miércoles, 7 de mayo de 2014

La extracción

LA ECONOMÍA COLOMBIANA.
La extracción de recursos naturales ha sido, desde 1492, nuestra estrategia económica (y no digo, económica, con la acepción que la palabra tiene para significar, austeridad, de poco costo y ponderación…) Lo digo para significar acción en búsqueda de riqueza con ausencia de criterios éticos y morales, a la que un buen numero de poderosos, ambiciosos, incautos, soñadores, irresponsables e ignorantes de nuestro país continúan recurriendo. 

Para entender un poco el fenómeno y su verdadero significado, recurrí al diccionario de sinónimos y encontré:
Extraer, entre otras palabras, es sinónimo de: extirpar, eliminar, desenterrar, anular, desembolsar, desencajar, dislocar,  desgajar, sacar, abrir, arrancar, quitar, apartar, despojar, privar, vaciar, desaguar, exprimir. Todas estas, expresiones cercanas al significado de extinción y muerte.

En la época de la conquista, con el afán que los reyes de España tenían de llenar sus arcas, menguadas por el fracaso que como imperio estaban teniendo, y con la ambición de los aventureros y delincuentes que conformaron estas primeras hordas de  invasores, se dedicaron a extraer de las mochilas, los canastos, los templos y otros sitios sagrados, todo aquello que brillaba como oro, esmeraldas o cosa parecida. Raparon de los cuellos, las narices, las orejas, las frentes, los pechos, brazos y piernas de los indígenas todo adorno metálico y toda piedra que como seguranza, los chamanes, mamos o curacas les habían atado a sus muñecas.

Y cuando no pudieron extraer el supuesto secreto del lugar de la mina dónde habría más de esas pepitas doradas, no dudaron en extraerles con torturas, en medio de gritos de dolor, las mentiras con que los lugareños trataron de eludir el suplicio y se inventaron el Mito de El Dorado.

Ignoraban los invasores que los aborígenes no tenían minas, ellos encontraban las bellas pepitas en la arena de los ríos. Hacían hermosos objetos con ellas, y las devolvían al agua, lanzándolas a las lagunas, durante sus festividades.

No sé bien quién se inventó el cuento de El Dorado, si los españoles con  su alocado desenfreno por regresar a sus pueblos Ibéricos como grandes señores vestidos de oro, o los Indios por escapar de la brutal irracionalidad de quienes querían acaparar algo que no es ni bebida, ni alimento, ni cura para enfermedades, ni poción mágica que permitiera convertirlos en magos todo poderosos para encontrar el elixir de la eterna juventud o la soñada panacea.

Y persiguiendo ese Dorado llevamos ya más de 500 años… qué estúpidos  somos.

Siguió la extracción de pieles de toda clase de animales para engalanar paredes y pisos de palacios. Para confeccionar los abrigos con los que la realeza y los potentados, huían del gélido invierno europeo. Y por culpa de esa tropelía muchas especies animales se extinguieron o estamos a punto de que eso acurra.

Extracción de plumas de garzas, guacamayas, loros y otras aves, para adornar las cabezas de las señoras con tocados y sombreros hechos con ellas. Para elevar las sienes y la frente de las damiselas que bailaban el cancán en los burdeles.

Extracción mítica de la canela, y otras especias, para sazonar las viandas de las mesas en el viejo continente.

Extracción de maderas finas, olorosas, para los palacios, los carruajes, los ferrocarriles y mil usos más. A tal punto que el renombrado pulmón del mundo que es el Amazonas, comienza a dar síntomas de asfixia.

Extracción de aceites, ungüentos y medicamentos naturales, entre ellos la quina de nuestras selvas. Extracción de conocimientos de muchos principios activos propicios a la medicina, cuya patente ya tienen registrada los grandes  laboratorios farmacológicos del llamado primer mundo.

Extracción de semillas, y cuando el clima no permitió que en la fría y estacional Europa prosperaran, se iniciaron las grandes explotaciones como las de: la caña de azúcar, el banano, el caucho, el tabaco, el algodón, que terminaron siendo la tumba de miles de indígenas y de esclavos africanos arrancados del continente negro.

Y tras estas explotaciones en monocultivo vinieron: la Palma de aceite, el algodón, el sorgo, los bosques madereros y otros. Con ellos entraron las pestes, las plagas, que al no encontrarse ya con la resistencia de microorganismos o la acción repelente ejercida por unas plantas para beneficio de otras y menos la acción benéfica de creación de suelos fértiles que se da en la práctica de agricultura mixta, comenzaron a requerir de otros insumos.

Llegó con los monocultivos la necesidad de fertilizantes, de fungicidas e insecticidas químicos y el agricultor  se convirtió en el explotado por los laboratorios y fabricantes de estos productos que encarecieron la producción y esclavizan hoy a nuestros agricultores. Ellos no encuentran otra solución que hacer paros y protestas para que el gobierno les haga promesas que nunca cumple y nuevamente tengan que salir a hacer nuevos paros y bloqueos y protestas. 

Y es en esta parte de la historia donde llegan los salvadores que con ideologías extrañas y mentirosas prometen redimir al pobre de su enemigo de clase.

Pero la búsqueda del Dorado prosigue y a las minas, a los oscuros y peligrosos socavones fueron enviados a punta de azote los negros y los indios que deberían regresar en la noche cargados del metal que enloquece a los ambiciosos.

Oro, plata, platino, níquel, carbón, sal, esmeraldas, mármol y variedad de piedras útiles para la construcción y hasta el cancerígeno asbesto, han estado en el portafolio de nuestra oferta de extracción minera, sumados a la cal, la arena y el cemento. Toda esta oferta para agasajar la confianza inversionista de capitales golondrina o mejor será decir: poderosos consorcios de explotadores ambulantes.

El coltán y metales pesados y peligrosos también son extraídos de la entrañas de la tierra.

Las dragas recorren los ríos y van dejando a su paso las orillas llenas de piedras y la capa vegetal sepultada y muerta toda posibilidad de agricultura en las fértiles vegas y destrozado para siempre el ecosistema y la riqueza hídrica, la ictiológica.

Los causes de los ríos y quebradas quedan envenenados con mercurio y  cianuro, utilizado para la búsqueda del oro. También el agua donde crecen los peces y las algas, caracoles, crustáceos, moluscos y otros animales que son  nuestro alimento y el agua de nuestros propios acueductos, es envenenada. Nuestras reservas naturales, los parques y los páramos son sacrificados porque allí donde se condensa el agua que comienza a correr como hilillos cristalinos cargándose de sales y minerales beneficiosos a la vida, disque también hay oro y has que sacarlo a toda consta aun a riesgo de morirnos de sed, pero ataviados con oro cual faraones en sus esplendidos sarcófagos.

Ya tenemos miedo a consumir pescado pues nos dicen que la contaminación de ellos con mercurio y cianuro, es alta y afectará tarde o temprana la salud de nuestras familias.

Los que buscan el oro, ofrecen en la pira del sacrifico nuestra vida y la vida del planeta. ¿A donde irán y ante quién exhibirán sus joyas, cuando el paisaje que hoy nos extasía, lo hayan convertido en un desierto?

Si miramos hacia el horizonte de las zonas mineras, vemos una mancha rojiza y ocre que como herida abierta se extiende por kilómetros. Son las heridas que la minería deja sobre la piel  profunda de la tierra. Retroexcavadoras, y muchos otros monstruos mecánicos excavan, remueven, voltean y trasladan colinas y cambian el curso natural de los arroyos. Y cuando en la tarde estas maquinas se silencian, los magnánimos dueños, poseedores o invasores de los terrenos donde el oro duerme, dejan que en montonera mineros artesanales, indigentes, rebuscadores o delincuentes entren a barequear a la luz de sus linternas, tratando de encontrar con qué pagar al extorsionista que los cuida, y de que sobre algo, para el guaro, el billar, las apuestas, el bazuco, las putas y si alcanza algo para los hijos y el mercado.

“Todo lo que la mina da, no se puede guardar para la familia, si así lo hicieres, la mina no te volverá a dar nada”. Ese es el mito que crearon los traficantes del vicio para poder extraer de los bolsillos de los mineros sus ganancias.

¡Señor Presidente! Si Usted, Señor Juan Manuel Santos. Contésteme.

¿Es ésta es la locomotora de la minería con la que usted nos iba a  llevar a la prosperidad?

Níquel, Petróleo, gas, carbón, esmeraldas, cuánto dolor enfermedad y muerte nos han traído.

Y junto a ella sigue viva otra extracción, la de la marihuana, la cocaína, la heroína, que arrebató a muchos compatriotas de la producción cafetera y del pan coger. También apartó a sus hijos de la escuela y de la universidad, porque: “para qué estudiar si cultivando vicio se consigue más plata que un profesional” y sin necesidad de ser disciplinado, constante y leal.

Y de todo este universo de extracciones se nutre el negocio de la guerra. Paramilitares, guerrilleros y gobiernos de todas las pelambres tienen que comprar armas para conseguir y para conservar el poder que logran.

Y a los que caen en esta sucia guerra se les llama genéricamente víctimas.

Ninguno es Ramón, José o Rosalia, ninguno tiene apellido y la mayoría son enterrados como NN, en la misma tierra de donde fueron extraídos.

León Montoya Naranjo.

Mayo 7 de 2014.

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