martes, 23 de septiembre de 2014

TURISTAS PESADILLA
Como a veinte metros de donde rompen las olas como queriendo tirar sobre la playa un montón de rocas que allí había. Y muy cerca de otras olas más pequeñas y amistosas que se acercaban a lamer mis pies, estaba yo simulando dormir.
Entre la espuma blanca que hace el mar para matizar los diferentes azules de sus aguas, vi que se acercaba y luego rodando se alejaba, un tronco de madera muy rugoso que brillaba por el sol en tonos ocres y marrones.
Yendo y viniendo sobre las olas estuvo un buen rato, al cabo del cual se quedó dormido, no como yo, que entre dormido lo observaba. Él, dormido de verdad, inmóvil, Poco a poco, el sol le retiró su brillo.
Volví la vista al mar y pude ver las olas alejarse sobre el agua que ahora era del color del oro, pues el sol, que también se alejaba, dejó sobre el mar, sus ropas amarillas, doradas, naranjadas, para que las recogieran las sirenas. Las grandes olas empujaban las pequeñas. Y las que con las rocas forcejeaban, se fueron a descansar, estaban fatigadas, igual que el sol, que ya se había puesto la piyama.
Acomodé mi cabeza soñolienta sobre un montículo de arena y pude ver una bandada de delfines de colores que perseguían un cardumen de meros y corvinas. Después de saltar sobre las olas que aún seguían con sus diademas de espuma blanca, se sumergían dando giros como de tirabuzón o torbellino. Y desde un arrecife sembrado de estrellas de mar, de algas, corales y de erizos, juguetonas las focas aplaudían.
Las langostas, con sus vestidos rubicundos, y los calamares, las ostras, los cangrejos y los camarones, salieron también a ver el espectáculo. Pero se hizo un silencio marino y tenebroso, cuando comenzaron a merodear los tiburones. Sólo una enorme barracuda seguida de unos pargos rojos, se atrevió a pasar la calle y también la imitaron, una anguila morena, un pez payaso, unos cuantos pulpos aunque camuflados y dos enormes mantarayas.
El pez martillo lanzó una carcajada a todos, y les dijo: Ajá  ¿ahora si se asustaron? Todos se tranquilizaron y siguieron el recreo.
Pero de pronto, cuando estaba pasando perezosa una ballena, a la que un cardumen de rémoras le estaban   haciendo el peeling; todas se alejaron gritando: foo, Wuácala, que asco: habían caído a la superficie del mar, unas latas de sardinas, otras de atún y muchas de cerveza.
Entonces los peses mamás y los hermanos mayores, cogieron de las aletas a los más chiquitos, diciéndoles: corramos a escondernos que llegaron los cochinos turista, corran… Mejor naden más rápido que esos brutos va y nos envenenan.
Al oír esto yo me desperté y me fui para que con esa gente, no me confundieran. Cogí el tronco de madera que dormía cerca y me lo llevé para hacer con él un bello adorno para la sala. Al fin y al cabo era un regalo que me habían dejado las olas debajo de mi almohada.
León M.N. septiembre 13 de 2013.

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