miércoles, 11 de julio de 2012



    

CANTO AL AGUA

La vida, rio que trasiega de la niebla al páramo
      y de la peña mana en arroyos, corre,
          y serpentea por quebradas…
      se me va.

Tendré que irme del agua, la lluvia,
        el aguacero, de las tormentas,
el huracán y la garúa.

De la garúa que es silenciosa, campesina,
       lenta y viste de pañolón y tiene
            aroma a yerbabuena.

No escucharé más el tamborileo 
       que llovizna en mi ventana.  
Ni el repicar de gotas que danzan 
       sobre los techos de cinc.

Me olvidaré del susurro en crescendo
que cabalga en el viento
        por las copas del monte
       y llega hasta mí.

Y la fuente del parque,
      que salpica ranitas.
Surtidor de Cupido me dejará partir.

No la veré otra vez, saltar en la cascada
     rochela de muchachos,
           derroche de alegría bañada por el sol.

No volveré a mirarme en los lagos,
       donde navegan nubes               
              y se sumerge el sol.


Y dejaré las ciénagas quietas, 
       con jardines de espartos,
            nenúfares y juncos, 
                    que ocultan nidales;
                         leves cunas flotantes, 
                               que el viento mece  
                                    y ausculta el cazador.

Huérfanos de mí los pantanos,
        no sostendrán sobre silentes hondas
                   dos ojos que escudriñan
                            la bella superficie del oscuro cristal.

Se borrarán del charco las concéntricas olas
            de guijarros lanzados 
                 que zumban y que saltan
                        con mágico ademán.
Y del remanso tibio
      de rocas plateadas recubierto,
               refulgentes sabaletas, 
                       escaparán también.

No sentiré el embrujo del voraz sumidero
      tragando en remolinos la vida del Mayab.

Y en lo profundo de la oscura caverna
      sobre la blanca tela que asciende del cenote
             amortajada y pálida aquella niña ofrenda
                   perfumada en copal.

Naufragaré dormido en mi canoa de chachajillo rojo
bajo la cachivera donde nacen los hijos de la boa
que pueblan la manigua y retan el raudal.

 Se irán de mí:
Goteo en los aleros,
Murmullo en las acequias,
Chapuceos de niños,
  
Vaivén de la marea
que golpea la proa
y labra en arrecifes
mensajes de ultramar.

Y cuanto otro sol despunte
         y sus espadas hiendan la hermosa telaraña
  ya no veré el milagro de gotas de rocío
   convertidas en gemas erizadas de luz.

Escapa de la mar océano,
      del lago,
           del  pozos,
                de la nieve y la nube.

Penetra en los surcos que yo he dejado abiertos,
 rueda, corre, riela, 
        destila, inunda, permea,
refresca, ahoga, baña, 
      calma, alegra, recorre, 
           erosiona, fertiliza, marcha, 
                 ruge, oculta.

Ve en el viento,
                        cortina, velo, vaho,
                     tul, seda, telón de fondo…

Pero dame un último sorbo 
                            y disuélveme en ti.

                                                                                                           León M.N.                                                                                                      Junio 2012.
Foto: Abad Montoya N.






CONDENA
¿Qué hago aquí en medio de la oscuridad.
No es claro si el tiempo se ha detenido
a la espera de algo o de alguien?  
¿Un milagro, un mesías?
¿Cuándo mi entorno se cambió a negro profundo?
¿Dónde se sitúa la salida?
¿Será la misma abertura por donde hube de ingresar?
¿Quién condenó  a diatribas, la justa lógica de mis argumentos
y me convirtió en reo de mis propias demandas?
¿Por qué tengo yo que padecerlo?
¿Para qué he se sufrir este castigo?
No hay paredes,
no sé si floto,
desciendo
o una gravitación desconocida me impulsa en alguna dirección.
Bajo mis pies no percibo algún sustento,
Mis cabellos no delatan movimiento.
Sólo soy, 
y estoy solo,
y extender los brazos es inútil pues nada he de esperar.
¿Será éste el infierno con que me han amenazado?
…Ni el demonio me hace compañía.
Y el Ángel no se iba a condenar conmigo.
Esto es algo que debe hacerse solo.
Sólo salvarse  es posible en compañía.
Estoy en el profundo negro,
aquel que se ve cuando apretamos bien los ojos,
Allí se encuentran todos los colores.
Acabo de ver el rojo negro.
Como una fugaz galaxia destelló frente a mí a imprecisa distancia.
Me trajo un recuerdo de calor, y sangre, y guerra.
Ausencia de compasión.
Presencia de vida escapando por entre sorda alcantarilla.   
Si entorno los ojos como cuando iluso miraba el horizonte:
Veo el verde negro.
Es ese verde presente entre las grietas que tiene las cavernas
y el humo de las chimeneas por donde respiran hornos que queman el carbón surgido del vientre de la tierra.
El mismo verde negro de los lixiviados que exuda el basurero.
Mirando hacia donde creo que es el arriba y también hacia el abajo, está el azul.
Es mi certidumbre de profundidad.
Tiene todos los matices fluorescentes de la noche,
especialmente el de las noches de la selva.
Pero no tiene de ella los silbidos,
el siseo,
el chillido
y el ocasional piar de un ave sorprendida,
ni el amplio y callado aleteo de rapaces.
Y el negro amarillo se presenta si abro bien los ojos.
Golpea como cuchillada surgido de la sombra,
refulge con tonos enfermizos como los de la envidia.
Como el desvarío de las fiebres epidémicas.
Como el pus que supuran las heridas.
Silbo de víbora agazapada
en la oquedad parda de troncos derribados.
Veo los negros purpura,
los escarlata,
los negros fucsia
y todos aquellos que entre rojo y azul descienden al violeta.
Pletóricos de suficiencia,
rencor y pompa,
e inclemencia.
Fausto de cortejos negros a los cuales se les debe dar la espalda.
Como presencia inamovible.
Como muralla infranqueable,
Como lago gredoso que engulle súplicas de madres,
Llanto callado de ancianos olvidados,
está el negro parduzco envuelto en la también negra toga de los jueces.
Parece atento a la demanda de los buenos,
 y consulta el abultado libro negro que es el compendio de las leyes.
Pero sólo se atiene al rito
y a su mudez fría recitando oscuros versos,
solemnes e inapelables.
Huye de la luz
y la sofoca, la ahoga
y en las cárcavas de mi rostro erosionado
va dejando huellas de ríos que descienden
y confluyen al negro río del olvido.
León M.N. 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario