Foto: León.M.N. intervenida digitalmente |
1. CITADINAS.
A
veces estoy tan distraído, absorto, tan ausente, que miro esta ciudad como a un
tren que lento pero indeclinablemente pasa por una estepa, una planicie, tras
un pantano, una inalcanzable llanura.
Nutrido
de pasajeros distraídos no advierten mi presencia, en esta esquina, estación de
mis recuerdos.
Solo…,
pegado contra el vidrio que empaña con su aliento, en el último vagón un niño me
despide.
Y
un azuloso vapor se expande y fantasmales ruidos convergen a la plaza.
Acurrucado
contra el ventanal mí hermano.
Rendido al cansancio
al pie de la falsa esquina que corta el filo del viento que madruga, está mi
hermano.
Y más allá, en un
recodo del imponente portal de mármol y granito de un vetusto edificio de
oficinas, sobre diarios y sobre el frío, está otro mi hermano.
Y uno pequeño, sobre
la red de hierro que cubre la alcantarilla y deja brotar un vaho tibio y mal
oliente; busca calor éste mi hermano.
En la banca del
parque, tapado con hilachas y su mugre, aletargado en posición fetal, con
palidez de muerto, se estremece mi hermano.
Sobre un sopor de gas
alucinante, alucinado sueña evadido del ruido que prospera. Flota, finge dormir
mi aletargado hermano.
No más voltear la
esquina, encuentro otro hermano mío.
Revuelto en su
inmundicia, su propio orín, su vómito, su esputo se mescla con el agua jabonosa
que viene rodando por la acera.
Confundido entre
fardos, bultos de trapos y basura, dormita cobijado con costales; semeja un
fajo de desperdicios la vida de mi hermano hecha jirones.
Y el sol ya alto
achicharra a un niño viejo de cachetes rojos que oculta en la bragueta su
frasco de pegante.
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