LA
CANCIÓN DEL CONQUISTADO
Ladino
ingenuo; escucho el rasgar de tu guitarra. Con ella desterraste la palabra, lo
que desde ya fue una afrenta que punza nuestros corazones e inauguró la
tragedia que se nos hincó en los poros cobrizos como hoja de jade opaco.
Se
fueron esfumando: el rítmico silbo de los pitos y el tom tom de los tambores.
Unos roncos, otros menos graves y otros como de cristal. Los bosques por los
que huyeron los Curacas escondieron las bellas melodías que surgen del carrizo,
de los huesos de canillas de venados perforadas, celebrados en danzas alrededor
de la fogata. Ahogaron los cantos de las bellas doncellas de torsos desnudos
dibujados con majagua, que como queja premonitoria saludaban cada luna llena.
A
la hora puntual, la hora de la verdad, sin conmiseración, como en riña de
cantina, cantaste esa plegaria invasora y desarticulada. Gritaste: Dáñame,
niégame pero no me compadezcas que no es un albur este tormento mío al sentirme
mutilado de mi palabra; la que sembró con coa la Serpiente Emplumada y con la
que cantó nuestra historia el viejo Netzahualcóyotl.
Lloran
mis ojos que son socavones de osamenta, en esta Noche Triste que como licuación
negra se funde con la laguna de donde surgiera victoriosa el águila que hoy
luce inerme, dibujada sobre los escudos de guerreros muertos por la Malinche
traicionera.
Venciste
mis lanzas floridas con la espada que esgrimiste con una cruz desde su
empuñadura. Ya no cantan los Mixtecas, Totonacas, Tlaxcaltecas. Quedaron mudos
los códices sobre al amate dibujados con primor por poetas pintores que
reinaron y ordenaron nuestras vidas y marcaron nuestro norte en medio de las
cuatro direcciones telúricas.
Bernardino
de Sahagún, tú que referenciaste algunas guirnaldas de flores bellas ensartadas
del náhuatl, tú comprenderías mi orfandad. Juan de Zumárraga, tú intentaste con
la máquina de Gutenberg, sobre el amate y en mi florido Náhuatl, darnos
noticias del Dios que asesinaron tus hermanos. Tú entenderías que hay lenguas
más propicias al amor y al arte y otras más dispuestas para contar la conquista
de jaurías arrasadoras.
Sangra
mi garganta ante la imposibilidad de llorar aquello de lo que por quinientos
años hemos venido siendo despojados: mi lengua, nuestras lenguas amerindias,
nuestras distintas formas de decir: Te quiero. Nuestras diversas maneras de
tejer poemas, de decir: madre, leche, selva, tierra, canto, siembra, hogar,
ánfora y tumba.
Permanezcan
sobre los páramos y sobre los volcanes, sobre el espejo de los ríos y sobre las
lagunas - encriptación de oraciones de oro y esmeraldas -, en las cascada y
bajo de las cachiveras, por entre la manigua y en el viento que recorre los
desiertos de ésta América; las palabras Arawak, las voces Quechua, los cantos
Guaraní, el Muisca, el Aimara, el Puinabe, el Igka, el Kogi y el Wiwa; si ellos
desaparecieran, desaparecería nuestra remota posibilidad de declarar quiénes
somos y tal vez hacia dónde debemos dirigirnos. ¡Ah, qué triste es esta canción
del conquistado!
León M.N.2011
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