martes, 28 de octubre de 2014

PESADILLA DESDE LOS ANDAMIOS

PESADILLA DESDE LOS ANDAMIOS
A Jorge Zalamea
Y a su: Sueño de las escalinatas.
Los chamanes no fueron creídos, ni aceptados.

Se burlaron de ellos, fueron vilipendiados, tratados con deprecio, falta de estima, denigrados, ultrajados, contradichos y algunos apedreados, encarcelados y crucificados.

Tenían estampa de indigentes. (Creo que les debieron calificar también de desechables)

El  talento que tenían y la vocación a la que dedicaron su vida, los chamanes, fue hacer lectura de los tiempos y los acontecimientos que les tocó vivir e interpretarlos.

A ver en lo que apenas se insinuaban o vislumbraba, la avalancha de consecuencias nefastas que detrás vendrían.

Y luego de hacer esto llenos de amor y compasión por sus congéneres, se dedicaron a predicar, a advertir lo que caería encima de sus particulares sociedades y de su hábitat, que es éste planeta.

Así de esa forma veo a muchos de los que hoy nos hablan del respeto a la naturaleza, del cuidado ante el cambio climático, de la irreversible crisis en que ha entrado el capitalismo y lo que hemos llamado democracia, igual como pasó con el difunto comunismo.

Y yo os digo, desde aquí de esta colina.

Desde éste pulpito que como parapeto he encontrado en lo alto de este andamio de construcción de rascacielos. De fabricación de nuevas islas del encanto, de techos vegetales y jardines verticales.

Si desde aquí, donde puedo ver mejor la nube de esmog que nos entrará a los pulmones y el humo de las chimeneas, cuya carga de CO2 no alcanzarán a capturar los pocos parques y montes que nos quedan.

Desde el tubo de escape del buldócer que ronca y bufa mientras esculpe una carretera por la cuesta que asciende las faldas de éste paramo. Por la que suben los que descenderán los socavones para buscar las doradas entrañas de la tierra, la verde mirada del que apunta a nuestra frente con una metralleta o el increíble destellar de la luz sobre el carbón convertido en cristales de diamante.

Desde lo alto de esta plataforma de perforaciones que buscan el petróleo: la sangre en que se convirtió la vida, hace centurias desaparecida.

Cabalgando entre las palas de esta draga que impasible e incansable remueve las madres de los ríos y escupe a sus orillas, enormes piedras que como huevos de dinosaurios prehistóricos eclosionarán marcando el advenimiento de desiertos sembrados de hambre y de desesperanza.

Desde la cima de esta cantera donde a golpe de taladro, futuros portadores del mesotelioma cancerígeno, extraen el asbesto y entregan su vida a quienes por cuenta de un salario, fingen ser sus salvadores.

Encaramado en el platón de una volqueta que carga desperdicios hasta el basurero, veo la fila de basuriegos, recicladores, periodistas, investigadores, miembros de ONGs, políticos, predicadores, gallinazos, ratas y perros callejeros que vienes a hacer aquí, su cacería, su festín, su nuevo emprendimiento.

Trepado en una rama de éste bosque, diviso el nido de los últimos pajuiles, a mi lado cuelgan lianas, orquídeas y marimondas.

Oigo el estruendoso zumbido de las motosierras. Avasalladoramente van despejando el horizonte, dejando una mancha de raquíticos maizales, y en el verde enfermizo de potreros, regados por el suelo: los nidos, los huevos, los polluelos.

Veo un pequeño y disputado morichal en la sabana. Convergen a él: Chigüiros, lapas, cachirres, venados, ñeques, guíos perdiceros, garzones y carraos. El acechante caimán del Orinoco, el puma, el ocelote, una vacada y sus becerros. Todos hambrientos, muertos de sed y repletos de un enorme desaliento.

Desde el carajo de mi velero de migrante, puesto allí como vigía por castigo, veo que nos acercamos a un sexto continente inexplorado pero construido por nosotros: el que se ha ido formando por la acumulación de desperdicios industriales que descuidadamente arrojamos como barcos al garete, a las calles que van a las cunetas y de estas a los caños, las quebradas, a los ríos y bahías.

Desde los arrecifes, hoy cementerios de antiguos jardines de corales, donde ya no cantan las sirenas.

Desde la corneta parlante que me ha prestado en  el mercado del puerto un buhonero.

Desde el megáfono que por las calles de las barriadas, entre chabolas, los cambuche, los tugurios, va llevado por el político de turno de esta agonizante democracia.

Desde los cortos análisis que en medio de los largos anuncios publicitarios, hacen los intelectuales de la radio y la televisión.

Desde los nuevos pulpitos de los predicadores de Dios, que son ahora, la radio, la televisión, los vacíos coliseos del deporte y las desocupadas bodegas industriales.

Desde allí quiero gritar. Que se oiga mi demanda, mi reclamo, mi amenaza como si fuera un alarido.

Escuchemos a los chamanes. Aun están entre nosotros. ¡Escuchemos y actuemos!

León M.N. Oct. 28 de 2014.




Mi querido amigo

Un antropólogo que sembró mucha luz, Victor Turner, dice en uno de sus libros que los chamanes viven en el borde de la sociedad, mirando más allá. Ven lo que otros no pueden ver. Y que es importante atenderlos.
Podríamos sustituir la palabra profeta por chamán en tu texto y quedaría muy bien.

Ciertamente, hay razones para hablar de un apocalipsis. Una idea que, no obstante su validez, no me simpatiza. Me gusta más pensar que existe una multiplicidad de espejos y miradas, unas contradiciéndose a otras, y que hay una, en particular que merece verse con mayor distancia. Aquélla que le atribuye el peso de las cosas a "otro": al sistema, al Estado, a la globalización. 

No niego el papel determinante que ellos pueden jugar. Simplemente me parece insuficiente culparlos y ya. Se oye más como un grito de desesperación que un intento por hacer algo.

En efecto, hay que hacer algo además de buscar culpables (que los hay). Si no, vamos a seguir jugando al lobo feroz, creyéndonos los tres marranitos. El mito seguirá siendo nuestra jaula, no nuestro vuelo.

Creo que es preferible ocuparse de construir: voluntades, capacidades y, sobre todo, visiones de un mundo que puede vivir con ideas distintas sin necesidad de tener que morir por ninguna de ellas. Y en medio de la suerte de vendaval trágico, terrible por lo demás (en parte por las inmamables hipocresías), procuro trabajar así.

Así me aseguro que soy yo quien está ahí, acertando o equivocándose, y no el otro.

Un fuerte abrazo
Mauricio Sánchez

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