RETRATO DE DOS BRUJAS.
Este es el
retrato que hice de las dos brujas aquella noche en su casa de la bocacalle de
Los Tramposos. Sí, vivían en Armenia Mantequilla, a la vista de todos y
ocultándose de todos. Unos decían que eran hermanas, otros aseguraban que eran
madre e hija. En las cantinas, luego de las once de la noche, cuando los
cantineros se aprestaban a cumplir con las normas del alcalde, de cerrar sus antros
antes de las doce de la noche; se rumoraba que no había tales hermanas o madre
e hija; que eran dos marimachos que vivían en pecado. La verdad la averigüé más
tarde: se trataba de dos brujas. Una más fea que la otra, tenía cara de hombre
y a eso se debían todas las leyendas que alrededor de ellas se tejieron.
Dije que
vivían a la vista de todos y ocultándose de todos, pues aunque el pueblo era
pequeño y todos nos conocíamos, nadie les conoció oficio remunerado o renta de
alguna clase, y sin embargo nunca les faltó comida y nunca se supo que
imploraran la caridad públicamente.
Sus ropas
siempre fueron las mismas. Ni viejas ni nuevas. Hechas de una moda atemporal y
de colores indescriptibles, igual como las dejé plasmadas en el retrato. Nadie
las vio nunca haciendo compras en algunos de los cuatro almacenes de la plaza,
ni mercando en alguna tienda o en los toldos los días de fiesta.
El fogón de
leña de su casucha de bahareque y techo de paja, siempre estuvo encendido y
alzadas las gruesas ollas de barro donde siempre algo se cocinaba emanando extraños
olores de potajes imprecisos, pero no por ello repugnantes.
Si miran bien
el retrato que les he presentado, podrán darse cuenta que sus rostros tienen el
reflejo de las llamas de ese fogón de leña que atizaban, expectantes cuando con
mis lápices las capté. Verán el claroscuro que se formó aquella noche en su
estrecha cocina, iluminada únicamente por las lenguas de llamas adheridas a la
leña.
Ambas fumaban
incansablemente unos gruesos tabacos que se ensanchaban en forma de trompeta.
Tan hediondo era el humo de sus tabacos que horas después de que ellas hubieran
pasado por alguna de las pocas calles del pueblo, se escuchaba a los
transeúntes que decían: Huf… por aquí pasaron hoy esas dos cochinas…
Lo extraño
era que en ninguna de las tiendas del pueblo se vendían tabacos similares a los
que las brujas del retrato fumaban. Yo escuché que sólo en la cañada donde
desaguan a la quebrada, las alcantarillas del pueblo, es el único lugar donde
nacen algunas matas de tabaco silvestre que es llamado por los viejos: Ambil.
Siempre he creído que ellas van hasta esa profunda cañada a cosechar hojas de
Ambil, para fabricarse sus hediondos tabacos.
Se
preguntarán ustedes, por qué estoy tan seguro de que se trata de dos brujas.
Tengo que confesar que a diferencia de mis coterráneos, que no se interesaban
para nada en ellas, yo sentía gran curiosidad y las espié muchas veces, seguro
de que alguna truculenta historia se ocultaba tras aquellas dos mujeres, sin
edad, sin belleza, sin pasado, sin familia, sin interés. En una de mis
excursiones nocturnas por el vecindario, escuché como el chapaleo de una
mariposa nocturna que venía del patio de una casa. Miré hacia allí y pude ver a
la menos fea de las brujas luchando por bajarse de los alambres del tendedero
de ropa. Estaba enredada entre unos calzoncillos de franela que la dueña de
casa había dejado al sereno para que a la luz de la luna se descurtieran. Chapaleaba
y forcejeaba por desenredarse de esa trampa sin lograrlo. Sentí miedo y ganas
de reír, y me alejé.
Días después
supe por boca de una de las sirvientas de mi mamá, que la forma más segura de
cazar a una bruja que trataba de enamorar a un hombre, era dejar colgados en
las noches de luna, unos calzoncillos con una manga el derecho y otra al revés.
¿Qué cómo
pude entrar a su casa para lograr el retrato que hoy les e expuesto?
La moda nos
juega malas pasadas, yo de joven siempre usé pantaloncillos sisos, de los que
no tienen mangas.
León Montoya
Naranjo. 2012.