ATARDECE.
El viento frío bajó por los
caminos desde la nevada.
el ganado aterido se agrupa y
las ovejas en ovillo
como vellón dispuesto para la
carrumba.
En silencio, los indios
suspenden la labranza.
Y lento, como solemne
procesión a capilla doctrinera
emprenden el regreso a
la kankurua.
Sarachuí el cerro que gobierna el valle
se puso manta de neblina
blanca.
Y la garúa serenita roció los
pajonales en las faldas
y como nieve se quedó en las
cabelleras azabaches.
Alimako, el que primero va
marcando huella,
lleva un grueso leño al
hombro
Y colgando de una diadema de
cabuya
su afilado machete se
humedece en su espalda.
Tejiendo pensamientos
en espirales de hilos, con
aguja de hueso le sigue Semeja.
Lleva a su espalda el que
antes ocupó su vientre
y ahora pende de una diadema
de algodón tejido
y no se humedece entre la tibia manta.
El perro negro recoge con su
pelo largo:
cadillos del rastrojo y
pequeñas gotas de garúa
que a veces sacude con un
torbellino
que recorre su cuerpo desde
la cabeza.
La neblina bajita y la garúa
juegan
entre cafetos, matas de
malanga y plátano.
Y en su jugueteo dejan ver la
choza de paja
y a veces la ocultan y el
perro se adelanta.
Queda en el estrecho alero
y de punta sostenido a la
pared el leño de Alimako.
Semeja, empuja la puerta, entra,
deja al niño en su pusa sobre
el seno.
Junta unos leños y sopla el
hogar
y el dios del fuego ilumina
la pequeña estancia
El humo asciende y se
entibian los cuerpos
y el perro se acurruca y
duerme
Fotografía de Mauricio Sanchez
León M.N. Oct.2012.
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