YO
El que he sido bien considerado.
Tanta misericordia de
la que soy ungido cada día.
Bondadosas palabras
que a mí son dirigidas.
Gentes, que según lo
entiendo yo, ya han encontrado el camino al cielo, me invitan a seguirlo, con
ellos, o no les importa que lo siga por mi lado, con tal que les otorgue el
consuelo de seguirlo.
Y yo desde acá, desde
donde mis blasfemias silenciosas parten buscando allá en lo profundo de la selva,
unirse al rugido de jaguares; del jaguar, objeto del ritual que cura el miedo.
Del jaguar que no sabe bien si lamer la sangre fría sobre la piedra de los
sacrificios o la enardecida sangre del sacrificante.
Y mi drama es
presenciado por los guacamayos de vistoso plumaje que engalanan la piel de las
serpientes que vuelan agresivas entre
los pliegues de la capa nocturna de los
sacerdotes que portan el cuchillo de obsidiana.
Apenas canta el alba
las primeras notas del rocío, que fija los colores sobre las flores, en mí la
desazón se despereza y de la mano de la desesperanza reanudo mi vagabundo
caminar sobre profundos valles. Por estrechos cañones vigilados, cuando el sol
hace sonar su ardiente canto, por los aviesos ojos de los cóndores, que cada
día engullen la carroña.
Dejo mi cuerpo a la
vera del camino y hecho pavesa de remordimiento, desciendo en una fría
corriente de las que hablan ronco y anuncian tempestades.
Ahogado por el humo
espeso de tantos incensarios, que no logra elevarse por el enorme cargamento de
tantas oraciones, veo a los sacristanes contando en una larga mesa las monedas
de ofrendas, de diezmos y sobornos por los que los sacerdotes consienten que
los ricos entren al reino de sus cielos, por el ojo de una hermosa aguja,
montando camellos alfombrados con la blanca piel de las ovejas.
De tantas vidas que
hemos de vivir sólo una nos arrebatará la muerte. La muerte de la que huimos
asustados, como si nos persiguiera una jauría de rabiosos perros. La muerte que
tal vez es la brillante entrada, tapizada de olvidos y canciones, a un perenne
vivir adormecido en apacibles
sensaciones.
Evadiendo
permanentemente las horrorosas puertas de un imaginario infierno, olvidamos la
promesa de la salvación que nos hiciera un bondadoso dios que se hizo
crucificar para que el reino sucediera.
León M.N. Dic. 23 de
2015.
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