CONFIESO QUE HE PECADO.
Ayer estuve en
el concierto. Una orquesta juvenil, un joven director, un compositor joven y un
solista joven, y para mí, tal vez avergonzantemente jóvenes y sabios en la
música.
Y lo peor:
tocaron entre otras bellas obras, una que para mí resultó ser nueva. Sí, nueva
aunque la compuso Beethoven hace poco más de doscientos años: La sinfonía N. 7
en La mayor, Op. 92.
Con tantas
ocupaciones importantes en mi vida no había tenido oportunidad de oírla
verdaderamente.
No había visto
como danzan las flautas y violines. No había escuchado un enjambre cuando imita
a los violines, o cuando ellos se disfrazan de abejas, susurrando rodean una
flor y regresan a la colmena con el néctar.
Y al salir me
sentí viejo y apurado. Tanta música por escuchar y yo haciéndome el que aun
tiene tiempo para hacerlo.
Tanta música aun
por componer y yo haciendo ruidos.
Si, tanta música
aun por componer y tanto tiempo que
tendrán que perder mis descendientes trabajando en cosas como conseguir pan,
techo y salud, cuando todo eso ya lo deberíamos haber resuelto.
¿Les llegará
también a ellos la vejez, sin haber podido degustar como se debe:
placenteramente, las bellezas de que es capaz la mente humana?
León M.N. Mayo de 2014.
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