martes, 1 de enero de 2013

LA NOVIA PLANTADA


La Novia Plantada


Estaba sentado en el Café en la esquina de debajo de la plaza, aquel que llamábamos El Asilo, esperando que Don Eduardo Quiceno le sirviera un tinto, antes de entrarse para misa de seis de la mañana, cuando una muchacha vestida de blanco se sentó en su misma mesa y le dijo:
-          Casi no llegás pues…
-          ¿Qué dice usted?
-          Que pidás otro tinto para mí que ya estoy con hambre de tanto esperarte.
Llamó a Don Eduardo y le dijo que sirviera otro tinto para la dama y señaló hacia el taburete que estaba junto al suyo.
Don Eduardo se rió y le preguntó:
-          ¿Para cual Dama, hombre Garcés?
-          Para la Señorita y volvió a señalar el mismo taburete.
Don Eduardo se persignó y salió corriendo para la calle diciéndole:
Párese rapidito de ahí y vallase para la iglesia que a usted lo está espantando La Novia Plantada.
Alfonso no se inmutó, creyendo que se trataba de una chanza de Don Eduardo, lo cual no era raro en él, que era muy buen conversador y siempre sorprendía a sus clientes con alguna historia rara.
Viendo que el cliente seguía aguardando que le sirviera el tinto, Don Eduardo, entró aunque con mucho recelo a su tienda: coló el café, lo vació en el termo con tapa de corcho y le sirvió uno al parroquiano que esperaba.
-          Don Eduardo, por favor, no sea desatento, le pedí dos tintos uno para mí y otro para la bella dama que me acompaña.
El dueño del negocio sintió que se le helaba la sangre y con miedo a incomodar a la aparición que estaba viendo el cliente, fue a servirle su café y al ponerlo sobre la mesa casi lo riega pues las manos le temblaban del pavor. Se alejó sintiendo que la Novia Plantada lo iba a agarrar por la espalda. Se paró detrás del mostrador y con los ojos que se le querían salir de sus órbitas no dejaba de mirar la mesa que ocupaba el solterón al que estaba enamorando el espanto de la Novia Plantada.

Lo vio conversar tranquilamente como si estuviera acompañado por alguien que Don Eduardo no veía, pero Alfonso sí.
-          No señorita, usted se equivoca, yo nunca la visité en su ventana, ni concerté con sus padres ninguna boda, yo no soy su novio.
-          Bien me decía mi mamá que no le hiciera caso a un solterón. Que usted solo era por engañarme. Que nunca se casaría conmigo. Y Yo de ingenua me entregué en sus brazos y vea con lo que me sale hoy.
-          Señorita usted debe estar enferma. Usted dónde vive, si quiere yo el acompaño hasta su casa para que su mamá la saque de las dudas…
Y salieron calle debajo de gancho a buscar la casa de la Novia Plantado.
Don Eduardo se quedó echándose bendiciones,  rezando a las almas del purgatorio y pasteando a ver quién venía por la calle para que le ayudara a Salvar al biato Alfonso de lo que le quería hacer ese espanto.
Pero cómo todavía era muy temprano y no había amanecido aun, nadie pasaba por la plaza.
Estaba cerrando el café para irse para la sacristía a contarle al párroco lo que acababa de ver, cuando subió como alma que lleva el diablo el espantado. Don Eduardo, Don Eduardo, gritaba. Me acaban de espantar y ese espanto me quería violar allí en la pesebrera de Víctor Estrada.
Temblaba de pies a cabeza y estaba lívido como las velas de la iglesia de sólo pensar que a él, que se había conservado virgen hasta los 52 años, casi lo viola un fantasma en el cajón de una pesebrera.
Don Eduardo abrió nuevamente su negocio y le sirvió otro tinto bien cargado de azúcar para que le volvieran los colores y le contó que él no era el primer pretendiente de la Novia Plantada. Que ella le arrastraba el ala a todos los biatos y solterones del pueblo, en venganza de uno que hace ya muchos años la dejó en las puertas de la Iglesia vestida y alborotada.

Esa misma tarde Alfonso compró un sombrero aguadeño de los finos, se puso su pantalón y su camisa blanca de manga larga y así como era su costumbre descalzo, se fue a visitar a su novia de toda la vida y le propuso matrimonio.

Si usted tiene más de treinta años y no se ha casado, no se siente solo en las bancas de la plaza de Armenia Mantequilla, ni en ninguno de sus cafés o cantinas, y mucho menos le acepte conversación a una muchacha de bata y cachirula blanca, que sin lugar a dudas se trata de la Novia Plantada que lo quiere enamorar.




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