lunes, 23 de diciembre de 2013

DESPUÉS DE SIETE ECOS

ALLÍ NO MÁS DESPUÉS DE SIETE ECOS
Empeñando un gran esfuerzo y después de atravesar por una ruta sembrada de tropiezos, que crecen, florecen y dan fruto en la intemperie, preguntó:
¿Cuánto cree usted que aún nos falta?
Pensaría que sólo distamos de la meta, unos siete ecos, si descendemos por este cañón zigzagueante por el que asciende tronando el mugir del torrente que va precipitándose a su lado.
… Siete ecos… ¿y cómo habremos de crearlos por encima de este estruendo de cascadas sucesivas?
El eco no existe sino hay alguien que lo escuche y antes de eso: alguien o algo que lo haya provocado, interponiéndose frente al rumbo que las voces toman por sí mismas, o devolviendo los mensajes a quienes los hayan proferido.
Y avanzó en busca de la oportunidad de crear o encontrar su propio eco.
Confió en que la primera muralla que se alzara en el espacio de un silencio, acortaría la distancia entre él y su objetivo.
Gritó con voz que quería superar a la tormenta…
Y cantó como cantan las ballenas cuya voz atraviesa los muros del océano, como un llanto femenino inconsolable y quedo.
Y como las sirenas que desde los acantilados desvarían la conciencia de los marineros y se les unen tan pronto pierden el sentido, y su rumbo, y se van buscando no se qué, por los arrecifes que desde la profundidad del mar se erigen y apenas pueden rosar la espuma de las olas.
Cantó como cantan los vaqueros: Con esos cantos largos que son como lamentos desgarrados que a galope recorren las sabanas. Huelen a crines que en el viento flotan y a ijares bañados en espumas de sudor que fertiliza pajonales donde paren las vacas sus becerros.
Y unió su voz al ronco coro de quejas y protestas que sube desde los negros socavones donde el golpe de las picas se confunde con el de los tambores y con el latigazo que revienta sobre las espaldas  negras. Allí se encriptan el dolor junto con el odio en las entrañas del oro y del carbón de piedra.
Y tras una columnata interminable que remata en arcos de piedra labrada y en ladillos, se fue buscando una salmodia, con las esperanza de que concluyera en la explosión de un gloria y por lo menos en un rotundo miserere.
Y convocó a la ventisca, al vendaval, al tifón, al huracán, al ciclón y unido a ellos sopló tan fuerte como pudo.
Y su grito, y el canto de ballenas y el de las sirenas, y la voz de los vaqueros, y los arrullo y los alabados de las minas, y las salmodias desde los conventos y también el viento, se volvieron siete ecos que estallaron en medio del silencio y de esa forma se creó el vacío. El mismo vacío donde lo encontré tendido y muerto.

León M.N. diciembre de 2013.

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