miércoles, 18 de julio de 2012

Retrato de Dos Brujas



RETRATO DE DOS BRUJAS.
Este es el retrato que hice de las dos brujas aquella noche en su casa de la bocacalle de Los Tramposos. Sí, vivían en Armenia Mantequilla, a la vista de todos y ocultándose de todos. Unos decían que eran hermanas, otros aseguraban que eran madre e hija. En las cantinas, luego de las once de la noche, cuando los cantineros se aprestaban a cumplir con las normas del alcalde, de cerrar sus antros antes de las doce de la noche; se rumoraba que no había tales hermanas o madre e hija; que eran dos marimachos que vivían en pecado. La verdad la averigüé más tarde: se trataba de dos brujas. Una más fea que la otra, tenía cara de hombre y a eso se debían todas las leyendas que alrededor de ellas se tejieron.
Dije que vivían a la vista de todos y ocultándose de todos, pues aunque el pueblo era pequeño y todos nos conocíamos, nadie les conoció oficio remunerado o renta de alguna clase, y sin embargo nunca les faltó comida y nunca se supo que imploraran la caridad públicamente.
Sus ropas siempre fueron las mismas. Ni viejas ni nuevas. Hechas de una moda atemporal y de colores indescriptibles, igual como las dejé plasmadas en el retrato. Nadie las vio nunca haciendo compras en algunos de los cuatro almacenes de la plaza, ni mercando en alguna tienda o en los toldos los días de fiesta.
El fogón de leña de su casucha de bahareque y techo de paja, siempre estuvo encendido y alzadas las gruesas ollas de barro donde siempre algo se cocinaba emanando extraños olores de potajes imprecisos, pero no por ello repugnantes.
Si miran bien el retrato que les he presentado, podrán darse cuenta que sus rostros tienen el reflejo de las llamas de ese fogón de leña que atizaban, expectantes cuando con mis lápices las capté. Verán el claroscuro que se formó aquella noche en su estrecha cocina, iluminada únicamente por las lenguas de llamas adheridas a la leña.
Ambas fumaban incansablemente unos gruesos tabacos que se ensanchaban en forma de trompeta. Tan hediondo era el humo de sus tabacos que horas después de que ellas hubieran pasado por alguna de las pocas calles del pueblo, se escuchaba a los transeúntes que decían: Huf… por aquí pasaron hoy esas dos cochinas…
Lo extraño era que en ninguna de las tiendas del pueblo se vendían tabacos similares a los que las brujas del retrato fumaban. Yo escuché que sólo en la cañada donde desaguan a la quebrada, las alcantarillas del pueblo, es el único lugar donde nacen algunas matas de tabaco silvestre que es llamado por los viejos: Ambil. Siempre he creído que ellas van hasta esa profunda cañada a cosechar hojas de Ambil, para fabricarse sus hediondos tabacos.
Se preguntarán ustedes, por qué estoy tan seguro de que se trata de dos brujas. Tengo que confesar que a diferencia de mis coterráneos, que no se interesaban para nada en ellas, yo sentía gran curiosidad y las espié muchas veces, seguro de que alguna truculenta historia se ocultaba tras aquellas dos mujeres, sin edad, sin belleza, sin pasado, sin familia, sin interés. En una de mis excursiones nocturnas por el vecindario, escuché como el chapaleo de una mariposa nocturna que venía del patio de una casa. Miré hacia allí y pude ver a la menos fea de las brujas luchando por bajarse de los alambres del tendedero de ropa. Estaba enredada entre unos calzoncillos de franela que la dueña de casa había dejado al sereno para que a la luz de la luna se descurtieran. Chapaleaba y forcejeaba por desenredarse de esa trampa sin lograrlo. Sentí miedo y ganas de reír, y me alejé.
Días después supe por boca de una de las sirvientas de mi mamá, que la forma más segura de cazar a una bruja que trataba de enamorar a un hombre, era dejar colgados en las noches de luna, unos calzoncillos con una manga el derecho y otra al revés.
¿Qué cómo pude entrar a su casa para lograr el retrato que hoy les e expuesto? 
La moda nos juega malas pasadas, yo de joven siempre usé pantaloncillos sisos, de los que no tienen mangas.

León Montoya Naranjo. 2012.

miércoles, 11 de julio de 2012



    

CANTO AL AGUA

La vida, rio que trasiega de la niebla al páramo
      y de la peña mana en arroyos, corre,
          y serpentea por quebradas…
      se me va.

Tendré que irme del agua, la lluvia,
        el aguacero, de las tormentas,
el huracán y la garúa.

De la garúa que es silenciosa, campesina,
       lenta y viste de pañolón y tiene
            aroma a yerbabuena.

No escucharé más el tamborileo 
       que llovizna en mi ventana.  
Ni el repicar de gotas que danzan 
       sobre los techos de cinc.

Me olvidaré del susurro en crescendo
que cabalga en el viento
        por las copas del monte
       y llega hasta mí.

Y la fuente del parque,
      que salpica ranitas.
Surtidor de Cupido me dejará partir.

No la veré otra vez, saltar en la cascada
     rochela de muchachos,
           derroche de alegría bañada por el sol.

No volveré a mirarme en los lagos,
       donde navegan nubes               
              y se sumerge el sol.


Y dejaré las ciénagas quietas, 
       con jardines de espartos,
            nenúfares y juncos, 
                    que ocultan nidales;
                         leves cunas flotantes, 
                               que el viento mece  
                                    y ausculta el cazador.

Huérfanos de mí los pantanos,
        no sostendrán sobre silentes hondas
                   dos ojos que escudriñan
                            la bella superficie del oscuro cristal.

Se borrarán del charco las concéntricas olas
            de guijarros lanzados 
                 que zumban y que saltan
                        con mágico ademán.
Y del remanso tibio
      de rocas plateadas recubierto,
               refulgentes sabaletas, 
                       escaparán también.

No sentiré el embrujo del voraz sumidero
      tragando en remolinos la vida del Mayab.

Y en lo profundo de la oscura caverna
      sobre la blanca tela que asciende del cenote
             amortajada y pálida aquella niña ofrenda
                   perfumada en copal.

Naufragaré dormido en mi canoa de chachajillo rojo
bajo la cachivera donde nacen los hijos de la boa
que pueblan la manigua y retan el raudal.

 Se irán de mí:
Goteo en los aleros,
Murmullo en las acequias,
Chapuceos de niños,
  
Vaivén de la marea
que golpea la proa
y labra en arrecifes
mensajes de ultramar.

Y cuanto otro sol despunte
         y sus espadas hiendan la hermosa telaraña
  ya no veré el milagro de gotas de rocío
   convertidas en gemas erizadas de luz.

Escapa de la mar océano,
      del lago,
           del  pozos,
                de la nieve y la nube.

Penetra en los surcos que yo he dejado abiertos,
 rueda, corre, riela, 
        destila, inunda, permea,
refresca, ahoga, baña, 
      calma, alegra, recorre, 
           erosiona, fertiliza, marcha, 
                 ruge, oculta.

Ve en el viento,
                        cortina, velo, vaho,
                     tul, seda, telón de fondo…

Pero dame un último sorbo 
                            y disuélveme en ti.

                                                                                                           León M.N.                                                                                                      Junio 2012.
Foto: Abad Montoya N.






CONDENA
¿Qué hago aquí en medio de la oscuridad.
No es claro si el tiempo se ha detenido
a la espera de algo o de alguien?  
¿Un milagro, un mesías?
¿Cuándo mi entorno se cambió a negro profundo?
¿Dónde se sitúa la salida?
¿Será la misma abertura por donde hube de ingresar?
¿Quién condenó  a diatribas, la justa lógica de mis argumentos
y me convirtió en reo de mis propias demandas?
¿Por qué tengo yo que padecerlo?
¿Para qué he se sufrir este castigo?
No hay paredes,
no sé si floto,
desciendo
o una gravitación desconocida me impulsa en alguna dirección.
Bajo mis pies no percibo algún sustento,
Mis cabellos no delatan movimiento.
Sólo soy, 
y estoy solo,
y extender los brazos es inútil pues nada he de esperar.
¿Será éste el infierno con que me han amenazado?
…Ni el demonio me hace compañía.
Y el Ángel no se iba a condenar conmigo.
Esto es algo que debe hacerse solo.
Sólo salvarse  es posible en compañía.
Estoy en el profundo negro,
aquel que se ve cuando apretamos bien los ojos,
Allí se encuentran todos los colores.
Acabo de ver el rojo negro.
Como una fugaz galaxia destelló frente a mí a imprecisa distancia.
Me trajo un recuerdo de calor, y sangre, y guerra.
Ausencia de compasión.
Presencia de vida escapando por entre sorda alcantarilla.   
Si entorno los ojos como cuando iluso miraba el horizonte:
Veo el verde negro.
Es ese verde presente entre las grietas que tiene las cavernas
y el humo de las chimeneas por donde respiran hornos que queman el carbón surgido del vientre de la tierra.
El mismo verde negro de los lixiviados que exuda el basurero.
Mirando hacia donde creo que es el arriba y también hacia el abajo, está el azul.
Es mi certidumbre de profundidad.
Tiene todos los matices fluorescentes de la noche,
especialmente el de las noches de la selva.
Pero no tiene de ella los silbidos,
el siseo,
el chillido
y el ocasional piar de un ave sorprendida,
ni el amplio y callado aleteo de rapaces.
Y el negro amarillo se presenta si abro bien los ojos.
Golpea como cuchillada surgido de la sombra,
refulge con tonos enfermizos como los de la envidia.
Como el desvarío de las fiebres epidémicas.
Como el pus que supuran las heridas.
Silbo de víbora agazapada
en la oquedad parda de troncos derribados.
Veo los negros purpura,
los escarlata,
los negros fucsia
y todos aquellos que entre rojo y azul descienden al violeta.
Pletóricos de suficiencia,
rencor y pompa,
e inclemencia.
Fausto de cortejos negros a los cuales se les debe dar la espalda.
Como presencia inamovible.
Como muralla infranqueable,
Como lago gredoso que engulle súplicas de madres,
Llanto callado de ancianos olvidados,
está el negro parduzco envuelto en la también negra toga de los jueces.
Parece atento a la demanda de los buenos,
 y consulta el abultado libro negro que es el compendio de las leyes.
Pero sólo se atiene al rito
y a su mudez fría recitando oscuros versos,
solemnes e inapelables.
Huye de la luz
y la sofoca, la ahoga
y en las cárcavas de mi rostro erosionado
va dejando huellas de ríos que descienden
y confluyen al negro río del olvido.
León M.N. 2012.