viernes, 17 de agosto de 2012

CITADINAS


Foto: León.M.N. intervenida digitalmente

1.  CITADINAS.

A veces estoy tan distraído, absorto, tan ausente, que miro esta ciudad como a un tren que lento pero indeclinablemente pasa por una estepa, una planicie, tras un pantano, una inalcanzable llanura.

Nutrido de pasajeros distraídos no advierten mi presencia, en esta esquina, estación de mis recuerdos.

Solo…, pegado contra el vidrio que empaña con su aliento, en el último vagón un niño me despide.

Y un azuloso vapor se expande y fantasmales ruidos convergen a la plaza.

Acurrucado contra el ventanal mí hermano.

Rendido al cansancio al pie de la falsa esquina que corta el filo del viento que madruga, está mi hermano.

Y más allá, en un recodo del imponente portal de mármol y granito de un vetusto edificio de oficinas, sobre diarios y sobre el frío, está otro mi hermano.

Y uno pequeño, sobre la red de hierro que cubre la alcantarilla y deja brotar un vaho tibio y mal oliente; busca calor éste mi hermano.
En la banca del parque, tapado con hilachas y su mugre, aletargado en posición fetal, con palidez de muerto, se estremece mi hermano.

Sobre un sopor de gas alucinante, alucinado sueña evadido del ruido que prospera. Flota, finge dormir mi aletargado hermano.

No más voltear la esquina, encuentro otro hermano mío.
Revuelto en su inmundicia, su propio orín, su vómito, su esputo se mescla con el agua jabonosa que viene rodando por la acera.

Confundido entre fardos, bultos de trapos y basura, dormita cobijado con costales; semeja un fajo de desperdicios la vida de mi hermano hecha jirones.

Y el sol ya alto achicharra a un niño viejo de cachetes rojos que oculta en la bragueta su frasco de pegante.

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