LA ECONOMÍA
COLOMBIANA.
La extracción de recursos naturales ha
sido, desde 1492, nuestra estrategia económica (y no digo, económica, con la
acepción que la palabra tiene para significar, austeridad, de poco costo y ponderación…)
Lo digo para significar acción en búsqueda de riqueza con ausencia de criterios
éticos y morales, a la que un buen numero de poderosos, ambiciosos, incautos,
soñadores, irresponsables e ignorantes de nuestro país continúan recurriendo.
Para entender un poco el fenómeno y su
verdadero significado, recurrí al diccionario de sinónimos y encontré:
Extraer, entre otras palabras, es
sinónimo de: extirpar, eliminar, desenterrar, anular, desembolsar, desencajar,
dislocar, desgajar, sacar, abrir,
arrancar, quitar, apartar, despojar, privar, vaciar, desaguar, exprimir. Todas estas,
expresiones cercanas al significado de extinción y muerte.
En la época de la conquista, con el
afán que los reyes de España tenían de llenar sus arcas, menguadas por el
fracaso que como imperio estaban teniendo, y con la ambición de los aventureros
y delincuentes que conformaron estas primeras hordas de invasores, se dedicaron a extraer de las
mochilas, los canastos, los templos y otros sitios sagrados, todo aquello que
brillaba como oro, esmeraldas o cosa parecida. Raparon de los cuellos, las
narices, las orejas, las frentes, los pechos, brazos y piernas de los indígenas
todo adorno metálico y toda piedra que como seguranza, los chamanes, mamos o
curacas les habían atado a sus muñecas.
Y cuando no pudieron extraer el
supuesto secreto del lugar de la mina dónde habría más de esas pepitas doradas,
no dudaron en extraerles con torturas, en medio de gritos de dolor, las
mentiras con que los lugareños trataron de eludir el suplicio y se inventaron
el Mito de El Dorado.
Ignoraban los invasores que los
aborígenes no tenían minas, ellos encontraban las bellas pepitas en la arena de
los ríos. Hacían hermosos objetos con ellas, y las devolvían al agua,
lanzándolas a las lagunas, durante sus festividades.
No sé bien quién se inventó el cuento
de El Dorado, si los españoles con su
alocado desenfreno por regresar a sus pueblos Ibéricos como grandes señores
vestidos de oro, o los Indios por escapar de la brutal irracionalidad de quienes
querían acaparar algo que no es ni bebida, ni alimento, ni cura para
enfermedades, ni poción mágica que permitiera convertirlos en magos todo
poderosos para encontrar el elixir de la eterna juventud o la soñada panacea.
Y persiguiendo ese Dorado llevamos ya
más de 500 años… qué estúpidos somos.
Siguió la extracción de pieles de toda
clase de animales para engalanar paredes y pisos de palacios. Para confeccionar
los abrigos con los que la realeza y los potentados, huían del gélido invierno
europeo. Y por culpa de esa tropelía muchas especies animales se extinguieron o
estamos a punto de que eso acurra.
Extracción de plumas de garzas, guacamayas,
loros y otras aves, para adornar las cabezas de las señoras con tocados y
sombreros hechos con ellas. Para elevar las sienes y la frente de las damiselas
que bailaban el cancán en los burdeles.
Extracción mítica de la canela, y otras
especias, para sazonar las viandas de las mesas en el viejo continente.
Extracción de maderas finas, olorosas,
para los palacios, los carruajes, los ferrocarriles y mil usos más. A tal punto
que el renombrado pulmón del mundo que es el Amazonas, comienza a dar síntomas
de asfixia.
Extracción de aceites, ungüentos y
medicamentos naturales, entre ellos la quina de nuestras selvas. Extracción de
conocimientos de muchos principios activos propicios a la medicina, cuya
patente ya tienen registrada los grandes
laboratorios farmacológicos del llamado primer mundo.
Extracción de semillas, y cuando el
clima no permitió que en la fría y estacional Europa prosperaran, se iniciaron
las grandes explotaciones como las de: la caña de azúcar, el banano, el caucho,
el tabaco, el algodón, que terminaron siendo la tumba de miles de indígenas y
de esclavos africanos arrancados del continente negro.
Y tras estas explotaciones en
monocultivo vinieron: la Palma de aceite, el algodón, el sorgo, los bosques
madereros y otros. Con ellos entraron las pestes, las plagas, que al no
encontrarse ya con la resistencia de microorganismos o la acción repelente
ejercida por unas plantas para beneficio de otras y menos la acción benéfica de
creación de suelos fértiles que se da en la práctica de agricultura mixta,
comenzaron a requerir de otros insumos.
Llegó con los monocultivos la
necesidad de fertilizantes, de fungicidas e insecticidas químicos y el
agricultor se convirtió en el explotado
por los laboratorios y fabricantes de estos productos que encarecieron la
producción y esclavizan hoy a nuestros agricultores. Ellos no encuentran otra
solución que hacer paros y protestas para que el gobierno les haga promesas que
nunca cumple y nuevamente tengan que salir a hacer nuevos paros y bloqueos y
protestas.
Y es en esta parte de la historia
donde llegan los salvadores que con ideologías extrañas y mentirosas prometen
redimir al pobre de su enemigo de clase.
Pero la búsqueda del Dorado prosigue y
a las minas, a los oscuros y peligrosos socavones fueron enviados a punta de
azote los negros y los indios que deberían regresar en la noche cargados del
metal que enloquece a los ambiciosos.
Oro, plata, platino, níquel, carbón,
sal, esmeraldas, mármol y variedad de piedras útiles para la construcción y
hasta el cancerígeno asbesto, han estado en el portafolio de nuestra oferta de
extracción minera, sumados a la cal, la arena y el cemento. Toda esta oferta
para agasajar la confianza inversionista de capitales golondrina o mejor será
decir: poderosos consorcios de explotadores ambulantes.
El coltán y metales pesados y
peligrosos también son extraídos de la entrañas de la tierra.
Las dragas recorren los ríos y van
dejando a su paso las orillas llenas de piedras y la capa vegetal sepultada y
muerta toda posibilidad de agricultura en las fértiles vegas y destrozado para
siempre el ecosistema y la riqueza hídrica, la ictiológica.
Los causes de los ríos y quebradas quedan
envenenados con mercurio y cianuro,
utilizado para la búsqueda del oro. También el agua donde crecen los peces y
las algas, caracoles, crustáceos, moluscos y otros animales que son nuestro alimento y el agua de nuestros
propios acueductos, es envenenada. Nuestras reservas naturales, los parques y
los páramos son sacrificados porque allí donde se condensa el agua que comienza
a correr como hilillos cristalinos cargándose de sales y minerales beneficiosos
a la vida, disque también hay oro y has que sacarlo a toda consta aun a riesgo
de morirnos de sed, pero ataviados con oro cual faraones en sus esplendidos
sarcófagos.
Ya tenemos miedo a consumir pescado
pues nos dicen que la contaminación de ellos con mercurio y cianuro, es alta y
afectará tarde o temprana la salud de nuestras familias.
Los que buscan el oro, ofrecen en la
pira del sacrifico nuestra vida y la vida del planeta. ¿A donde irán y ante
quién exhibirán sus joyas, cuando el paisaje que hoy nos extasía, lo hayan
convertido en un desierto?
Si miramos hacia el horizonte de las
zonas mineras, vemos una mancha rojiza y ocre que como herida abierta se
extiende por kilómetros. Son las heridas que la minería deja sobre la piel profunda de la tierra. Retroexcavadoras, y
muchos otros monstruos mecánicos excavan, remueven, voltean y trasladan colinas
y cambian el curso natural de los arroyos. Y cuando en la tarde estas maquinas
se silencian, los magnánimos dueños, poseedores o invasores de los terrenos
donde el oro duerme, dejan que en montonera mineros artesanales, indigentes,
rebuscadores o delincuentes entren a barequear a la luz de sus linternas,
tratando de encontrar con qué pagar al extorsionista que los cuida, y de que
sobre algo, para el guaro, el billar, las apuestas, el bazuco, las putas y si
alcanza algo para los hijos y el mercado.
“Todo lo que
la mina da, no se puede guardar para la familia, si así lo hicieres, la mina no
te volverá a dar nada”. Ese
es el mito que crearon los traficantes del vicio para poder extraer de los
bolsillos de los mineros sus ganancias.
¡Señor Presidente! Si Usted, Señor
Juan Manuel Santos. Contésteme.
¿Es ésta es la locomotora de la
minería con la que usted nos iba a
llevar a la prosperidad?
Níquel, Petróleo, gas, carbón,
esmeraldas, cuánto dolor enfermedad y muerte nos han traído.
Y junto a ella sigue viva otra
extracción, la de la marihuana, la cocaína, la heroína, que arrebató a muchos
compatriotas de la producción cafetera y del pan coger. También apartó a sus
hijos de la escuela y de la universidad, porque: “para qué estudiar si cultivando vicio se consigue más plata que un
profesional” y sin necesidad de ser disciplinado, constante y leal.
Y de todo este universo de
extracciones se nutre el negocio de la guerra. Paramilitares, guerrilleros y
gobiernos de todas las pelambres tienen que comprar armas para conseguir y para
conservar el poder que logran.
Y a los que caen en esta sucia guerra se
les llama genéricamente víctimas.
Ninguno es Ramón, José o Rosalia,
ninguno tiene apellido y la mayoría son enterrados como NN, en la misma tierra
de donde fueron extraídos.
León Montoya Naranjo.
Mayo 7 de 2014.
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