Fue un sol grande, como el espacio
que se abre entrando a una catedral.
Si, así como en círculos
concéntricos.
Como en arcos, uno detrás del otros y
prolongados hasta el infinito.
Igual de grande era ese sol, al
espacio que ocupaba el firmamento.
Una inundación de luz diría yo.
No solamente abrazador, sino
abrazante.
Y sobre la playa los muchachos, las
señoras, los señores.
Y los vendedores de joyitas, frutas y
de helados.
Y un perro que repetidamente saca de
entre la espuma dorada de las olas,
un palo que su amo repetidamente le
lanzaba.
Y todo entorno a mí y en torno al
mundo
de amarillos diferentes, festivos y
gloriosos.
Cada uno de los que yo veía,
en lo suyo: con su flotador o su
pelota.
Con su helado, o su pereza soñolienta
tendida desnuda sobre la toalla.
Las olas, el perro y el que le
lanzaba el palo engullidos por la luz
perdiéndose a lo lejos.
Cómo es posible que no perciban que
todo y todos
nos hemos convertido en oro.
Somos como ídolos bruñidos por la luz
en un enorme altar dorado.
Fue un sol grande el que nos alumbró poco
antes de empezar la noche
y el negro de la noche tocara el
tambor y el oro desapareciera.
Y el firmamento que ocupaba el sol
ahora lo habitaba la noche y la
candela.
León M.N. Junio 9 de 2015.
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