EL SILENCIO
El bus de escalera o chiva como lo
llaman en algunas partes de mi tierra,la tierra grande, dentro de la que
no nos exigen pasaporte. La que los poetas, los maestros de
escuela y los políticos llaman patria. Ese bus ronronea quejumbroso al empezar
la cuesta en la carretera destapada.
Es una mañana de sábado.
El sol brilla por entre copos de neblina que asciende presurosa.
Escucho tras el ruido del motor, el silencio. El silencio de los que viajan conmigo. Y afuera, en el campo: el silencio.
El sol brilla por entre copos de neblina que asciende presurosa.
Escucho tras el ruido del motor, el silencio. El silencio de los que viajan conmigo. Y afuera, en el campo: el silencio.
De repente, al dar el bus un giro a
la derecha por la estrecha carretera, el motor también se silencia deteniéndose
bruscamente.
¿Qué pasó? Dijo alguien y todos
buscamos a través de las ventanillas en la polvorienta carretera, la causa del
silencio del motor y del frenazo.
Y frente a mi ventanilla, a la
orilla junto a la cuneta, en perfecto orden, como acostados en fila, doce
cuerpos juveniles silenciosos, parecían dormir.
Impecables sus ropas domingueras.
Sin duda, para mí, habían salido el viernes en la noche, de parranda a celebrar en la vereda.
A todos les faltaban sus zapatos.
Todos llevaban medias limpias y muy nuevas.
Eran sus medias domingueras, las de salir a enamorar los viernes en la noche.
Sin duda, para mí, habían salido el viernes en la noche, de parranda a celebrar en la vereda.
A todos les faltaban sus zapatos.
Todos llevaban medias limpias y muy nuevas.
Eran sus medias domingueras, las de salir a enamorar los viernes en la noche.
…Están muertos.
Los mataron anoche.
Dios mío. ¿No va a parar esta
matanza?
El primero es el hijo de José, el de
la tienda de Pueblito.
Yo conozco a este muchacho, al
pecoso. Terminó bachillerato el año pasado en el colegio.
Y éste, ¿No es el hijo de Rosa, la
viuda de Asdrúbal?
Y nuevamente el silencio. Un
silencio temeroso.
Y las miradas que con la mano en la
barbilla, o como deteniendo un grito apretaban las bocas; se paseaban por el
rastrojo de la orilla de la carretera. Husmeaban entre las sombras del bosque
de pinos que iniciaba después de un pequeño talud de tierra colorada.
Ningún ruido, sólo el silencio.
Tenemos que seguir dijo alguien.
Sí, claro debemos seguir y dar aviso
a las autoridades.
¿Los vamos a dejar aquí tirados,
como si fueran perros?
¿Qué podemos hacer? No tenemos ni
una sábana para echarles encima.
Alguien inició una oración y pronto
se formó un coro que suplicaba para ellos el perdón y el eterno descanso. Y que
brille para ellos la luz perpetua.
Yo no había descendido del bus.
Desde mi ventanilla los veía a todos: Bajo sus cabezas una mancha de sangre
seca que denotaba que el tiro que a cada uno le dieron en la base del cráneo,
había resonada hacia ya algunas horas.
Todos tenían de manera programada
por los asesinos, las manos en la espalda, atadas con alambre recubierto de
plástico, del que se utiliza para las instalaciones eléctricas.
Los recorrí a todos con la mirada,
pero mis ojos regresaban sin querer a la cara del moreno. Era regordete. Tenía
la boca abierta y por ella se veía una rosada lengua gruesa, que parecía querer
decir algo.
Tal vez cuando murió estaba rezando
su oración o quizás mentalmente se
despedía de los suyos. Sus fosas nasales amplias, detenidas en el momento de
aspirar esa última bocanada del aire de la negra noche.
Sus ropas estaban limpias, apenas
podría encontrarse algún chisguete de sangre o de barro.
Los sacaron de la fiesta como a
borregos. Seguro que amenazados por armas.
Los habrían hecho subir a algún
vehículo, donde los amarraron y emprendieron en silencio su último viaje hacia
esta curva de la carretera.
A estas horas de la mañana ya deben
estar extrañándolos en sus casas.
¿Dónde se quedaría anoche mi
muchacho?
Algunos ya sabrán de la escena en la
cantina y se preguntarán:¿Quién lo habrá secuestrado: Los paras o la
guerrilla?
El bus reinició su marcha hacia el
pueblo. Yo con la cabeza hacia atrás me quedé prendido a la cara del moreno y a
su gesto de querer hablar y de aspirar una
última bocanada del aire de la negra noche.
Los pasajeros en silencio sólo
intercambiábamos gestos de dolor, pesar, preocupación, interrogantes no
expresados.
Nos envolvió el silencio y el temor
a decir algo. Deberíamos estar pensando lo mismo: tal vez entre los pasajeros
viaje alguno de los asesino buscando pretextos para nuevos asesinatos. Es mejor
callar, es mejor el silencio.
Cuando llegamos al pueblo, nos
enteramos, por el silencio que envolvía todo, que ya la noticia había sido
conocida. En las horas de la tarde llegaron los cadáveres de quienes allí vivían.
Fui a la pequeña morgue a
visitarlos. Allí pude ver al moreno. No hubo nadie que le amortajara y cerrara
su boca. Seguía con esa expresión de querer decir algo y su nariz quería
inhalar una última bocanada aunque fuera aire de la negra noche, de la horrible noche.
Más tarde le cubrieron su cara con
una tela translucida y tras ella y en silencio quise escuchar lo que quería
decir y lo escuché muy claro. Gritó: no fui culpable de nada. Soy un falso positivo
inventado por los paracos, para justificar el dinero que les cobran a los
finqueros y a los ricos, a cambio de supuesta seguridad. Soy un falso positivo
de la policía o del ejército para justificar ascensos, días de franquicia,
medallas de heroísmo y resultados contra los insurgentes.
Como no he podido olvidar la
expresión del moreno, la he retratado para que los que viven, o lleguen a vivir
en esta tierra grande, a la que los poetas, los maestros y los políticos llaman
patria, no la olviden.
Que brille para ellos la luz
perpetua.
León M.N. Septiembre de 2013.
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