jueves, 24 de diciembre de 2015

REPUGNANCIAS.
Hay exquisitos objetos que para mí son repugnantes, y no me refiero a aquello que los decora y engalana, y menos aún a lo que representan o al lugar donde se exponen, y ni tampoco estoy pensando en los materiales con los que fueron fabricados.
Pueden representar escenas de entrañable ternura, madres que amamantan a hijos de ojos felices, dioses que dejan caer lluvias de bondad sobre sus fieles. Otros recuerdan gloriosas batallas libradas contra la guerra y la peste, en la que sus personajes terminaron victoriosos. Bucólicos escenas donde se recuerda a la familia y sus diarias tareas y placeres. El amor en clímax de exaltado misticismo. El heroísmo, la bondad, la generosidad, la donosura.
Esos asquerosos objetos a lo que me refiero se encuentran en iglesias, en palacios, en plazas y en museos. Cuelgan del cuello de algunas grandes damas o pueden  refulgir en el pecho de varones, difícilmente en los de caballeros. Son muchos a los que les han ordenado falsas copias de oropel para mantener a  buen recaudo, los originales en las bóvedas de seguridad que para el propósito hay en los bancos.
De tarde en tarde y a nivel internacional o meramente local, por la prensa, la radio, o conveniente y discretamente con invitación privada, convocan a exposiciones en las grandes galerías, donde es posible admirar o pujar por enormes y valiosos colecciones de esas vergüenzas de la especie humana.
Es que estoy hablando de algo que se ve entre líneas, entre los pliegues, escondido en los matices y en el variar de los destellos que refulgen.
Me refiero el método, a la condición, al usufructo. A la época, el lugar y al empresario que lo ordenó o a su primer, y a veces a la dinastía de sus dueños. A la técnica y sus consecuencias para el autor, o los autores y todos sus hermanos.
En muchos casos también me refiero a su objetivo, a su destinación y al desempeño.
Cuando actúas como debe ser ante estos objetos a los que me refiero y aguzas tu mirada frente a ellos. Podrás ver la evidencia y pertinencia de mis calificativos hacia ellos. La propiedad de mi desprecio hacia lo que por horas o por siglos los ha rodeado como séquito.
Es difícil ocultarlo a quien observa atento que son producto de la escoria de las almas de sus ordenadores. Fabricados a pesar del hambre y de la muerte segura del artista que en locas y desesperanzadas horas de dolor los concibió, o primorosamente elaboró.
Son el fehaciente testimonio de la esclavitud que reinó y que hoy también campea camuflada escondiéndose entre marcas, grandes nombres y renombres; aplausos a innovadores y nuevos emperadores que conquistan, ya no murallas y blasones, pero sí gobiernos, mercados, dinero y muchos corazones.
Sí miras bien te enterarás, que tanto quienes hoy los fabrican y quienes ante ellos  codiciosos se hincan; quienes son sus fans,  su club de admiradores y consumidores, anestesiados de sofisticación, de originalidad y diferencia, van cayendo como burros frente a los nuevos emperadores, como esclavos. Cuando no como moscas envenenados por las consecuencias de los materiales con que fueron fabricados.

León M.N. Octubre 13 de 2015

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