martes, 31 de enero de 2012

OTROS POEMAS


AMANECER


Desde aquí, donde unas rocas son guardias que miran la mañana.

Ausente el sol que sube lento la otra vertiente de este cerro


Miro que se levanta desde le suelo,

Un leve velo que danza entre las hojas

Traspasado el follaje de altas copas,

Gira en el aire como las rondas de los niños buenos.

Le veo saludar batatillas en guirnaldas

Prendidas a las ramas de cafetos

Ocultos en atalayas verdes

Imagínolos  azules, oro y escarlata

Y  escucho silbos, trinos y chillidos

Que picotean, liban y degustan

La pulpa expuesta y jugosa de las fruta.

Y asciende raudo y da cabriolas

Y en torbellinos emerge nuevamente

En cada ciclo renueva este paisaje

Y se condensa en la extendida telaraña

Cual clonación de universos repetidos.

Miro a lo alto y veo

Formación de nueves como espuma

Promesa de frescura allá en la tarde

Y fertilidad a las semillas que dejé en el surco.

León M.N. XII’11



AMANECER ANDINO.


Una claridad lechosa se asoma tras las cortinas y el empañado ventanal.

Me levanto, las descorro y abro también de par en par la humedecida vidriera.

El paisaje se me ha borrado.

Una espesa capa blanca con tonalidades azul y gris me aísla de lo que hasta ayer fue mi lugar.

Solo emergen de entre la bruma que avanza, unos arbustos de la huerta,  algunas yerbas y el corredor por donde en oleadas lentas se aposenta aquella masa blanda que todo va borrando.

Salgo al corredor y al abrir las dos alas de la puerta, como afanada penetró al zaguán, la sala y las alcobas.

Se expande silenciosa, como curioseando todos los rincones, y enfría la tibieza  de los cuartos.

Descolgué del perchero mi vieja ruana  y con ella puesta fui a prender la estufa y preparé café.

El calorcillo de la cocina expulsó la niebla y el aroma del café me trajo una sonrisa.

Volví, pocillo en mano a indagar por el paisaje: El matizado telón blanco, el silencio, el  pasmo de la ausencia o la presencia de la nada.

El temblor de la vida en el moverse de la bruma y la neblina y, los colores pálidos en gamas de blanco, grises y grises azulados.

Fui hasta el estudio y desde un artilugio de la tecnología le pedí a Meldelssohn que me acompañara esta mañana, y él lo hizo y nuevamente sonreí.

Bebido el último sorbo, fue corriéndose el velo y todos los verdes renovados tiñeron las montañas. Y nuevamente se creó el espacio entre al aquí, el allá, el más allá y el horizonte.

Y revoloteos emplumados, primero silenciosos y luego en algarabía, picotearon todos los tonos amarillos que el platanal les prodigaba.

La neblina se posó sobre las cordilleras y sólo permitió que el sol me besara, pasado el medio día.
León. XII-11 




AMANECER TELÚRICO

León M.N. Dibujo digital. 2011

AMANECER TELÚRICO


Arriba, en lo que según el lugar donde me encuentro,
según las fuerzas gravitacionales que me influyen,
según la posición que siento ocupar, es mí arriba,
se desató una batalla.

Así lo atestigua  el movimiento tormentoso de las nubes.
Giran y chocan, y se engullen unas a las otras y avanzan por el espacio.
Se elevan y descienden y retrocede, para nuevamente avanzar,
retorcerse y algunas repelerse.

Y así fue en el principio.
En lo que yo puedo imaginar como principio:
Mil fuerzas pugnando por realizarse, por surgir a la vida.
Por condensarse en moléculas,
en células cargadas de protones y neutrones.
Rabiosas sintetizando proteínas y sales,
y mil fluidos de diversas consistencias, colores, aromas y texturas.

Separándose las dispares
y amalgamándose las afines y cercanas.
Acumulando experiencias, instintos y lenguajes.
Esa danza cósmica creó en cada partícula
una energía propia que posibilitó el movimiento
a nuevos estadios del existir,
y hacia diferentes formas de consumirse,
de compostarse, de ser abono, vida para otros
y transmitir semejanzas, rasgos, taras, aciertos, desaciertos…


Y hubo fusiones, generación de multitud de formas de ser,
merced a las semillas, las esporas, los huevos y el esperma.
Y una cadena infinita de células madres
que fueron hijas de otras
y madres de las que las sucedieron y sucederán.

Y tuvo lugar en esa épica batalla por la vida que no acaba de concluir,
la aparición de fuego que es la expresión de la vida y de la muerte.
El fuerte abrazo de esas nubes cósmicas
cargadas de complementarias energías,
estalló en rayos incendiarios que cubrieron la infinita dimensión el éter.
Y unas de sus portentosas chispas golpearon con las olas del planeta azul
que flotaba en el espacio del silencio.


Y fue el hervir del caldo primitivo de la vida.
El elevarse del vapor.
El explotar de mil pozos subterráneos que al expandirse,
abrieron grietas, y cráteres y se formaron los ríos,
las vertientes, los geiseres y con ello las nubes que hoy me tienen fascinado.

El calor de ese estallido viene tardando millones de milenios en extinguirse
y en su devenir inicia nuevos incendios
que son causa de muerte para algunos seres
y térmica cuna para la aparición de otros.

El calor y la presión soportados por la roca,
la tornó carbón negro y brillante
y más presión y tiempo la volvió diamante,
hechizo iridiscente que descompone la luz del fuego
que hace milenios lo causara.

Y la fricción de  las rocas
al danzar sobre las oleadas del magma donde navegan,
dio origen a largas vetas de metales
que pacientes esperaron el nacimiento de los orfebres
que los convirtieran en sarcillos, brazaletes y hermosas narigueras.

Y las nubes allá arriba continuaron con su danza,
el vapor ascendió, y la neblina descendió
y la vida condensada en gota de rocío,
giró sobre la piel de un pétalo.
Me acerqué y pude ver que encerraba un universo
pleno de constelaciones en los que vagaban sin aparente dirección,
una orquestación de mundos, con soles, mares y volcanes.

León M.N. XII-11









  

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