AL MÚSICO QUE NUNCA FUI.
Nuevamente caí en la trampa,
víctima de la tentación que me provocan mis oídos.
Esta noche: Concierto de la
Orquesta Sinfónica,
Hora 7 p.m.
Lugar: Accesible.
Entrada: Costeable.
Programa: Cuatro obras de grandes
maestros.
… Y allá voy como borrego al matadero.
Recojo en la taquilla mi boleto de
entrada y el volante que describe el programa y resume el perfil y el currículo
del director y los solistas.
El Director: Frank (no se qué) y
luego un apellido impronunciable.
En su fotografía se le ve alto, de
cara afeitada y de pelo entrecano abundante y desordenadamente atrayente.
El muy creído habla no sé cuantos
idiomas y como que se la pasa en aviones y en cuartos de hoteles pues ha dado y
seguirá dando mil conciertos en las más famosas salas y teatros alrededor del
mundo.
Y ni qué decir de los solistas.
La primera disque interpreta el
arpa como nadie lo ha hecho hasta ahora.
Por los adjetivos con que la
califica el relator, creo que ni los ángeles del cielo han tocado como ella, en
su eternidad gloriosa. Habrá que escuchar para creerlo.
En la segunda obra habrá un solo
de piano, que interpretará un muchachito imberbe, con cara de convaleciente
afeminado.
No se cómo es posible haber hecho
tantos estudios, participado con tantas orquestas y en tantos teatros, como
dicen en el panfleto que estoy leyendo.
A mi modo de ver, el pendejito
este, terminó ayer por la tarde la escuela primaria y aquí ya lo tratan como un
virtuoso y experimentado músico.
Definitivamente el papel puede con
todo.
Por lo menos este si tiene un
nombre en cristiano: se llama no sé quién Ramírez, no sé de la familia de
cuáles Ramírez será. Vaya uno a saber de qué pueblucho será el flacuchento este.
A lo mejor será de la comuna trece, pues del Poblado no debe ser, aunque uno
nunca sabe...
No he terminado de leer toda la
carreta que escriben en estos volantes que regalan a la entrada del teatro,
cuando ya sonó por tercera vez el timbre que anuncia que los músicos deben
dejar de afinar y de zurrunguear.
Todos se quedan sentados y
calladitos en sus puestos pues el pretencioso director precedido por su ego, hace
su entrada triunfal exigiéndonos que lo aplaudamos antes de interpretar nada de
lo prometido.
El aplauso fue apoteósico y hasta
algunos se permitieron el desliz de gritar hurras, bravos y de lanzar silbidos.
¡Qué oso tan monstruoso! menos mal
yo iba solo aunque aun así, me dio pena ajena ver tanta chabacanería.
Con razón hablan mal de nosotros
en el extranjero.
Al iniciar el primer movimiento de
la primera obra, la orquesta, como poseedora de una sola alma y una sola
voluntad, obedeció la señal que con la batuta el director le diera.
Yo comencé a sentir que mi silla levitaba
y que era transportado como a otra dimensión del existir.
No pasé mucho tiempo en ese
arrobamiento abusivo. Reaccioné, tosí un poco como para hacer ver mí disgusto y
me concentré en la obra para evitar volver a ser víctima de esos engaños que
pretende hacernos sentir que estamos en Viena y frente a una verdadera gran
orquesta.
En la obra tienen gran
protagonismo las cuerdas.
Desafortunadamente para mí la
acústica del teatro no es la que se esperarse de una sala tan renombrada como
la que nos albergaba.
Observé que en los primeros y
segundos violines, mucho del vibrato y aun el pizzicato, que son característica
especial de la obra, se pierde por culpa
del mal manejo del estuco en el abovedado de la sala, repleto de arabescos
rococó.
Se les olvida a los constructores
de estos escenarios que la arquitectura debe supeditarse a la música y no al
contrario.
No sé por qué, cuando entraron en
pleno: los primeros y segundos violines, las violas y los chelos respaldados
por los contrabajos, sentí un estremecimiento raro.
Como si mil terminales eléctricas
hicieran reaccionar todas las fibras de mi cuerpo y creo que ese tremor siguió
su curso por las fibras de mi alma. Y fue en crescendo hasta hacerme sudar y lleno
de temor creí que iba yo a gritar eufórico: ¡que verraquera!
No. Me contuve, y sacando a
relucir la ponderación que siempre me ha caracterizado. Decidí que no era para
tanto. Mejores interpretaciones de esa obra ya las he escuchado y no
precisamente en este pueblo.
En el tercer movimiento, que es
lento, parsimonioso, como una hoja de almendro que se desliza por el cristal de
un lago de donde notas de violines se levantan como cabelleras de ninfas
convertidas en hilos de neblina, no pude dormirme. No, imposible caer por
enésima vez en el sopor que siempre me ha causado este lento y gris pasaje de
ésta obra.
Esta bendita agrupación de músicos
criollos logró imprimir una dulzura tal a este pedazo de la partitura, que creo
que ni el compositor la hubiera reconocido si en vez de retorcerse de envidia
en su tumba, se hubiera levantado a aplaudir a estos muchachos.
Ya no pude seguir mordiéndome los
labios de purita envidia. No pude seguir apretando mis manos con ese puño
atrancado que injustamente quería atestarle en pleno rostro a ese director
mechudo. Se me salieron las lágrimas de la emoción y para disimular saque el
pañuelo y me soné los mocos.
Si, está bien, tengo que reconocer
que si hubiera estudiado en el conservatorio, tal vez hubiera llegado a ser un
buen intérprete y porque no, de pronto hasta compositor y director de orquesta.
Aun tengo tiempo de volverme
creyente en la reencarnación y si lo hago, ya sabrán de mí en mi siguiente
chance.
León M.N. mayo de 2014.
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