TROPICALIA
No pude despegar mis ojos de la belleza que tienen los
cuerpos surgidos de la mezcla de razas que hay en los puertos, donde hace
siglos tienen por costumbre llegar barcos empujados por aventureros.
Huele a pescado frito y a ron diluido con agua del fruto de
los cocoteros.
Por la playa, por las calles y aun en los corredores, las
caderas se mueven como invitaciones a pecar: Así de descaradamente.
Las hamacas se guindan de cualquier artilugio que pueda
sostenerlas.
Son cómplices de la pereza y de la imaginación exaltada por
las olas.
Un sol de bronce vivo se adhiere a las espaldas de bañistas y
de pescadores.
Y la cumbia nace en las plantas de las niñas que se alzan las
faldas para bañar sus pies con la marea, mientras sostienen una vela en la otra
mano.
Un demonio juguetón se cuela a la fiesta en las fogatas.
Al alba se arrastran las canoas a la playa.
Con largos remos, son
llevadas mar a dentro, hasta donde ya no se sientan los olores de la
playa.
Esperanzadas las siguen las gaviotas.
Al despertar pongo mis ojos sobre las luces de horizonte, que
se confunde con la luz de los luceros.
León M.N. dic. 22 de 2015.
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