lunes, 12 de noviembre de 2012

...Y PUNTO FINAL


…Y PUNTO FINAL

He vivido tantos años… No digamos: ¨tantos¨, pues con cuál viviente he de compáralos. Quiero decir: he vivido años bien vividos y estoy listo para partir. No le tengo miedo a la muerte. Esa vieja flaca y narigona podrá llegar por mí cuando le guste.

Pensar: ¿Qué habrá del otro lado de la tapia? No me inquieta, me gustan las sorpresas, y no me fío de las promesas que he escuchado.

Algunos dicen que lo de temer es el despegue, ese pasito entre el aquí y el más allá. Yo insisto en que debe ser como dormirse: Está uno despierto y sin dolor, sin transición ya se está en medio de los sueños o mejor aun de la inconciencia.

Quiero pasar los pocos años que deben restarme de la cuenta: disfrutando, alegre, viviendo intensamente.

Ya cumplí mis deberes ciudadanos y los que acepte con mi familia. Ya no tengo tengos para con nadie, sólo para conmigo mismo, y esos los acabo de enunciar.

Buscaré en estos días, pronto, dejar terminada la casita de campo que tanto hemos soñado. Allí podrá quedar cómodamente instalada mi vieja y tendrá espacio suficiente para que lleguen los hijos con los nietos, cuando quieran.

Habré de averiguar sobre inversiones y rentas. Dónde colocar los centavitos del ahorro de tal manera que mensual y religiosamente llegue lo de los gastos rutinarios: El mercado, la EPS, los medicamentos, los servicios públicos, los impuestos sobre la renta, el capital, el predial y valorización. La ayudita para el estudio de los nietos, la cuotita para las vacaciones y el viaje a Europa que hemos programado para celebrar el aniversario 50 de casados, y algo más para imprevistos.

Debo de hablar de esto a toda la familia reunida, pues cuando llegue la hora de mi muerte, no quiero que estén tristes. Deseo que lo acepten como yo, serenamente, como una parte más, pero importante de la vida. No quisiera que nadie enviara flores, ni que hicieran esos interminables y falsos rituales de velaciones. Mi cuerpo que lo regalen a una escuela de medicina como material didáctico. Estoy seguro de que con eso cumpliré mi misión cívica de ser útil a la sociedad.

Para despedirme quiero que hagan una fiesta, con poco licor y mucha charla. Comida sobria. Que no se pasen las mujeres en la cocina preparando viandas, y los hombres en la sala bebiendo y haciendo chistes y chismes, y cuando los manden pasar a la mesa, que no sean capaces de apreciar la culinaria de mi vieja y las mujeres de casa. Nada de eso, poca comida y servida por encargo. Muy buena música. He ahí un problema: ¿Qué es buena música? ¿La que me gusta a mí, a mis hijos o a mis nietos? Bueno, eso lo arreglarán ellos, pues para ese entonces yo ya me habré ido. Total lo que deseo es que no se aflijan con mi muerte, ni se aburran en mi despedida.

Tengo que terminar mi libro de poemas y el de cuentos. He de averiguar por un buen corrector de estilo y un editor; pues después de tanta lora que he dado con esto, no puedo salirles con un chorro de babas. Claro que viéndolo bien harán falta unos poemas de los cuales ya tengo listo el tema. Y una introducción y tal vez una presentación que me haga algún personaje de las letras, pues esto le imprime brillo a la edición.

Tengo que ponerme en la tarea de redondear los cuentos y darle unidad a este libro. De buscar un buen ilustrador y un diseñador para dos bellas carátulas. Y presupuestar todo eso al igual que un evento de lanzamiento, con música de cámara para el intermedio y un coctel y unos pasabocas. Haré los arreglos con unas librerías para unas tardes de firmas de ejemplares. Como ven esto de ser escritor es cosa seria. Seria pero importante, si uno no deja obra ¿quién y cómo lo recordará?

El chiste no es morirse, eso lo han hecho todos los que ocupan y han ocupado: tumbas, criptas, mausoleos, urnas, sarcófagos, osarios y cenizarios. Morirse y quedar en la memoria de los vivos es la gracia: ¿Leíste los libros que escribió mi padre, mi abuelo, mi tatarabuelo? ¿Conoces la obra de mi antepasado, el poeta? Eso es lo que yo quiero; trascender en el tiempo y derrotar el olvido.

A la casita de campo tengo que agregarle el estudio taller, pues tengo más de 50 bocetos que debo pintar. Es una obra planeada en dos colecciones, al óleo y en acrílico de gran formato. La primera la integrarán más de veinte paisajes abstractos que retratan el espacio del alma en momentos de soledad, esperanza y alegría, indistintamente. Los colores y matices, llevarán al espectador atento a ese dialogo con mi alma en cada momento de las múltiples experiencias que a cada cuadro inspiraron.

La segunda colección será una interpretación pictórica de los sonetos que integran la obra de José Eustacio Rivera: TIERRA DE PROMISIÓN, obra que tanto me ha conmovido desde los lejanos años de mi bachillerato. Será figurativa y con los colores exactos de la selva tropical y las llanuras de la orinoquia.

No dejo de pensar que estos dos proyectos: el literario y el pictórico, conforman un adecuado testamento, una herencia que mi familia no podrá dejar de apreciar. Por eso insisto, luego de estos años bien vividos que he tenido, estoy listo para partir. He superado los apegos, me recordarán con alegría, gratitud y orgullo. ¿Qué más puedo pedir si ya no tengo tengos?

El desapego me garantiza una partida placida, sin aspavientos. Ya regalé mis libros, mis discos y mis herramientas. Tengo la ropa precisa para el estilo de vida que he decidido y nada más que estorbe en mi ropero. Heredé en vida mi radio transistor de siete bandas, en el que acostumbraba escuchar las noticias desde las cuatro de la madrugada. Ya no me importan las tragedias que anuncian, siempre las hemos tenido, sólo cambian de nombre. No me interesa saber qué ministro, senador a gerente fue puesto preso, nunca lograrán encerrar a todos los que lo merecen y ni todos los encerrados lo merecen. Si va a llover, me importa un bledo, yo no soy soluble en agua y si va a brillar el sol, pues que brille que yo cuelgo mi hamaca aquí en la sombra.

Hace rato renuncié a hacer las colas para pedir citas médicas en la EPS. El último hijo de puta especialista que me vio, me regaló los medicamentos precisamente contraindicados para las taras que acababa de declararle que tenía. Prefiero gastar mis pocas horas de reserva que aun tengo, tomando tinto y charlando con mi vieja sobre los hijos y viendo como llegan los pájaros al jardín a pelearse el pedazo de plátano maduro que cada día les ponemos.

No me inviten más a bautismos, ni a matrimonios; los vestidos más apropiados para esas oportunidades, que tengo; han envejecido de manera dispar. Los sacos, casi nuevos, no me cierran y los pantalones están raídos y con los fondillos brillantes de tantas lavadas que les hemos dado, ya han cambiado de color. No pienso encachacarme ni aun para que me metan en el féretro, pues como ya he dicho y repetido, no van conmigo los entierros, ni la cremación. Que me regalen para que los nuevos médicos aprendan cómo es que queda el cadáver de un viejo que murió tan común y corrientemente como vivió.

Quiero que mi viejita se gaste la platica que nos economizamos en gatos exequiales, en un viaje o en un gustico de esos que se disfrutan sin la presencia del marido.

Y tu, vieja flaca y narigona, no creas que estar listo, es sentarme a esperarte. Mientras llegas, yo seguiré viviendo, pues escribiendo estos renglones, me he dado cuenta que tengo aun algunos tengos por hacer.

León Montoya Naranjo.
Agosto de 2011.





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