martes, 17 de septiembre de 2013

EL SILENCIO




EL SILENCIO
El bus de escalera o chiva como lo llaman en algunas partes de mi tierra,la tierra grande, dentro de la que no nos exigen pasaporte. La que los poetas, los maestros de escuela y los políticos llaman patria. Ese bus ronronea quejumbroso al empezar la cuesta  en la carretera destapada.
Es una mañana de sábado. 
El sol brilla por entre copos de neblina que asciende presurosa. 
Escucho tras el ruido del motor, el silencio. El silencio de los que viajan conmigo. Y afuera, en el campo: el silencio.
De repente, al dar el bus un giro a la derecha por la estrecha carretera, el motor también se silencia deteniéndose bruscamente.
¿Qué pasó? Dijo alguien y todos buscamos a través de las ventanillas en la polvorienta carretera, la causa del silencio del motor y del frenazo.
Y frente a mi ventanilla, a la orilla junto a la cuneta, en perfecto orden, como acostados en fila, doce cuerpos juveniles silenciosos, parecían dormir.
Impecables sus ropas domingueras. 
Sin duda, para mí, habían salido el viernes en la noche, de parranda a celebrar en la vereda. 
A todos les faltaban sus zapatos. 
Todos llevaban medias limpias y muy nuevas. 
Eran sus medias domingueras, las de salir a enamorar los viernes en la noche.
…Están muertos.
Los mataron anoche.
Dios mío. ¿No va a parar esta matanza?
El primero es el hijo de José, el de la tienda de Pueblito.
Yo conozco a este muchacho, al pecoso. Terminó bachillerato el año pasado en el colegio.
Y éste, ¿No es el hijo de Rosa, la viuda de Asdrúbal?
Y nuevamente el silencio. Un silencio temeroso.
Y las miradas que con la mano en la barbilla, o como deteniendo un grito apretaban las bocas; se paseaban por el rastrojo de la orilla de la carretera. Husmeaban entre las sombras del bosque de pinos que iniciaba después de un pequeño talud de tierra colorada.
Ningún ruido, sólo el silencio.
Tenemos que seguir dijo alguien.
Sí, claro debemos seguir y dar aviso a las autoridades.
¿Los vamos a dejar aquí tirados, como si fueran perros?
¿Qué podemos hacer? No tenemos ni una sábana para echarles encima.
Alguien inició una oración y pronto se formó un coro que suplicaba para ellos el perdón y el eterno descanso. Y que brille para ellos la luz perpetua.
Yo no había descendido del bus. Desde mi ventanilla los veía a todos: Bajo sus cabezas una mancha de sangre seca que denotaba que el tiro que a cada uno le dieron en la base del cráneo, había resonada hacia ya algunas horas.
Todos tenían de manera programada por los asesinos, las manos en la espalda, atadas con alambre recubierto de plástico, del que se utiliza para las instalaciones eléctricas.
Los recorrí a todos con la mirada, pero mis ojos regresaban sin querer a la cara del moreno. Era regordete. Tenía la boca abierta y por ella se veía una rosada lengua gruesa, que parecía querer decir algo.
Tal vez cuando murió estaba rezando su oración o quizás mentalmente se despedía de los suyos. Sus fosas nasales amplias, detenidas en el momento de aspirar esa última bocanada del aire de la negra noche.
Sus ropas estaban limpias, apenas podría encontrarse algún chisguete de sangre o de barro.
Los sacaron de la fiesta como a borregos. Seguro que amenazados por armas.
Los habrían hecho subir a algún vehículo, donde los amarraron y emprendieron en silencio su último viaje hacia esta curva de la carretera.
A estas horas de la mañana ya deben estar extrañándolos en sus casas.
¿Dónde se quedaría anoche mi muchacho?
Algunos ya sabrán de la escena en la cantina y se preguntarán:¿Quién lo habrá secuestrado: Los paras o la guerrilla?
El bus reinició su marcha hacia el pueblo. Yo con la cabeza hacia atrás me quedé prendido a la cara del moreno y a su gesto de querer hablar y de aspirar  una última bocanada del aire de la negra noche.
Los pasajeros en silencio sólo intercambiábamos gestos de dolor, pesar, preocupación, interrogantes no expresados.
Nos envolvió el silencio y el temor a decir algo. Deberíamos estar pensando lo mismo: tal vez entre los pasajeros viaje alguno de los asesino buscando pretextos para nuevos asesinatos. Es mejor callar, es mejor el silencio.
Cuando llegamos al pueblo, nos enteramos, por el silencio que envolvía todo, que ya la noticia había sido conocida. En las horas de la tarde llegaron los cadáveres de quienes allí vivían.
Fui a la pequeña morgue a visitarlos. Allí pude ver al moreno. No hubo nadie que le amortajara y cerrara su boca. Seguía con esa expresión de querer decir algo y su nariz quería inhalar una última bocanada aunque fuera aire de la negra noche, de la horrible noche.
Más tarde le cubrieron su cara con una tela translucida y tras ella y en silencio quise escuchar lo que quería decir y lo escuché muy claro. Gritó: no fui culpable de nada. Soy un falso positivo inventado por los paracos, para justificar el dinero que les cobran a los finqueros y a los ricos, a cambio de supuesta seguridad. Soy un falso positivo de la policía o del ejército para justificar ascensos, días de franquicia, medallas de heroísmo y resultados contra los insurgentes.
Como no he podido olvidar la expresión del moreno, la he retratado para que los que viven, o lleguen a vivir en esta tierra grande, a la que los poetas, los maestros y los políticos llaman patria, no la olviden.

Que brille para ellos la luz perpetua.

León M.N. Septiembre de 2013.


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