Nosotros: los balsos,
los cedros, las caobas, abarcos, sietecueros y yarumos.
Todos los que tenemos
vocación de selva, de rastrojo o de monte,
De glorioso bosque o
de campiña florecida:
¿Por qué dejamos
tiradas las semillas?
Fijémonos bien que en
nuestras ramas también crecen aves siniestras.
Las raptan, las roen y
corroen.
Si no las dejamos en
tierra fértil de cultivo,
Podrán podrirse.
O crecer enfermas y
torcidas.
Y más tarde darán
frutos malsanos y degenerados.
Sus flores serán tempranamente
mustias.
No podrán entre las
yerbas o los setos
Anunciarse con la
fragante suavidad de su perfume.
Los niños, los de
fácil sonrisa y fácil llanto.
Los de mejillas rosaditas.
Los de piel aduraznada
y pecosita.
Los de ojos vivaces y
oído atento.
Aquellos que copian
nuestro acento,
Nuestro andar
acompasado o discordante.
Nuestros gestos,
mohines, muecas y blasfemias.
Los convocados a las
rondas y al recreo,
Están siendo
amenazados, violados y robados.
Engrilletados, no en
los talleres escolares,
En clandestinas
cárceles de producción de baratijas.
A los postes que
sostienen los semáforos
Atados a una caja de
confites
Para ellos siempre
inaccesibles.
Obligados a trasnochar
en lupanares,
Como ofrenda en
sacrificio a la lascivia
De una asquerosa horda
de degenerados.
Con espejitos y
juguetes electrónicos
Son llevados por reales
flautista hasta la montaña.
Y cuando la manigua se
cierra sobre ellos
Les cambian sus
juguetes por fusiles.
Les enseñan a matar y
los premian cuando así lo hacen.
El tiempo y los
insultos de los comandantes
Les borran la sonrisa
de sus labios.
En sus ojos siembran
la indolencia,
Cuando aún el acné no
ha colonizado sus mejillas,
Se apaga el brillo de
sus ojos
Que en sus largas
noches no distinguen
Entre hadas o
fantasmas.
Sueños o terribles
pesadillas.
Los niños, nuestros
niños, nuestros hijos.
No demos por sentado que ellos son felices.
No pasemos de largo
por su lado.
Miremos bien qué es lo
que hacen en las calles,
A qué y con quién
juegan en los patios.
Quién insidioso los
vigila, los convida o acaricia.
Por qué se callan o
entre las cobija lloran.
Démosles tiempo para
hablar, mucha confianza.
Hagámosles sentir la
seguridad de nuestros brazos
Y la presencia de
nuestra paternal mirada.
Y de esa forma llegarán
a ser:
Las
flores que veamos en el jardín que es el
futuro.
León M.N. Sept. 2013.
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