sábado, 3 de noviembre de 2012

A LA MUERTE DE MI TÍO JORGE.


EL TÍO JORGE








Nadie llegó a decirle al doctor:
-          Dr. Por favor haga lo que pueda.
Simplemente lo llamaron para que estuviera allí, igual que el cura, los parientes, los amigos. El también debería estar allí y al final dictaminar que hubiese muerto.
Pero el médico como que se sintió responsable, llamó a un hijo y dijo:
-          Aquí no tenemos nada que hacerle, es mejor que lo lleven para la ciudad.
Y fue así como lo sacaron de en medio de su gente, sus paisanos, sus contemporáneos. 
De en medio de los niños que le iban a comprarle bolas de cristal y trompos. 
De los parroquianos que le pedían les redactase un memorial, una demanda o les llenara el formulario para la declaración de rentas. 
De en medio de las niñas enamoradas que iban en busca de un regalo para el novio y un perfume para recibirlo. 
De en medio de los muchachos que iban a comprar mazos de naipes, piedras de candela, navajas y condones. 
De en medio de congregación de San Vicente de Paul, sus oraciones, sus limosnas. 
De detrás del mostrador donde siempre se informó de todo lo que en el pueblo ocurría y desde donde informó al pueblo de lo que en  otros lares ocurría.

No pudo morir de muerte natural, ni de viejo como yo quería. Ni morir de repente como tal vez él temía. 
Ni de mal de arrugas. 
Lo trajeron a las I.P.Ss de las E.P.Ss y ya forma parte de las estadísticas: 
Se murió de paro cardíaco, provocado por paro respiratorio que precipitó una falla renal que padecía, agravada por la anemia y la mala nutrición ya que era vegetariano. 
Y heme aquí; de todo eso disque murió hoy mi tío Jorge, el tío que yo más quería.
Con noventaiun años a cuestas, de todo lo anterior disque murió mi tío.
Las beatas chismosas del pueblo dicen que murió de tristeza. 
Que se fue apagando desde que enterró a su mujer hace algunos años y disque esa tristeza se agravó hace unos meses cuando enterró a su hija. 
Pero que el golpe final lo recibió cuando su hijo el mayor, el que sufre desvaríos se enloqueció de verdad y huyó del pueblo sin dejar rastro.
No la puedo creer. 
Mi tío murió hoy día porque se le acabó el cuerpo donde residía. 
Noventaiun años de penas y alegrías. 
Las penas las ocultó con valentía y las alegrías siempre las compartió como debía. 
No lo iban a matar unas cuantas penas y vaya usted a saber si fueron penas: 
enterrar a su mujer y a su hija que sufrían. 
No las quería ver sufrir y la fe que con muchos compartió, le enseñó que la muerte es el fin del sufrimiento y la puerta del cielo para donde seguro se fue ésta madrugada.

Se fue mi tío y me dejó gratos recuerdos:
De niño, después de misa de ocho y después de haber desayunado, me presentaba a su almacén acompañado de una recua de hermanos y todos repetíamos:
-          Tío que sin me da plata pa´comprar cositas.
Lo repetíamos como dando una razón, como haciendo una pregunta.
Y él iba hasta el cajón donde guardaba el dinero y de él sacaba un puñado de monedas que en orden de estatura nos distribuía. 
Era tanta la sorpresa, la alegría que yo creo que siempre salí corriendo a gastar esa fortuna, sin alcanzar a decir lo que hoy te digo: tío gracias.

Y la semana antes del Día de los Niños y de La Vara de premios, él descuidaba su almacén. 
Pasaba mucho tiempo en mi casa con mi mamá, mirando figurines y buscando posibles disfraces para todos sus sobrinos y más tarde también para sus hijos. 
Recuerdo mi disfraz de payaso rosado, con sombrero cónico rematado en una borla de lana y mi nariz pintada con pintalabios rojo vivo.

Aquella vez Eli era un elegante miembro de la Guardia Suiza, de pantalón bombacho de rayas blancas y verdes y sombrero adornado con gran pluma. Tocaba un enorme tambor de guerra forrado en papel metalizado con cordones dorados. 
Dora fue una odalisca de turbante y en la frente una autentica joya sacada del cofre de mi mamá y una gran pluma de pavo real.





Y Ruth una princesa china de sombrero de papel de seda, pantalón de botas muy anchas y en el brazo llevaba una canasta con flores. 
Le maquillaron los ojos achinados.


Hugo fue un arriero de sombrero de paja, paruma, machete y un enorme bigote pintado con lápiz de cejas y si recuerdo bien, Diego el más pequeño de entonces, fue disfrazado de pinocho.

Ese día fue de felicidad para nosotros  y de orgullo para el tío que no paró de tomarnos fotos uno a uno y sobre un pedestal donde posamos.

Recuerdo la navidad con globos, con paseo organizado por el tío, con fiambre para ir a buscar el musgo del pesebre al monte de Mojones y naturalmente los recuerdos eternizados en fotos. 

Mi tío Jorge tenía máquina de retratar y sacar vistas, no cámara digital como las de ahora.


También llegan a mi memoria las matadas de marrano del veinticuatro de diciembre y las sentencias con que mi tío Jorge condenaba a muerte al cabecibajito. Y las herencias que dejaba el condenado a cada uno de los presentes según sus gustos y caprichos.

Todo era una fiesta con mi tío. Espero que esté armando una nueva fiesta con los niños que encuentre en el lugar donde se ha ido.
Él hacía los remates del altar de San Isidro. !Quién da más por éste gallo??? 
Venía contándoles que la tarde antes de morir mi tío, estaban los más allegados de sus amigos del pueblo, reunidos con él en el asilo. 
Estuvo allí sólo unos pocos días, allí no lo visité, pero cada día me enteraba de lo que acontecía:

Las señoras de su grupo de oración lo visitaban y en ese entrañable lugar que queda en un altico del pueblo, que ya de por sí es alto, rezaban sus oraciones. 
Era el lugar indicado pues desde aquella cumbre quedan más cerquita del cielo y qué mejores emisarios que los viejitos del pueblo. 
Es como entregar el recado en la misma estación de donde parte el tren con los que van derecho para el cielo.

Me cuentan que uno de los que fueron mis amigos, cuando yo andaba de vago por el pueblo: llegaba al ancianato luego de que a mi tío lo hubieran bañado y le hubieran dado el desayuno, lo sentaba en su silla de ruedas y se lo llevaba a pasear a su viejo almacén, a misa, rodando como en carro de rodillos por las viejas calles de mi pueblo. 
Se detenían a cada paso para que él recibiera los saludos, los abrazos y las sonrisas de los transeúntes, todos conocidos, todos amigables, todos cariñosos, reconocidos por antiguos favores, charlas y consejos.

Supe además que una rubia señora se ojos muy azules, que cuando niña se parecía a un angelito y ahora ya mayor, lo era: llegaba todos los días, calentaba agua, le mezclaba sales curativas y en una ponchera lavaba los hinchados pies de mi tío. 
Gracias a Dios por esta Magdalena del Siglo XXI, muchas gracias.

El asilo fue por unos pocos días el hogar de mi tío. 
Abierto de par en par, todos podían visitarlo y lo hacían. Unos le llevaban saludes de otros, otros le llevaban noticia, otros le llevaban yogurt, otros le llevaban frutas y los más pobres y los más tímidos no le llevaban nada, simplemente iban.

Las señoras que siempre son más confianzudas y por insinuación de Virgelina, que es como la virgen que cuida a todos los viejitos del asilo, le daban a mi tío la comida. 
A cucharadas le insistían que se tomara la sopita, la frutica picada o la coladita de maicena que es tan nutritiva. 
Y a regañadientes él por quitarse de encima la molestia se las recibía.

Mi tío disque se fue malhumorando y apagando. 
Yo sé que no se enojó con los paisanos que tan bien lo atendían, el estaba bravo con Dios, que como lo vio tan bien atendido en el asilo, se olvidó un poco del él y no llegaba pronto a recogerlo para llevarlo al cielo. 
Mi Dios andaba muy ocupado y hay que entenderlo. 
Andaba por Oslo regando inspiración para que los emisarios de Santos no vayan a comer cuento como los de Pastrana. Andaba por las costas del Caribe y Norteamérica ayudando a construir albergues contra una nueva tormenta tropical y un frente frío del Ártico. 
Hartico que estaba ocupado y por eso es que no había venido.

Pero al fin llegó, pero cuando llegó ya mi tío no estaba en el asilo donde él con la ayuda de unas señoras del pueblo lideradas por una que se llama Teresita lo habían dejado. Ya lo habían echado para Medellín en ambulancia. 
Le tocó a mi Dios el paseíto que les toca a muchos pobres. Recorrerse todas las E.P.Ss y todas la I.PSs, las clínicas y los hospitales, pero al fin lo encontró. 
Y lo encontró solito y así más fácil se lo llevó. 
Cuando las enfermeras llegaron a abrir de un golpe las cortinas como sólo ellas saben hacerlo, se dieron cuenta que ya no estaba allí, se había ido con mi Dios p´al cielo.

León M.N. Oct. 29 de 2012.

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