TURISTAS PESADILLA
Como a veinte
metros de donde rompen las olas como queriendo tirar sobre la playa un montón
de rocas que allí había. Y muy cerca de otras olas más pequeñas y amistosas que
se acercaban a lamer mis pies, estaba yo simulando dormir.
Entre la espuma
blanca que hace el mar para matizar los diferentes azules de sus aguas, vi que
se acercaba y luego rodando se alejaba, un tronco de madera muy rugoso que
brillaba por el sol en tonos ocres y marrones.
Yendo y viniendo
sobre las olas estuvo un buen rato, al cabo del cual se quedó dormido, no como
yo, que entre dormido lo observaba. Él, dormido de verdad, inmóvil, Poco a
poco, el sol le retiró su brillo.
Volví la vista
al mar y pude ver las olas alejarse sobre el agua que ahora era del color del
oro, pues el sol, que también se alejaba, dejó sobre el mar, sus ropas
amarillas, doradas, naranjadas, para que las recogieran las sirenas. Las
grandes olas empujaban las pequeñas. Y las que con las rocas forcejeaban, se
fueron a descansar, estaban fatigadas, igual que el sol, que ya se había puesto
la piyama.
Acomodé mi
cabeza soñolienta sobre un montículo de arena y pude ver una bandada de delfines
de colores que perseguían un cardumen de meros y corvinas. Después de saltar
sobre las olas que aún seguían con sus diademas de espuma blanca, se sumergían
dando giros como de tirabuzón o torbellino. Y desde un arrecife sembrado de
estrellas de mar, de algas, corales y de erizos, juguetonas las focas
aplaudían.
Las langostas,
con sus vestidos rubicundos, y los calamares, las ostras, los cangrejos y los
camarones, salieron también a ver el espectáculo. Pero se hizo un silencio
marino y tenebroso, cuando comenzaron a merodear los tiburones. Sólo una enorme
barracuda seguida de unos pargos rojos, se atrevió a pasar la calle y también
la imitaron, una anguila morena, un pez payaso, unos cuantos pulpos aunque
camuflados y dos enormes mantarayas.
El pez martillo
lanzó una carcajada a todos, y les dijo: Ajá
¿ahora si se asustaron? Todos se tranquilizaron y siguieron el recreo.
Pero de pronto,
cuando estaba pasando perezosa una ballena, a la que un cardumen de rémoras le
estaban haciendo el peeling; todas se
alejaron gritando: foo, Wuácala, que asco: habían caído a la superficie del
mar, unas latas de sardinas, otras de atún y muchas de cerveza.
Entonces los
peses mamás y los hermanos mayores, cogieron de las aletas a los más chiquitos,
diciéndoles: corramos a escondernos que llegaron los cochinos turista, corran…
Mejor naden más rápido que esos brutos va y nos envenenan.
Al oír esto yo
me desperté y me fui para que con esa gente, no me confundieran. Cogí el tronco
de madera que dormía cerca y me lo llevé para hacer con él un bello adorno para
la sala. Al fin y al cabo era un regalo que me habían dejado las olas debajo de
mi almohada.
León M.N.
septiembre 13 de 2013.
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