jueves, 25 de octubre de 2012

EL CADAVER


EL CADÁVER.

Quedó con los ojos abiertos.
Las  pupilas en todo el centro de sus irises
que ahora son de un rojo de sangre detenida.
Aun sendas lágrimas los navegaban como a lagos quietos.
Y sé que se secarán pronto en forma de gris tela.
Opaca, sin brillo, como telaraña.
El bulbo de sus ojos era de un blanco agrisado.
Sus dientes superiores quedaron en posición
de querer morder una manzana
o de querer decir la te de: Te quiero.
Le quedaron muy blancos, como teñidos con cal.
La sangre bajo su piel se quedó quieta, detenida.
Como se detiene un río cando lo represa un derrumbe.
Queriendo desbordarse y antes de hacerlo
se convierte en laguna muerta, detenida.
Los pliegues de su piel fueron tomando
las diversas tonalidades del carmín,
del rojo, el fucsia y convergerán al violeta.
No brillantes, eran colores que enfrente a mí morían.
Y esa sangre seca traspasó sus poros.
Se esparció como polvo, como herrumbre de metales.
Y sopló un viento gris y formando un remolino
Y se llevó ese polvo como de ladillos.
Lo llevo hasta el cerro y allí lo dejó
regado en el camino.
León M.N, Oct. 2012.



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