miércoles, 23 de abril de 2014

SOBRE DOLOR, ENFERMEDAD, VEJEZ Y MUERTE.

Para mejor decirlo: es cavilar sobre la vida.
Iniciaba yo la pequeña colina de este trasegar entusiasmante,  esa que se llama edad de uso de razón, cuando oía comentarios como éste:

El pobre está muy viejo ya, no creo que se pare de la cama.
Tiene un poco más de cincuenta años.
Y quienes las proferían agachaban la cabeza con miradas lastimeras.

Por cuenta de: El infierno, el tercer día de los ejercicios espirituales, las predicas de los curas y el día de la Virgen del Carmen, se le tenía mucho miedo a la muerte.

La medicina estaba en ciernes, en agüitas decían las señoras.
La gente se moría de soponcio, síncope, delirium tremens, o de repente.
Repente era para mí una enfermedad castigo de dios por haber sido malo.
Mi mamá nos enseñó a rezar: Líbrame Señor de la muerte repentina. Lo que más temo yo es una muerte de repente, pues no se tiene tiempo para el arrepentimiento y menos para confesarse y luego de muerto se baja  derechito a los infiernos, decía.

Más tarde cuando fungía de estudiante i-responsable, comencé a darme cuenta de qué pasaba. La medicina era tan insipiente y los medios de diagnostico tan precarios que la gente se moría de enfermedades que la costumbre había identificado, sin que los médicos hubieran alcanzado aún a darles sus verdaderos y enredados  nombres.

Luego la medicina progresó un poco más y ya se sabía, como ahora, de qué se muere uno científicamente. Eso del soponcio y el repente fueron cambiados, por infartos, ictus, paros cardio-respiratorios y otros males con nombres elegantes.

Ya en mi edad adulta, a la cual llegué después de superar: la varicela, el sarampión, las paperas, muchos cólicos y daños de estomago, churrias o diarreas, y después de haberme vacunado para eludir el polio y la viruela, me seguí enterando del progreso de las ciencias médicas.

Se acabó eso de ir donde el sobandero para que nos arreglara: las descomposturas, las levantadas de cuerdas, las torceduras y los descoyuntamientos. No, nada de eso en la edad moderna. Ahora había rayos X, entablilladas, enyesadas y fisioterapia. No faltaba quien después de tres meses con el brazo entre un yeso duro, quedaba irremediablemente manco de por vida, pero la verdad era que muchos recobraban la movilidad y podían volver a enlazar terneros en la finca.

A los heridos en peleas por novias o por partidos políticos, les podían salvar la vida con transfusiones de sangre. Esto era un procedimiento delicado, pues si a un liberal le ponían sangre goda, era fijo que estiraba la pata luego de terribles convulsiones.

Pero la medicina no paró de progresar y fue hasta que supieron catalogar bien la filiación política de la sangre, pues antes no se sabía sino de sangre azul, sangre de indio y sangre de negro, que es como más gruesa y coagulante.

Se dejó de pensar que la lepra era obra del demonio y contagiosa. Que a la tisis se le debía llamar tuberculosis y que era curable. Que la fiebre no era una enfermedad sino un síntoma, y muchas cosas más.

Se acabaron los sobanderos, las parteras y los yerbateros.
Los Sobanderos fueron reemplazados por ortopedistas y fisiatras, lo cual no es garantía de que haya menos cojos y mancos, pues para eso las Farc se inventaron las minas quiebrapatas.

Las parteras fueron prohibidas en los pueblos y veredas, para que desde allá tengan que venir las parturientas a las ciudades a buscar sus reemplazos que son los ginecólogos y obstetras.

Y a los yerbateros les quitaron el oficio las empresas farmacéuticas que tramitan patentes y derechos de autor, hasta para el agua de panela con limón que es tan buena para la gripa.

Tengo para mí que los practicantes de las ciencias médicas se partieron en dos bandos:
Unos se dedicaron a escribir enredado, a hablar en una jerigonza que sólo ellos entienden.  Abren centros de diagnostico, laboratorios para análisis de fluidos y de imágenes de todo lo que el ser humano tiene por dentro.

Ellos fueron los que promovieron la ley 100 y crearon la EPS, IPS, ARP y muchas siglas más. Y cómo decía mi papá: disque se taparon de plata. Tanta que ya no saben ni qué hacer con ella y se dedicaron a construir hoteles, condominios con canchas de golf y a invertir en bolsa. Y de paso esclavizan a otros colegas no tan listos.

Otros, pobrecitos. Eran como los más apendejaditos de la clase. Siguen haciendo consulta y escuchando los males de toda la familia. Siguen despachando formulas baratas y aconsejando a los enfermos como si fueran curas. Lo mismo atienden a las señoras en los partos, que la gonorrea del hijo mayor que se mantiene visitando putas. Tiene una mano vendita para la cura de las amebas, la bronquitis y los dolores reumáticos. Muchos de ellos ya decepcionados del negocio de la medicina se quieren especializar en eso que llaman terapias alternativas.

Ellos nos enseñaron a lavarnos las manos antes de comer y sobre todo después de haber ido al escusado. Nos enseñaron a ser disciplinados con todas la vacunas y a amamantar a los niños a pesar de que la esbeltez de busto no atraiga las miradas coquetonas. Nos enseñaron a quitarle harinas al sancocho o sea hidratos de carbono y a no usar tanta manteca. Ellos le hacen propaganda a la aguadulce aunque RCN y CARACOL se la hagan a al cocacola. Ellos siguen hablando de las grandes ventajas de la huerta casera y de la vaca lechera y sobre todo de salir a caminar al aire libre.

Y saben lo que oigo ahora, contrario a lo que se decía cuando no me habían alargado el pantalón:
Se murió fulanito de setenta y cinco años. Y exclama el contertulio: No puede ser.  ¿Tan joven?

Y es que tanto esfuerzo de los verdaderos médicos y de algunos maestros y unos cuantos gobernantes, ha hecho que ya no muramos viejitos de cincuenta años sino muy jóvenes de setenta y cinco y pico.

Ayer escuché en televisión, un programa de salud en el que hablaron tres señoras Chilenas y un Médico Francés. Fue para mí tan importante y revelador lo que les aprendí que quiero compartirlo con ustedes.

Estaban hablando de Demencia Senil, esa loquera de viejitos que también llaman mal de Alzheimer.

Decían ellas, que de eso saben mucho, que la enfermedad   de Alzheimer en América Latina ha aumentado un 70% y en Europa hasta un 40%. Y explicaban que es por causa de que ya no nos morimos jóvenes. Con las buenas costumbres higiénicas, con mejores servicios médicos, más ejercicio, una jornada laboral más corta y mejores dietas alimenticias, la longevidad ha aumentado.

Lo que no ha aumentado en igual medida que las expectativas de vida, es la atención y el cuidado de las personas mayores.

Una de ellas, que disque fue ministra de Salud ,dijo que en el currículo de medicina sólo dedicaban seis horas a estudiar el Alzheimer y con tan poco estudio, cómo se puede esperar que los médicos sepan algo de éste mal.

Ella misma comentó que cuando llevaba a una tía suya, que tiene la enfermedad, al médico, se daba cuenta que ella sabía más de demencia senil, que el médico que atendía a su tía.

Otra de las entrevistadas habló de algo que me tiene pensativo y disgustado: Los gobiernos dedican muy poco, casi nada de los recursos que apropian para la salud, al cuidado de los viejos.

Quiere decir esto para mí, que nos está importando un bledo, la suerte, la salud y la calidad de vida de quienes se esforzaron por criarnos, por enviarnos a la escuela y cuidad de nuestro bienestar por tantos años. Ahora que ellos no son productivos los dejamos para que se los coma el tigre de la indiferencia y el olvido.

Se quejaban ellas, de que con gran indolencia se hablaba en foros internacionales, del”problema” de los viejos. ¿Cuál problema? Sï está demostrado que atender a los mayores es una  nueva oportunidad de negocio, de ingresos, de profesionalización y capacitación en diferentes campos de la salud. Cada día se abren centros geriátricos y gerontológicos, centros de recreo especializados en mayores. Los viejos no son un problema, son una nueva oportunidad. En los países que han entrado en crisis económica, el sector de la atención de adultos es de los que menos puestos de trabajo han perdido.

Algo que me conmovió fue lo que dijo una de las chilenas de la entrevista.
Dijo que atendiendo a los mayores con Alzheimer, ella había aprendido a amar a personas sin historia. Porque eso es una persona que ha olvidado casi todo. Que ha olvidado nombres, anécdotas, parentescos, hechos y lugares. Y amores y ofensas. No tiene sueños, ni planes ni deberes. Le cuesta encontrar las palabras para expresar necesidades. Sí la dejamos sola se desorienta y puede perderse en el jardín sin encontrar el camino de regreso hasta la sala.

Sólo sabemos amar a quien nos da, nos provee, nos habla, nos invita, nos declama o nos canta. A quien nos deleita con sus guisos, lava  nuestra ropa, embellece la casa y trae el pan, la cuenta de los servicios públicos cancelada, nos representa y defiende.

No amamos de veras con gratitud o por la simple dignidad que tenemos todas las personas. Amamos gratuitamente a las mascotas y es bello. Pero no sabemos expresar el amor a seres humanos, tal vez nuestros padres, amigos o parientes, que aunque están físicamente entre nosotros, ya se han ido.

Hay en este asunto del cuidado de mayores y en especial en el del cuidado de personas con Demencia Senil, una gran falta de solidaridad y de equidad de género. Si observamos con atención nos percataremos que son en un noventa y nueve por ciento las mujeres, quienes tradicionalmente se encargan de estos roles.

Ellas que en su gran mayoría fueron madres y dedicaron parte de sus vidas a cuidarnos cuando niños y también cuando jóvenes y a muchos aun  en la edad adulta; cuando llegan a la edad de un merecido descanso, tienen que sacrificar ese derecho, abandonar sus trabajos profesionales o actividades culturales, sociales o artísticas; por que deben cuidar a quienes son aun más mayores que ellas.

Es estimulante escuchar discursos políticos hablando de los derechos de los niños. Que ellos son el futuro de la nación. Hablan de planes de nutrición, de albergues, de educación y de inmunización. De protección frente a todo tipo de abusos que contra ellos suelen cometerse. Pero es triste el gran silencio que frente a los derechos de los ancianos y de las mujeres que los cuidan aun a pesar de no saber cuidarlos verdaderamente.

Cuando hay niños en la familia, todos nos congregamos entorno a ellos, los cargamos, acariciamos y besamos. Les enseñamos a caminar y los llevamos de la mano y sostenemos sus triciclos y bicicletas. Les lanzamos la pelota y los acompañamos a mirar la tele.

Creo que calculadora e interesadamente pensamos que este bebé tendrá un futuro y recordará quienes fueron los que lo quisieron tanto.

Pero un viejo con Alzheimer, no tiene ningún futuro y menos recordará quién es el que lo quiere, lo cuida o lo acompaña.

La investigación, la medicina nos prolongó la vida pero:
Quién a los 45 o 50 años ha conseguido empleo.
Tenemos más vida para pasarla aburridos al sol en la banca de un parque atestado de ladrones y palomas.

¿Dónde están los verdaderos y gratificantes clubes de mayores? Ellos sólo son invitados a los casinos y eso los que tienen pensión, para que allí la gasten.

Seremos verdaderamente humanos, cuando aprendamos a respetar y cuidar tanto a los niños como a los ancianos.

Que bello será el día en que acompañemos y protejamos a los viejos, aun que éstos no nos puedan hablar, o no nos puedan mirar, o aunque ellos no recuerden quiénes somos.

Nosotros se debemos saber y recordar permanentemente:
Que tras esos ojos que se pierden en la distancia sin mirar a nada ni a nadie, hubo una vez una mirada de cariño por  nosotros, una m irada de asombro frente a  nuestros pequeños logros escolares, una lagrima de compasión por nuestras penas.


León M.N. Abril 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario