VECINDADES
De pronto lo invadió la soledad y quedó apresado de silencio. Hasta se le borraron sus
recuerdos y también los que de él tenían quienes fueron sus amigos.
Tomó la
consistencia brumosa de la neblina paramuna, y apoyado en ella y en el olor a humo
que quedó formando parte de su ruana, se le siente deambular por las calles
empedradas.
Sabemos que
anda por ahí cuando nos llega ese helaje como de cadáver en velorio y también
porque los perros, con el rabo entre las patas y cabecigachos dan un rodeo como
esquivando una presencia extraña y atemorizante.
Cuando paso
a su lado se queja, y su queja, que se va con el viento, espanta a los vecinos
que al escucharla se persignan.
A mí se me
eriza la piel, no de miedo, de una tristeza como la que trae la llovizna que
cae en la madrugada. Esa tristeza que se mete en los huesos y que al brotar por
los ojos los arruga y envejece.
Es como
cuando vemos a un extraño, y se nos hace familiar. Lo sentimos querido y le
quisiéramos hablar, o haber tenido la oportunidad de hablarle. Es esa certeza
de que está presente allí y al mismo tiempo la certeza de que ya se ha ido y
que nunca lo hemos conocido. La certidumbre de haber perdido la oportunidad de
ser su amigo.
Y de
pronto, así como llegó con el silencio, se aleja o mejor dicho: sabemos que se
ha marchado porque nos queda esa sensación electrizante, jadeamos y el corazón queda
con un apuro incomprensible. Miramos en derredor y no vemos ni sentimos nada. Y
esa es la mejor prueba de que estuvo a nuestro lado, pues en el silencio
sentimos su vacío.
León M.N.
Nov. 6 de 2013.
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