ALLÍ NO MÁS DESPUÉS DE SIETE ECOS
Empeñando un
gran esfuerzo y después de atravesar por una ruta sembrada de tropiezos, que
crecen, florecen y dan fruto en la intemperie, preguntó:
¿Cuánto cree
usted que aún nos falta?
Pensaría que
sólo distamos de la meta, unos siete ecos, si descendemos por este cañón
zigzagueante por el que asciende tronando el mugir del torrente que va precipitándose
a su lado.
… Siete ecos… ¿y
cómo habremos de crearlos por encima de este estruendo de cascadas sucesivas?
El eco no existe
sino hay alguien que lo escuche y antes de eso: alguien o algo que lo haya
provocado, interponiéndose frente al rumbo que las voces toman por sí mismas, o
devolviendo los mensajes a quienes los hayan proferido.
Y avanzó en
busca de la oportunidad de crear o encontrar su propio eco.
Confió en que la
primera muralla que se alzara en el espacio de un silencio, acortaría la
distancia entre él y su objetivo.
Gritó con voz
que quería superar a la tormenta…
Y cantó como
cantan las ballenas cuya voz atraviesa los muros del océano, como un llanto
femenino inconsolable y quedo.
Y como las
sirenas que desde los acantilados desvarían la conciencia de los marineros y se
les unen tan pronto pierden el sentido, y su rumbo, y se van buscando no se
qué, por los arrecifes que desde la profundidad del mar se erigen y apenas
pueden rosar la espuma de las olas.
Cantó como
cantan los vaqueros: Con esos cantos largos que son como lamentos desgarrados
que a galope recorren las sabanas. Huelen a crines que en el viento flotan y a
ijares bañados en espumas de sudor que fertiliza pajonales donde paren las
vacas sus becerros.
Y unió su voz al
ronco coro de quejas y protestas que sube desde los negros socavones donde el
golpe de las picas se confunde con el de los tambores y con el latigazo que
revienta sobre las espaldas negras. Allí
se encriptan el dolor junto con el odio en las entrañas del oro y del carbón de
piedra.
Y tras una
columnata interminable que remata en arcos de piedra labrada y en ladillos, se
fue buscando una salmodia, con las esperanza de que concluyera en la explosión
de un gloria y por lo menos en un rotundo miserere.
Y convocó a la
ventisca, al vendaval, al tifón, al huracán, al ciclón y unido a ellos sopló
tan fuerte como pudo.
Y su grito, y el
canto de ballenas y el de las sirenas, y la voz de los vaqueros, y los arrullo
y los alabados de las minas, y las salmodias desde los conventos y también el
viento, se volvieron siete ecos que estallaron en medio del silencio y de esa
forma se creó el vacío. El mismo vacío donde lo encontré tendido y muerto.
León M.N.
diciembre de 2013.
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