miércoles, 10 de octubre de 2012

A las lenguas Amerindias



LA CANCIÓN DEL CONQUISTADO
Ladino ingenuo; escucho el rasgar de tu guitarra. Con ella desterraste la palabra, lo que desde ya fue una afrenta que punza nuestros corazones e inauguró la tragedia que se nos hincó en los poros cobrizos como hoja de jade opaco.
Se fueron esfumando: el rítmico silbo de los pitos y el tom tom de los tambores. Unos roncos, otros menos graves y otros como de cristal. Los bosques por los que huyeron los Curacas escondieron las bellas melodías que surgen del carrizo, de los huesos de canillas de venados perforadas, celebrados en danzas alrededor de la fogata. Ahogaron los cantos de las bellas doncellas de torsos desnudos dibujados con majagua, que como queja premonitoria saludaban cada luna llena.
A la hora puntual, la hora de la verdad, sin conmiseración, como en riña de cantina, cantaste esa plegaria invasora y desarticulada. Gritaste: Dáñame, niégame pero no me compadezcas que no es un albur este tormento mío al sentirme mutilado de mi palabra; la que sembró con coa la Serpiente Emplumada y con la que cantó nuestra historia el viejo Netzahualcóyotl.
Lloran mis ojos que son socavones de osamenta, en esta Noche Triste que como licuación negra se funde con la laguna de donde surgiera victoriosa el águila que hoy luce inerme, dibujada sobre los escudos de guerreros muertos por la Malinche traicionera.
Venciste mis lanzas floridas con la espada que esgrimiste con una cruz desde su empuñadura. Ya no cantan los Mixtecas, Totonacas, Tlaxcaltecas. Quedaron mudos los códices sobre al amate dibujados con primor por poetas pintores que reinaron y ordenaron nuestras vidas y marcaron nuestro norte en medio de las cuatro direcciones telúricas.
Bernardino de Sahagún, tú que referenciaste algunas guirnaldas de flores bellas ensartadas del náhuatl, tú comprenderías mi orfandad. Juan de Zumárraga, tú intentaste con la máquina de Gutenberg, sobre el amate y en mi florido Náhuatl, darnos noticias del Dios que asesinaron tus hermanos. Tú entenderías que hay lenguas más propicias al amor y al arte y otras más dispuestas para contar la conquista de jaurías arrasadoras.
Sangra mi garganta ante la imposibilidad de llorar aquello de lo que por quinientos años hemos venido siendo despojados: mi lengua, nuestras lenguas amerindias, nuestras distintas formas de decir: Te quiero. Nuestras diversas maneras de tejer poemas, de decir: madre, leche, selva, tierra, canto, siembra, hogar, ánfora y tumba.
Permanezcan sobre los páramos y sobre los volcanes, sobre el espejo de los ríos y sobre las lagunas - encriptación de oraciones de oro y esmeraldas -, en las cascada y bajo de las cachiveras, por entre la manigua y en el viento que recorre los desiertos de ésta América; las palabras Arawak, las voces Quechua, los cantos Guaraní, el Muisca, el Aimara, el Puinabe, el Igka, el Kogi y el Wiwa; si ellos desaparecieran, desaparecería nuestra remota posibilidad de declarar quiénes somos y tal vez hacia dónde debemos dirigirnos. ¡Ah, qué triste es esta canción del conquistado!
León M.N.2011


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