jueves, 24 de diciembre de 2015

YO

YO
 El que he sido bien considerado.

Tanta misericordia de la que soy ungido cada día.
Bondadosas palabras que a mí son dirigidas.
Gentes, que según lo entiendo yo, ya han encontrado el camino al cielo, me invitan a seguirlo, con ellos, o no les importa que lo siga por mi lado, con tal que les otorgue el consuelo de seguirlo.
Y yo desde acá, desde donde mis blasfemias silenciosas parten buscando allá en lo profundo de la selva, unirse al rugido de jaguares; del jaguar, objeto del ritual que cura el miedo. Del jaguar que no sabe bien si lamer la sangre fría sobre la piedra de los sacrificios o la enardecida sangre del sacrificante.
Y mi drama es presenciado por los guacamayos de vistoso plumaje que engalanan la piel de las serpientes  que vuelan agresivas entre los pliegues  de la capa nocturna de los sacerdotes que portan el cuchillo de obsidiana.
Apenas canta el alba las primeras notas del rocío, que fija los colores sobre las flores, en mí la desazón se despereza y de la mano de la desesperanza reanudo mi vagabundo caminar sobre profundos valles. Por estrechos cañones vigilados, cuando el sol hace sonar su ardiente canto, por los aviesos ojos de los cóndores, que cada día engullen la carroña.
Dejo mi cuerpo a la vera del camino y hecho pavesa de remordimiento, desciendo en una fría corriente de las que hablan ronco y anuncian tempestades.
Ahogado por el humo espeso de tantos incensarios, que no logra elevarse por el enorme cargamento de tantas oraciones, veo a los sacristanes contando en una larga mesa las monedas de ofrendas, de diezmos y sobornos por los que los sacerdotes consienten que los ricos entren al reino de sus cielos, por el ojo de una hermosa aguja, montando camellos alfombrados con la blanca piel de las ovejas.  
De tantas vidas que hemos de vivir sólo una nos arrebatará la muerte. La muerte de la que huimos asustados, como si nos persiguiera una jauría de rabiosos perros. La muerte que tal vez es la brillante entrada, tapizada de olvidos y canciones, a un perenne vivir adormecido en apacibles  sensaciones.
Evadiendo permanentemente las horrorosas puertas de un imaginario infierno, olvidamos la promesa de la salvación que nos hiciera un bondadoso dios que se hizo crucificar para que el reino sucediera.

León M.N. Dic. 23 de 2015.


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