lunes, 18 de noviembre de 2013

VECINDADES


VECINDADES

De pronto lo invadió la soledad y quedó apresado de silencio. Hasta se le borraron sus recuerdos y también los que de él tenían quienes fueron sus amigos.

Tomó la consistencia brumosa de la neblina paramuna, y apoyado en ella y en el olor a humo que quedó formando parte de su ruana, se le siente deambular por las calles empedradas.

Sabemos que anda por ahí cuando nos llega ese helaje como de cadáver en velorio y también porque los perros, con el rabo entre las patas y cabecigachos dan un rodeo como esquivando una presencia extraña y atemorizante.

Cuando paso a su lado se queja, y su queja, que se va con el viento, espanta a los vecinos que al escucharla se persignan.

A mí se me eriza la piel, no de miedo, de una tristeza como la que trae la llovizna que cae en la madrugada. Esa tristeza que se mete en los huesos y que al brotar por los ojos los arruga y envejece.

Es como cuando vemos a un extraño, y se nos hace familiar. Lo sentimos querido y le quisiéramos hablar, o haber tenido la oportunidad de hablarle. Es esa certeza de que está presente allí y al mismo tiempo la certeza de que ya se ha ido y que nunca lo hemos conocido. La certidumbre de haber perdido la oportunidad de ser su amigo.

Y de pronto, así como llegó con el silencio, se aleja o mejor dicho: sabemos que se ha marchado porque nos queda esa sensación electrizante, jadeamos y el corazón queda con un apuro incomprensible. Miramos en derredor y no vemos ni sentimos nada. Y esa es la mejor prueba de que estuvo a nuestro lado, pues en el silencio sentimos su vacío.

León M.N. Nov. 6 de 2013.


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