de café le pago esta cuentica con el saldito anterior y que si nos va bien con los quesitos en la feria de Guaca le mando un abonito.
Att: Luciano Pérez Atehortúa. 

Nuestro pueblo tenía muy poco movimiento de intercambio con otras localidades. A media mañana llegaba un bus de escalera que atraía todas las miradas curiosas de saber quién había llegado de visita. En ese bus también llegaba la prensa y el ocasional correo. Lo primero, un pequeño paquete amarrado con piola, contenía cinco ejemplares de El Colombiano; uno para la alcaldía, otro para Don Horacio, otro para Don Jorge y los dos restantes para la Heladería Salón Familiar y para el Bar Citará. Los pocos lectores acudían a estos dos establecimientos, pedían un tinto y poniendo cara de importantes solicitaban el préstamo el periódico y de dedicaban a leerlo con parsimonia y solemnidad y a comentar de viva voz alguna noticia.

El ayudante del bus llevaba hasta la telegrafía las pocas cartas que llegaban para los habitantes del pueblo y allí, el ojo experto del telegrafista las clasificaba. Las dirigidas para los habitantes del casco urbano, las entregaba al citador de la oficina del teléfono, quien memorizada sus destinatarios y corría a entregarlas y esperaba discretamente su propina. Las que eran dirigidas a habitantes de las zonas rurales o de personas no bien identificables, pasaban a la lista de correo por entregar que se fijaba en la puerta de la telegrafía. A aquella lista acudían los días festivos todas las personas que por alguna razón esperaban correspondencia de sus seres queridos. Los que no sabían leer pedían el favor a los letrados para que verificaran si en la lista de destinatarios aparecía el nombre de algún miembro de su familia. De ser positiva la averiguación corrían a reclamar su sobre y acto seguido se dirigían donde Misiá Libia para que se las leyera y si era preciso, de una vez les sacara la contestación.

En el párrafo anterior te hablé de una oficina que tal vez para ti sea extraña, me refiero a la telegrafía. Te diré que el celular, la internet, el correo electrónico, el chateo twitter y el facebook son inventos muy recientes. En nuestra  época las comunicaciones eran más lentas y la forma rápida era el Telegrama. Era una comunicación basada en el Código Morse; un sistema de clics cortos y largos que se transmitían por alambres tendidos sobre postes de un sitio a otro y que los Telegrafistas operaban y traducían a palabras. Redactar un telegrama era un arte que se aprendía pues como su costo dependía del número de palabras que incluyera el mensaje, era necesario economizar. Un telegrama podía contener el siguiente mensaje:

Concluyóse relato vida pueblos analfabetas. Esperando hayate gustado despídame deseándote parabienes.





LA MALDICIÓN DEL PUEBLO
El párroco,
cansado de la indolencia y falta de piedad de los feligreses,
profetizó que el pueblo terminaría en higuerillales.

Un Vacío, una fuerza que todo lo atraía como un enorme imán que quería llevarlo a rastras hasta la quebrada Sabaletas.

Un erizar la piel con una sensación eléctrica recorrió toda la atmosfera que aquella tarde flotaba a corta distancia encima de los techos.

Un vaho tibio y seco comenzó a soplar desde la dirección opuesta; venía al parecer rugiendo sordamente desde esa cueva que dicen que hay en la cañada, donde desde hace tiempo y conjuradas, viven las brujas escondidas.

Los árboles que bordean el camino a la entrada, en la primera bocacalle, se inclinaron agobiados por ese peso inmenso. Volaron por el aire como briznas, sus gajos, sus hojas y algunas ramas rotas asustaron al caer sobre los techos de cinc del vecindario.

La envidia como una luz amarillenta se colaba por las rendijas de todas las puertas, paredes y ventanas. Era una luz gelatinosa que se arrastraba como las babosas, pero más rápido y dejaba una estela que teñía pisos y paredes de un color ceniciento, mortecino. Se adhería a las personas y permanecía en ellas como un reflejo opaco en sus miradas y una mueca burlona en la comisura de los labios que parecía ser sonrisa complaciente.

Un gigante indolente parecía querer arrancar de raíz los árboles, descuajarlos, y al no lograrlo, los quebró con estruendoso impulso y su ruido huyó entre el viento que entraba como tromba recorriendo de norte a sur toda las calles.

Aquellos picados de la envidia y mala leche, se quedaron, sentados en los taburetes recostados en las paredes de las cantinas y las tiendas esperando contagiar a quienes los saludaran o les hicieran comentarios.

Otros más activos, aceptaron propuestas de ir a coger café o a cortar caña para las moliendas. Su sudor fue de ese amarillo opaco de la envidia y calló sobre las cerezas del canasto y se mescló también con el jugo de la caña y hasta con la miel y la cachaza.

De esa fácil manera, como una bacteria, como un hongo impregnó y contaminó los alimentos que más tarde todos consumieron al beber el tinto de los tragos, o tomar aguadulce para mitigar la sed o como sobremesa, y fueron contagiándose de ese malestar que produce la envidia al ver a los vecinos.

Se despeinaron mecidos los techos de paja y lanzaron palmas cual papalotes sin control, fajos de paja de los techos, latas de cinc, cartones papeles y basura, y un remolino de polvo y escombros que de todas partes levantaba aquella fuerza que quería borrar las huellas de la triste e inmemorial aldea.

Tomando su delantal en un surullo sobre su barriga, tapó nariz y boca. Rápidamente y encorvada entró a su casa y  tras cerrar de un solo golpe la puerta, guardó la escoba con la que antes barría el polvoriento frente de su casa. Cerró ventanas y ajustó postigos y hasta se cercioró de qué tan segura estaba la puerta condenada que otrora daba acceso al solar desde la calle, como puerta falsa. Escuchó el viento silbar por entre las ranuras de los tablones de la vieja puerta y las tapó con pedazos de papel periódico.

El silbido cesó, pero afuera el rugido continuaba como devastando, arrasando todo. Se estremecían los bahareques y vibraban poseídas por demonios todas las vigas, pintadas ya de un amarillo cenizo impregnado de la peste de la envidia y de la inacción de muchos años.

Buscó en la troje al lado de la  vetusta cocina, los restos de Ramo Bendito del último Domingo de Ramos y sobre un descascarado plato de peltre los encendió y entonó:
“Aplaca Señor tu ira, tu justicia y tu rigor, por tu preciosa sangre misericordia Señor.
Yo pecador me confieso ante Dios todo poderos y ante vosotros hermanos, que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión…”          y acompasada y lentamente, las manos contra el pecho y la mirada adolorida puesta en la dolorosa y atormentada imagen de un crucificado que también gritaba desde la pared tápia cuarteada: “Aparta de mí este cáliz….” rezó un rosario de arrepentimientos mientras afuera: Las calles desiertas eran barridas por el terror como infernal escoba que precedía un cataclismo.

Guareciéndose en las esquinas, solos estaban los perros asustados. En las pesebreras las bestias arrinconadas con las orejas alerta y los ojos desmesurados. En los establos y corrales unas vacas aleladas, con los ojos tontos miraban los becerros y apenas daban unos bramidos quedos.

En el atrio de la iglesia, contra el dintel de la puerta mayor, la limosnera loca, sentada, no, desparramada; apoyando su largo bastón contra el cemento, en posición que puede ser ademán de incorporarse o de sentarse; rumiaba en su boca seca una gran lengua que buscaba humedad inútilmente.

Y de pronto el silencio, el vacío,  la quietud, la sensación o la presencia de la muerte.

Terminó rescatada de su éxtasis por la inconfundible presencia del espanto que produjo aquella oscilación que se alejaba en formas chispeantes por entre las paredes.

Fue hasta la puerta y lentamente, temblando de terror la entreabrió y como husmeando, temerosa de encontrarse con el mismo demonio que los había visitado, miró hacia afuera:

Un desconocido y flaco burro pastaba en un creció y seco pajonal y con su cola corta ahuyentaba las moscas que bebían su sudor. Por entre un montón de escombros, formado por pedruscos, adobes quebrados y vigas viejas ya fosilizadas, una enorme rata a pleno sol cazaba cucarachas. Sobre una derruida tapia limada por el viento y el olvido que la iban convirtiendo en un montón de tierra amarillenta, crecía un higuerillal cargado ya de frutos.

El firmamento de un triste y seco azul sin sol, muy quieto y bajo él, el lento y silencioso vuelo de un ave negra escudriñaba una colina de pajonales, de higuerillales circundados  de helechos sin vida. Una inmóvil lagartija sobre una fría roca fingía estar muerta o tal vez fingía vida. Y unas campanas sordas doblaron a duelo desde la inexistente torre de una iglesia en ruinas.

León Montoya Naranjo.
Julio 2010